Recordando a dos amigos de la casa

Hace poco incluí un post sobre Edvard Munch y hace algún tiempo hice lo propio con uno de Salvador Dalí. Son dos de los muchos artistas que admiro y, no casualmente, son dos de los que, por un motivo u otro, siempre andan dando vueltas por mi cabeza o por mi casa en forma de libros, imágenes sueltas, copias de dibujos, anotaciones, etc.

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Hoy, casualmente (si nos inclinamos a esa forma de la superstición que es el almanaque en su forma de efemérides), se cumplen sesenta y nueve años de la muerte del primero y veinticuatro de la muerte del segundo. Como aquí a esa forma de la superstición de la que hablé antes no se le da mayor importancia (si así fuera esperaría hasta el año próximo y tendría dos números «redondos»), los recuerdo hoy porque sí, porque encontré el dato y eso los hizo volver a mi memoria —ya lo dije: de un modo u otro siempre andan por aquí— y porque, simplemente, se los extraña.

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Salvador Dalí. La tentación de san Antonio

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edvard_munch_madonnaEdvard Munch. Madonna

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Las mujeres más bellas del mundo. #1 Madonna y niño. Jean Fouquet

Lo sé. Soy consciente de que ya hablé de ella, pero se me hace inevitable hacerlo nuevamente cuando el título del post es el que está ahí arriba. Y es que hay obras que nos persiguen donde quiera que vayamos. Sin ir más lejos, en mi Palacio de la Memoria (ya hablaré alguna vez de esto), éste cuadro es lo primero que se ve al entrar al hall principal, a la izquierda. Y es que, a su lado,  esta Madonna hace que La Gioconda parezca un ama de casa aburrida (Y eso que cuando Leonardo nació, Fouquet ya había termnindo este cuadro dos años antes). ¿Quién hubiera pensado que este cuadro tiene 562 años? La composición parece propia del siglo XX, con esos ángeles rojos y azules entrelazados como haría M.C.Escher 500 años después (los ángeles rojos representan a los serafines, es decir a los ángeles guerreros y están allí para proteger a ambos personajes; los ángeles azules representan a los querubines; es decir a los mensajeros). La ambigüedad que transmite esta obra es algo pocas veces igualado. La seducción unida a lo sagrado, la palidez nívea —más propia del mármol, es decir, de la escultura que de la pintura— de esa piel en contraposición con el fondo violentamente rojo y azul; la turgencia de ese seno descubierto que no parece hecho para alimentar a un niño; el rostro casi hermafrodita… todo, todo ello hace que esta pintura sea, para mí, una parte indisoluble de mis días (y no exagero, vuelvo a ella asiduamente y he llegado a comprar un par de libros simplemente porque incluían una reproducción de esta obra. Hay que tener en cuenta que nunca sabremos qué reproducciones se acercan más al original) y es una fuente permanente de asombro y de placer.

La Madonna de Fouquet forma parte del Díptico de Melun, aunque hoy se encuentra separada y se expone en el Koninklijk Museum voor Schone Kunsten van Antwerpen, Bélgica. (Otro de los lugares que figuran en mi lista de sitios-que-ver antes-de-partir).