La otra mitad

Mucho se ha hablado y escrito sobre la importancia de las madres en la vida de las personas en general y de los artistas en particular. Todos conocemos una amplia variedad de poemas y canciones que las tienen como objeto directo de una visión beatífica, impoluta, incorruptible. Poco se ha hablado, en cambio, de la injerencia de los padres a este respecto; sin embargo, he encontrado que la presencia ─pero por sobre todo, la ausencia─ de éstos es un signo de importancia capital en la vida de muchos autores. Tal vez el más famoso ejemplo sea el de Franz Kafka; quien en su Carta al padre comienza:

«Querido padre:
Hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas, y en parte porque son demasiados los detalles que lo fundamentan, muchos más de los que podría expresar cuando hablo».

Manuel_del_Cabral

Otro ejemplo, menos conocido, es el de Manuel del Cabral; poeta dominicano que escribiría en su poema Carta a mi padre:

¿Qué más quieres de mí? ¿Qué otras cosas mejores?
Padre mío,
lo que me diste en carne te lo devuelvo en flores.

Estas cosas, comprende, ya no puedo callarte.
Yo, como el alfarero con su arcilla en la mano,
lo que me diste en barro te lo devuelvo en arte.
[…]
Qué más quieres, no pudo
hacerse licenciado mi corazón desnudo.
Era mucho pedirle, padre mío, ¡no sabes
lo grave que es a veces
un hombre que en el pecho le entierran viva un ave!

elias canetti

Un caso paradigmático puede ser el de Elías Canetti; En 1912, cuando tenía siete años, murió de manera fulminante su padre, que no había llegado a los 31. Acababa de visitar a sus pequeños hijos en su habitación, y había bromeado con el menor. Luego bajó a desayunar. Al rato se escucharon unos gritos espantosos, y Canetti quiso saber qué pasaba. «Ante la puerta abierta del comedor, vi a mi padre tirado en el suelo«, quien contó en la primera parte de su autobiografía, La lengua absuelta:
En esas páginas confesó que, desde ese momento, la muerte de su padre se convirtió «en el centro de todos y cada uno de los mundos por los que iba pasando«. Y se refirió a otro episodio que tuvo también que marcarlo de manera drástica. Tuvo en los meses siguientes al terrible episodio que dormir en la cama de su madre, que no dejaba de llorar. «No podía consolarla, era inconsolable. Pero cuando se levantaba para acercarse a la ventana yo saltaba de la cama y me ponía a su lado. La rodeaba con mis brazos y no la soltaba. No hablábamos, estas escenas no se desarrollaban con palabras. Yo la sujetaba muy fuerte, y si se hubiera tirado por la ventana habría tenido que arrastrarme con ella«.

Podrían sumarse los nombres de Horacio Quiroga y Juan Rulfo; pero creo que éstos casos merecen un lugar aparte, debido a la tragedia mucho mayor que signó la vida de estos dos escritores (no sólo se vieron afectados por la muerte de su padre, sino que también sufrieron la muerte de hermanos, esposas, amigos, padrastros).

¿Cuántas páginas se habrán escrito a la sombra de padres perdidos, de ausencias que marcaron a fuego los dolores de hombres que por estar situados en una época en donde precisamente por ser hombres no podían hablar de ello de manera clara y directa? ¿Cuántas historias, metáforas, elipsis habremos leído sin saber que hacían referencia a esa figura entrañable que general e injustamente se muestra como ejemplo despótico o cruel pero que muchas veces es el eje central de nuestras vidas?

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