Ayer dije que la visita que hice no fue todo lo espectacular que esperaba, pero eso fue en un todo culpa mía; me habían contado tantas maravillas sobre su vuelo y había visto unas imágenes tan hermosas en diferentes sitios de la red que sólo fui con esa idea en mente; y eso, como se sabe, es un grosero error. La naturaleza no está allí para satisfacer nuestras necesidades, sino para hacer lo que sabe y debe hacer. Pero también dije que de ninguna manera podía decir que lo que vi allí no fue algo maravilloso.
De los altos pinos que nos rodeaban por doquier pendían racimos de mariposas que esperaban a que apareciera el sol para iniciar su vuelo. Hasta donde la vista se perdía los pinos rebosaban de grupos cerrados que a la distancia parecían panales o extraños frutos gigantescos. Cuando el sol apareció vimos a la distancia a un grupo que comenzó a volar en lo que parecía una coreografía fantástica. Poco a poco algunas se acercaron a donde nos encontrábamos y pudimos verlas frente a nosotros deteniéndose unos instantes en una hoja o en una rama para iniciar de inmediato su vuelo. Cuando el sol desaparecía también lo hacían ellas de manera casi inmediata; sólo alguna que otra quedaba dando vueltas por sobre nuestras cabezas por unos instantes más.
Desde mediados a fines del mes de marzo las mariposas monarca comienzan su regreso a Canadá. Tal vez tenga la oportunidad de volver a visitarlas y, si el dios sol se aviene a hacerme el favor de aparecer en todo su esplendor, tal vez tenga la posibilidad de guardar en mi interior una de esas imágenes que uno sabe que nunca va a poder olvidar.