Cómo estropear un buen libro (y también una buena idea, de paso)

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A lo largo de estos días en que he estado apartado de la red, me he dedicado, entre otras cosas, a ponerme al día con un par de lecturas que tenía pendientes (y digo pendientes en el sentido hedonista del término; lecturas que quería hacer, no que debía). Uno de estos libros fue La civilización en la mirada, de Mary Beard. La idea central del libro me parecía muy atractiva: «Toda civilización se configura en torno a unas imágenes compartidas colectivamente. Sus miembros se caracterizan por un modo peculiar de ver el mundo en que viven, de modo que la diferencia de las percepciones marca la diversidad de cada civilización». En otras palabras: la forma en que miramos determina el alcance de nuestra civilización (y la forma en que cada época miraba determinaba los alcances de su civilización).

En lo personal, es un tema que me atrae muchísimo, así que tenía muchas ganas de hincarle el diente a este pequeño volumen. La lectura comenzó bien, la escritura es sencilla y directa… nada del otro mundo; hasta que aparece el primer error de concepto grave, hijo de una patraña moderna: lo políticamente correcto. Veamos.

Beard está hablando de la antigua Grecia y se luego de señalar las diferencias entre los hombres y las mujeres (ya sabemos que la democracia griega no tiene nada que ver con lo que nosotros entendemos por democracia; eso está pode demás sabido), se larga con este párrafo:

«Hoy en día, la mayoría de nosotros no nos sentiríamos cómodos con su versión de la naturaleza humana, puesto que era profundamente sexista y jerárquica. [los griegos] Se burlan explícitamente de quienes tienen rostros, cuerpos o hábitos que no encajan, desde los bárbaros extranjeros hasta los viejos, los feos, los gordos y los fofos. Nos guste o no, estas imágenes visuales —tanto si se trataba de humanos como de híbridos— desempeñaban un importante papel en estos debates al mostrar a quienes las contemplaban cómo deberían ser, cómo deberían actuar y qué aspecto deberían tener».

¡Pues no es otra cosa lo que se hace en la actualidad! Que yo sepa las burlas hacia los que son diferentes es el pan nuestro de cada día; así que esa mirada superlativa que tiene Beard no sé de dónde la saca. Ese «Hoy en día no nos sentiríamos cómodos…» es un error grosero que ningún historiador debería cometer: el mirar a una civilización ajena o antigua mediante el filtro de la civilización a la que ese mismo historiador pertenece (por cierto ¿no es que el libro de Beard iba a tratar de cómo influye la mirada del observador en las sociedades? ¿Cómo pretende lograr esto si ella misma no puede alejarse lo suficiente? Además, las últimas oraciones, que parecen ofender a la autora (Estas imágenes, al mostrar a quienes las contemplaban cómo deberían ser, cómo deberían actuar y qué aspecto deberían tener) ¿No es lo mismo que hace la publicidad hoy? Los griegos al menos pueden decir que ellos estaban creando una sociedad nueva y que todo era experimento y error; pero para nosotros ¿cuál puede ser nuestra excusa?

Afrodita – Praxíteles

El segundo error (hay más, pero sólo me ceñiré a estos dos) es aún más grosero. Luego de hablar de la estatua de Afrodita hecha por Praxíteles, Beard cuenta una historia antigua donde tres hombres discuten de las virtudes de esta o aquella preferencia sexual. La estatua tiene una pequeña mancha en la cara interior de una nalga, ante lo cual uno de los hombres aplaude el talento de Praxíteles, quien ha manejado el material de tal forma que la mancha quede en un lugar discreto. Una mujer que hay allí les dice que un muchacho joven, enamorado de la Afrodita, consiguió quedarse toda la noche con ella, y que esa mancha es el único recuerdo de su atrevimiento. Hasta aquí la historia que tiene casi dos mil años; pero Beard no aguanta y larga la siguiente burrada:

«El relato pone de manifiesto hasta qué punto puede una estatua femenina volver loco a un hombre, pero también hasta qué punto puede el arte actuar de coartada ante lo que fue —reconozcámoslo— una violación. No olvidemos que Afrodita nunca consintió».

¿Esto es en serio? Tuve que preguntarme. Pero como no es el único caso, tuve que aceptar que así es; que para Mary Beard la historia es un campo de batalla que se pelea con la mirada de hoy, como si hubiésemos llegado al pináculo de la civilización, con ruinas en nuestro pasado y un campo yermo en nuestro futuro.

La mirada políticamente correcto es, sencillamente, despreciable. La mirada feminista no lo es, pero en este caso es errónea, y eso es imperdonable en un libro de historia, de arte y, sobre todo, de miradas, precisamente. Al menos para no caer en contradicciones que arrojen por el piso con todo el trabajo que se ha hecho hasta ahora.

Por cierto, sé que estoy en desventaja con respecto a la señora Beard; he buscado información sobre ella y parece ser que se encuentra en la cima de su popularidad y consideración. Para mí, al menos, esta puerta de entrada a su obra a sido más que penosa y es posible que me pierda de algunas buenas páginas (pensaba leer, en algún momento, su SPQR. Una historia de la antigua Roma); pero temo que pasaré de largo.

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De elefantes, Kafka y miradas al pasado.

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No hace muchos días atrás conversaba con una amiga mexicana sobre cómo vamos modificando nuestros gustos o nuestros pareceres según vamos sumando textos a nuestro bagaje cultural; es decir, a medida que vamos creciendo intelectual y espiritualmente. Recordé un texto de Borges llamado Kafka y sus precursores y traté de explicarme, creo que con poca fortuna. Creo que mi amiga me entendió pero sólo porque es inteligente más que por mi torpe exposición. Por fortuna, pocos días después pude volver sobre el tema de un modo empírico, físico, real. Me explico: en Kafka y sus precursores, un breve ensayo incluido en Otras inquisiciones, Borges nos muestra cómo un escritor crea a sus predecesores; cómo un escritor puede cambiar el pasado proyectando su sombra de forma retrospectiva sobre textos anteriores. Luego de citar un poema de Browning, Borges dice: «El poema Fears and Scruples de Browning profetiza la obra de Kafka, pero nuestra lectura de Kafka afina y desvía sensiblemente nuestra lectura del poema. Browning no lo leía como ahora nosotros lo leemos». También dice: «El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado…». La idea es brillante, sin duda. ¿Cuántas veces hemos dicho «esto es kafkiano» en referencia a un texto de los antiguos griegos, por ejemplo? Nuestra mirada se ha visto modificada por nuestro acceso al tiempo que nos contiene y nos modifica y nada podemos hacer para evitarlo.
Ahora voy al punto central de esa experiencia empírica de la que hablé antes. Mi amiga mexicana con la que hablaba de estos temas es la misma que me acompañó al concierto de Zorn y en la visita al museo del domingo pasado. En el segundo piso de ese museo hay una exhibición llamada «Asia en marfil» de la cual aquí les dejo algunas imágenes (como siempre, para verlas en mayor tamaño, pueden hacer clic sobre una de ellas):

El punto es que al ingresar en la sala de inmediato comenzamos a sentirnos incómodos. Vimos dos o tres obras y no hizo falta ni una palabra para comprender que una sensación molesta se había hecho presente entre nosotros; algo, sencillamente, no andaba bien. Me acerqué a un ajedrez magnífico, vi una o dos tallas más… uno podía reconocer lo exquisito del trabajo artesanal, podíamos ver la magnificencia de lo que teníamos frente a nosotros, pero de todos modos no queríamos estar allí: éramos, sin poder evitarlo, dos seres del Siglo XXI viendo hacia siglos pasados y nuestra mirada estaba inmersa en nuestro presente. No veíamos obras de arte, veíamos animales muertos, veíamos a cientos de elefantes asesinados (nótese el uso del término asesinados) para satisfacción de un poderoso mandarín o cualquier otro rico aristócrata chino. La idea es la misma de la que habla Borges en ese texto que se refiere exclusivamente a la literatura pero que podemos hacerlo extensivo a nuestro devenir diario: no podemos mirar al pasado con la inocencia de otras épocas. Podemos entender al artesano que trabajó esas piezas y para quien un elefante no era otra cosa que un mero proveedor de marfil; podemos entenderlo, pero no comprenderlo. Somos seres del Siglo XXI, para bien o para mal, y estamos condenados a mirar tanto al pasado como al futuro desde esta perspectiva y de ninguna otra.