La mesa estaba llena de objetos, vasos, libros, papeles, botellas. Corrimos las cosas para comenzar la partida. Neil empezó a repartir las fichas mientras Darío mezclaba el mazo con pericia y, sobre todo, con la intención de que los otros tres viéramos que lo hacía de esa manera. No sólo hay que ser honestos, ya lo sabemos, sino también hay que parecerlo. Federico no hacía nada; sólo se tusaba el espeso bigote y nos miraba de esa forma como sólo él sabe hacerlo; de esa forma que uno no sabe si abrazarlo o tenerle miedo.
Las primeras manos fueron silenciosas, pero poco a poco la conversación fue tomando forma. Federico dijo algo sobre el amor y Darío no lo dejó terminar:
—El amor no existe. Es una construcción que inventamos para paliar el dolor de la soledad. —Luego, como si una cosa fuese consecuencia de la otra, dobló la apuesta.
—Si vamos a hablar de cosas que no existen prefiero algo más tangible. —dijo Neil mientras arrojaba con desgano las fichas correspondientes sobre la mesa—. Por ejemplo, los colores. ¡Los colores no existen! Son sólo representaciones mentales de cierto tipo de ondas electromagnéticas. Ésa es la verdad.
—No hay verdad, sólo interpretaciones. —Dijo Federico antes de empujar todas sus fichas al centro de la mesa y empezar a reír como loco.
—Bueno —dije yo al ver que todos miraban en mi dirección y sin saber si lo hacían porque tenía que decir algo o sólo subir la apuesta—, si bien es cierto que el amor, los colores y la verdad no existen como tales, tenemos que hacer de cuenta de que sí son reales; de otro modo no veo cómo podríamos vivir en este mundo que nos ha tocado en suerte…
Y como vi que el asunto no iba por ahí hice una inútil pausa de dos segundos y arrojando las cartas sobre la mesa dije «Me voy; mejor en esta, paso».
Nota: las citas pertenecen, en orden, a Darío Sztajnszrajber (filósofo argentino), Neil deGrasse Tyson (astrofísico) y Friedrich Nietzsche (habitué de la casa).