La razón en el tobogán.

3021463-slide-s-1-tech-devices-in-paintings“Encontrar momentos para dedicarse al pensamiento contemplativo siempre ha sido un reto, ya que siempre hemos estamos sujetos a la distracción”, afirma Nicholas Carr, autor de The Shallows, de acuerdo a la nota de Teddy Wayne para el New York Times. “Pero ahora que llevamos con nosotros estos dispositivos multimedia todo el día, esas oportunidades se vuelven aún menos frecuentes por la sencilla razón de que tenemos esta capacidad de distraernos constantemente”. La neuroplasticidad (esto es, la capacidad que tiene el cerebro de cambiar y adaptarse a nuevas situaciones constantemente), estimulada por la tecnología, es un arma de doble filo. Escribe Wayne: “en un mundo donde un teléfono o un ordenador casi nunca están fuera de nuestro alcance, ¿estamos eliminando la introspección en momentos que podrían haber estado dedicados a eso? ¿Acaso la profundidad de esa reflexión está en peligro porque nos hemos acostumbrado a buscar la gratificación inmediata de los estímulos externos?”.

El artículo sigue y es más que interesante; pero con esas preguntas ya tenemos más que suficiente como para perder el sueño. En un primer momento uno no puede menos que pensar que esto es lamentablemente así; que se esta perdiendo la capacidad de pensar a velocidades asombrosas (no hay más que ver el nivel de las discusiones en las redes sociales, por ejemplo); pero luego uno también recuerda que la lectura —madre de todo pensamiento— nunca fue una costumbre de la mayoría y que el pensamiento tampoco lo fue. De allí que muchos autores hayan criticado a la democracia como forma de establecer los parámetros culturales y políticos. ¿Entonces el problema es realmente tan grave? Tal vez —y esto lo digo a título personal— el problema en realidad sea otro: que los medios conocidos como redes sociales permitan a cualquiera decir cualquier cosa sin necesidad alguna de justificar esos dichos, igualando así al especialista con el aficionado o directamente con el ignorante bajo la idea moderna del «todo es opinión». Claro está, lo que dicen Carr y Wayne en el artículo no hará más que agravar la situación y eso sí que es por demás preocupante.

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