Eco y Narciso, John William Waterhouse
Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos jugado con el asombro que nos produce oír nuestras propias palabras reflejadas en una superficie lejana. El eco, ese fenómeno que siempre nos resultará curioso más allá de nuestra edad o de nuestra condición, también tiene una historia no menos curiosa e interesante.
En la mitología griega, Eco es una ninfa de la montaña que amaba su propia voz. Fue

Ninfa, Gaston Bussière
criada por ninfas y educada por las Musas. De la bella y joven Eco salían las palabras más bellas jamás nombradas; en cuanto a las palabras ordinarias, se oían de forma más placentera. Esto molestaba a Hera, celosa de que Zeus, su marido, pudiera cortejarla como a otras ninfas (ya sabemos que Zeus era un dios con debilidades más bien humanas). Y así sucedió. Cuando Hera descubrió el engaño, castigó a Eco quitándole la voz y la obligó a repetir la última palabra que decía su interlocutor. Incapaz de tomar la iniciativa en una conversación y limitada sólo a repetir las palabras ajenas, Eco se tuvo que apartar del trato humano.
Retirada en el campo, Eco se enamoró del hermoso pastor Narciso. Eco lo seguía todos los días sin ser vista, pero uno de ellos, debido a una impertinencia al pisar una rama, Narciso la descubrió. Eco buscó ayuda de los animales del bosque como ninfa que era, para que le comunicaran a Narciso el amor que ella sentía, ya que ella no podía contarlo. Una vez que Narciso supo esto, se rió de ella y Eco volvió a su cueva y permaneció allí hasta morir. Otras ninfas pidieron a los dioses un justo castigo por esta cruel actitud de Narciso, y así fue que Némesis (la que arruina a los soberbios), maldijo a Narciso a enamorarse de su propio reflejo.
Se me ocurre, entonces, que al pasear por una montaña o por cualquier otro sitio donde nos sorprenda nuestra propia voz, en realidad estamos en presencia de la ninfa Eco, quien repite nuestras últimas palabras aún bajo la obligada imposición de Hera. Creo que lo mejor que podemos hacer, al menos para paliar en algo el dolor de aquella muchacha tan duramente castigada, es decir algunas palabras bonitas, algunas palabras amables, algunas palabras dignas; así, además de hacerle un favor a ella, también nos lo haremos a nosotros mismos, ya que recibiremos de la voz de ninfa, en retorno, al menos una palabra bonita, amable, digna.
Ninfa Eco, Paul Lemoyne