Chesterton no es de mis pensadores ni escritores favoritos. Me parece demasiado evidente su acendrado catolicismo como para que me resulte atractivo. Y no es que exagere en mis diferencias; el que sea católico no significa nada en particular; pero cuando la ideología se pasa a los escritos, haciendo que todos los culpables de delitos o crímenes sean ateos, librepensadores o cualquiera que haya abandonado la fe católica es como demasiado. Sus ensayos tampoco son mucho más sólidos (recuerdo aquel texto en el que alababa a Akhenatón por haber sido el primer monoteísta; como si eso convirtiese al faraón egipcio en el primer Papa o algo similar).
Pero, más allá de que no me guste su forma de pensar, el siguiente fragmento me resulta por demás lógico (es una pena que no lo haya puesto en práctica él mismo): “La blasfemia depende de la creencia, y se desvanece con ella. Si alguien duda de esto, que se siente en serio y trate de crear pensamientos blasfemos acerca de Thor. Creo que su familia lo encontrará al final del día en un estado de agotamiento”.
Es cierto: la blasfemia depende de la creencia y se desvanece con ella. No hace falta más que ver alrededor o decir algo en el lugar inadecuado; de inmediato se verá cómo los religiosos —independientemente del credo que profesen— elevarán la voz argumentando erróneamente que se sienten ofendidos por tal o cual palabra, como si la ofensa fuese un argumento o una razón. Será inútil intentar explicarles algo; intentar razonar o pedir la misma libertad de pensamiento para uno que la que ellos exigen para sus creencias. La blasfemia —palabra infame si las hay— les permitirá a ellos armarse de prerrogativas que no por reales son menos inmorales. Pero ya se sabe: haz lo que digo, pero no lo que hago.