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En la entrada anterior hablé muy brevemente de los migrantes y del problema del Otro. El tema es demasiado extenso y sólo puede ser tocado en sus aspectos básicos; pero vale, al menos, como inicio de un diálogo o debate con el cual empezar a tocar el tema.
Es muy común, por ejemplo, considerar al migrante como un Otro totalmente ajeno a nosotros: las fronteras, los idiomas, la cultura, la religión, los hábitos, el aspecto, todo ello nos permite diferenciarnos de aquello que no queremos ser (en ese sentido el migrante no es más que un espejo que nos muestra lo que podríamos llegar a ser, llegado el caso) o con lo que no queremos tener nada que ver porque no nos conviene. Es así que solemos decir «que los devuelvan a su país» y ya, nos sentimos tranquilos ante el trabajo hecho (mal hecho, pero hecho al fin. Esa expresión es como el viejo chiste de barrer la basura debajo de la alfombra; nos engañamos a nosotros mismos creyendo que el problema está solucionado, cuando sólo está oculto a nuestra mirada).
Lo absurdo de esta postura es lo que ocurre cuando el desposeído no es un migrante, sino un compatriota. ¿A quién se lo encajamos? El muy desgraciado es «nuestro», en algún aspecto… ¿Qué hacer, entonces? La expresión aquí es alguna variante de la que dije en la entrada anterior: «El que es pobre es porque quiere» y ya, solucionado el problema. Si determinamos que el que es pobre es porque él lo quiere, la responsabilidad recae sólo sobre él y nosotros, nada que ver, así que podemos mirar para otro lado con total tranquilidad de espíritu.
Por lo visto eso es lo que se hace en estos días en las grandes ciudades. La foto con la que abro esta entrada y con las que la cerraré, muestran una de las soluciones que se han encontrado para paliar el problema de los llamados homeless. Una forma vulgar, cruel y patética de barrer la basura debajo de la alfombra: ante la molestia de esta gente que deambula por las grandes ciudades, lo mejor que se nos ocurre es inventar métodos para que ellos no puedan no siquiera acostarse a descansar en un banco o debajo de una autopista; así que nuestra humanidad se reduce a crear muchas púas y molestias varias para que quien no tiene nada, tenga aún menos. ¿No podría ponerse en marcha algo de creatividad y usar ese material para crearles algo que les resultara útil y práctico? No, para qué… con algunos pinchos se dice lo suficiente; se dice: «Si tienes que morirte, muérete, pero lejos de aquí; si es posible, donde no te vea». Y ya, tranquilos y libres de culpa y cargo y también de molestias visuales, podemos sentarnos en un banco de la plaza a beber nuestro latte macchiato y a disfrutar de las simpáticas ardillas que corretean entre los árboles y que descansan sin que nadie las moleste.
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