Pajaritos

 

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Collage: Borgeano (detalle)

 

Hace poco leí un artículo donde se detallaban algunas excentricidades de escritores famosos. Uno de los más deliciosos que encontré fue aquel que señalaba que Virginia Woolf, a lo largo de un verano, creyó que los pájaros piaban en griego. Esta estupenda y particular forma de sinestesia me hizo recordar aquella historia que cuenta Jules Renard en sus Les Histoires Naturelles, 1896:

«Félix no entiende cómo las personas pueden mantener a las aves en jaulas. «Es un crimen» dice, «como recoger flores. Personalmente, preferiría olerlas en sus tallos; y los pájaros deben volar de la misma manera». Sin embargo, Félix compra una jaula y la cuelga en su ventana. Pone dentro un nido de algodón, un platillo de semillas y una taza de agua limpia y renovable. También cuelga un columpio en la jaula y un pequeño espejo. Y cuando lo interrogan, responde con cierta sorpresa: «Me enorgullezco de mi generosidad cada vez que miro esa jaula» dice. «Podría poner un pájaro allí, pero la dejo vacía. Si quisiera, podría encerrar algún zorzal pardo, algún camachuelo gordo o algún otro pájaro de todos los tipos que tenemos por aquí; pero eso sería cautiverio. Pero gracias a mí, al menos uno de ellos sigue siendo libre. Siempre hay eso…».

 

Scan 613

Collage: Borgeano (detalle)

 

Ayer escuchaba (y eso fue el detonante definitivo que me impulsó a reunir todos estos fragmentos dispersos en una sola entrada) El álbum de Ian Anderson The Secret Language Of Birds; es decir: El lenguaje secreto de los pájaros. En la canción que lleva este título, la noche cae y una pareja se encuentra, después de compartir una botella de vino y demás, sin posibilidad de que ella pueda irse a su casa; entonces él simplemente le dice: «Quédate conmigo y aprendamos el lenguaje secreto de los pájaros»; una poética propuesta que podríamos aprender a poner en práctica, llegado el caso.

Por último, y con toda modestia, recuerdo un haiku que escribí para alguien:

Un ave canta
sobre la piel de mi voz
dice tu nombre.

El haiku fue aceptado con contenida alegría o satisfacción (fue suficiente). De todos modos, me quedo con la imagen de Virginia Woolf mirando hacia lo alto de un roble mientras intentaba descifrar alguna palabra griega que tal vez pudiera parecerle conocida y, por sobre todo, me quedo con la poética metáfora de Ian Anderson. Esperaré hasta la próxima noche de lluvia y en el momento adecuado, esperanzado, sólo diré: «Quédate conmigo y aprendamos el lenguaje secreto de los pájaros».

 

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