Mis queridos hermanos, estamos aquí reunidos para dar lugar a la palabra y sólo a la palabra que, en definitiva, es lo único que tenemos. Hoy abrimos nuestros libros y leemos a la hermana Pearl S. Buck, quien nos dice:
«No puedes obligarte a ti mismo a sentir algo que no sientes; pero sí puedes obligarte a hacer el bien, a pesar de lo que sientes».
Los sentimientos no son algo que podamos manejar a nuestro antojo; es cierto. No podemos enamorarnos de manera conscientes del mismo modo en que no podemos odiar eligiendo de antemano al objeto de ese sentimiento. Tenemos una relación sentimental con las cosas o con los seres que es independiente de nosotros; pero sí podemos hacer algo con respecto al modo en que nos conducimos con todos aquellos que nos rodean. Allí la apóstol nos recuerda las palabras de otro de nuestros imprescindibles hermanos: Jean Paul Sarte, cuando éste dice «El hombre está condenado a ser libre», con lo cual nos señala la necesidad de ser conscientes de que las elecciones que tomamos a lo largo de nuestra vida son nuestra responsabilidad y que, por ello mismo, debemos llevarla a cabo con plena conciencia (permítaseme la redundancia) de los alcances de cada uno de nuestros actos.
¿Qué podemos hacer ante los avatares de la historia? ¿Cómo podemos cambiar el rumbo de aquello que sabemos que está mal? ¿Cuándo debemos comenzar a responsabilizarnos de nuestras palabras, de nuestras acciones, de nuestro pensamiento? La hermana Pearl S. Buck ya nos lo dijo:
«No puedes obligarte a ti mismo a sentir algo que no sientes; pero sí puedes obligarte a hacer el bien, a pesar de lo que sientes».
Es decir: Pensar, actuar, ahora.
Id en paz, mis hermanos, y que la paz esté con vosotros.