La intolerancia de los perfectos.

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En estos últimos tiempos me he estado encontrado mucho con la intolerancia de los perfectos. Los perfectos, claro está, son aquellos que nunca se equivocan, que siempre tienen en la punta de su lengua la frase adecuada o el dato preciso. Son inteligentes, lúcidos y espirituales. No hay un solo ámbito de la vida que les sea ajeno; es así que dejan muy poco espacio para que los demás puedan moverse, ya no digamos a su antojo, sino siquiera un poquito para ambos lados. Los perfectos se  encuentran en todo sitio y horario. En una mesa de café, en la red (¡por favor, ni hablemos de la red!), detrás de un mostrador y, claro está, en la familia.

Entonces uno se retrae, se vuelve sobre sí mismo, se aísla. Y he ahí la victoria final del perfecto: tiene al fin el mundo a su disposición. Confunde ese retraimiento que provoca su presencia con una verdadera victoria intelectual y moral; entonces hincha el pecho y sale a la calle más convencido que nunca, bien dispuesto a esparcir sus conocimientos y sus virtudes a los cuatro vientos.

Entonces la rueda gira nuevamente y es uno el que ahora se da cuenta de que si el mundo está lleno de imbéciles que se creen genios es también porque nosotros los dejamos. Nosotros les cedemos el asiento y nos retiramos a la sombra a descansar en lugar de ponerlos en su lugar; y ese error es responsabilidad nuestra y de nadie más. Así que tal vez ya vaya siendo hora de tomar cartas en el asunto…

Un pequeño punto en la nariz

the_dream_of_imperfection_by_thesneakyfox .

Alteración. Producción breve, en el campo amoroso, de una contraimagen del objeto amado. Al capricho de incidentes ínfimos o de rasgos tenues, el sujeto ve alterarse o invertirse repentinamente la buena Imagen.

1. Rusbrock (nota: Rusbrock es un personaje de Dostoievsky) está enterrado desde hace cinco años; lo desentierran; su cuerpo está intacto y puro (¡evidentemente!, si no se acabaría la historia); pero: «había solamente un pequeño punto de la nariz que llevaba una marca ligera, mas una clara marca de corrupción». Sobre la figura perfecta y como embalsamada del otro (tanto me fascina) percibo de repente un punto de corrupción. Ese punto es menudo: un gesto,, una palabra, un objeto, un traje, algo insólito que surge (que despunta) de una región que jamás imaginé, y que vincula bruscamente al objeto amado con un mundo simple. ¿Será vulgar el otro de quien yo alababa su elegancia y originalidad? De pronto hace un gesto por el cual se descubre en él otra raza. Estoy atónito: escucho un contrarritmo: algo como una síncopa en la bella frase del ser amado, el ruido de un desgarrón en la envoltura lisa de la Imagen.
(Como la gallina del jesuita Kircher, a la que se la libera de la hipnosis con una leve palmada, estoy provisionalmente defascinado, no sin dolor).
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Roland Barthes. Fragmentos de un discurso amoroso.
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Se me ocurre que a veces podemos marcar con precisión cuándo fue que notamos ese punto; mientras que en otras oportunidades lo que nos sorprende es el no haberlo notado antes y ser conscientes de que ya el ser que amábamos no está más ahí, a nuestro lado, que ésa persona es un completo extraño. Ahora, lo más importante, lo que nos compete como seres responsables y pensantes: ¿Hacemos nosotros lo necesario para que ese punto no aparezca en nuestra nariz, o nos abandonamos a la rutina de lo logrado y después culpamos al otro o al destino o la mala suerte?