La tradición es el eterno miedo a lo porvenir; es cegar a Jano sólo por el lado que conviene al temeroso y así establecer con pompa y circunstancia sus reglamentos arcaicos. Romper con las reglas no siempre se reduce a un mero acto de rebeldía vacío e improducente; no pocas veces esa rebelión tiene una base que la justifica y la fortalece y así es que hacer estallar a la tradición se convierte en una fuente de vida, en un acto libertario, en una muestra de respeto hacia aquellos que vendrán tras nosotros. La tradición fija conceptos, ideas, historias, lazos, costumbres; la rebelión rompe con todos y cada una de estos tópicos. Donde la tradición fija un concepto, la rebelión abre las puertas a lo novedoso y a los nuevos contactos con los otros; donde la tradición fija una idea, la rebelión se recrea en flamantes conceptos provenientes, tal vez, del otro lado del planeta; donde la tradición fija una historia, la rebelión abre mil nuevas posibilidades y derroteros; donde la tradición fija un lazo, la rebelión lanza infinitas botellas al mar del lenguaje y de la amistad; donde la tradición fija una costumbre, la rebelión nos regala a cada momento un nuevo platillo, una nueva costa, un nuevo abrazo, un nuevo horizonte. José Ingenieros, Hacia una moral sin dogmas, 1917.
Hacer volar todo por el aire, romper con el pasado, crear de manera constante las posibilidades de futuro, eso es lo que me gusta del párrafo anterior. La historia (el pasado) sólo como referencia y enseñanza, nunca como meta; el futuro como opción inevitable y, por lo tanto, creación obligada. En el medio, el cambio constante.