“A todo hombre se le entrega la llave que abre la puerta del paraíso. Pero esa llave también abre la puerta del infierno”. Dice un proverbio budista, el cual nos lleva de la mano hasta Jean Paul Sartre, cuando dice “El hombre está condenado a ser libre”. Nosotros somos los responsables de lo que hacemos y de lo que dejamos de hacer, de lo que creamos y de lo que dejamos abandonado. Nosotros somos los responsables de tomar las riendas de nuestra vida o de dejarla en manos de otros, llámense padres, políticos, sacerdotes o parejas.
También esto me recuerda a aquella idea magnífica de Swedenborg, cuando decía que la diferencia entre el cielo y el infierno no era tanto la de una locación física, sino que formaba parte de la mirada de cada una de las personas. Los pobres de espíritu, en el cielo, no podían disfrutar, ya que no estaban capacitados para ello. Vamos, Swedenborg no decía otra cosa que no podía existir el cielo para los imbéciles simplemente porque éstos no podían verlo aunque estuviesen en él.
No hay día, en suma, que no estemos en el cielo o en el infierno. Solemos culpar de ello al destino, a nuestro pasado, a las circunstancias o a cualquier otra cosa que tengamos a mano; pero olvidamos que, tal como dice el proverbio con el que se abre esta entrada, la llave la tenemos nosotros en nuestra mano.