Si alguno se levanta y grita…

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El otro día, dos amigos de la casa, Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, charlaban sobre sus escritos y sobre las críticas que estos recibían y aprovechaban para burlarse de los infaltables débiles de espíritu o, de manera más directa, de los hipócritas. Bueno, la charla (a través de la red social de la época: la carta) está fechada el 9 de junio de 1508, pero el tema tratado parece sacado de la semana pasada, lo cual demuestra que no hay nada nuevo bajo el sol. La humanidad ha sido siempre la misma y, por lo que podemos deducir de ello, siempre lo será. Tal vez las diferencias sean de grado (que hoy se tenga la sensación de que hay más gente delicada, que no soporta una crítica o un comentario que no les es favorable no significa que esta falta de tolerancia sea mayor en sí, sino que, simplemente, que son más los que acceden a los medios para exponerse). El fragmento que sigue (dirigido de Erasmo a Moro) lo sintetiza bien:

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Tomás Moro – Erasmo de Rotterdam

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«Por lo que se refiere al reproche de causticidad, responderé que el escritor ha sido siempre dueño de satirizar las condiciones de la vida humana, con tal de que su licencia no degenerase en frenesí. Me admira la delicadeza de las orejas de nuestros días; apenas si pueden admitir los títulos aduladores. Se ven personas que entienden tan al revés la religión, que las más horribles blasfemias contra Cristo le chocarían menos que una ligera broma acerca de un papa o de un príncipe, sobre todo si en ello «les va el pan». Pregunto yo: criticar a la especie humana sin atacar a nadie individualmente, ¿es morder? ¿No es más bien instruir y aconsejar? Además, ¿no me critico yo mismo bajo muchos aspectos? Y, sobre todo, cuando el satírico no perdona a ninguna clase social, no puede sostenerse que él quiera vejar a ningún hombre, sino a todos los vicios. Por lo tanto, si alguno se levanta y grita que está herido, él mismo descubrirá su culpabilidad, o por lo menos, su temor».

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El clásico final de los utopistas

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Todos conocen o han oído hablar de Tomas Moro y de su famoso libro Utopía; libro, por otra parte, que casi nadie ha leído, incluido quien esto escribe. Pero espero hacerlo pronto, ya que encontré un artículo sobre el mismo y me dejó con ganas de más.

Algunos datos, los cuales serán pocos y vagos, porque lo que me importa seguirá a continuación de ellos: «El Rey Enrique VIII (ése que pasaba por las armas a sus esposas porque no le daban un hijo varón y que creó su propia iglesia para poder divorciarse de una a la que no podía matar por razones políticas) se enemistó con su canciller Tomás Moro debido a las desavenencias surgidas en torno a la validez de su matrimonio con su esposa Catalina de Aragón a la que Tomás, como Canciller, apoyaba. Enrique VIII, el que, como vimos, no se andaba con chiquitas a la hora de darse los gustos, acabó encarcelando a Moro en la Torre de Londres tras la negativa de éste a pronunciar el juramento que reconocía a Enrique VIII como cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra, tras la ruptura con Roma. Finalmente el Rey ordenó juzgar a Moro, quien fue acusado de alta traición y condenado a muerte. Otros dirigentes europeos como el Papa o el emperador Carlos V, quien veía en Moro al mejor pensador del momento, presionaron para que se le perdonara la vida y se la conmutara por cadena perpetua o destierro, pero de nada sirvieron esas súplicas y Moro fue decapitado el 6 de julio de 1535.

Mantuvo hasta el final su sentido del humor, confiando plenamente en el Dios misericordioso que le recibiría al cruzar el umbral de la muerte. Mientras subía al cadalso se dirigió al verdugo en estos términos: «¿Puede ayudarme a subir? porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo». Finalmente, ya apartando su ironía, se dirigió a los presentes: «Muero siendo el buen siervo del Rey, pero primero de Dios.» (Eso me gusta mucho: coherencia, coherencia, coherencia. Si hay que morir, hay que hacerlo «con las botas puestas», como bien se ha dicho).

Tomás Moro fue beatificado junto a otros 53 mártires por el papa León XIII en 1886 (entre ellos John Fisher, otro obispo pasado por las armas por el gordo tierno e incomprendido de Enrique VIII), y finalmente proclamado santo por la Iglesia Católica el 19 de mayo de 1935 por el Papa Pío XI (junto a John Fisher, ya que estamos). Juan Pablo II, el 31 de octubre del año 2000, lo proclamó patrón de los políticos y los gobernantes. Y aquí viene lo bueno. Entre las ideas que Tomás Moro plasmó en su Utopía (por las cuales me voy a agenciar un ejemplar hoy mismo y por las cuales los políticos y gobernantes se verían en engorrosos problemas si tuviesen que rendirles cuentas a su Santo Patrón), encontramos:

  • Sobre las guerras: los ladrones son a veces galantes soldados, los soldados suelen ser valientes ladrones. Las dos profesiones tienen mucho en común.
  • Sobre el robo: ningún castigo, por severo que sea, impedirá que la gente robe si ése es su único medio de conseguir comida.
  • Sobre la pena de muerte: Me parece muy injusto robar la vida de un hombre porque él ha robado algún dinero. Nada en el mundo tiene tanto valor como la vida humana. La justicia extrema es una extrema injuria. Ustedes fabrican a los ladrones y después los castigan.
  • Sobre el dinero: Tan fácil sería satisfacer las necesidades de la vida de todos si esta sagrada cosa llamada dinero, que se supone inventada para remediarlas, no fuera lo único que lo impide.
  • Sobre la propiedad privada: Hasta que no desaparezca la propiedad, no habrá una justa igualitaria distribución de las cosas. Ni el mundo podrá ser felizmente gobernado.

Estoy feliz: ¡Por fin encontré un santo que me cae simpático!