La historia es así: resulta que el Papa Paulo VI había solicitado un informe sobre el estado de corrupción imperante en la burocracia del Estado Vaticano; el informe fue realizado, pero ante el escandaloso contenido se lo guarda en un arca con dos llaves y se mantiene en una importante oficina. Por la noche alguien ingresa y bueno, supongo que se lo imaginan, el informe desaparece. Al día siguiente, en una conferencia de prensa, el portavoz vaticano Federico Alessandrini desmiente tal robo.
Y copio:
«Los enterados saben que allí, cuando se apresuran a declarar que no saben nada acerca de lo que se dice, significa que hay algo oculto de lo que están al corriente, aunque lo desmientan. Es lo que se llama reserva mental sobre una verdad distinta.. No siendo una mentira, tampoco es un pecadillo.» (El Vaticano contra Dios).
El subrayado es mío y creo que también debería haber subrayado la última frase. ¿No es brillante el modo en que algunas personas se las rebuscan para mentir y caer parados? Ahora, ¿Quién les dijo a los muchachos del Vaticano que ocultar la verdad sobre un asunto no es mentir, así, lisa y llanamente aún cuando lo llamen una verdad distinta? ¿Y qué sentido tiene la expresión –al menos en este ámbito– una verdad distinta? ¿Es que acaso un robo puede ser considerado como un delito y, al mismo tiempo, como un no-delito? (El aburdo de la expresión «no-delito» al que me veo obligado a recurrir pone en evidencia el absurdo de la expresión verdad distinta). A no ser que ésa sea una nueva costumbre cristiana, eso, después de todo explicaría muchas cosas.
Perdón, ¿dije nuevas costumbres?