Detesto esos carteles de «Sr. cliente, por su seguridad lo estamos monitoreando». ¿Por mi seguridad? ¿En serio? ¿No será que simplemente me están vigilando? Y si me están vigilando a mí ¿por qué lo hacen? Porque temen que les robe ¿No? Sólo es eso, claro. ¿Entonces por qué no lo dicen con todas las letras? «Lo estamos vigilando». ¡Bien! Me gustan las cosas claras. ¿De qué suponen que voy a quejarme? Me vigila mi gobierno, mi tarjeta de crédito, mi computadora, mi agencia de seguros y mi jefe. Mi vigila mi esposa para ver si gasto más dinero en mi amante que en ella y me vigila mi amante para ver si la quiero más a ella que a mi esposa, tal como siempre le digo. ¿Creen que voy a molestarme porque a un gerente paranoico se le ha ocurrido la peregrina idea de que puedo robarle qué… un tenedor? Bueno, tal vez sí estén preocupados por mí. Tal vez tengan miedo de que muera envenenado por esto que acaban de traerme y que no se parece en nada a la imagen de la publicidad. Es una posibilidad. En este mundo de hoy cualquier cosa es posible.
Mis queridos amigos, estoy de viaje por unos días, lo que significa que estoy fuera de mi lugar habitual (¿Pero de qué estoy hablando? ¡Si yo no tengo un lugar habitual!). Como sea, ustedes me disculparán si demoro un poco en responder a sus comentarios. También, por motivos de tiempo, he dejado esta entrada programada; entrada que sólo transcribe una de las tantas notas que he tomado en algún sitio. A medida que lo transcribía volvió de manera sutil una imagen de un restaurant; vi el lugar y a las otras tres mesas que estaban ocupadas. Luego vi que eso fue en Guayaquil, Ecuador. Al terminar de escribir no sólo recordé el restaurant, su mobiliario, la comida y el cartel. Pude recordar a la camarera e, incluso, a la nocturna avenida. Tema para otra entrada: el fabuloso poder de un diario o un cuaderno de notas. Mucho más profundo y abarcador que cualquier fotografía.