Ya todos sabemos la historia: cuando los españoles y los franceses llegaron a América masacraron a decenas de millones de personas. Lo que es menos conocido son los argumentos con los cuales se consiguió esto. De esos argumentos se burla Michel de Montaigne:
«No entendíamos en absoluto su lenguaje y […] sus maneras, por otra parte, y su aspecto y sus vestidos, eran muy distintos de los nuestros. ¿Quién no atribuía a estupidez y necedad el verlos mudos e ignorantes de la lengua francesa, ignorantes de nuestros besamanos y de nuestras sinuosas reverencias, de nuestro porte y actitud, sobre los que infaliblemente ha de cortar su patrón la naturaleza humana?».
Hoy suenan ridículos tales argumentos; todos somos muy modernos y reconocemos de inmediato las falacias que estas ideas contienen; pero no hace mucho, apenas unos ochenta años atrás, Adolf Hitler dijo (y fueron muchos los que lo siguieron):
«Así creo ahora actuar conforme a la voluntad del supremo creador: al defenderme del judío lucho por la obra del señor».
Igual de ridículo, pero mucho más moderno. Casi actual. La psicología nos permite entender el modus operandi: si queremos matar a alguien sin sufrir graves consecuencias psicológicas, lo que debemos hacer es despersonalizar al otro. En la medida en que podemos hacer esto no estamos matando a un ser humano, sino a otra cosa: a un animal, por ejemplo.
Hoy el mundo más que un caos es una suma de caos de diferentes ámbitos y tamaños: salud, política, religión, relaciones internacionales, economía, ciencia y, sobre todo, sociedad. Todo está en cambio o ruptura y, si bien muchas de estas rupturas son comprensibles, otras lo son mucho menos: países como EE.UU, Francia o Israel que impiden el embarque de material sanitario a otros países que, incluso, ya habían pagado por ello (y que en muchos casos son socios comerciales, estados amigos); ataques a personal de la sanidad como médicos o enfermeros (en España escribieron en el costado del auto de una doctora: «Rata Contagiosa»; en México les echan cloro, café hirviendo o no les permiten ascender al trasporte público; en Argentina alguien puso en los pasillos de un edificio un cartel que decía «Vete de aquí, vas a contagiarnos a todos»; en EE.UU. insultaron a una enfermera que iba a hacer unas sencillas compras para comer); En España recibieron a pedradas a unos ancianos que fueron trasladados a otro sitio; en Guatemala un grupo de personas quiso prender fuego a otro grupo que había llegado en autobús desde la frontera; en Ecuador la gente deja abandonados los cuerpos en la calle o incluso los creman en una esquina cualquiera; En EE.UU. un grupo de fanáticos pretendió encerrar a la Gobernadora de Michigan porque rechazan la cuarentena; en México amenazan con incendiar un hospital si atienden a personas infectadas con el covid-19…
En suma; aquí no se trata sólo del clásico salvaje tercer mundo. Aquí ya no hay «civilizados» contra «bárbaros». Esto es peor. Todo es un caos donde todo puede pasar y la globalización, que nos ha igualado en muchos aspectos, también ha hecho tabula rasa con nuestra conciencia. Aquí ya no se sabe quién es quién y lo atroz puede nacer del que menos pensamos: de un compatriota, de una familiar o, porqué no, de uno mismo.
Lo único que nos resta saber es: cuando vayamos a escribir nuestra versión de la historia ¿cuál será nuestra excusa?