El mapa original de Robert Louis Stevenson de La isla del tesoro se perdió durante el proceso de publicación. El escritor lo envió a su redactor y el trabajo nunca llegó a destino. Stevenson estaba “horrorizado». «Había escrito todo basándome en el mapa», escribió. La mayor parte de la trama de la novela se había inspirado en el pintoresco mapa que había imaginado al principio. Ahora tenía que redibujarlo trabajando hacia atrás, deduciendo el diseño de la isla de las descripciones en el texto.
Una cosa es dibujar un mapa al azar, establecer una escala en una esquina y escribir una historia a partir de allí; otra muy distinta tener que examinar todo un libro, hacer un inventario de todas las alusiones que contiene y, con un par de brújulas, diseñar un mapa para adaptarlo a los datos escritos. Stevenson trabajó en ello y dibujó un nuevo mapa en la oficina de su padre, con las líneas de la rosa de los vientos y detalles de navíos antiguos. Su propio padre ayudó con el trabajo y estampó la firma del capitán Flint y las direcciones de navegación de Billy Bones.
Pero, de alguna manera, ése nunca sería un trabajo satisfactorio. «Tal vez no sea algo habitual que un mapa figure tan ampliamente en un cuento y tal vez no sea demasiado importante», escribió Stevenson. «Incluso con lugares imaginarios, el autor hará bien al principio en trabajar con un mapa; mientras lo estudia, aparecerán relaciones que él no había pensado; descubrirá resquicios evidentes, aunque insospechados, y huellas para sus mensajeros; incluso cuando un mapa no contenga toda la trama, como sucedía en la isla del tesoro, será muy útil como un marco de referencias».
(De Stevenson «My First Book: ‘Treasure Island», publicado por primera vez en Idler, agosto de 1894)
Es interesante la idea de Stevenson de que el autor trabaje con un mapa. Esa es una costumbre que tomé luego de leer los trabajos de Navokov sobre literatura rusa y europea (dos libros que deberían ser leídos por todo aquel que pretenda escribir un par de páginas con alguna lógica o con pretensiones artísticas) y es sumamente útil el hacerlo siendo un mero lector; con más razón aún debería hacerlo un autor, quien en lugar de horas pasa meses o años con el texto, es decir, con la posibilidad de olvidar algo o de cometer algún error lógico, además de las razones que nos brinda el propio Stevenson.