Ni blanco ni negro, no sirve

 

01 indiferecnia

 

Hace unos días tuve una discusión con una persona que, luego de exponer sus puntos de vista políticos, se escudó tras una supuesta «neutralidad» que, por supuesto, no puede existir (al menos en esas circunstancias). Seré breve en la anécdota: Esta persona de la que hablo mostró un fragmento de una película en donde un personaje le pega un tiro a quemarropa a otro luego de un discurso político (el cual no correspondía a la película, sino que había sido grabado y añadido). Esta persona, también dijo que le gustaría que alguien hiciera un video así, pero con López Obrador.

Yo señalé que la idea contenía todos los tópicos de la derecha más radical: discursos basados en falacias, supuesta solución que implica la violencia y supuesta neutralidad; a lo que me fue preguntado: «¿Acaso no sabes que existe el apartidismo?». Bien; no seguiré con este diálogo, sino que sintetizaré lo que dije (y lo que mantengo) de un modo más directo, para no entorpecer la lectura.

Para empezar: No se puede ser neutral desde el momento en que se expresa una opinión. Esa falsa postura de neutralidad es usada para poder decir cualquier barbaridad sin tener que verse expuesto a las críticas y, sobre todo, a la exposición de las contradicciones de su discurso. No existe tal cosa como «apartidismo» (horribe neologismo, por cierto) cuando se está pidiendo que se le pegue un tiro al presidente (sea cual fuere, lo mismo da); esa expresión se hace siempre desde una postura política determinada y quien la pronuncia debe hacerse responsable de ella. Claro; es mucho más sencillo decir «todos los políticos son iguales; todos son corruptos y yo no estoy a favor de nadie» poniéndose a sí mismos en una postura impoluta desde donde se puede criticar sin ser criticado, que tener la honestidad de decir «Esta es mi postura y estas son mis ideas» y debatir desde allí.

En mi caso particular me gustan más estas personas, aunque se encuentren en las antípodas de mi pensamiento. Al menos sé que con ellas podré debatir con honestidad; pero esta nueva moda de sentirse por encima de toda ideología o de toda postura no sólo es errónea intelectualmente, sino que también lo es en su forma ética. La «neutralidad», en este caso, no es más que cobardía disfrazada de postura intelectual. Es por eso que quisiera terminar con unas palabras (más que conocidas, por cierto), de Antonio Gramsci, palabras que a los hombres (hombrecitos, más bien) de hoy deberían sonarles como una exposición vergonzosa de lo que son:

 

01 Antonio Gramsci

«Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes».

 

01 dante

Por último, en la Divina comedia, Dante coloca a los indiferentes en la antesala del infierno, ya que ni siquiera son dignos de él, como tampoco —mucho menos, por supuesto— del cielo. Veamos esta interpretación de la profesora Paola De Nigris:

«Además del silencio, esas almas están condenadas a ser odiosas tanto para el cielo como el infierno, por eso se quedan en el vestíbulo. No merecen mezclarse con las almas buenas: «El cielo los lanzó de su seno para no ser menos hermoso pero el profundo infierno no quiere recibirlos por la gloria que podrían sentir los demás culpables». Pareciera que el infierno no los quiere para no darle gloria a las otras almas, pero en realidad es un nuevo desprecio, otra parte del castigo. ¿Por qué tanto? ¿qué significa ser indiferente? En italiano, la palabra que se usa es cobarde. Son almas insignificantes moralmente porque «vivieron sin infamia y sin gloria», No fueron «ni rebeldes ni fieles a Dios», «Expúlsalos el cielo y tampoco lo profundo del infierno los recibe», «Misericordia y justicia los desdeña», «Desagradables a Dios y a sus enemigos».

Dante los castiga duramente ubicándolos en el vestíbulo del Infierno. Están allí porque no se comprometieron, porque no tomaron partido, porque vivieron para sí mismos y para su propia comodidad. No tuvieron la valentía de hacer el mal ni tampoco el bien, por eso no existen ni para Dios, ni para el Diablo, ni tampoco para el mundo. Son almas que no supieron jugarse por nada más que por ellos mismos y, aunque prefieren el Infierno en vez del anonimato, el olvido será su castigo».