El Chansonnier cordiforme de Jean de Montchenu

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Revolviendo libros viejos (en la red, por supuesto) encontré esta pequeña maravilla que hoy comparto con ustedes. Se trata de un manuscrito cordiforme (en forma de corazón) que hoy se encuentra en la Bibliothèque Nationale, en París, Francia. Luego, buscando más información, encontré lo siguiente. Empecemos por la descripción técnica:

Los autores fueron Guillaume Dufay y OCKEGHEM, Johannes Ockeghem. El libro está datado en Francia, en pleno siglo XV (entre 1460 y 1477). Se trata de un manuscrito en pergamino con 72 folios, 144 páginas de 22 x 16 cm. y está encuadernado en terciopelo rojo sobre tabla en forma de corazón.

Ahora, su breve historia (breve, al menos, la que yo conseguí) es la siguiente:

Jean de Montchenu, noble, protonotario apostólico y después Obispo de Agen (1477) y más tarde de Viviers (1478-1497), encargó este códice de canciones medievales amorosas italianas y francesas, haciendo honor así a su notoria fama de galán. El libro cerrado tiene forma de corazón, y al abrirlo se convierte en una mariposa formada por los dos corazones de los amantes que se envían mensajes de amor en cada una de las canciones. Como es lógico, es extremadamente raro un manuscrito con forma de corazón, pero este lo es aún más, ya que se han visto representados en retratos libros que al abrirse forman un corazón, pero no dos, como el que nos ocupa, y tan bellamente decorado.

Las canciones, en francés e italiano, escritas para distintas voces, se atribuyen a los mejores compositores medievales. Cuando la palabra «corazón» aparece en los textos, se representa con un delicado pictograma. Dos representaciones a toda página aparecen en el códice. En la primera, Cupido lanza flechas sobre una joven, y a su lado la Fortuna hace girar su rueda. En la otra, dos amantes se acercan amorosamente. Además, a lo largo de todo el manuscrito, rodeando los pentagramas, la música y las poesías de amor, se pintaron orlas, animales, pájaros, perros, gatos y todo tipo de flores y plantas realzadas por unos abundantes y delicados oros. Remata el equilibrado y elegante conjunto artístico la encuadernación en terciopelo color sangre, como no podía ser de otra manera, para vestir este «Libro del Corazón».

Junto a toda la colección que recibió de su padre, James de Rothschild, y que él mismo aumentó, Henri de Rothschild domó este libro a la Biblioteca nacional de Francia, en un acto que tuvo lugar el 22 de marzo de 1933

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Una pequeña galería con imágenes del Chansonnier cordiforme. Para ver las imágenes en mayor tamaño, hacer clic sobre una de ellas.

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De regreso a la Edad Media (por el camino más corto)

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El triunfo de la muerte – Pieter Brueghel

Seguimos con la historiadora Fallena Montaño, ya que había más material, con más errores que los que señalé en la entrada anterior. Veamos este párrafo: «El miedo es parte de la humanidad, por eso resulta una falta de tino calificar de ignorantes las expresiones religiosas exacerbadas, que son una respuesta natural ante el temor que ocasionan, por ejemplo, las pandemias». Para empezar, cualquier cosa exacerbada me parece peligrosa, pero en particular las expresiones religiosas me parecen peligrosas si no se les pone coto. La misma historiadora, al final del artículo, dice algo que debería haber hecho que reflexionara sobre sus primeras palabras; pero parece que no tuvo tiempo. Antes de llegar allí, pasemos por esto:

«Cuando hay algo que no puedes comprender y que está más allá de tus posibilidades resolver, le rezas a quien sea y haces lo que sea para tratar de sobrevivir. Es así como surgieron santos es especializados en curar pandemias, por ejemplo, San Sebastián, cuyo culto fue incluso traído a la Nueva España. En el oriente de Europa fue San Demetrio el protector de Grecia y el imperio Bizantino. Alrededor del año 418, las reliquias de San Demetrio fueron depositadas en la iglesia de Tesalónica; desde entonces, esa ciudad griega se convirtió en el gran centro de su culto. Los creyentes acudían en grandes multitudes al santuario

En el siglo VI, durante una epidemia, supuestamente de malaria, se hallaron unos restos en la ciudad italiana de Pavía que se atribuyeron al santo; los trasladaron a un templo y se dice que la enfermedad cesó milagrosamente en ese lugar en ese mismo instante. Desde entonces, San Sebastián gozó de gran popularidad en Italia y, por extensión, en toda Europa, pues se le invocaba para terminar con las diversas plagas que siguieron ocurriendo.

Durante muchos siglos fue común que las reliquias de muchos otros santos, tanto huesos como telas de sus vestimentas o sandalias que se decía habían portado, se usaran para hacer tés curativos. Pulverizaban los huesos o cortaban pedacitos de otras piezas de las reliquias y se los tomaban, sobre todo los emperadores y los reyes; esas eran sus nanopartículas milagrosas».

San Sebastián intercediendo por la peste

Bueno, pues si eso no requiere un trato preferencial, no sé qué otra cosa lo merece. Está bien, saquemos la burla del campo de juego, ya sabemos que vivimos tiempos de hipersensibilidad y que burlarse de cualquier cosa hoy está mal visto (dos cosas: lo de la burla lo dijo la historiadora, no yo; segundo ¿alguien más tiene la sensación de que por todos lados está tratándose de terminar con el humor? Ahora no se puede hacer un chiste de nada y eso es preocupante; a lo largo de la historia los fascistas han sido aquellos con menor sentido del humor). Sigamos. Vamos a la frase final que señalé antes. Dice Fallena Montaño:

«En el mundo musulmán hubo interés por traducir los tratados de medicina en griego de Aristóteles y de Dioscórides, precisamente, para buscar sanar a las personas. Pero también hubo grupos muy religiosos que no querían contradecir los designios divinos, pensaban que las pestes eran castigos de Dios, entonces se oponían a las curas y aceptaban que la pandemia tenía el propósito de limpiar al mundo.

Por eso hubo grupos cristianos que atentaron contra los judíos, exterminaron barrios completos en las ciudades al hacerlos responsables de las epidemias, no sólo a ellos sino a todos los grupos que fueran en contra de los dogmas cristianos.

La xenofobia brota en las crisis sanitarias, porque transferimos el miedo que tenemos a la enfermedad, al otro que no conocemos, y que creemos culpable de las tragedias. Nos volvemos violentos porque tenemos miedo».

Un grupo de enfermeros -de los que cualquier sociedad sana debería sentirse orgullosos- pidiendo no ser víctimas de ataques.

Bueno, si este tipo de ideas no merecen las burlas, tal como la historiadora dice al inicio del artículo, por lo menos merecen el mayor de los desprecios, digo yo ahora que estoy terminando. Y es que este es otro ejemplo de lo que yo llamo el «justificar lo injustificable»; lo cual no es más que una nueva costumbre nacida del seno del más acérrimo posmodernismo. Ahora cualquiera se arroga el derecho a que su estupidez sea considerada en igualdad de condiciones con la palabra del sabio sólo porque ambos son personas. Y no; no es por ese camino que se avanza sino que, por el contrario, podemos asegurar que es el camino perfecto para el retroceso. No me importa la libertad religiosa de cada uno del mismo modo que no me importa absolutamente nada de las particularidades de las personas; pero si alguien quiere escudarse en el miedo (miedo hijo de la ignorancia, como bien señaló Fallena Montaño) para sacar a relucir su brutalidad, su racismo, su intolerancia, es decir, y permítanme la redundancia, su más profunda ignorancia; no sólo se hace merecedor de cualquier burla que ande dando vueltas por allí, sino también del desprecio general y, llegado el caso, hasta de la cárcel.

Justificar al ignorante sólo porque tiene derecho a ser ignorante es reabrir el camino hacia una nueva Edad Media, camino que habíamos cerrado como humanidad, no hace demasiado tiempo. Es una pena que les haya tomado mucho menos para desandar el camino.

De demonios, pasteles y piñatas

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Leo un artículo del suplemento cultural del diario La Jornada. En él la historiadora Fallena Montaño explica que una manera de controlar el miedo es sublimarlo (sublimar: «Alabar o ensalzar a una persona o una cosa exagerando mucho sus cualidades o méritos». Pero en psicoanálisis, significa «Transformar los impulsos instintivos en actos más aceptados desde el punto de vista moral o social»). ya muchos saben que considero al psicoanálisis como una forma moderna de superstición; una mera superchería; pero vamos adelante aceptando, por el momento, esa definición.

Sigue la historiadora: «En el período gótico aparecieron imágenes de un demonio carnavalesco. Es cuando surgen los carnavales y las danzas en las que las personas se disfrazaban de un diablo tonto, que se equivoca, se tropieza; esa es una manera de controlar el miedo. Es lo mismo que se hace hoy en día con las piñatas con forma de coronavirus o se reproducen memes donde el coronavirus tiene una carita y está bailando «para enfrentar el temor natural que le tenemos», pues es la actual representación del mal».

Piñatas con forma de coronavirus. ¿La del medio la habrá diseñado Trump? Aquí el mal no sólo es el virus, también son los chinos…

Aquí ya empiezo a hacerme algunas preguntas: ¿Es realmente lo mismo ridiculizar a la figura del diablo en la Edad Media que representar a un virus en la actualidad? Es decir ¿realmente subyace el mismo temor y la misma necesidad detrás de ambas representaciones? Quisiera creer que el temor que se le tenía al diablo en la Edad Media tenía unas características más pronunciadas que las que podemos tener hoy con respecto a un virus; aunque tampoco podemos decir demasiado al respecto; desde el momento en que recuerdo que hay gente que todavía cree que la Tierra es plana o cree en la astrología o en el diablo mismo, no me dejan mucho margen para el optimismo.

Pasteles decorados como Coronavirus. ¿Otra forma de sublimación?

Sigamos con Fallena Montaño quien, al menos en los aspectos históricos, dice un par de cosas interesantes más: «La figura de Satanás, visualmente, tuvo características encontradas en la Edad Media, «por un lado era atemorizante, zoomorfo, con rabo, pezuñas de macho cabrío, cuernos o garras de ave de rapiña pero, además de las anteriores, aparecieron imágenes de un diablo ridículo. Al igual que el demonio, durante el período de la pandemia medieval, «la muerte tuvo un lugar protagónico en el arte, algo que no encontramos en el período románico. La muerte se convirtió a partir del siglo XIV en el personaje que conocemos hasta nuestros días, un esqueleto con su guadaña, o un cuerpo putrefacto, agusanado, con llagas, pus o con los bubones de la enfermedad».

«De ahí surge en la pintura el género Vanitas, que se refiere a que todo en esta vida es vanidad y que no importa si alguien es rey, el papa, una persona poderosa, alguien muy culto o rico, de todas maneras la muerte es común para todos y el cuerpo va a decaer».

Me pareció interesante el dato de que la imagen de la muerte, tal como la consideramos hoy, aparece alrededor del 1300 y que ha perdurado hasta la actualidad. También que por aquellos tiempos aparece el género Vanitas (del cual traeré un par de ejemplos pronto); pero aquí también hago una distinción entre aquellos tiempos y estos. Si bien el género Vanitas señalaba la igualdad de todos los hombres ante la muerte, independientemente de su rango o posición; en la actualidad el asunto sigue siendo verdad, pero no de una manera tan tajante. En la Edad Media si te agarraba la peste, un virus o la gripe, no importaba absolutamente nada. La palmaba igual el rey que el campesino; pero todos sabemos que hoy no es tan así. No es lo mismo contagiarse de coronavirus siendo un acaudalado millonario que siendo un desocupado sin seguro social.

Y es por eso, también, que dudo al intentar responder a esas preguntas que hice antes: ¿Es realmente lo mismo ridiculizar a la figura del diablo en la Edad Media que representar a un virus en la actualidad? ¿Realmente subyace el mismo temor y la misma necesidad detrás de ambas representaciones? Las respuestas que tengo son parciales y debo pensarlas más; no me convencen del todo o sé que hay cosas que he dejado sin considerar. ¿Alguno tiene alguna respuesta, aunque sea parcial? Les convido un trozo de pastel de coronavirus y un café; así mientras pensamos al menos vamos sublimando…

Tres pequeñas curiosidades

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Como muchos ya saben, uno de mis pequeños placeres es el de revisar libros antiguos (debería decir revisar libros antiguos, así, en cursiva; porque no es que uno pueda acercarse mucho a ellos o que se los encuentre a la vuelta de la esquina); pero por suerte la red nos brinda la oportunidad de poder tener algún contacto con ellos; a veces de manera fragmentaria, a veces en forma completa. Hoy les dejaré tres pequeñas curiosidades de las últimas que he encontrado.

La primera es esta doble página donde el copista se dio cuenta, algo tarde, de que había copiado mal dos columnas completas. Como todos sabemos, eso que puede ser un error trivial hoy en día, no lo era en aquellos tiempos donde un pergamino era extremadamente caro. Es así que el copista tuvo que tachar lo que había copiado mal y dejó dos señales, indicando dónde se debía detener la lectura (dimitte «deja» (de leer)) y a la izquierda y dónde retomarla (legge «lee») a la derecha. Podría haber sido peor.

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Este segundo caso es, al menos para el lector, un poco más molesto. Era algo común en aquellos tiempos el cortar algunas páginas de los libros. Las razones generalmente eran estéticas; en general se trataba de alguna bella ilustración que alguien quería tener en una pared o que quería regalar para quedar bien con la dama enamorada o el superior intransigente. Haya sido como haya sido en este caso, un lector con espíritu bien dispuesto dejó, en el margen del pedacito de hoja que fue cortada, un Patientia más que adecuado. No quedaba otra opción, por cierto.

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Este último es apenas una gracia, pero no deja de ser encantadora. Caminando sobre la inicial iluminada podemos ver a un peuqeño y travieso personaje que huye, con un hacha en su mano izquierda, luego de haber roto la preciosa hoja manuscrita. El hueco, claro está, es el que podemos ver en el ángulo inferior derecho.

Los manuscritos antiguos, como ya algunas veces he compartido aquí, están llenos de estas pequeñas curiosidades; las que nos dicen mucho sobre las personas de aquellas épocas, las cuales solemos imaginar siempre serias y en exceso formales. Estos tres pequeños ejemplos nos muestran que, por suerte, siempre hubo gente paciente, amable y, sobre todo, con sentido del humor.

Manuscritos medievales bordados

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Libros cosidos (2)

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Encontré estas deliciosas fotos pero, lamentablemente, no encontré demasiada información al respecto. Seguramente no sea algo demasiado común, de allí que, entonces, lo que pueda encontrarse sea en exceso limitado.

Como bien se sabe, los manuscritos en la edad media estaban hechos con pergaminos, los cuales se confeccionaban con pieles de animales, especialmente cordero, aunque no exclusivamente. Es posible que el cuchillo del artesano que preparaba este material, al querer raspar alguna imperfección, haya deshecho la delicada pieza o haya producido algún corte el que, con el paso del tiempo, se haya agrandado aún más. Sea como haya sido, podríamos decir que estos agujeros en estos manuscritos de la Edad Media no son , exactamente, una carencia. Podríamos decir que, de algún modo, sirven a la obra.

 

Libros cosidos (3)

 

De todos modos, las reparaciones no son tan comunes como los agujeros, y este parece ser un caso bastante excepcional. En este manuscrito conservado en Uppsala, Suecia (posiblemente pertenezca al siglo XIII o XIV), los defectos están arreglados o, al menos, enmascarados por bordados. Esto fue realizado por las monjas que hicieron la adquisición de la obra en 1417 (las imagino inclinadas sobre el libro, trabajando con infinita paciencia mientras charlaban de vaya uno a saber qué. ¿Amarían tanto a los libros o tendrían demasiado tiempo libre? Tal vez las dos cosas…). Se trata de un bordado en seda, cuyos colores, como se nota, han sabido pasar los siglos.

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Libros cosidos (1)

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Manuscrito medieval cosido 103

En la mesa no se canta (ahora, antes sí)

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Pregunta retórica: ¿Para qué sirve un cuchillo? Pues no para eso en lo que acaban de pensar. Al menos no siempre, claro. Me he topado con estos maravillosos ejemplares de cuchillos medievales que llevan inscritas algunas partituras musicales. Estos cuchillos parecen ser de los siglos XV o XVI y, por supuesto, estaban destinados a la mesa, pero como dije, no para su función primaria de objeto cortante. Bueno, en realidad nadie sabe muy bien qué función cumplían. Por una parte hay quien dice que sí servían para cortar y trinchar: su filo y el ancho de la hoja los hacen aptos para la carne, lo mismo que la punta aguzada; pero hay quien dice que un noble de aquella época jamás cortaría su propia comida y que tampoco cantaría con un cuchillo ensangrentado proveniente de la mano de un criado.

Cuchillos y música

Es decir: los cuchillos ahí están, pero todavía no se entiende muy bien la forma de su uso. Maya Corry, del Museo Fitzwilliam en Cambridge, una institución con su propia colección impresionante de armas y armaduras, donde se encuentran estos cuchillos en exhibición, comenta: «son un tipo inusual de cuchillo del siglo XVI destinado a la mesa, no al campo de batalla, y ofrecen una notable comprensión de ese aspecto armonioso y audible de las devociones familiares»; es decir: oración y canción.

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La curadora de Victoria and Albert Museum, Kirstin Kennedy, admite que «no estamos del todo seguros» para qué se utilizaban esos espléndidos cuchillos; pero sí sabemos que cada cuchillo tenía una pieza musical diferente en cada lado, y que un conjunto de ellos contenía diferentes partes de armonía para convertir una sala llena de comensales en un coro. Un juego de cuchillas tenía la Gracia de un lado, con la inscripción «La bendición de la mesa»; el otro lado contiene la Bendición, que se canta después de la cena.

 

El lenguaje es el común para cualquier hogar en la Europa del Renacimiento, pero cuando se canta, al menos por el coro del Royal College of Music, que recreó la música e hizo las grabaciones que dejaré aquí, las oraciones son magníficamente elegantes. En los primeros audios se escuchan, respectivamente, una versión de la Gracia y de la Bendición de los cuchillos del Museo Victoria y Albert; abajo pueden escuchar una segunda versión, esta vez de un conjunto de oraciones corales de los cuchillos del Museo Fitzwilliam, grabadas para la exhibición Madonnas y Milagros.

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Nota: me disculpo por el torpe formato de la entrada; hubiese querido que los audios hubiesen aparecido en un formato más pequeño e, incluso, elegante; pero como no sé hacerlo (y la verdad es que no quiero pasar dos horas aprendiendo a hacer cosas que no sé si funcionarán y que luego nunca utilizaré) decidí dejarlo como está. Lo importante, para mí, es compartir estas curiosidades con ustedes. El resto lo aprenderé poco a poco y en su momento. Gracias a todos por comprender.

El error nuestro de cada día

Los manuscritos medievales a menudo contienen huellas dejadas involuntariamente por el escriba. Hijos de la producción en masa, los errores en los libros, como los errores tipográficos, generalmente se detectan antes de llegar a los estantes; pero ello no siempre sucedía en tiempos antiguos.

Uno que escapó a la vista de la impresora: una página de la llamada 'Biblia malvada', impresa en 1631, con un giro interesante en los Diez Mandamientos

En el primer caso, el escriba medieval no fue necesariamente tan afortunado, el error pasó sin ser notado y, como una ironía perfecta del destino, el error no era menor. Se trata, nada menos, que de uno de los diez mandamientos, más precisamente del séptimo: «No cometerás adulterio», donde el escriba omitió el «no», quedando el mandamiento en un interesante «Cometerás adulterio» (En la fotografía, en el punto 14 se lee «Thou thalt commit adultery», cuando debería decir «Thou thalt NOT commit adultery».

Copiar a mano era un proceso arduo y los errores podrían cometerse con demasiada facilidad. Hoy me gustaría explorar dos versiones del error accidental más común cometido por los escribas medievales, que es el eyeskip, el cual ocurre cuando el ojo del escriba literalmente salta de una palabra a la siguiente mientras copia, de lo que resulta en la omisión o repetición de palabras o frases.

Leiden UB, VLF 30, Lucretius 'De Rerum Natura, f.  21v
Leiden UB, VLF 30, Lucretius ‘ De Rerum Natura , f. 22r

1] ossa uidelicet e pauxillis atque minutis
2] ossibus hic et de pauxillis atque minutis
3] uiceribus uiscus gigni sanguenque creari
4] sanguinis inter se multis coeuentibus guttis
[Lucretius, De rerum natura I, líneas 835-8]

En este caso tenemos un libro del siglo IX, producido en la escuela del palacio del famoso emperador Carlomagno. Es uno de los tesoros de la colección de Leiden: una copia del poeta romano Lucrecio De rerum natura (VLF 30). No sólo es una de las primeras copias medievales del texto, sino que ha sido corregida por un escriba cuya identidad conocemos: el monje irlandés Dungal. El trabajo de Dungal puede verse en esta página (f. 22r). El cambio en la mano es claramente visible y, además, la corrección tiene una especie de aspecto aplastado. Esto se debe a que Dungal ha reemplazado una línea de poesía por dos, agregando algo que el escriba original había pasado por alto. Si miramos el texto de las cuatro líneas resaltadas arriba, podemos ver que las líneas 1 y 2 son bastante similares, ambas terminan en pauxillis atque minutis. El error reside en que el escriba omitiera la línea 2, pasando directamente a la línea 3. El nombre técnico para la omisión del texto debido a que el escriba omite una frase para pasar directamente a la siguiente es el de haplografía. Como podemos ver, Dungal rectificó el error raspando la línea fuera de lugar y luego reemplazándola con las dos líneas necesarias de texto correcto.

Leiden UB, VLQ 130, el Scholiasta Gronovianus, f.  21v
Leiden UB, VLQ 130, el Scholiasta Gronovianus, f. 21v. Foto: Irene O’Daly

El eyeskip podría resultar en omisión, como señalamos en el primer caso, o también podría resultar en la repetición de parte del texto. Este manuscrito, el Scholiasta Gronovianus (VLQ 130), una copia del siglo X de una colección de comentarios sobre los discursos de Cicerón, contiene un ejemplo de este tipo, un error denominado dittografía. Como podemos ver, fue notado por un lector posterior, que subrayó la línea duplicada a la mitad de la página. Aquí el problema parece haber sido provocado por la recurrencia de la palabra quomodo (como se indica). En lugar de pasar a quomodo dixit, el ojo del escriba volvió a la oración anterior y repitió la línea que comienza quomodo facit. Es interesante notar que la separación de palabras no está estandarizada en este manuscrito; es probable que el ejemplar del que estaba copiando el escriba tampoco estuviera estandarizado, lo que puede haber hecho que los errores de este tipo sean aún más fáciles de hacer.

Los errores resultantes del eyeskip nos dicen algo sobre el proceso y las dificultades de copiar a mano, y el papel del corrector / lector posterior. En algunos casos, incluso podemos encontrar un grupo de manuscritos donde se copia el mismo error accidental de uno a otro, lo que nos permite establecer relaciones textuales entre manuscritos, útiles para comprender la historia de la transmisión de un texto. ¡Entonces los errores medievales, incluso cuando se corrigen, brindan una oportunidad genuina de aprender de los errores!

Manuscritos medievales gigantes (y otras curiosidades por el estilo)

Si bien la mayoría de los manuscritos medievales son de un tamaño que podría ser fácilmente recogido y transportado, hay algunos libros que son tan grandes y pesados ​​que se necesitarían dos o más personas para levantarlos y trasladarlos. Entre estos se encuentran los volúmenes conocidos como «Biblias gigantes» (es por todos sabido que la Biblia fue el libro más copiado en la edad media) . Estos libros contienen una colección completa del Antiguo y Nuevo Testamento y presentan enormes dimensiones. Una Biblia de gran formato particularmente famosa es un pandect (término inglés utilizado para señalar a un tratado que cubre todos los aspectos de una materia en particular) de principios del siglo XIII conocido como Codex Gigas, que mide 890 x 490 mm y pesa más de 75 kilogramos (alguna vez escribí una entrada sobre este libro; si alguien quiere acercarse a ella puede ir aquí). Además del Antiguo y el Nuevo Testamento, el Codex Gigas también contiene dos textos de Flavio Josefo, Etymologiae de Isidoro de Sevilla, y una colección de tratados médicos.

 

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El manuscrito también se conoce comúnmente como la «Biblia del Diablo» debido a una gran miniatura a toda página del Diablo en fol. 290r, así como un mito que rodea la creación del libro. Se dice que un monje llamado «Herman el Recluso», rompió sus votos y fue sentenciado a ser enterrado vivo en las paredes del monasterio. Sin embargo, su sentencia sería conmutada si pudiera copiar un libro que contuviese todo el conocimiento humano y divino en una sola noche. A pesar de los mejores esfuerzos de Herman, alrededor de la medianoche se dio cuenta de que no podía completar la tarea, y se vio obligado a pedir un favor del Diablo, quien terminó el manuscrito a cambio del alma del monje. La miniatura fue pintada en homenaje al diablo.

 

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Sin embargo, no fueron solo las Biblias cristianas las que se hicieron en gran formato en la Edad Media. También hay algunas copias medievales tardías del Corán que presentan dimensiones igualmente impresionantes, como este manuscrito de 500 años de antigüedad, actualmente en la Biblioteca John Rylands de la Universidad de Manchester:

 

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Debido a que el manuscrito se ha considerado demasiado frágil para ser exhibido, la Biblioteca John Rylands ha optado por fotografiar el libro y ponerlo a disposición para su estudio a través de sus colecciones digitales. (Puede encontrar más información sobre este proyecto de digitalización aquí).

Pero, ¿por qué, exactamente, estos libros se hicieron tan grandes?

Hay una serie de posibles explicaciones. En primer lugar, el tamaño tiende a reflejar importancia. Debido a que los manuscritos de gran formato a menudo contienen la Palabra de Dios, es muy posible que algunas personas poderosas hubiesen deseado reflejar la importancia del texto con un formato que demostrara su estatus desde el primer acercamiento. Adicionalmente, algunos han sugerido que estos libros estaban destinados a reflejar el poder y el prestigio de los donantes que pagaron por su comisión, un obispo o noble acaudalado que quiso conmemorar su nombre en la producción de  un llamativo volumen. Otros han proporcionado un razonamiento más pragmático, sugiriendo que estos libros fueron diseñados en grande para descansar en un atril para la lectura pública, su gran tamaño hace que sea más fácil para los lectores de una iglesia ver la página. De hecho, la lectura colectiva de libros de gran formato estacionados en atriles se ha registrado en una serie de iluminaciones y pinturas medievales, como la imagen a continuación (aunque parece que estos cantantes podrían estar participando en un bar, en lo que tal vez fue el inicio del karaoke, más bien que entonar los salmos …):

 

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En la mayoría de los casos, es probable que sea una combinación de estos factores lo que motivó a algunos a crear enormes volúmenes manuscritos. La tradición de hacer libros de gran formato no se detuvo en la Edad Media, sino que continuó hasta el Renacimiento, ya que los escribas e impresores optaron por hacer copias aún más grandes e impresionantes que antes. En la siguiente imagen vemos a Glenn Holtzman en la Biblioteca Henry Charles Lea de la Universidad de Pennsylvania con un manuscrito absolutamente gigantesco de la era renacentista:

 

Gigante 05

 

La fascinación por los libros gigantes continúa en la actualidad, y algunos artesanos particularmente ambiciosos han asumido el desafío de llevar los límites de la producción de libros a proporciones épicas. Les dejo con este proyecto familiar en Hungría, que ha tenido éxito en crear, posiblemente, el libro más grande jamás realizado (¿Alguien se animaría, en estas épocas de cuarentena, donde parece que todos están más que aburridos, a hacer algo así?):

 

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Cómo cocinar un unicornio

 

Unicorn on grill

 

Un libro de cocina medieval perdido hace mucho tiempo, que contiene recetas para erizos, mirlos e incluso unicornios, ha sido descubierto en la Biblioteca Británica. El profesor Brian Trump, del Proyecto del libro de cocina medieval británico, describió el hallazgo como casi milagroso. «Hemos estado buscando este libro durante años. El momento en que puse mis ojos en él por primera vez sentí un hormigueo por todo el cuerpo». Los expertos creen que el libro de cocina fue compilado por Geoffrey Fule, quien trabajó en las cocinas de Philippa de Hainault, reina de Inglaterra (1328-1369). Geoffrey Fule tenía la reputación de mezclar sabores inusuales (un erudito lo llamó «el Heston Blumenthal (famoso chef británico) de su época») y todo apunta a que su mano está detrás de la compilación.

Unicornioo 02Después de las recetas de arenque, tripa y bacalao (guiso de pescado, un plato popular en la Edad Media) da comienzo el Taketh one unicorne. La receta exige que la bestia sea marinada en clavo y ajo, y luego asada en una parrilla. El compilador del libro de cocina, sin duda el propio Geoffrey Fule, agregó imágenes en sus márgenes, que representan al unicornio que se prepara y luego se sirve. Sarah J. Biggs, una experta de la Biblioteca Británica en decoración medieval, comentó que «las imágenes son extraordinarias, casi exactamente como esperamos que sean, si no mejor».
Se cree que la receta para cocinar mirlos es el origen de la tradicional canción de cuna inglesa «Canta una canción de seis peniques / Un bolsillo lleno de centeno / Cuarenta y veinticuatro mirlos / Al horno en un pastel». El profesor Trump agregó que estaba tentado de probar algunas de las recetas, pero sospechaba que el abastecimiento de ingredientes sería un desafío.

Unicornioo 03

 

De pergaminos peludos y tintas delgadas

 

scriptorium

 

Para seguir con el tema de las curiosidades referidas a los manuscritos medievales, diré aquí que los dibujos que compartí en las entradas anteriores sólo son extraños para nosotros, ya que solemos caer en el error de pensar que aquellos copistas eran personas que trabajaban más o menos como podrían hacerlo hoy; es decir, con ciertas comodidades y con no poco placer (es decir: solemos pensar que nosotros disfrutaríamos mucho de poder hacer ese trabajo). Pero la realidad era muy otra en aquellos tiempos. Como cierre (momentáneo) a las entregas anteriores, copiaré algunas notas dejadas en manuscritos y colofones por escribas y copistas medievales, tomados de la edición de primavera de 2012 de Lapham’s Quarterly (lamentablemente la edición digital de esta revista ya no está disponible en la red). Esto es lo que nos legaron, también, los copistas de antaño:

  • Nuevo pergamino, mala tinta; no digo nada más.
  • Tengo mucho frío.
  • Esa es una página difícil y un trabajo cansado para leerla.
  • Deje que la voz del lector honre la pluma del escritor.
  • Esta página no ha sido escrita muy lentamente.
  • El pergamino es peludo.
  • La tinta es delgada
  • Gracias a Dios, pronto estará oscuro.
  • Oh, mi mano.
  • Ahora que lo escribí todo; por el amor de Dios, dame un trago.
  • Escribir es un trabajo pesado excesivo. Te dobla la espalda, atenúa tu vista, tuerce el estómago y los costados.
  • San Patricio de Armagh, líbrame de escribir.
  • Mientras escribía me congelé, y lo que no pude escribir con los rayos del sol terminé a la luz de las velas.
  • Como el puerto es bienvenido para el navegante, también lo es la última línea para el escriba.
  • ¡Esto es triste! ¡Oh pequeño libro! Un día llegará en verdad cuando alguien sobre su página diga: «La mano que lo escribió ya no existe».

 

En su Historia y futuro incierto de la escritura a mano, Anne Trubek enumera otra: «Aquí termina la segunda parte del trabajo del título del Hermano Thomas Aquinas de la Orden Dominicana; muy largo, muy prolijo y muy tedioso para el escriba».

Como vemos, nuestra mirada sobre el pasado a veces peca de excesivo romanticismo y esto nos hace ver con tonos demasiado rosas lo que de verdad era más bien oscuro. Seamos agradecidos con todos aquellos que con su duro trabajo nos han legado esas maravillosas obras que aún podemos ver, leer y disfrutar con placer; más aún cuando lo hicieron sabiendo que nosotros diríamos, en algún momento impensado para ellos, que «La mano que lo escribió ya no existe».