Recorro al azar una enciclopedia de arte. Entre las numerosas obras del renacimiento me encuentro con esta magnífica alegoría: Venus, Cupido, la Locura y el Tiempo, de Agnolo Bronzino, creada en 1545.
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Un crecido Cupido (no podría ser de otro modo; una representación moderna, donde Cupido siempre es un púber pequeñito, sería imposible) besa a una Venus que sostiene una flecha en su mano derecha y la manzana de oro (ganada en el juicio de Paris). Cabe recordar que, según ciertas versiones, Cupido es hijo de Venus y de Marte; así que el beso que aquí vemos no es más que el casto beso de una madre y su hijo. Detrás de ellos la locura (de la que sólo vemos su rostro en una mueca clásica) y más arriba una mujer que se mesa los cabellos y que se llama Celos (he buscado información sobre las dos figuras a la derecha, ya que no reconocí a ninguna de ellas y no he encontrado nada. Si alguien sabe algo al respecto le agradeceré que me alcancen cualquier información al respecto. Me desorienta esa figura con un panal de abejas en la mano). Por último, el hombre del extremo derecho no es otro que Cronos, el dios del tiempo (del que podemos ver sus alas y el reloj de arena sobre su espalda), eleva su mano derecha como para proteger a la (¿Tal vez incestuosa? Aquí todo parece ser lo que es y no es) pareja de los celos y de la mirada de todos los demás.
Pero un par de páginas más adelante me encuentro con esta obra pintura, ésta posterior a la primera por casi ciento cincuenta años. Se trata de Cronos corta las alas a Cupido, de Pierre Mignard:
Aquí vemos a Cronos —el reloj yace a sus pies, al igual que la guadaña, la que luego será tomada en las representaciones modernas de la muerte— corta las alas a un pequeño Cupido sufriente.
No puedo menos que realizar una relación simbólica entre ambas obras (la mitología sigue siempre con nosotros, aunque pensemos que no es así). Cupido nos atraviesa con sus flechas (en ese sentido podemos recordar que Cupido es hijo de Venus y de Marte y que por lo tanto lleva en sí parte de ambos progenitores. Lo digo por aquellos que repiten tonterías como «Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus» e idioteces similares); pero es el tiempo el que termina mandando por sobre todo y por sobre todos (de allí, también, su posterior relación con la imagen de la muerte).
Ser conscientes que todo, incluso el amor, tiene fin, es el primer paso para comprender que somos nosotros, con nuestras actitudes y conducta, quienes podemos darle más o menos tiempo. Hasta que la muerte nos separe, dice otra mitología. Sí, pero siempre y cuando seamos nosotros los que hagamos lo posible para mantener alejada a esa muerte.