Seguir pensando mal, seguir obrando mal

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A raíz de un triste caso de violencia de género que ocurrió recientemente en esta ciudad, he encontrado muchas versiones del hecho, las cuales sería demasiado extenso tratar por separado (aunque ganas no me faltan; por cierto); pero lo que veo, en líneas generales, es que hay una profunda falta de pensamiento crítico que les brinde solidez, lo cual sería más que deseable, porque si algo necesita un sistema crítico es, precisamente, solidez; es decir, lógica y coherencia. Trataré sólo uno, tangencial al hecho en sí, aunque hijo de este.

He leído, en una de las tantas publicaciones que desbordaron las redes sociales a lo largo del fin de semana, el siguiente texto (lo copio de manera literal, los errores le pertencen):

«Quizá no hemos reflexionado sobre el verbo «cuidar». Cuidas al perro, al gato porque los has sacado de su hábitat (no olvides que al domesticarlos los has inutilizado). Cuidas la planta porque la has sacado de su entorno. Cuidas al León porque lo tienes encerrado en una jaula. Cuidas al niño/niña porque sabes que no pueden hacer muchas cosas, como alimentarse y buscar su propio alimento. Cuidas al anciano porque sabes que ha perdido habilidades. Cuidas al enfermo porque sabes que ha perdido su fuerza y sus defensas.

En todas, el verbo cuidar conlleva dependencia y no necesariamente amor. ¿Así quieres «cuidar» a una mujer? Es decir, que se vuelve inútil y dependa solo de ti. ¿Por qué quieres ese control? Amor no hay. Si hubiera amor la dejarías libre. Al niño/a los/as cuidas y precisamente porque los amas los dejas libres cuando ya son autosuficientes. Justifícate como quieras, pero el verbo «cuidar» tiene sus propias connotaciones, no depende del punto de vista, sino el uso que le damos y siempre coincide en esa dependencia que el otro tiene del cuidador».

A continuación, se agregaba una captura de pantalla con la definición del verbo «cuidar»:

Cuidar

  1. Ocuparse de una persona, animal o cosa que requiere de algún tipo de atención o asistencia, estando pendiente de sus necesidades y proporcionando lo necesario para que esté bien o esté en buen estado.

2. Procurar, a una cosa o persona, la vigilancia o las atenciones necesarias para evitar algún malo peligro.

Lo que me llama la atención es que no hay, en la definición del término, nada que avale lo dicho en el texto. ¿De dónde sale la idea de que son los hombres y sólo los hombres quienes usan de esa manera el término «cuidar»? Si se parte de esa premisa, por supuesto que sería un error grosero que habría que subsanar; pero no es así y la prueba la tenemos en una simple distinción: sólo hay que cambiar los términos «hombre» y «mujer» por el término «persona» (a fines del año pasado fui invitado a dar un par de clases en una universidad local y, al plantearle a los alumnos los problemas bajo este cambio de términos, la mayor parte de las discusiones se terminó casi de inmediato. Muchos de ellos reconocieron que plantear los problemas sociales como venían haciéndolo, sólo acentuaba las diferencias, no acababa con ellas). Entonces tenemos ahora el problema planteado de este modo: «Una persona necesita ayuda, otra persona se la ofrece».

¿Qué hay de malo en este nuevo planteo? Absolutamente nada. Sólo hace patente el hecho innegable que somos seres interdependientes y que nos necesitamos los unos a los otros. ¿Importa el sexo de quien necesite ayude y de quien la brinde? No, por supuesto; y aquí terminaría el asunto, pero permítanme ir un paso más allá, para lo cual voy a tener que dejar de pensar en abstracto para ejemplificar lo que quiero decir con un ejemplo personal.

Cuando leí el fragmento que destaco al inicio de la entrada pensé en mi entorno personal. Pensé en mi esposa, por ejemplo. ¿La cuido? Por supuesto. ¿Por qué? Pues porque la amo, claro; pero también me di cuenta de que la cuido porque no temo que le pase algo; porque temo que algo le suceda. Temo, sí, que algo le suceda y que eso la aparte de mí. ¿Es egoísta esta actitud? Tal vez. Pero eso es porque soy humano, no un ser perfecto que puede pensar por fuera de su corporalidad y de sus limitaciones. Lo mismo me sucede con mis hijos, con mi hermanos y hasta con los extraños (¿quién, al ver a alguien en peligro -digamos algo simple como cruzar una calle sin prestar la debida atención- no haría lo posible para evitarle un daño?). Y lo mismo sucede con mi esposa ¿por qué me cuida ella a mí? Por los mismos motivos, claro está; no porque me considere inferior o inútil. Y lo mismo sucede con mis hijos (no hay placer mayor que abrir el teléfono y encontrar un mensaje de ellos quienes, lo primero que dices es ¿Cómo estás? A pesar de la distancia, el cuidado, el acto amoroso a través de unas palabras que dicen más que lo que meramente está incluido en su definición).

Dos consideraciones finales:

  1. Me gustó descubrir que temer por la suerte de aquellos a los que amamos nos hace más fuertes. Es precisamente en esos momentos donde nos sobreponemos a todo y es en esos momento cuando desmostramos que no hay diferencias de sexo que valga cuando se trata del bienestar del otro (algunos recordarán un hecho particular que me ocurrió hace unos años cuando mi esposa, literalmente, y sin exagerar, me salvó la vida. he dejado en este sitio una crónica de aquellos días como agradecimiento explícito a ella. Aquella vez yo fui el más débil de las personas, ella la más fuerte).
  2. Mientras se siga pensando en términos de hombre/mujer (con la adjetivación implícita de hombre-victimario/mujer-víctima) nos será mucho más difícil encontrar una salida al problema de la violencia (y hablo de la violencia en general. Violencia. La que sufre cualquier ser humano) y sus posteriores consecuencias. Entender que todos somos uno y el mismo y que debemos cuidarnos entre todos independientemente del sexo o de la edad o de la nacionalidad o de cualquier otro añadido posterior a nuestra concepción primaria de ser humano, es el primer paso para avanzar en la dirección correcta. Lo demás sólo retrasará la aparición de posibles soluciones.

¿Cuál será nuestra excusa?

 

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Ya todos sabemos la historia: cuando los españoles y los franceses llegaron a América masacraron a decenas de millones de personas. Lo que es menos conocido son los argumentos con los cuales se consiguió esto. De esos argumentos se burla Michel de Montaigne:

«No entendíamos en absoluto su lenguaje y […] sus maneras, por otra parte, y su aspecto y sus vestidos, eran muy distintos de los nuestros. ¿Quién no atribuía a estupidez y necedad el verlos mudos e ignorantes de la lengua francesa, ignorantes de nuestros besamanos y de nuestras sinuosas reverencias, de nuestro porte y actitud, sobre los que infaliblemente ha de cortar su patrón la naturaleza humana?».

Hoy suenan ridículos tales argumentos; todos somos muy modernos y reconocemos de inmediato las falacias que estas ideas contienen; pero no hace mucho, apenas unos ochenta años atrás, Adolf Hitler dijo (y fueron muchos los que lo siguieron):

«Así creo ahora actuar conforme a la voluntad del supremo creador: al defenderme del judío lucho por la obra del señor».

Igual de ridículo, pero mucho más moderno. Casi actual. La psicología nos permite entender el modus operandi: si queremos matar a alguien sin sufrir graves consecuencias psicológicas, lo que debemos hacer es despersonalizar al otro. En la medida en que podemos hacer esto no estamos matando a un ser humano, sino a otra cosa: a un animal, por ejemplo.

 

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Hoy el mundo más que un caos es una suma de caos de diferentes ámbitos y tamaños: salud, política, religión, relaciones internacionales, economía, ciencia y, sobre todo, sociedad. Todo está en cambio o ruptura y, si bien muchas de estas rupturas son comprensibles, otras lo son mucho menos: países como EE.UU, Francia o Israel que impiden el embarque de material sanitario a otros países que, incluso, ya habían pagado por ello (y que en muchos casos son socios comerciales, estados amigos); ataques a personal de la sanidad como médicos o enfermeros (en España escribieron en el costado del auto de una doctora: «Rata Contagiosa»; en México les echan cloro, café hirviendo o no les permiten ascender al trasporte público; en Argentina alguien puso en los pasillos de un edificio un cartel que decía «Vete de aquí, vas a contagiarnos a todos»; en EE.UU. insultaron a una enfermera que iba a hacer unas sencillas compras para comer); En España recibieron a pedradas a unos ancianos que fueron trasladados a otro sitio; en Guatemala un grupo de personas quiso prender fuego a otro grupo que había llegado en autobús desde la frontera; en Ecuador la gente deja abandonados los cuerpos en la calle o incluso los creman en una esquina cualquiera; En EE.UU. un grupo de fanáticos pretendió encerrar a la Gobernadora de Michigan porque rechazan la cuarentena; en México amenazan con incendiar un hospital si atienden a personas infectadas con el covid-19…

En suma; aquí no se trata sólo del clásico salvaje tercer mundo. Aquí ya no hay «civilizados» contra «bárbaros». Esto es peor. Todo es un caos donde todo puede pasar y la globalización, que nos ha igualado en muchos aspectos, también ha hecho tabula rasa con nuestra conciencia. Aquí ya no se sabe quién es quién y lo atroz puede nacer del que menos pensamos: de un compatriota, de una familiar o, porqué no, de uno mismo.

Lo único que nos resta saber es: cuando vayamos a escribir nuestra versión de la historia ¿cuál será nuestra excusa?

Eres tú, después de todo

Moral

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Hace un par de semanas ocurrió en Argentina un hecho por demás desafortunado, que ha tenido una alta resonancia mediática. Un grupo de rugbiers asesinó a un muchacho a la salida de un local nocturno (hay diez imputados, desconozco cuántos de ellos son los verdaderos culpables del delito). El tema, de neto corte policial, ha tenido otras muchas lecturas, la mayor parte de ellas, por demás desafortunadas; es así que entre los títulos policiales habituales podemos encontrar muchísimos otros que sólo apuntan a un solo tema. Por ejemplo: «Rugbiers, violencia y masculinidad dominante»; «Machismo, rituales y bautismos: el lado B del rugby contado en Twitter por…»; «El rugby, el machismo y el círculo de violencia del que no…»; «Violencia en grupo y machismo, claves del caso…»; y otros muchos por el estilo.

En una entrevista radial, por ejemplo, la antropóloga feminista argentina Rita Segato dijo cosas como las siguientes: «Estos muchachos […] tuvieron que probarse a sí mismos, mediante una víctima sacrificial, que son hombres. Se prueban a sí mismos que son hombres a través de la violencia, porque a los hombres ya no les queda más nada, para poder seguir perteneciendo a la cofradía o club de los hombres, que la violencia»; «La relación entre varones, expresa este mandato de masculinidad y las mayores violencias sobretodo hacia las mujeres y niños, ocurren cuando los varones están en bandas, porque algo tiene que ser probado, tiene que ser demostrado: la capacidad de crueldad ante los ojos de los otros, de los pares, la «cofradía masculina» (ironía del destino, uno: el programa en el que Regato decía esto se llama La inmensa minoría. Ironía del destino, dos: que Regato haya sido invitada para hablar del caso más común: un hombre que mata a otro hombre, parece haber pasado desapercibida) y por último, la mayor tontería de todas: «cuando se viola a una mujer, o se la mata, se está violando y matando al hombre que está detrás de ellas. A través del cuerpo de la mujer, se está dañando a aquellos hombres que deberían ser tutores de ese cuerpo, protegerla. La guerra es, básicamente, entre hombres».

Este tipo de aseveraciones, con elementos de una psicología de segundo nivel, de una sociología de tercero y una filosofía de cuarto; son por demás habituales cuando hechos como el mencionado más arriba ocurren (en toda sociedad moderna y primitiva, por cierto) y no hacen más que desviar el asunto por terrenos pantanosos, cuando no desérticos. La constante reducción de todo problema de violencia a la dicotomía machismo/feminismo no le hace el menor favor ni a la problemática del primer grupo ni a la lucha del segundo. Aquí el problema es otro, mucho más sencillo y mucho más viejo que cualquier consideración cultural posmoderna: violencia y responsabilidad.

Jean-Paul Sartre lo dijo con toda precisión: El hombre está condenado a ser libre. Es decir: somos responsables de nuestros actos. Punto. Esa tontería de que cuando un hombre viola o mata a una mujer está matando al hombre «detrás de ella» sirve para vender libros y para ser invitado a un programa de radio o de T.V.; pero nada más. Cuando un hombre mata o viola a una mujer está haciendo eso y nada más y debe ser responsable de sus actos y atenerse a las consecuencias. Los muchachos que mataron a otro a la salida de un local nocturno son meros delincuentes y todas estas lecturas pseudo sociológicas no sirven para nada.

A Fernando Báez Sosa no lo mató el machismo: lo mataron ellos. No lo mató la sociedad: lo mataron ellos. No lo mató el patriarcado: lo mataron ellos. No lo mató el rugby: lo mataron ellos. Y ellos tendrán que hacerse responsable de sus actos.


Cuestión tangencial pero no menos importante: ¿la gente que argumenta de esta manera, no se da cuenta de que lo que está haciendo es justificar al violento? Si estos muchachos actúan por mandato del patriarcado, del machismo, de la sociedad, de un deporte violento ¿qué culpa tienen ellos? Son sólo otras víctimas más, llegado el caso; pero ellos no son responsables de nada o, al menos, no de todo lo que hicieron. La filosofía determinista no funciona ni siquiera en los papeles; mucho menos lo hace en la realidad.

Cada uno es responsable de sus actos, mal que les pese. Eso es todo.

El refugio del cobarde

Si eres neutral en situaciones de injusticia,
has elegido el lado del opresor.
Desmond Tutu

 

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La masa es el refugio de los cobardes. La masa, el grupo, la cofradía, el pelotón, es la manera que tiene el incapaz de hacer valor su sinrazón; y la violencia es el derecho de las bestias.

La policía, eterna aliada del poder, no es más que la execrable mano violenta de ese mismo poder que la subyuga a ella misma. Es por eso que el policía es el más detestable de los poderes fácticos; porque sólo sirve al amo y nunca a sí mismo (en ese sentido, el poder fáctico que se sirve a si mismo es repugnante en todas  y cada una de sus facetas, pero al menos es comprensible en su actitud). El policía es un cobarde que actúa para defender a un amo que lo desprecia y para someter a aquel que lo sostiene. Lejos de toda forma de pensamiento, el policía es, también, un parásito que se enorgullece de serlo; un inútil que sólo puede actuar en grupo y de forma violenta, ya que el pensamiento y el accionar moral parecen encontrarse fuera de su alcance.

 

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La quintaesencia de la cobardía y la estupidez: una formación policial en posición de ataque frente a una mujer productora agrícola.

Hace pocos días en Buenos Aires, Argentina, la policía reprimió brutalmente a un grupo de productores agrícolas que intentaba vender sus productos para poder paliar así la crisis económica a la que el actual gobierno argentino (sí, ése mismo que iba a acabar con toda la corrupción, inflación, falta de trabajo, inseguridad y demás. Ése mismo que iba a traer el paraíso terrenal a la Argentina y que sólo volvió a hundirla en el infierno del neoliberalismo). Mientras el presidente se encuentra en la India (por cierto, los periódicos afines al gobierno no dicen ni una palabra de esta represión, pero sí publican artículos sobre el estilo de Juliana Awada en los primeros días (Juliana Awada es la primera dama argentina, valga la aclaración). En síntesis, lo de siempre: mientras los verdaderos ladrones salen en la tapa de los diarios (pero en la sección modas o sociales, nunca en la sección policial), los patéticos lamebotas le dan de palos a unos pobres productores rurales o a un grupo de jóvenes manifestantes, pero nunca a los banqueros o a los especuladores o a quien realmente lo merezca.

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Al margen y para cerrar esta entrada, al menos nominalmente; porque para mí esta entrada no se cerrará nunca. Sé que los temas políticos no son del agrado de nadie, pero no quiero hoy compartir un poema ni una pintura para así poder mirar para otro lado. No, hoy quiero pensar y seguir pensando en esto porque siento que nada tiene sentido mientras estas cosas ocurren (y no sólo en la Argentina, sino por todos lados). Al margen, decía, una semana atrás subí una entrada sobre Venezuela que fue duramente criticada (duramente pero erróneamente también. El supuesto ataque no fue más que un cúmulo de falacias improducentes; pero ya se sabe: los argumentos no importan; sólo basta con señalar al otro y atacarlo a él personalmente). Así que me adelantaré aquí a los posibles críticos de esta entrada y les diré que aceptaré que me den duro y parejo, pero sólo aceptaré aquellas críticas basadas en argumentos, no en falacias o ataques personales (defiendan a la policía, pero no sean policías). En suma, lo que quiero decir es que mientras esta imagen siga siendo moneda corriente en el 2019, no hay ni habrá quien pueda convencerme de los beneficios del neoliberalismo.

 

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Argentina 2019. No Siria, no Venezuela, no Uganda. Argentina 2019.

 

Una galería que extiende la cobardía del accionar policial argentino. Para ver las imágenes en mayor tamaño, hacer clic sobre una de ellas:

 

El triunfo del odio cíclico

El triunfo en Brasil de Jair Bolsonaro nos obligan a reflexionar sobre las razones por las cuales en Latinoamérica se oscila de manera permanente en elecciones donde la izquierda y a derecha se alternan de manera casi constante (eso no sólo sucede en Latinoamérica, también en Europa es moneda corriente). En lo personal tengo una idea de porqué puede suceder esto, pero no es de eso de lo que quiero hablar hoy, sino sólo quiero hacer un comentario basado en una imagen que vi el mismo día de las elecciones.

 

Bolsonaro

 

Al día siguiente de ver esta imagen me topo con los siguientes titulares sobre el nuevo Brasil que se avecina: «Las urnas parieron a un Pinochet», « EE.UU. mira a Brasil en clave militar y comercial. Trump dialogó con Bolsonaro sobre la necesidad de profundizar la relación bilateral», « En Brasil se replicaron tensiones y agresiones tras el triunfo de Bolsonaro», « Brasil, laboratorio de la guerra híbrida», « La posverdad es el prefascismo», entre otros de igual calibre.

Pero vuelvo a la foto. ¿Qué lleva —no dejo de preguntarme— a que un pobre vote a la derecha? Cuando veo a la idiota de la fotografía y lo que les enseña a esos niños —que hay que matar a cualquiera que piense deferente— siento que todo mi optimismo (el cual no es menor ni débil, por fortuna), se va por la alcantarilla.

Claro, después Bolsonaro o el que haya sido electo gobernará sólo para él mismo y sus socios, como suele hacer la derecha y esos mismos que lo votaron con la esperanza de vaya uno a saber qué, se van a ver afectados en lo económico (lo único que parece importarle a la modernidad estúpida que nos rodea) y allí sí, van a volver a votar a la izquierda. Entonces, cuando se compren una TV y un auto de segunda mano, vuelvan a sentirse grandes señores burgueses y vuelvan a votar a la derecha. Entonces la idiota de la foto será otra, tal vez una de esas niñas que ahora disparan con un arma imaginaria a ese que piensa diferente pero sobre lo cual ellas no tienen idea alguna y sobre quien apuntan porque así le enseñaron y nada más: «Hay que matar a cualquiera que piense deferente».

La estupidez no sólo es infinita, también es cíclica. Eso es lo peor.

Esquizofrénicos

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Que el mundo está patas para arriba es una verdad tan evidente que a veces el sólo destacar estas cosas nos hace parecer dueños de una inocencia rayana en lo infantil. Aun así, para muchos las normas no son formas de control, sino verdades establecidas de manera dogmática. Las cosas son así y punto; y si así no fueran la civilización como tal se derrumbaría, etc., etc., etc.

Es por ello que existieron y existen organizaciones o sectores de la población que se cree con derecho a determinar lo que es y no es moral o lo que es o no es correcto para la sociedad toda, como si sus propias limitaciones y prejuicios pudiesen ser tomados como referencia en ese campo.

Hace más de cuatro años escribí una entrada que toca este tema; acabo de releerla y, a pesar de un par de errores de síntesis, hoy sostengo el mismo punto de vista; el cual fue maravillosamente sintetizado por Gerson Legman, cuando dijo: “El asesinato es un crimen. Describirlo, no. El sexo no es un crimen. Describirlo, sí”.

Empezar a pensar

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Venimos de una semana de crueldad exacerbada y expuesta en sus formas más básicas. Desde los ataques varios y variados en Siria hasta el atentado religioso en Egipto. Podríamos intentar un análisis que nos ayudara a comprender la situación; podríamos banalizar lo que sentimos diciendo solamente “qué terrible…” antes de pasar a otro asunto; o podríamos al menos intentar pensar un instante en las razones íntimas de este actuar de ciertos grupos de personas. Ya que es bien poco lo que podemos hacer desde nosotros mismos, pensar no es algo que sea trivial. Para quien esto escribe, la razón la tiene, como casi siempre, Schopenhauer, de quien comparto un texto que es la síntesis perfecta de ese diagnóstico:
Arthur_Schopenhauer_by_J_Schäfer,_1859b“Cuando la punta del velo de Maya —la ilusión de la vida individual— se ha levantado ante los ojos de un hombre, de tal suerte que ya no hace diferencia egoísta entre su persona y los demás hombres, toma tanto interés por los sufrimientos extraños como por los propios, llegando a ser caritativo hasta la abnegación, pronto a sacrificarse por la salud de los demás.
Ese hombre, que ha llegado hasta el punto de reconocerse a sí mismo en todos los seres, considera como suyos los infinitos sufrimientos de todo lo que vive, y debe apropiarse el dolor del mundo. Ninguna angustia le es extraña. Todos los tormentos que ve y raras veces puede dulcificar, todos los dolores que oye referir, hasta los mismos que él concibe, hieren su alma como si fuese él la propia víctima de ello”.

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Eso es todo: la violencia se ejerce cuando no reconocemos en el otro a un ser equivalente a nosotros mismos (Schopenhauer incluye a todos los seres vivos en esa comparación. De allí su famosa frase: “Puede reconocerse el grado de civilización de un pueblo por cómo trata a los animales”). Ahora podemos seguir pensando en este problema. Ya sabemos por dónde podemos empezar: reconociendo a quienes se consideran por encima de los demás. En síntesis: todo fascismo, toda xenofobia, todo racismo, toda religión.

Sobre algunos lugares comunes

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Como bien dice Descartes “No hay nada mejor distribuido que el sentido común. Todo el mundo cree tener el suficiente”. Pero una cosa es el sentido común y otra muy diferente son los lugares comunes. Por desgracia la mayor parte de la gente suele confundir al segundo con el primero.
Durante estos últimos días me he visto en la obligación de realizar algunos trámites; y es muy interesante ver el comportamiento de las personas en lugares como hospitales, centros comerciales, bancos, o en la calle misma. Así que voy a puntualizar dos de los muchos mitos que pueblan nuestros días.

1. La vejez es fuente de sabiduría y bondad. Muy bonito pero totalmente falso. ¿De dónde sale la peregrina idea de que una persona que ha sido un absoluto bastardo a lo largo de toda su vida se transforma, por el simple hecho de sumar años y arrugas, en un ser pletórico de luz y sapiencia? ¿Y qué puede decirse de los más llanos y simples imbéciles? Veámoslo de otro modo: miremos a nuestro alrededor. Todos tenemos un compañero de trabajo o un vecino o un familiar que cada vez que abre la boca nos dan ganas de ahorcarlo por las barbaridades que dice ¿qué será de él cuando tenga ochenta años? ¿Se habrá convertido en un Lama de manera instantánea al soplar la última de las ochenta velas? Ese hombre o esa mujer que piensan que la Tierra tiene 6000 años de antigüedad y que cree en los fantasmas y en la astrología ¿se convertirán en amables Einsteins y Newtons cuando arranquen la hoja del almanaque correspondiente?

2. La violencia de género. Voy a empezar con la aclaración pertinente: quienes me conocen saben que lucho contra la violencia de género y que lucho por los derechos de las mujeres como si fuesen los míos propios; pero últimamente mes siento un poco saturado por el tema de la “violencia de género”. Soy plenamente consciente de que las mujeres han sido uno de los grupos que más ha sufrido la violencia masculina (pero no es el único ni el mayor. El grupo que más ha sufrido la violencia del hombre ha sido el de los niños. Lo ha sido y lo sigue siendo. A la mayor parte de la gente esto se le pasa por alto porque los niños también sufren de otra forma de violencia: el silencio); pero esta nueva puesta en escena de la “violencia de género” me parece perniciosa para todos, pero, sobre todo, para las misma víctimas. Primero: el exceso de noticias he imágenes y de publicidad contra este tipo de violencia generará, tarde o temprano, una saturación en la gente; y cuando esto ocurre las personas empiezan a mirar para otro lado. Además, no lo olviden queridas amigas feministas, que los diarios y los noticieros de T.V. viven mostrando escenas o noticias de manera constante porque está de moda; en cuanto el mercado se sature no van a mostrar una noticia de violencia de género ni siquiera en la página ocho. Segundo: gran parte de la población piensa en slogans, es decir, piensan de a la manera breve y fragmentada de los mensajes de T.V., de la radio y, sobre todo, de las publicidades; y el bombardeo constante de estas noticias monotemáticas hace que la gente comience a pensar en términos binarios: Hombre = machista/ violento/ abusador/ grosero/ bruto/ violador/ indiferente/ etc.; Mujer = víctima/ humilde/ paciente/ amorosa/ equilibrada/ sensible/ etc.                                           Vamos, las cosas no son tan sencillas ni en la matemática ni, mucho menos, en las relaciones humanas. Ni todos los hombres son de Marte ni todas las mujeres son de Venus (para nombrar, ya que estamos, a otra de las formas del no-pensamiento: los libros de autoayuda y su recetario de dos y sólo dos ingredientes).

Ya termino; pero antes de que comiencen a gritar, un pequeño pedido: si leen el principio de la entrada, verán que hablé de una distinción importante. Así que, por favor, protesten todo lo que quieran, pero lo único que les pido es que hagan gala de sentido común, no de lugares comunes.
Nota: La violencia de género no es un mito, lo sé; pero dejé el encabezado como está porque creo que, en la medida en que éste tema siga siendo tratado de la manera en que los hacen los medios hoy, pronto se verá visto inserto dentro de la nueva mitología social. Tal como pasa, por ejemplo (y la referencia la hago con respecto a la Argentina), con el tema de la delincuencia. o con el de la corrupción.

Las palabras y las cosas

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Sin pensamiento crítico es muy fácil detonar la barbarie larvada en el ser humano. Hace unos días se desato en Argentina una serie de hechos lamentables que recibieron el aplauso y el apoyo de cierto sector de la sociedad animalizada por el odio generado y generalizado por y desde los medios. También se sumaron, como siempre, algunos políticos de esos que, al no tener altura propia, no dudan en pararse encima de los muertos para que los vean mejor los que están más lejos. La profunda tristeza que provocan estos hechos no implica que no debamos seguir atentos y combativos. Por el contrario, es en estos momentos cuando más firmes nos deben encontrar.

Gracias a Claudia Snitcofsky por acercarme la cita. Por cierto, la oración que abre esta entrada también le pertenece: Sin pensamiento crítico es muy fácil detonar la barbarie larvada en el ser humano.

«E iban matando a todos los judíos que encontraban a su paso, y se apoderaban de sus bienes. . . -¿Por qué a los judíos? –pregunté. Y Salvatore me respondió: -¿Por qué no? Entonces me explicó que toda la vida habían oído decir a los predicadores que los judíos eran los enemigos de la cristiandad y que acumulaban los bienes que a ellos les eran negados. Yo le pregunté si no eran los señores y los obispos quienes acumulaban esos bienes a través del diezmo, y si, por tanto, los pastorcillos no se equivocaban de enemigos. Me respondió que, cuando los verdaderos enemigos son demasiado fuertes, hay que buscarse otros enemigos más débiles. Pensé que por eso los simples reciben tal denominación. Sólo los poderosos saben siempre con toda claridad cuáles son sus verdaderos enemigos.»

(Umberto Eco, El nombre de la rosa)

Eso es un hecho cierto

Felician o

 

Como hay poco o nada que agregar, les dejo el enlace a la página oficial del degenerado en cuestión y a su Tienda oficialya que parece que su odio a los africanos no le impide seguir haciendo negocios. En su página oficial también pueden ir al apartado «Socio colaborador», pero eso ya queda en manos de ustedes.