Hace un par semanas hablé de la biblioteca portátil de Napoleón Bonaparte ―quien quiera acercarse a ver esa joyita, puede pasar por »aquí«―. Allí dije que esa biblioteca bien podía igualarse a los modernos lectores digitales, lo cual es una comparación bastante obvia. Lo que les traigo ahora es, podría decirse, una versión mejorada de ese Kindle del siglo XVII. Tal vez sería el equivalente a tener un montón de libros en un smartphone. Algo así.
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Como bien sabemos, hemos llegado a tal punto de desarrollo que la tecnología nos permite tener miles de libros en el bolsillo, puede que más de los que podamos leer en una sola vida. La técnica nos hace creer, con sus avances más que acelerados, que esas ideas de tener todo en un espacio pequeño y manejable, son completamente originales y solemos pensar que los siglos pretéritos vivían en una especie de barbarie. ¿Cómo le explicaríamos a una persona de siglos pasados qué es un libro electrónico? Pero como ya vimos el otro día, ya está todo inventado; lo que podemos hacer es mejorar las cosas (de alguna manera, no vamos a entrar otra vez a discutir si un lector digital es tan bueno como un libro ni nada de eso) y poco más.
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Hablando de que todo ya está inventado, la Universidad de Leeds acaba de descubrir entre sus volúmenes la que podría ser la primera biblioteca portátil del mundo o la más antigua, hasta el momento. Data del siglo XVII y se trata de una caja de madera con forma de libro, del tamaño de un folio y encuadernado en cuero marrón, que alberga tres pequeños estantes con cincuenta libritos en perfectas condiciones, encuadernados en vitela, de letras y cantos dorados. Además, cada una de sus cubiertas muestra a un ángel leyendo un pergamino con la leyenda «Gloria Deo». En la cubierta interior de la caja aparece a modo de índice, ricamente iluminado, una tabla con los contenidos de cada una de las tres secciones. La biblioteca contiene todo lo que podría interesar a un amante de la cultura de la época: desde historia y poesía hasta teología y filosofía, pasando por autores clásicos como Cicerón, Virgilio, Ovidio, Séneca, Horacio o Julio César.
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Este tipo de bibliotecas son extremadamente extrañas: que se sepa, solo unas cuatro familias tuvieron la suerte de poseer una de ellas. Esta, en concreto, fue encargada en 1617 por un miembro del Parlamento llamado William Hakewill como obsequio para un amigo miembro de la familia irlandesa Madden. Y parece que el regalo tuvo tanto éxito que en los siguientes cinco años encargó otras tres más con idéntico propósito. Esta biblioteca en miniatura ha pasado a ser uno de los elementos más singulares de la colección Brotherton dedicada a libros, manuscritos y fotografías raras en la Universidad de Leeds.