Uno de los síntomas

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Nietzsche y caballo

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En una de las que serían sus últimas noches en libertad, Friedrich Nietzsche sale de su alejamiento en el número 20 de la calle Milano. Es enero en Turín, y hace frío. Aprieta el nudo de la bufanda en torno al cuello de su abrigo. Va a cruzar la calle cuando, ante él, un caballo se desploma. El cochero, impaciente, lacera a latigazos el lomo del animal, que no puede tirar de la carga. El filósofo corre hacia él, se abraza a su cuello y, llorando, le pide perdón en nombre de la humanidad.

La Historia considera este episodio como uno de los síntomas de su locura.

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Nietzsche y caballo 02

De la misma materia

Joan Miró

Joan Miró

Es por demás conocida aquella humorada de Coleridge que dice: «El mejor matrimonio es el que está compuesto por un ciego y una sorda», pero yo prefiero el acercamiento de Nietzsche acerca de ese asunto: «No es la falta de amor, sino la falta de amistad la que hace los matrimonios infelices».
El término «matrimonio» proviene de “Mater” con significado de “Madre” (de allí se agarraron muchos críticos del matrimonio homosexual, aunque no tuvieron mucha suerte con ello) pero sucede que el latín tomó el término del Indoeuropeo donde el lexema “mater-“ no significa sólo “madre”; de hecho, en esa misma lengua dio lugar a “materia” de donde procede también nuestra “madera”. Entonces el término «matrimonio» bien podría traducirse con mayor coherencia como «de una sola materia».

Es por eso que prefiero el dictum nietzscheano; ya que Nietzsche también acierta con el acento en la amistad en lugar del amor. El matrimonio no es sólo la unión formal bendecida por la iglesia o por una oficina particular de un estado laico; sino que el matrimonio es la relación íntima y personal que dos seres mantienen dentro de un estado de madurez física y espiritual. Aunque sea una palabra que cause cierto escozor en estos tiempos, no puede dejar de considerarse que eso es lo que sucede cuando nos encontramos en las cercanías de esa persona con la que tenemos ese lazo especial; más allá de si concertamos una cita debajo de una cruz o frente a un juez de paz.

Puentes.

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«La vida es un puente ¿para qué construir una casa sobre él?» Dijo Buda en lo que tal vez sea una de sus más hermosas enseñanzas. «El hombre es un puente tendido entre el animal y el superhombre» Dijo Nietzsche. Y alguien, cuyo nombre mi mente no registró con precisión, dijo: «La verdadera sabiduría consiste en saber cuáles puentes hay que cruzar y cuáles hay que quemar». 

El puente como metáfora de la vida, del hombre o del devenir del uno sobre el otro. Somos un puente que camina sobre otro puente ¿tendremos la sabiduría suficiente para arder por nuestra propia mano, llegado el momento?

Nietzsche y el eterno retorno

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«Suponiendo que un día, o una noche, un demonio te siguiera a tu soledad última, y te dijera: esta vida, tal como la has vivido y estás viviendo, la tendrás que vivir otra vez, otras infinitas veces; y no habrá en ella nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer y cada pensamiento y suspiro y todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida te llegará de nuevo, y todo en el mismo orden de sucesión, también esta araña y este claro de luna entre los árboles, y este instante, y yo mismo. El eterno reloj de arena de la existencia es dado la vuelta una y otra vez, ¡y tú con él, polvillo de polvo! Suponiendo que así te hablara un demonio, ¿te arrojarías al suelo rechinado los dientes y maldiciendo al demonio que así te habló? O has experimentado alguna vez un instante tremendo en el que contestarías: “¡eres un dios y jamás he oído decir nada tan divino!”. Si esa noción llega a dominarte, te transformará y tal vez te aplastará. ¡La pregunta ante todas las cosas -¿quieres esto otra vez, infinitas veces?- pesaría como el peso más pesado sobre todos tus actos! O si no, ¿qué categóricamente tendrías que llegar a decir sí a ti mismo y a la vida para no aceptar nada más anhelosamente que esta ratificación última, eterna?».

(Friedrich Nietzsche La Gaya Ciencia; aforismo 341; p.225)

Éste es uno de los aforismos más conocidos y comentados de Nietzsche. Muchos lo toman de manera literal; basados en la errónea idea propuesta por el mismo filósofo: si la materia o la energía es limitada, y el tiempo es infinito, de esto se deduce que a los largo del tiempo la materia cobrará la misma forma que antes, al menos en algún momento de la eternidad. Y no sólo una, sino infinitas veces. El problema, aquí, es que nadie dijo que el tiempo fuera infinito; así que la cosa debe ir por otro lado. ¿Y cuál sería ese otro camino al que apunta Nietzsche con su idea del eterno retorno? Pues está bastante más claro hacia el final de la cita y podría resumirse así: Si tuvieses que vivir infinitas veces tu vida ¿Estarías satisfecho o feliz de hacerlo? Si la respuesta es «no» entonces aparece la pregunta más importante: ¿Y qué estás haciendo, entonces, para que tu vida sea digna de ser vivida infinitas veces? Aquí ya estamos hablando de otro de los temas centrales de la filosofía nietzscheana: la voluntad de poder (la voluntad de poder bien entendida, claro; no la lectura que hace el fascismo de ella). En síntesis: Vive como si fueras a repetir cada acto de tu vida infinitas veces. ¿Por qué dañar a alguien? ¿Es esto lo que quiero? ¿Debo decir Sí cuando quiero decir No o viceversa? Preguntas de este tenor son las que deberíamos hacernos cada vez que nos enfrentamos a una decisión de importancia; y responderlas bajo la perspectiva de eterno retorno nos ayudará a tomar la mejor de ellas, aún cuando no sea del agrado de la mayoría de las personas que nos rodean.

La plácida isla, el océano infinito.

europa después de la lluvia max ernst

Max Ernst, Europa después de la lluvia (1940-42)

“Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de los oscuros océanos del infinito”

P. Lovecraft

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No iba a escribir sobre lo ocurrido en París en el día de ayer, supongo que todos estamos bajo el mismo estado de estupor y desorientación que estos hechos producen; pero ante un mensaje que recibí a la diez de la noche, encendí la TV para ver qué era lo que estaba ocurriendo y eso me hizo cambiar de opinión al respecto; así que aquí estoy, dispuesto a hablar tangencialmente de lo que vi y de lo que pienso sobre lo ocurrido en la capital francesa. Como dije, lo que me hizo cambiar de parecer fue lo que vi en la TV y lo que vi no fue un programa informativo sobre los atentados, sino que fue un informe sobre grupos islámicos extremistas en Siria quienes contando con el apoyo de Rusia atacaban la capital de ese país. Las imágenes mostraban, claro está, lo mismo que decía el locutor (obsérvese que los noticieros actuales usan al locutor como alguien que describe lo que muestra la imagen, es decir, su función es la de reforzar lo que se está viendo, impidiendo de este modo cualquier pensamiento crítico por parte del televidente); es decir: vehículos y armas de procedencia rusa manejados por hombres encapuchados que disparaban vaya uno a saber a qué o a quién, porque las imágenes sólo los mostraban a ellos. De inmediato me dije “esto no es información, esto es propaganda”. Y recordé eso que escribí hace muy pocos días, el pasado cuatro de este mes, cuando se le otorgó el Nóbel de literatura a Svetlana Alexievich: “[Alexievich] fue premiada porque critica a Rusia y eso es todo”. ¿Casualidad o causalidad? Vaya uno a saber. Y antes de que me acusen de andar creyendo en teorías conspirativas o cosas por el estilo, paso a aclarar lo que pienso personalmente de todo esto.

Para empezar, sintetizo mi postura: Nunca vamos a saber qué es lo que realmente ocurrió. Y ahora me explico. Hace más de ciento treinta años Friedrich Nietzsche nos enseñó que no existe algo como la verdad per se, sino que ésta es una construcción de los sistemas de poder. Hoy, como todos sabemos, el poder pasa por los grandes o medianos imperios; el mayor de todos, Estados Unidos, seguido por Rusia, Israel, Inglaterra, China, Alemania.  Ellos son quienes crean la verdad en este momento histórico. Pensemos, por ejemplo, en el ataque a las Torres Gemelas, el cual fue la gran excusa para la invasión norteamericana a Irak ¿Cuántos terroristas irakíes formaron parte del grupo atacante? Ninguno, la mayoría eran árabes y el resto, egipcios. ¿Qué lazos unían a Osama Bin Laden con Sadam Husein? Ninguno, de hecho, eran enemigos ¿Entonces cómo es que todo el mundo relaciona a Irak con los atentados a esos edificios y a Osama Bin Laden? Tal vez sea porque una mentira repetida mil veces hace una verdad (frase de Josep Goebbels, ministro de propaganda alemán durante la segunda guerra mundial).

Un buen ejercicio intelectual cuando ocurren hechos, como el que estamos tratando, es preguntarse: ¿A quién beneficia todo esto? En este caso los beneficiados directos son, precisamente, los verdaderos países terroristas de este momento histórico: Estados Unidos e Israel (quienes tienen ahora la excusa perfecta para invadir Siria, lo cual quieren hacer desde hace tiempo) y Europa en general, con Alemania a la cabeza. Fíjense lo que va a ocurrir: en los próximos días todos estarán hablando del tema (no podrán obviarlo, los medios  se encargarán de meterlo hasta en el café del desayuno), nos reventarán las pantallas de Facebook y Twitter con cintitas negras, mensajes de condolencias y cruces varios de noticias y opiniones y, mientras todo esto ocurre, quedarán en el olvido la foto del niño ahogado en las costas de Turquía o las constantes migraciones de refugiados hacia Europa, migraciones que aún ocurren en este mismo momento pero que los medios se encargan de no mostrar (creando, así, una nueva verdad: las migraciones terminaron con aquel niño ahogado).

Digamos que tal vez fueron unos dementes musulmanes, o que tal vez haya un movimiento geopolítico detrás de estos ataques; es posible que, tal vez, haya sido la avanzada de una civilización extraterrestre dispuesta a invadirnos, no lo sé y nunca lo sabremos; porque la verdad no existe, la verdad es una construcción del poder; y el poder, claro está, no quiere que sepamos lo que hace.

El laberinto veneciano.

En la ciudad de Monteverdi, Nietzsche y Gast -el amigo del filósofo, músico, autor de una ópera cuyo título es Los Leones de Venecia- ponen a punto el manuscrito de Aurora, libro genovés en su factura, pero que durante mucho tiempo se tituló Ombra di Venezia. Luego piensan, juntos, un libro sobre Federico Chopin. Nietzsche lee a George Sand, Gast estudia las partituras. Tocan las obras en el piano. Me gusta imaginar, bajo los dedos del filósofo, el Estudio n° 12 en do menor, un allegro con fuoco, expresión musical del genio nietzscheano, de su calidad y de su destino. Brío, potencia, fuerza y desesperación: esta obra del opus 10 es una tempestad que prefigura el final de los viajes de Nietzsche. La mano izquierda expresa el eterno retomo de lo trágico, el carácter implacable del fondo negro sobre el cual se inscriben nuestros actos y nuestros gestos: es una trama nocturna; la mano derecha es la voluntad: realiza intentos para arrancar del sopor, tentativas para escapar al destino. La línea se quiebra por una ruptura del ritmo, relámpagos de esperanza y un poco de paz. Otra vez amenazas en el registro grave, antes de la caída que recuerda las frustraciones de lo inacabado. Dionisios triunfa absolutamente sobre Apolo, totalmente, hasta en las consecuencias más dramáticas. La cita del filósofo con la locura ya está próxima, y se encamina hacia la insania: el estudio de Chopin muestra lo que le queda por recorrer y qué abismo se abre al final del sendero. Nietzsche no sabe que está escuchando la prefiguración de su derrumbe. Mientras tanto, regresa a su pensión, en casa Fumagalli, cerca de la Fenice, o en el Albergo San Marco, un cuarto que da a la Piazza San Marco. Siempre solitario, habitado por los sueños y preocupado por los aforismos que está escribiendo, va tras las almas muertas que también transitaron el laberinto veneciano.

Michel Onfray. La construcción de uno mismo. Obertura

El espejo del mundo

Oh, sol ¿qué sería de ti sin aquellos a quienes iluminas?

F. Nietzsche. Así habló Zarathustra.

Me tienen harto. Literalmente. Visceralmente. Soberanamente. Hablo de la gente que se queja por esto o por aquello. De la gente que se queja por todo. ¿Tanto trabajo cuesta vivir, disfrutar, no molestar, sonreír? Parece que sí. Parece que lo único que vale la pena ser observado y destacado es el alcance de la crisis, lo molesto que son los inmigrantes, el alto (siempre alto, altísimo) nivel de inseguridad, que nuestro equipo no juega como corresponde, que son todos corruptos, que llueve, o que no llueve, que el dinero no alcanza, que…

quejas 01Ejercicio: Pararse frente al espejo (si es posible un espejo de cuerpo entero, mejor). Pensar: ¿Cuáles son las probabilidades de que esa persona en particular exista? El resultado exacto no importa, basta con saber que el número es demasiado grande, roza casi la improbabilidad absoluta. Pero estamos aquí; eso es seguro, no hay más que mirar lo que refleja ese espejo. Siguiente pregunta: ¿Qué vas a hacer con ello?

Estoy aburrido. Decir eso es una estupidez. Vivimos en un mundo tan vasto, tan extenso, tan grande que ninguno de nosotros ha podido ver o conocer ni siquiera un mínimo porcentaje de una milésima parte. Incluso nuestra propia mente es un sitio infinito,quejas 03 que puede ser recorrida interminablemente. ¿Se entiende lo que quiero decir? El hecho de estar vivos es tan sorprendente, tan maravilloso que no tenemos derecho a decir estoy aburrido.

Y lo digo no sólo por la gente que me rodea a diario; sino por aquellos que escucho al pasar o que uno encuentra aquí, en la red. Porque si vamos a sincerarnos, la mitad de las cosas que uno lee trata de amores perdidos, de lágrimas por ésta o aquella. A veces las red parece un cementerio sembrado de nomeolvides. Sí, el bendito amor, el maldito amor, el eterno amor, el omnipresente amor.

Noticia (añeja): si no te quieren no te quieren. Punto. Por más que escribas páginas y páginas y más páginas llorando por él o ella el quejas 02asunto no tiene remedio: no te quiere. Ya está, es historia pasada. A todos nos ha pasado, aquí nadie está hecho de amianto, eso es seguro; pero llorar es una cosa y vivir llorando otra bien diferente. Lo primero es natural y lógico, lo segundo es una patología. Así que lo único que puede hacerse es pararse bien derecho y salir a buscar nuevas batallas. Hay que dejar de mirar hacia atrás y levar anclas. Uno no puede comprar un billete de lotería para el Gran Sorteo del año pasado; uno no puede jugar a la ruleta después que el croupier ya cantó el número. Las apuestas son siempre a futuro, y los riesgos son los dequejas 04 siempre: se gana o se pierde. 50/50. Por cierto, ésas son probabilidades mucho más tangibles que las de existir. Así que si ya ganamos uno de los mayores sorteos de la historia del universo ¿Por qué diablos lo desperdiciamos llorando o quejándonos constantemente?

Necesaria nota aclaratoria: Que nadie piense que hablo particularmente de él o de ella. Si digo que estoy cansado de la gente que se queja no me vengan con que me meto con Pedro o con Juana, No. Hablo de mí y desde mí. Hablo de todos y no hablo de nadie. Si a alguno le queda el saco que se lo ponga (si quiere); y si no, nos vemos en otro momento. ¿Capisce?

La máquina de escribir de Nietzsche

Tendemos a pensar que nacemos en blanco, cual tabula rasa, y que son las experiencias vividas las que conforman nuestra personalidad, sobre todo en los primeros años de nuestra vida. La ciencia, sin embargo, cada vez encuentra más evidencias de que no sólo nacemos con patrones bastante inmutables de conducta (impuestos por nuestra herencia genética) sino que precisamente son pequeños detalles en apariencia anodinos los que definen como somos (tal vez algo de lo que no tomamos nota de tan anodino origina más casos de criminalidad que todo el cine violento que existe; somos mejores o peores personas no por educación o valores morales sino por el tipo de gente que nos rodea en un momento concreto; etc.). Un ejemplo de cómo un detalle nimio puede influir no sólo en la forma en que se escriben los libros sino incluso en el contenido de los mismos y en todo el universo intelectual que emana de ellos es, por ejemplo, el de las máquinas de escribir.

A partir de 1879, Friederich Nietzsche comenzó a sufrir problemas los ya conocidos problemas de salud que le dificultaban la tarea de leer y escribir. Sobre todo por los fuertes dolores de cabeza y los incontrolables vómitos. Hasta que se le ocurrió la feliz idea de recurrir a la tecnología. Durante las primeras semanas de 1882, Nietzsche recibió en su domicilio una máquina de escribir danesa, una Writing Ball Malling-Hansen.

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Inventada unos años antes por Hans Rasmus Johan Malling-Hansen, director del Instituto Real de Sordomudos de Copenhague, la bola de tipos móviles era un instrumento de extraña belleza. Cincuenta y dos teclas para letras mayúsculas y minúsculas, los números y los signos de puntuación, sobresalían por la parte superior de la bola en una disposición concéntrica científicamente diseñada para permitir la escritura más eficiente posible. Justo debajo de las teclas tenía una placa curvada que contenía la hoja de papel. Mediante un ingenioso sistema de engranajes, la placa avanzaba como un reloj con cada golpe de tecla. Con la práctica suficiente, el mecanógrafo podía escribir hasta ochocientos caracteres por minuto con aquel aparato, lo que lo convertía en la más rápida máquina de escribir fabricada hasta entonces.

Nietzsche empezó a escribir con aquel artilugio, cada vez más maravillado con sus posibilidades. Incluso aprendió a escribir con los ojos cerrados, usando sólo la punta de los dedos. Tanto le fascinaba aquella suerte de transductor de su mente que incluso le dedicó una oda:

Como yo, estás hecha de hierro mas eres frágil en los viajes. Paciencia y tacto en abundancia, Con dedos diestros, exigimos.

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Sin embargo, algo extraño empezó a ocurrir con los textos que mecanografiaba el filósofo. Algo que propios y extraños notaron sin ninguna duda. A partir de entonces, algo empezó a cambiar en la prosa del filósofo, como si algo hubiese también cambiado en su cabeza. Uno de sus mejores amigos, el escritor y compositor Henrich Köselitz, también se lo señaló, tal y como explica Nicholas Carr:

La prosa de Nietzsche se había vuelto más estricta, más telegráfica. También poseía una contundencia nueva, como si la potencia de la máquina (su “hierro”), en virtud de algún misterioso mecanismo metafísico, se transmitiera a las palabras impresas de la página. “Hasta puede que este instrumento os alumbre un nuevo idioma”, le escribió Köselitz en una carta, señalando que, en su propio trabajo, “mis pensamientos, los pensamientos musicales y los verbales, a menudo dependen de la calidad de la pluma y el papel.” “Tenéis razón”, le respondió Nietzsche. “Nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos.

Esta anécdota literaria sirve para ilustrar hasta qué punto las nuevas tecnologías ejercen una influencia sutil pero determinante en nuestro cerebro. ¿Cómo influirá la computadora, internet, el blog, la intertextualidad y demás atributos de las nuevas tecnologías en nosotros?

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Página escrita por F. Nietzsche en su máquina Writing Ball Malling-Hansen.

Por la fecha al pie de la misma es probable que se trate de una página de La Gaya ciencia (intenté traducirla con Google translate pero no hubo caso. Apenas me tradujo alguna palabra suelta.)

Conceptos erróneos

En la película Ghandi, de 1982, hay una escena que me quedó grabada: el enviado inglés le dice al Mahatma «Ghandi, usted no sabe nada de historia, nunca un país se independizó de manera pacífica», a lo que Ghandi responde «El que no sabe nada de historia es usted. En historia, el que algo no haya sucedido no significa que no pueda suceder».

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¿Cuántos conceptos erróneos nos han inculcado a lo largo de nuestra vida? Desde la primera infancia —«con la mejor buena voluntad» suele decirse como si eso fuera una excusa para la ignorancia— nos han ido sembrando el inconsciente con ideas erróneas, conceptos falsos, creencias ridículas. Algunas de las que recuerdo.

• Si no eres bueno Dios se enojará contigo.

• Si te tocas te quedarás ciego (o te volverás estúpido o te crecerán pelos en las manos o Dios se enojará contigo)

• Sé bueno.

• El amor todo lo puede.

• Trabaja y nunca te quejes.

• El que es rico será porque ha trabajado lo suficiente.

• El trabajo dignifica.

• El superior (o el cliente) siempre tienen razón.

• El hombre nunca debe llorar.

• Fuimos, somos y siempre seremos un país de mierda.

• Eres un bueno para nada.

• En boca cerrada no entran moscas.

• Ten fe y lo demás te será dado por añadidura (ésta es la idea original, las de entrecasa eran iguales pero más sencillas).

• El sexo es sucio.

• Nunca le respondas a un adulto.

Hay que revertir todos los valores, como decía Nietzsche. Después de todo, peor no nos va a ir.

¿Tú también, Bruto?


Tu quoque, Brute, fili mi?»
Traducción: «¿Tú también, Bruto, hijo mío?»
En la obra Julio César de William Shakespeare se cambió por «Et tu, Brute» (¿Incluso tú, Bruto?»), aunque las últimas
palabras de César no están claras. Según Suetonio, las últimas palabras de César fueron en griego: «και συ, τεκνον;»
(«¿También tú, hijo?»).

Ustedes me disculparán pero hoy el tema viene plagado de citas. Y es que no he encontrado mejor método para acercarme a este tema, al menos es lo que he encontrado para evitar hablar de cuestiones personales.
Comencé por la más conocidas de todas las citas referidas a la traición. Y es que éste es el tema que me preocupa hoy (y viene haciéndolo desde hace unos años por circunstancias varias que me han hecho víctima de ellas; como se ve, las referencias personales son inevitables, pero intentaré mantenerlas en el mínimo posible).
Sigo con una somera explicación, también personal: Quiene esto escribe vivó durante seis años en los Estados Unidos. Al regresar a la Argentina, comencé a sufrir, de inmediato, todo tipo de traiciones, desde las de 20 centavos hasta las de miles de pesos; es decir que me encontré con aquel que te traicionaba casi por deporte y con aquel otro que lo hacía con saña y premeditación, y que, obviamente, producía un daño mayor.
Cierto día, una persona muy inteligente y analítica me dio su explicación de por qué ocutría esto. Según él, El gobierno militar primero, y la crisis económica después (la famosa crisis del 2001), rompieron el tejido solidario clásico del pueblo argentino. Éste no es una quimera ni una idealización mítica del pasado, era una realidad de la que tengo memoria, aún cuando en los tiempos de la dictadura militar yo no era más que un niño de escuela primaria. Según esta hombre, el temor que produjo la dictadura (el «despegarse» del otro, ya que ser amigo de un amigo de un amigo de alguien que había sedi secuestrado o sospechado era suficiente como pasar a ser un sospechoso en potencia) y la crisis dell 2001 (que produjo una especie de «sálvese quien pueda, y si alguien queda en el camino, mala suerte»), fueron los causantes de esta modalidad enquistada en lo más profundo de la personalidad argentina de hoy: la traición como modo de vida.
Quizá suene exagerado, y quizá haya, realmente, un ligero tinte magnificador en ello; pero si existe es muy a pesar mío y, eso sí puedo asegurarlo, es muy, muy pequeño. Lo único que puedo decir es que, desde hace seis años he sido víctima de traiciones pequeñas, medianas y grandes por parte de todos los estratos de la sociedad. Policías, comerciantes, amigos, compañeros de trabajo, familiares, conocidos, jefes, subalternos, vecinos. De algunos de ellos podría dar no solo un ejemplo, sino varios.

En el día de ayer no una, sino dos personas me dieron la cuota semanal de traición. Trastocando todos mis planes y sin ningún respeto por mis sentimientos o mis necesidades. Claro, éste tipo de traición de la que hablo no es como la de la cita de Shakespeare, alguien que planifica apuñalarte -no literalmente, por fortuna (o al menos hasta ahora)-, sino que me refiero a que actúan según su provecho aún sabiendo que afectan directamente a otro. ¿Qué importa si alguien sale lastimado? ¿Qué importa si el otro todos sus planes deshechos por esa actitud? El otro ha dejado de ser un Otro -es decir un igual- para transformarse en otro, con minúsculas, es decir alguien ajeno, alguien menor, alguien sin importancia.
Bien, basta de hablar de mí.

Vamos a las citas:

«Debemos desconfiar unos de otros. Es nuestra única defensa contra la traición».
Tennessee Williams

Bien, totalmente de acuerdo con Williams: Desconfiar de todos es la única defensa: Pero yo paso. No puedo, no podría jamás, desconfiar de todos los que me rodean. Es algo natural en mí (¿será por eso que soy una víctima fácil?), pero cuando alguien me dice algo, le creo. Siempre y cuando lo que me digan se encuentre dentro de lo razonable, por supuesto. Mi incredulidad se reduce a la honestidad del interlocutor, no a la imbecilidad del que cree en el fin del mundo para este año o afirmar la existencia del monstruo del Lago Ness. Prefiero confiar; y si me engañan no soy yo el culpable (frase de consuelo que no sirve para nada, el dolor de saberse traicionado no se calma con estas frases de ocasión; aún así, la sigo usando).

«Más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito firme de hacer traición».

François de la Rochefoucauld (1613-1680) Escritor francés.

De las dos traiciones de las que hablé, de las dos de ayer, una es de este tipo. Creo la falta de experiencia de esta persona hizo que actuara de un modo egoísta, pero que su fin no fue el de producir daño, al menos no de un modo premeditado (paradójicamente, fue la que más daño produjo). La otra persona no, actuó fría y deliberadamente. Me guardo los calificativos.

Luego tenemos:


«Con ciertas personas vale más ser traicionado que desconfiar».

Arthur Schopenhauer (1788-1860) Filósofo alemán.

No voy a agregar mucho, para mí es una frase perfecta y voy a usarla para confirmar mi punto de vista: prefiero creer (es decir: correr el riedgo de ser traicionado) antes que desconfiar.

Y por último, mi amado Nietzsche:

«Sé al menos mi enemigo»: así habla el verdadero respeto que no se atreve a implorar amistad.
Friedrich Nietzsche

Las cosas claras. Que otra vez el otro se convierta en Otro, en un igual, en un semejante; y si por alguna razón no podemos estar del mismo lado, pues no lo estemos. Pero seamos honestos.