El discreto encanto de ser humano (Parte III de III)

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Una de las discusiones más fuertes que vienen dándose en este último tiempo; magnificada, también, por los alcances de la pandemia que estamos sufriendo, es el del alcance y la responsabilidad que le cabe al sistema capitalista en toda esta cuestión. Más aún, a quien se apunta es al capitalismo tardío, neoliberalismo o capitalismo salvaje (cualquiera de las tres expresiones señalan a lo mismo, sólo que alguna lo hace de manera más literal y otra lo hace de manera más permisiva), quien es el que parece no tener control ni permitir, tampoco, que nadie intente tal cosa (es decir, controlarlo. No hay más que ver lo que sucedió hace pocos días en Wall Street).

El gran «caballito de batalla» de este sistema económico-ideológico es la llamada «meritocracia», la cual vendría a sintetizar todo en un sencillo «Si tiene, es porque se lo ganó; si no tiene, es porque no ha hecho lo suficiente»; dejado de lado, por supuesto, todas aquellas variables que forman parte de la existencia humana y de la que, en líneas generales, quienes sostienen esta faceta ideológica, están exentos en un alto grado.

En mi caso, la foto con la que abro esta entrada es estupenda para plantear el asunto desde el otro ángulo, desde el otro punto de vista. Ante ella, un liberal (o capitalista tardío o un neoliberal; no creo que le gustaría que lo llame capitalista salvaje) diría algo así como: «Si a pesar de las condiciones externas, como repartidor le conviene entregar pedidos, quiere decir que elige libremente y prefiere ganar dinero a quedarse parado». Yo creo que la pregunta es la contraria: si el repartidor fuese libre, ¿elegiría entregar pedidos en plena nevada con la ciudad en ese estado? Lo que nos lleva a otra pregunta: ¿puede haber libertad si no están garantizadas las condiciones que nos permiten ser libres? ¿Qué libertad de elección existe cuando la decisión está subordinada a la necesidad?

Algunas razones por las cuales el capitalismo (desgraciadamente) no morirá

Nota previa: el siguiente texto contiene una pequeña, muy pequeña dosis de humor negro. Si el lector carece de tolerancia a él, tal como otros carecen de tolerancia a la lactosa o al gluten, será mejor que pase de largo. De lo contrario, se ruega no molestar.

Creo que el primer atisbo de que el capitalismo es algo genético lo tuve cuando vi a ese tipo, correctamente protegido por el inevitable pasamontañas, vendiendo ladrillos para así poder manifestarse mejor. ¿Será una ironía? Me pregunté, y tal vez lo fuera, pero no quise acercarme a preguntarle porque, sinceramente, temí la respuesta, además de que él tenía los ladrillos y yo ninguno. Comprarle uno antes no hubiese servido para nada, él seguía estando ―maldita sea la carrera armamentista― con el mayor poder bélico. Sin demasiadas opciones, seguí caminando. Más adelante, debajo de unos portales de piedra caliza, una adivina le leía las cartas a un iluso. Hija de los tiempos, ella había acondicionado el lugar con una mampara divisoria y estaba bien protegida por su cubrebocas y sus anteojos (¿y era eso una peluca o así tenía realmente el pelo?). Me dije que no estaría muy segura de sus capacidades anticipatorias si no podía prever el estado de salud de quien tenía adelante; pero quién sabe, tal vez, como dice el refrán «En casa de herrero, cuchillo de palo» y ella, tan sagaz para ver el futuro ajeno, no era capaz de ver el propio. Yo no lo sé y tampoco aquí pude preguntar nada. Ella estaba ocupada en lo suyo yo preferí salir de largo.

Un ladrillo pasó volando a centímetros de mi nariz y se estrelló, haciéndola mil pedazos de diamantes diminutos, contra una vidriera enorme de una tienda que no sé cómo se llama. Un muchacho y una muchacha pasaron corriendo por delante de mí, en la misma dirección en que lo había hecho el ladrillo unos segundos antes y, pidiéndome disculpas por el casi golpe, se metieron rápidos en el local. Me pareció bien que se disculparan. Revolucionarios, pero educados. Iba a decirles que todo estaba bien cuando veo salir a la chica con una botella de Coca Cola en la mano. Pensé en decirle que era demasiado romper una vidriera por una Coca Cola y, de paso, explicarle que la revolución es otra cosa, que ella implica un cambio radical de… pero no pude, ser fueron corriendo delante de un policía que los siguió unos metros, pero que pensó que una Coca Cola no valía la pena (o tal vez sí, porque volvió sobre sus pasos y también se metió en el local para tomar un par, una para él y otra para su compañero. A mí nadie me convidó ninguna. Ni el revolucionario ni el antirrevolucionario. Mejor así. El azúcar no me sienta bien).

Las ciudades están transformándose en centros turísticos locales, sin duda. Hay un millón de cosas que nunca había visto antes. Por ejemplo, un árbol parece sacado de una copia modesta y de mal gusto de una película de Tim Burton. Sus ramas están llenas de púas en la parte superior. ¿Estarán por filmar alguna película? Pregunto, sin darme cuenta, en voz alta, y me dicen que no; que esas púas fueron colocadas allí por la gente adinerada del lugar, así los pájaros no pueden posarse y, por ende, no ensuciar sus autos con esa mala costumbre que tienen algunos pájaros de comer y cagar, con perdón de la expresión. Y vamos, que es entendible, uno no tiene un Lexus o un Porsche para que un gorrión te deje su firma sobre el capot recién encerado…

No tengo que dar ni dos pasos para encontrarme con otra vidriera rota. Allí un televisor encendido que nadie ha robado aún (prefieren llevarse los que están en sus cajas, por lo que veo. El que está encendido ya tiene uso) nos regala con algunas noticias que, al menos para mí, son poco menos que curiosas. «Es un dilema moderno para los ultra ricos: un yate espera, pero ¿cómo alcanzarlo de manera segura sin exponerse a las masas plagadas de gérmenes? Dilema para los que vuelan alto: cómo viajar de forma segura a su yate». Dice la primera de ellas y me digo que esa pobre gente debe estar pasándola realmente mal. Pero la noticia siguiente me conmueve sobremanera: Una pareja de Youtubers que había adoptado a un niño chino con autismo, lo devolvió luego de haber hecho una buena suma de dinero con él online, como se dice ahora. ¡Qué desgracia! Tener que devolver a tu hijo adoptado… también, tener la mala suerte de que te salga chino y autista… ¿Habrán devuelto también el dinero? Vaya uno a saber… pobrecita, lo que debe sufrir esa madre, se la ve tan compungida… Me pregunto si aún debería llamársele así, madre. No tengo ni idea, pero tal vez debería llamársele de otro modo.

Suena mi celular y lo maldigo. No hay modo de pasear por una ciudad o por donde sea sin que alguien te encuentre en cualquier momento y en todo lugar. Es L., quien me pide que camino a casa compre más cubrebocas y alcohol en gel. Y que no tarde demasiado (esto último lo dejo aquí para que vean el alcance del machismo actual). Por suerte encuentro una máquina expendedora que ahora ya no vende golosinas y refrescos (esos se consiguen, por lo visto, a pedradas en los cristales); sino que vende todo tipo de elementos de higiene. Veloces para los negocios los muchachos. Sigo en el teléfono y le pregunto a L. si no necesita una cama que se convierte en ataúd. Lo estoy viendo ante mí y parece útil. No repetiré sus palabras, sólo diré que no lo compré. Me excuso diciendo que sólo le digo lo que veo, las mujeres suelen comprar cosas que los hombres no. Diferentes visiones, que le dicen. OK, tampoco repetiré lo que dijo. ¿Un juguete con forma de coronavirus, hecho en China? Ése sí, para que juegue el perro. ¿Una bandera norteamericana o israelí para quemar? Parece que una empresa irakí le encontró la vuelta al asunto y está vendiendo un montón. Además están baratas. Que no, que nosotros no hacemos esas cosas. ¿Una bolsa con cierre para muerto, a sólo doscientos pesos? L. a veces tiene una boca… que para qué les cuento. Decidí cortar la comunicación e ir directo a casa.

Un último susto: un hombre apunta con un arma directamente a la cabeza de una mujer. El susto dura sólo un segundo: está tomándole la temperatura, cosa que está muy bien. La señora tiene que comprar sus Gucci y Gucci no quiere que sus clientes le ensucien los tejidos. Una mano lava a la otra, dicen.

Les dejo una galería con algunas imágenes que he juntado a lo largo de estos días. Todo parecido con la realidad es pura coincidencia. Para verlas en mayor tamaño, hacer clic sobre una de ellas.

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El retorno evitable

La injusticia ya no será más un escándalo
[…] en una sociedad de cases aplacada biopolíticamente
en la que uno, como siervo de sí mismo
lleva su propio capital humano
como siervo, al mercado.
Peter Sloterdijk.

 

Etica 01

 

Borges, en un texto sobre Pascal, dijo: «Le tocaron, como a todos los hombres, tiempos difíciles en los que vivir». Con esa frase Borges señala lo que todos sabemos: vivir no es fácil, ni antes ni ahora ni después, aunque haya grados de dificultad o grados en la capacidad de tolerancia humana. Hoy en día, cuanto tenemos todo para pasar nuestro tiempo mucho mejor que lo que le tocó en suerte a Pascal, por ejemplo (pleno siglo XVII), las personas se comportan de manera vergonzosa y no toleran el menor de los inconvenientes o, peor aún consideran como un inconveniente lo que para otros muchos sería un sueño (quedarse en casa para gran parte de la estúpida masa es un castigo o una molestia; para gran parte de la humanidad es una imposibilidad, porque ni siquiera tienen algo que pueda llamarse casa).

Peor aún es la exposición de lo que somos. En general, cuando casos como el que estamos viviendo ocurren, tenemos la sensación de que la humanidad, más allá de todos los pesares, tiene más puntos a favor que en contra. En este caso en particular vemos que lo que ocurre es lo contrario. Si esto es lo que somos, estamos perdidos. No voy a hacer una lista de los aspectos negativos que sobrepasan a los positivos (tal vez lo haga más adelante); no creo necesario detallar lo que se ve por todos lados, desde las altas esferas gubernamentales hasta las conductas de los que viven alrededor nuestro.

 

Christian Ferrer, en su La curva pornográficaEl sufrimiento sin sentido y la tecnología. 2006; ya lo decía con respecto al siglo XX; y ahora deberíamos volver a escribir el párrafo adecuándolo al par de décadas que apenas tenemos de este siglo:

«Un rasgo central que diferencia al siglo XX de su inmediato anterior es el desfasaje abierto entre la técnica y la ética. La evolución de la tecnología es hoy mucho más rápida que las obras y las novedades producidas por el arte, la moral y la política […] los saberes científicos y las innovaciones tecnológicas avanzaron a un paso mucho más acelerado, y la política, la ética e incluso el arte apenas pudieron seguir sus huellas. Por eso, la experiencia del confort sigue siendo el ideograma con que se tamiza la comprensión de la tecnología, en el espacio hogareño como en el laboral, tanto en lo que se refiere a nuestra consideración de las comodidades comunicacionales como a la inteligibilidad de los alimentos genéticamente modificados».

 

Etica 02

 

«El desfasaje abierto entre la técnica y la ética». Esa es toda la base del problema. Alguien podría añadir también al desfasaje entre la política y la ética, o entre la economía y la ética; pero si bien eso es cierto, no debemos olvidar que hoy es la técnica (que no la ciencia) la que tiene el poder central de su lado.

Veamos, por ejemplo, lo que decía Paula Sibilia en El hombre postorgánico: Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009):

«El capitalismo industrial desarrollo técnicas para modelar eficientemente cuerpos útiles y subjetividades dóciles. En la actual sociedad de información, la teleinformática y la biotecnología -unidas por el designio de la digitalización universal- pretenden lograr mutaciones aún más radicales: la supresión de las distancias, de las enfermedades, del envejecimiento e incluso de la muerte. El cuerpo humano, reducido, reducido a sistema de procesamiento de datos y banco de informática genética, se estaría volviendo obsoleto. Las nuevas tecnociencias apuntan a su hibridación con materiales inertes y a la manipulación de sus genes con la vocación fáustica de superar sus limitaciones naturales. […] El entrecruzamiento de biología e informática, a la vez que simplifica la complejidad humana, es el fundamento de los nuevos mecanismos de control del capitalismo postindustrial».

La ética hoy ha sido desplazada de todos los ámbitos y es nuestra obligación el volver a traerla al campo de juego; sólo así podremos aspirar a salvar algo de nuestro planeta y de nosotros mismos. Lo contrario es, simplemente, volver a nuestro estado más primitivo, aquel en el que recién empezábamos a llamarnos seres humanos, pero con el inconveniente de que ahora no estamos saliendo de él, sino volviendo, ahondándonos en él con estúpido placer y no menos estúpida inconsciencia.
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¿Quién es quién? ¿Y quién soy yo?

 

Large crowd of people

 

La verdad es que pensé que no iba a volver a hablar del tema; pero la realidad se impone y a ellas nos atenemos. Y es que en estos últimos dos días he visto algunas noticias que me han hecho pensar mucho y me han llevado a confirmar (al igual que lo que dije en la entrada anterior) que lo que siempre había pensado no era un desaguisado romántico o un delirio de alguien que se había golpeado de niño y a quien le habían quedado secuelas permanentes. Vamos, lo que quiero decir es que muy errado no andaba cuando pensaba lo que pensaba o, mejor dicho, que muy errado no ando cuando pienso lo que pienso.

Si no fuera porque el tema es trágico en grado sumo, me atrevería a decir que la cosa viene, casi, de comedia de enredos. Por ejemplo, leo que un transatántico inglés navega con tres infectados de coronavirus. Su principal socio y aliado, Estados Unidos, lo rechaza (con amigos como estos… uno piensa) ¿y quién lo acepta? Cuba. ¿Pero no es que los cubanos comunistas quieren la destrucción del imperialismo y esas cosas? Sigo leyendo y veo que el gobierno italiano solicita ayuda médica a Cuba (además de la que ya Comunismomalole fue brindada por China, sin necesidad de que fuera solicitada). Caramba con estos comunistas; con tal de dejar mal parado al imperialismo son capaces de cualquier cosa… Más adelante veo que quienes rechazaron la ayuda cubana fueron los bolivianos. Bueno, no los bolivianos, sino el gobierno de facto boliviano; ese mismo que fue saludado con bombos y platillos por EE.UU. y Europa por haber destituido ilegalmente al indio de Evo Morales. Curiosa antinomia esta de la derecha y de la izquierda… ¿Pero no es que las democracias de occidente son las buenas y los comunistas los malos? ¿Dónde me perdí o dónde me engañaron? ¿O será que los gringos sólo salvan al mundo en las películas? Sí, por ahí me parece que andan los tiros (con perdón del chiste fácil).

Lo que no me pareció tan gracioso (porque ver ese rostro y oír esas palabras eran un llamado a la realidad más que perentorio), fue el discurso del presidente serbio Aleksandar Vucic (pueden buscar el vídeo y ver el dolor en cada uno de sus rasgos) ¿y qué dijo este buen hombre? Pues cosas como estas: «Ahora ya todos se dieron cuenta de que la gran solidaridad internacional no existe. La solidaridad europea no existe. Era un cuento de hadas sobre papel»; «Los únicos que pueden ayudarnos en esta situación excepcional son los chinos»; «Pedimos a China que nos envíen de todo, hasta personal médico»; «envié una carta y tenía grandes expectativas y no se cumplieron. Como saben, nos han vetado como receptores de material médico. Para la Unión Europea no somos lo suficientemente buenos». En síntesis: Serbia le pide ayuda a Europa y ésta se la niega. Les negaron hasta los barbijos (o cubrebocas, como sea), ni hablemos, ya, de medicinas o respiradores.

 

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Rage Agains The Machine – El día que el rock de izquierda cerró Wall Street

 

Y la historia sigue igual por donde se la mire, Donald Trump hablando del «virus chino», cosa de seguir sacando rédito político de una desgracia global; con Bolsonaro negando la gravedad del tema aun cuando él mismo y dieciocho de sus funcionarios de alto rango están infectados, con Piñera en Chile atacando a Venezuela (y aprovechando la cuarentena para calmar las críticas del pueblo a su gobierno).

Slavoj Zizek dice que La actual expansión de la epidemia de coronavirus ha detonado las epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspirativas paranoicas y explosiones de racismo. Zizek apunta a que el coronavirus ha destapado la realidad insostenible de otro virus que infecta a la sociedad: el capitalismo. Mientras que muchas personas mueren, la gran preocupación de los estadistas y empresarios es el golpe a la economía, la recesión, la falta de crecimiento del producto interno bruto y cosas por el estilo. Este colapso económico se debe a que la economía está basada fundamentalmente en el consumo y en la persecución de valores propugnados por la visión capitalista como la riqueza material. Pero esto no tendría que ser así, no tendría que haber una tiranía del mercado. Zizek sugiere que el coronavirus presenta también la oportunidad de tomar conciencia de los otros virus que se esparcen por la sociedad desde hace mucho tiempo y reinventar la misma.

¿Será esta la oportunidad tan esperada? Tal vez sí, tal vez no. Todo depende de nosotros, como siempre. Tal vez ya vaya siendo hora de aprender a diferenciar de verdad a los buenos de los malos, a la derecha de la izquierda, a los nuestros y a los ellos.

Quien quiera oír que oiga.

Bueno, mi etiqueta dice…

 

mi precio

 

Michael J. Sandel, filósofo norteamericano, Profesor de la Universidad de Harvard y autor de varios libros sobre política, democracia y, sobre todo, justicia (es reconocida su serie de clases sobre este tema, la cual se puede ver completa en el sitio www.justiceharvard.org); plantea esta pregunta en un número de The Atlantic. Sandel dice que casi todo está en venta, y enumera algunos ejemplos:

·Una mejora en la celda de la prisión. En Santa Ana (California) y otras ciudades, presos no violentos pueden pagar por disfrutar de un espacio más limpio, silencioso, donde el resto de los presos no puedan molestarles. Ese upgrade cuesta unos 90 dólares por noche.

·Los servicios de una hindú como madre de alquiler. Las parejas que acuden a la India, la podrán encontrar por 8.000 dólares, un tercio menos del precio que tendrían que pagar en EE.UU.

·El derecho a cazar una especie protegida. El rinoceronte negro vale 250.000 dólares. En Sudáfrica se han comenzado a vender permisos de caza sobre un cierto número de rinocerontes negros.

·El derecho a llamar a un doctor a su móvil. Cada vez hay más doctores en los Estados Unidos que conceden esa licencia mediante una cuota anual entre 1.500 y 2.500 dólares.

.El derecho a emitir hasta una tonelada cúbica de dióxido de carbono a la atmósfera. La Unión Europea concede a las empresas tal posibilidad por 10,50 dólares.

.El derecho a emigrar a los Estados Unidos con tarjeta de residente. Se concede a aquellas personas que inviertan, al menos, 500.000 dólares, creando 10 o más fuentes de trabajo.

.Vender el espacio de tu frente para hacer publicidad.  Una madre soltera de Utah que necesitaba dinero para educar a su hijo recibió 10.000 dólares de un casino online para permitir un tatuaje permanente en su frente. Por tatuajes removibles se paga menos.

·Ser utilizado como “conejillo de indias” en tests de productos farmacéuticos. Una compañía de ese sector contrata personas por 7.500 dólares. La cantidad será mayor o menor en función de lo invasivo y doloroso que llegue a ser el test.

·Luchar en en zonas de conflictos. Contratistas privados pagan 1.000 dólares o más. La cantidad depende de la cualificación, riesgo, etc.

·Guardar el puesto en la cola del Capitolio. Hay compañías que contratan homeless para que guarden ése espacio durante la noche para cederlo luego a alguien que quiere presenciar las sesiones. Se paga (a las compañías, vaya a saber lo que le llega a esos homeless que hacen la fila) entre 15 y 20 dólares.

Sandel luego plantea la pregunta importante, la pregunta básica y fundamental: ¿Por qué preocuparse si la sociedad avanza hacia la posibilidad de comprar y vender todo?

Por dos razones: Una es la desigualdad y la otra, la corrupción. En una sociedad donde todo está en venta, la vida se hace más dura para aquellos que apenas tienen medios. Si solo se tratara de yates, casas lujosas o coches deportivos, no tendría mucha importancia, pero al extenderse a servicios y bienes corrientes, las desigualdades crecerían. La segunda razón tiene más que ver con el poder corruptor que llegaría a tener un mercado sin límites. Acabaríamos comprando seres humanos, y no sólo órganos, sino servicios mercenarios para cualquier fin, de forma abierta. Daríamos un paso decisivo para considerar a los hombres como bienes de uso corriente, algo de lo que nuestra especie se liberó lentamente…

Michael sandel

Creo que poco puede agregarse a lo dicho por Michael J. Sandel. Sólo quiero destacar la idea de el poder corruptor de un mercado sin límites. ¿Qué tan lejos, o tan cerca de él nos encontramos?

La calma como revolución

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Mar-en-calmabaja

 

No sé a quién pertenece la cita siguiente; recuerdo que la copié de un video, pero no copié el nombre del autor o de quien lo dijo en su momento. Sea como fuere, aquí lo dejo porque vale la pena y porque, más allá de quien sea su autor, estoy seguro de que lo que quisiera sería que sus palabras lleguen a la mayor cantidad posible de lectores. Aquí, entonces, esta cita (por ahora) anónima:

«El mundo está diseñado para que constantemente nos sintamos deprimidos. La felicidad no es muy buena para la economía. Si fuéramos felices con lo que tenemos ¿para qué necesitaríamos más? Entonces, ¿cómo hacer para vender una crema antiarrugas? Pues haces que la gente tenga miedo a envejecer. ¿Cómo se logra que las personas voten por determinado partido político? Haces que tengan miedo, por ejemplo, de los inmigrantes. ¿Cómo haces para que la gente compre seguros? Haces que tengan miedo de todo. ¿Cómo haces para que se sometan a cirugía plástica? Destacas sus flaquezas físicas. ¿Cómo haces para que la gente vea determinado programa de televisión? Haces que se sientan pena por habérselo perdido. ¿Cómo haces para que compren el nuevo modelo de smartphone? Haces que se sientan que están siendo relegados.

Estar en calma se convierte en un acto revolucionario. Estar feliz con nuestra existencia sin actualizaciones constantes. Sentirnos cómodos con nuestra desordenada —pero nuestra— humanidad, no es algo bueno para los negocios».

Hay veces en que el acto más revolucionario es, simplemente, saber decir «No» a tiempo.

El arte de vender vacío (involuntaria parte II)

 

A raíz de la entrada anterior (Miniso o el arte de vender vacío), encontré que el artista con el que abrí la entrada y con el cual ejemplifiqué las ideas de Buyng-Chul Han, es decir, Jeff Koons se ha convertido en el artista vivo que ha vendido una de sus obras a mayor precio. La obra en cuestión es la siguiente (y una pregunta: ¿cuánto pagarían por esta obra de 104 centímetros de un conejo de acero que remeda a un conejito inflable?)

 

Koons

 

Pues en Christie’s, New York, la obra se vendió, hace unos diez días, en 91 millones de dólares. ¿Absurdo? Pues sí, sin duda alguna ¿Pero qué esperaban de esta modernidad donde, tal como dije en la entrada anterior, prevalece todo aquello que carezca de cualquier característica personal, diferenciada, compleja, interesante? Pues no podemos más que reconocer que el absurdo gana terreno a pasos agigantados y que lo peor de todo es que ni siquiera podemos criticar nada de lo que sucede. Otra característica de estos tiempos es que enseguida aparece cualquier posmoderno trasnochado, de esos que no entienden la diferencia entre crítica y maledicencia y nos conmina a callarnos la boca porque alguien puede sentirse violentado; así que no podré decir que considero a alguien que gasta 91 millones de dólares en un conejo brillante como un imbécil. No, yo no lo dije. Pero lo pienso.

Miniso o el arte de vender vacío

 

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Jeff Koons

 

En La salvación de lo bello, Byung-Chul Han analiza cómo el concepto de belleza es entendido en la actualidad. Allí dice que hoy lo que prevalece es lo pulido, lo pulcro, lo suave, lo brillante, lo liso. Ésa es la característica de nuestro tiempo y, como toda característica temporal, se extiende a los conceptos; en este caso, el concepto de belleza. Podríamos ejemplificar esto con el arte de Jeff Koons, por ejemplo; o con la extendida práctica de la depilación definitiva. Todo esto no es más que el imperativo de la positividad que impera en el siglo XXI; ya que ni lo liso ni lo pulido, dañan. La estética dominante se basa en la capacidad de amoldarse, de no resistir y no se limita a las superficies exteriores. La comunicación actual, por ejemplo, es igual de pulida que el exterior de nuestros teléfonos. Los mensajes son anodinos, amables, correctos y positivos. No hay que molestar al prójimo de ninguna manera. Todo debe ser light y los me gusta cumplen con esa normativa a la perfección.

Hace un par de meses abrió en Morelia una tienda llamada Misino, la cual es el ejemplo perfecto de lo que nos dice Byung-Chul Han. Lo primero que me llamó la atención fue un afiche de propaganda, al que de inmediato le tomé una foto. Algo que vengo diciendo desde hace tiempo (pero que no tocaré aquí porque merece su propio espacio) es que ahora nadie parece esconderse para hacer lo que antes era motivo de vergüenza. Por ejemplo el afiche en cuestión es éste:

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¿Pero es que nadie se da cuenta de lo que les están diciendo? Me pregunté en aquel momento y, al mirar a mi alrededor vi que no, que nadie se daba cuenta y que no les importaba en lo más mínimo. «Entré a Miniso buscando una cosa. Salí con seis, bueno ocho. OK, ya, diez» y luego el inevitable hashtag: #nosabiaquelonecesitaba. Eso es: no sabías que lo necesitabas porque realmente no lo necesitabas. Y es que eso es lo que vende Miniso: cosas innecesarias o, si lo son, cosas que pueden encontrarse en cualquier otra tienda cinco veces más baratas. Miniso es la quintaesencia de la modernidad: venden basura innecesaria y cara; pero… bonita. Sí, todo en Miniso es bonito. Y también todo es pulido, pulcro, suave, brillante, liso.

También Miniso miente, por supuesto; y no sólo lo hace en sus carteles publicitarios. También lo hace en su página web, donde leo: « En MINISO creemos que la naturaleza tiene un poder mágico; disfrutamos de lo que la naturaleza nos brinda, aprendemos y creamos a partir de ella. Debido a esto, perseguimos una filosofía de vida simple y natural, diseñamos y fabricamos productos excelentes a precios honestos, teniendo en cuenta los recursos de la tierra, el medio ambiente y el reciclaje. En MINISO dejamos de lado todo aquello que es extravagante y antinatural para volver a los simple y lo sencillo». Una burda mentira de cabo a rabo. Alguien que fabrica cosas innecesarias no puede decir que está preocupado por el medio ambiente. Alguien que vende un bolígrafo a ocho veces el precio regular no puede hablar de «precios honestos».

 

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Ahora esa empresa acaba de abrir una tienda en pleno centro de Morelia. Ayer fui allí a verificar unas cosas para poder escribir esta entrada y, al salir, el empleado —un joven de poco más de veinte años, como todos los empleados de esta tienda— me saluda con un arigato que fue la cereza sobre el postre. No solo a estos chicos les deben pagar dos pesos, sino que, además, los hacen saludar en un idioma extranjero y en una situación absurda aunque, eso sí, pulida, lisa, brillante. ¡Viva la modernidad!

Un vaso de agua, por favor. Deslactosada, descafeinada y deshidratada.

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No puedo decirlo de otro modo: odio a la puta modernidad. Ya no se puede acceder a nada que sea puro, que sea algo en sí mismo; todo tiene que tener un agregado, un extra, un añadido. Antes de comprar algo hay que leer cada etiqueta con detenimiento ya que todo tiene, posiblemente, algo que lo modifica de alguna manera. Antes, por ejemplo, se compraba leche. Ahora hay que optar por leche entera, semidescremada, descremada, light, deslactosada. También hay café con leche y dentro de esta variedad tenemos café con leche clásico, sin azúcar, con vainilla. El viejo y simple café se ha transformado en un una búsqueda incesante entre café tradicional,  descafeinado, café con vainilla (me gustaría conocer a algún degenerado que prefiera el café con vainilla. Si el producto existe es porque existe el comprador ¿no?), capuccino, capuccino light, macciato, expresso, americano… La verdad es que ir a un supermercado, además de violento (me remito a Herbert Marcuse al decir esto) es cansador. Ahora, la última moda: el agua. Sí, el agua ahora viene saborizada y hay marcas más saludables o ¡sorpresa de sorpresas! más ricas que otras.

Si seguimos así dentro de poco, antes de ir a hacer las compras vamos a tener que tomar un curso de química o algo por el estilo.