Cada uno es lo que es (y anda siempre con lo puesto)

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Esquivel

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Dice Laura Esquivel: «Cada vez soy más consciente de que uno se convierte en lo que mira, en lo que recuerda, en lo que anhela, en lo que transmite. El futuro comienza hoy y depende de lo que elijo ver, de lo que me permito decir, de lo que quiero recordar y de lo que decido amar».

Este pequeño manual del buen sentido común nos ha llegado de manos de diferentes autores a lo largo de toda la historia; y no deja de ser curioso que, a pesar de ello, la gente siga prendida y prendada a sus pequeñeces de siempre. Del mismo modo en que se repite una y otra vez que «uno es lo que come» y otras cosas por el estilo, pocos parecen tener en cuenta los otros dos alimentos complementarios y tan necesarios como el primero: el intelectual y el espiritual. ¿Será porque una manzana es algo tangible y la verdad no? ¿Será porque sentimos cómo se aplaca la sed al tomar un trago de agua pero no tenemos esa misma sensación cuando comprendemos cómo actúa un argumento? Vaya uno a saber. La cuestión es que uno es lo que decide ser. Del mismo modo en que elegimos una manzana por sobre una chuleta grasosa o una chuleta grasosa por sobre una manzana, del mismo modo elegimos la verdad, la belleza, el honor, el amor o exactamente lo contrario, es decir: la mentira, la fealdad, la ignominia, el odio (y cada cerdo después se revolcará en su chiquero, por supuesto; la cuestión es ser consecuente con la elección y saberse responsable de ella). Como dije, esto nos los han dicho desde siempre diversos autores, cada cual a su modo y estilo. Tengo aquí, a mi lado, mi cuaderno de notas y encuentro citas de Séneca (allá a los lejos), de Spinoza (a mitad de camino) y de Fernando Pessoa (ya más cerquita). Me quedo con este último, porque lo dijo de manera poética y porque sí, porque eso también es elegir:

 

Poema XVIII

Ojalá fuese yo el polvo del camino
Y los pies de los pobres me pisaran…
Ojalá fuese yo los ríos que corren
Y hubiese lavanderas en mi orilla…

Ojalá fuese yo los sauces de la margen del río
Y tuviese sólo el cielo encima y el agua debajo…
Ojalá fuese yo el burro del molinero
Y él me golpease y me estimase…

Antes eso que ser el que atraviesa la vida
Mirando atrás y sintiendo pena.

Verdades absolutas y lecciones de humildad

 

fanatismo 03

 

«Nada hay mejor distribuido que el sentido común. Todo el mundo cree tener el suficiente». dijo René Descartes y esa puede ser considerada como una de las pocas verdades absolutas (hay otra verdad absoluta que plantearé yo mismo; pero esa una verdad absoluta paradójica, así que la dejaré para el final del texto, porque primero quiero hablar de algunas otras cosas).

Primero: Todos sabemos que lo que nosotros pensamos es lo correcto. Nadie duda de sus propias creencias o pensamientos ¿No? ¡Pero si es obvio! ¡Cualquier persona con sentido común debería reconocerlo! (y aquí volvemos a Descartes, quien nos mira con paciencia y luego se hace el desentendido). Hay muchos estudios interesantes sobre el porqué a la gente le cuesta tanto cambiar de opinión, incluso aunque se le muestren pruebas irrefutables (¿Por qué no cambiamos de opinión aunque nos demuestren que estamos equivocados? es un artículo que sintetiza la idea).

Segundo: Iglesias, sinagogas y mezquitas están cerradas a cal y canto, lo cual demuestra que no hay intervención divina que valga: o te cuidas de manera racional o eres historia. Esto nos enseña (o nos recuerda, porque esto siempre se supo) que la religión y la ciencia se abocan a ámbitos separados e irreconciliables (de hecho, hasta hablan lenguajes diferentes). «La oración no tiene la función de forzar a Dios, sino de cambiar la naturaleza del que ora», dijo con tino Søren Kierkegaard, señalando, de paso, una cuestión que occidente parece haber olvidado (y por eso, también, que me caen mejor los budistas que los cristianos): es absurdo y por demás egocéntrico el creer que un dios va a cambiar su plan divino por la simple oración de una sola persona; sin embargo, el cambio interior es el que importa y prevalece.

 

fanatismo 01

 

Tercero: ¿Y qué sucede con el discurso feminista? ¿Dónde quedó la idea de que la biología es una construcción patriarcal? ¿Por qué el colectivo feminista dejó de marchar y acató las órdenes del estado machista opresor? ¿Por qué aceptaron la ayuda de ese estado o, en muchos casos, la exigieron? ¿Por qué las abanderadas del aborto —bajo el slogan «mi cuerpo, mi decisión»— no aceptaron que otro (en este caso un virus) decidiera sobre la vida de ellas?

Cuarto: ¿Qué sucede con los veganos que están esperando la aparición de una vacuna que será probada en ratones o conejos? ¿Aceptarán vacunarse bajo estas condiciones?

Un simple virus; algo que ni siquiera puede llamarse un ser vivo, vino a trastocar todo lo que pensamos o, mejor dicho, vino a poner en evidencia lo que todos tuvimos presente desde siempre (y he aquí la verdad paradójica que quiero exponer): «no existe tal cosa como una verdad absoluta» (lo paradójico es que esa es una verdad absoluta).      Sigamos, que no falta mucho.

¿Se entiende el punto al que quiero llegar? Todos tenemos derechos a pensar o a creer en lo que nos plazca o en aquello que consideremos como más acertado o válido; pero tenemos que aprender a dejar un resquicio (al menos uno) por donde pueda colarse la duda. Tenemos que aprender que, sea lo que fuere lo que creamos o pensemos, eso será hijo de nuestra época y de nuestras circunstancias y que sostener que nosotros y sólo nosotros tenemos razón no es más que una posición fanática improducente. «Un fanático es alguien que no quiere cambiar de tema y no puede cambiar de opinión», Dijo alguien; no ser uno de ellos es, al menos, el primer paso para comenzar a entendernos y tratar de salvar algo en medio de todo este caos.

 

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La crueldad bien entendida empieza por casa

 

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Slavoj Zizek

Lo siguiente es una paráfrasis del pensamiento del filósofo esloveno Slavoj Zizek; un verdadero rockstar de la filosofía moderna. El fragmento lo copié de la serie española Merlí y, aunque está adaptada al esquema general de la serie, creo que sintetiza bien el pensamiento de Zizek:

«Vivimos en una época donde triunfan productos como el café sin cafeína, la cerveza sin alcohol, la mantequilla sin grasa. Es como si la realidad se hubiera desnaturalizado. Nuestra sociedad se ha vuelto «políticamente correcta». Hoy en día hay un exceso de «buena onda»; tenemos que decir las cosas «con tacto», tener un tono conciliador para que así nadie se ofenda. La cuestión es no ensuciarse, no ser desagradables. Mantenernos tan puros y educados como sea posible. Lo único que puede sacarnos de este estado, piensa Zizek, es el amor. Porque el amor es una de las pocas cosas que nos puede sacudir y hacernos volver a la realidad. Todos sabemos que hay cosas que no debemos decir, sentimientos que no queremos herir; pero no podemos actuar siempre como si fuéramos almas puras. Amar es aceptar la imperfección del otro, y si hay que decirle a la pareja, o al hermano o al padre o a la madre, a un amigo, lo que se piensa y aunque esto le pueda molestar, hay que decírselo; porque esto te conecta con la realidad.

La realidad está llena de verdades incómodas, de contradicciones, e incluso de mala fe. Entre padres e hijos, entre amigos, parejas y matrimonios… puede haber crueldad».

Llegar al mismo sitio

 

Gregorio Marañón

Gregorio Marañón

 

Uno de los enormes placeres que me ha deparado este sitio es el de poder compartir citas de todo tipo y color. Leer algo, encontrar un fragmento en ese algo y pensar en compartirlo aquí con ustedes es un pequeño placer personal que agradezco. Esta vez le toca a un fragmento que, me atrevo a decir, tal vez sea uno de los más bellos que he dejado en esta página. Y cuando digo bello lo digo en el amplio sentido del término, desde la mera estética hasta la inteligencia y el humanismo todo. Pertenece a Gregorio Marañón; médico, científico, historiador, escritor y pensador español. El fragmento pertenece a Vocación y ética y otros ensayos (1946):

 

«Un hombre de ciencia que sólo es hombre de ciencia, como un profesional que sólo conoce su profesión, puede ser infinitamente útil en su disciplina, pero si no tiene ideas generales más allá de su disciplina, se convertirá irremisiblemente en un monstruo de engreimiento y de susceptibilidad. Creerá que su obra es el centro del universo y perderá el contacto generoso con la verdad ajena, y, más aún, con el ajeno error, que es el que más enseña si lo sabemos acoger con gesto de humanidad. Como esas máquinas perforadoras que tienen que trabajar bajo un chorro de agua fría para no arder e inutilizarse, el pensamiento humano, localizado en una actividad única, por noble que esa actividad sea, acaba abrasándose en vanidad y petulancia. Y para que no ocurra así, ha de menester el alivio de una vena permanente de fresca preocupación universal. Saber es ahondar, hundirse en las galerías subterráneas del pensamiento o de los hechos ignotos, y para que la mente no se ahogue en esas galerías es precisa la ventilación, las ventanas abiertas a otros panoramas del espíritu, en los que éste descansa y se renueva. Por eso no hay un hombre de ciencia eminente que no se haya asomado, por instinto, a otras actividades. Y es muy común que sean las artísticas, y no, como se cree, porque sean contrarias a las investigaciones, sino precisamente por lo que tienen en común. No se puede caminar en dos direcciones distintas, pero la gracia de la vida es poder ir a donde tiene que irse por diferentes caminos. Y por la ciencia, como por el arte, se va al mismo sitio: a la verdad. Además, lo que importa es el camino. El camino es el que hace entretenidos los días y gratas las noches. El fin es siempre un sueño. Y quizá el verdadero fin es nunca llegar».

Belleza y verdad

Belleza y verdad

Alguien, hace un par de meses, me dejó, como parte de su comentario a una entrada que no recuerdo, esta idea: «La ficción existe porque es sueño y realidad a la vez». Encuentro esta nota entre mis apuntes y no pude menos que recordar aquel concepto de Harold Bloom en Qué leer y por qué. Allí, Bloom, al analizar a Chéjov, señala que uno de sus personajes se siente feliz al ver que de alguna manera la verdad y la belleza están relacionadas: “El lector puede reflexionar sobre la sutil transición en la alegría del estudiante: de la cadena temporal de la verdad y la belleza al vislumbre de una felicidad personal”.

Esas ambigüedades como la que me señaló esa persona (me disculpo por no haber tomado debida nota de su nombre) o como la que señala Harold Bloom me saben a delicia intelectual. Creo, en lo personal, que a pesar del erróneo pesimismo moral que nos dejó el posmodernismo, hay una estrecha relación entre la belleza y la verdad; entre la ficción y la realidad y, también (y tal vez esto sea la síntesis de lo anterior), que todo lo bello y lo bueno y lo correcto y lo verdadero sólo son facetas de eso que solemos llamar, con bastante ligereza, moral; pero facetas que de manera inevitable se apuntalan las unas a las otras, que unas y otras son, de alguna manera, lo mismo.

Retrato de Ginebra de Benci (1)
En 1475 Leonardo da Vinci pinta su Retrato de Ginebra de Benci. En el reverso de esa obra Leonardo pintó una cinta donde escribió: VIRTUTEM FORMA DECORAT; es decir: la virtud es un adorno de la belleza. A pesar de que pensamientos como ese hoy son considerados políticamente incorrectos, me siento mucho más cercano a él que a muchas de las nuevas tonterías con las que nos bombardea la más que cínica modernidad.

Retrato de Ginebra de Benci (2)

Sólo ficciones

biografia

“La primera exigencia de la biografía, la veracidad, atributo pretendidamente científico, no es otra cosa que el supuesto retórico de un género literario, no menos convencional que las tres unidades de la tragedia clásica, o el desenmascaramiento del asesino en las últimas páginas de la novela policial”. Juan José Saer nos recuerda que la verdad, así como los pretendidos alcances de su exposición, no es más que un mito o una necesidad estética. Esta cuestión la saben bien los historiadores, quienes son conscientes de las limitaciones que toda investigación histórica incluye (y, por supuesto, mayor es esa limitación a medida que el tiempo se aleja en la noche de los tiempos). ¿Cómo podemos pretender ser veraces con respecto a una biografía cualquiera si ni siquiera podemos estar seguros de nuestro propio pasado? ¿Cuántas veces nos hemos encontrado con que podíamos asegurar algo que había ocurrido, digamos, en nuestra infancia y que luego nos enteramos de que nunca ocurrió o que lo hizo de una forma totalmente diferente a la que recordamos? Al fin y al cabo somos, en muchos aspectos, sólo seres de ficción creados y convencidos por nosotros mismos.

Lo que nadie quiere.

internet-neutrality

La verdad es lo que todos buscan pero que nadie quiere. Cuando la encuentran escapan de ella como si de la peste negra se tratara. Mejor nos vemos en otro momento ¿Sí? Por eso las relaciones creadas y mantenidas por medio de las redes sociales son tan frágiles y confusas. Los seres humanos no estamos hechos para las distancias; necesitamos la carne y el conocimiento de la carne. Ese tiro de gracia que le pegó a nuestro ego la revolución intelectual que va montada a caballo entre el siglo XVIII y el siglo XIX y que dejó bien en claro que no somos el centro del universo y que sólo somos animales precarios no nos deja otra salida que trabajar con esas herramientas: ser lo que somos e intentar con ello ser un poco mejores y nada más. Pulir la especie; mejorar el metro cuadrado que nos toca habitar y no molestar demasiado a los que están en los metros cuadrados adyacentes. Pero ese es otro tema. Ya me fui por las ramas (juego para insomnios: ¿De qué animal desciendes? Yo me declaro hijo de un Frankenstein y un Dr. Moreau. Mi zoológico código genético es variado). Bajo por segunda vez de la rama y digo: lo bueno de las redes sociales es que uno puede decir cualquier cosa sin correr demasiado riesgo de ser descubierto en una contradicción, porque la memoria de la red social y de quienes la usan es de corto plazo. Todo se lee y se olvida al instante; es la espantosa ansia de novedad de la que hablara Heidegger. Y también: las redes sociales tienen mucho de lo primero y muy poco de lo segundo. La verdad sea dicha (Archívese y olvídese ipso facto).

Lo que importa.

Celeste

Supongamos, querido lector, que estamos recostados en el césped de un jardín, charlando de esto y de aquello, cuando uno de los dos hace un comentario casual sobre lo bello que es el celeste del cielo. El otro mira un instante hacia lo alto, como si no hubiese notado que allí estaba, desde siempre, esa esfera que nos rodea y confirma la belleza de ese celeste terso y ubicuo. Ahora, ese otro pregunta: ¿Cómo podemos estar seguros de que ese celeste que vemos en el cielo es el mismo para los dos? Traten de responder a esta pregunta y verán la dificultad que implica. De nada vale señalar un objeto de color celeste y hacer la comparación, siempre diremos que es celeste y estaremos de acuerdo en ello, pero es que así lo reconocemos porque así lo hemos aprendido; entonces la pregunta permanece: ¿Cómo podemos estar seguros de que ese celeste que vemos en el cielo es el mismo para los dos? No hay caso, es imposible saberlo. Lo único que podemos decir es que ambos estamos de acuerdo en que el cielo, sea como fuere que el otro lo vea, es celeste.

Hilario Ascasubi fue un político y poeta argentino del siglo XIX. Cuenta la leyenda que Ascasubi nació debajo de una carreta, en medio de la pampa. Cuando Borges retoma esta historia dice: “Más allá de la verdad histórica, conviene creer que esto fue así”. ¿Y por qué conviene creer que esto fue así? Pues porque esa imagen del nacimiento de Ascasubi cerraría la imagen mitológica del poeta gauchesco. No importa, después de todo, si eso fue verdad o no; pero para la belleza de la imagen conviene creerlo. Borges nos plantea, entonces, la idea de la estética como valor de verdad.

¿Y qué tiene que ver el celeste del cielo con Ascasubi y con Borges? Momentito que ya estoy llegando.

Acabo de leer un comentario de Danioska a una de mis entradas. En ese comentario, luego de contarme una anécdota, Danioska dice: “no tengo la certeza de que sea una historia cierta…”. De inmediato pienso: ¿y qué importa? No importa si esa anécdota es fiel a la verdad o no, lo que importa es que es estéticamente válida. La verdad, como todos sabemos, es una construcción. Una construcción del poder, dice Nietzsche, pero también una construcción de la estética, dice Borges. Si tomamos la base de ambas definiciones vemos que podemos crear una definición de verdad. De hecho, es lo que hacemos cada vez que escribimos un poema. Al escribir un texto poético estamos inventando una concepción nueva de la verdad, pero lo hacemos a través de metáforas, de símbolos, de imágenes. Nadie consideraría a un poema como una fuente de verdad; entonces, si un poema no es totalmente verdad eso significa que es, al menos, parcialmente mentira. La función del poema no es ser verdad, la función del poema es mostrarnos el camino a la verdad. Para ello no necesita más que abrir puertas y ventanas, dejar que el aire corra a su antojo y que desnude cada rincón de nuestra casa, de nuestro yo más íntimo. En síntesis: la estética como valor de verdad.

¿Qué importa si Ascasubi nació debajo de una carreta o no? ¿Qué importa si la anécdota de Danioska es estrictamente cierta? ¿Qué importa si el color que vemos en el cielo es el mismo exacto tono de celeste? Lo único que debe preocuparnos es que, recostados allí en el césped, compartimos un momento de verdad poética mucho más importante que cualquier definición; hombro con hombro, cielo con cielo, verdad con verdad.

La plácida isla, el océano infinito.

europa después de la lluvia max ernst

Max Ernst, Europa después de la lluvia (1940-42)

“Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de los oscuros océanos del infinito”

P. Lovecraft

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No iba a escribir sobre lo ocurrido en París en el día de ayer, supongo que todos estamos bajo el mismo estado de estupor y desorientación que estos hechos producen; pero ante un mensaje que recibí a la diez de la noche, encendí la TV para ver qué era lo que estaba ocurriendo y eso me hizo cambiar de opinión al respecto; así que aquí estoy, dispuesto a hablar tangencialmente de lo que vi y de lo que pienso sobre lo ocurrido en la capital francesa. Como dije, lo que me hizo cambiar de parecer fue lo que vi en la TV y lo que vi no fue un programa informativo sobre los atentados, sino que fue un informe sobre grupos islámicos extremistas en Siria quienes contando con el apoyo de Rusia atacaban la capital de ese país. Las imágenes mostraban, claro está, lo mismo que decía el locutor (obsérvese que los noticieros actuales usan al locutor como alguien que describe lo que muestra la imagen, es decir, su función es la de reforzar lo que se está viendo, impidiendo de este modo cualquier pensamiento crítico por parte del televidente); es decir: vehículos y armas de procedencia rusa manejados por hombres encapuchados que disparaban vaya uno a saber a qué o a quién, porque las imágenes sólo los mostraban a ellos. De inmediato me dije “esto no es información, esto es propaganda”. Y recordé eso que escribí hace muy pocos días, el pasado cuatro de este mes, cuando se le otorgó el Nóbel de literatura a Svetlana Alexievich: “[Alexievich] fue premiada porque critica a Rusia y eso es todo”. ¿Casualidad o causalidad? Vaya uno a saber. Y antes de que me acusen de andar creyendo en teorías conspirativas o cosas por el estilo, paso a aclarar lo que pienso personalmente de todo esto.

Para empezar, sintetizo mi postura: Nunca vamos a saber qué es lo que realmente ocurrió. Y ahora me explico. Hace más de ciento treinta años Friedrich Nietzsche nos enseñó que no existe algo como la verdad per se, sino que ésta es una construcción de los sistemas de poder. Hoy, como todos sabemos, el poder pasa por los grandes o medianos imperios; el mayor de todos, Estados Unidos, seguido por Rusia, Israel, Inglaterra, China, Alemania.  Ellos son quienes crean la verdad en este momento histórico. Pensemos, por ejemplo, en el ataque a las Torres Gemelas, el cual fue la gran excusa para la invasión norteamericana a Irak ¿Cuántos terroristas irakíes formaron parte del grupo atacante? Ninguno, la mayoría eran árabes y el resto, egipcios. ¿Qué lazos unían a Osama Bin Laden con Sadam Husein? Ninguno, de hecho, eran enemigos ¿Entonces cómo es que todo el mundo relaciona a Irak con los atentados a esos edificios y a Osama Bin Laden? Tal vez sea porque una mentira repetida mil veces hace una verdad (frase de Josep Goebbels, ministro de propaganda alemán durante la segunda guerra mundial).

Un buen ejercicio intelectual cuando ocurren hechos, como el que estamos tratando, es preguntarse: ¿A quién beneficia todo esto? En este caso los beneficiados directos son, precisamente, los verdaderos países terroristas de este momento histórico: Estados Unidos e Israel (quienes tienen ahora la excusa perfecta para invadir Siria, lo cual quieren hacer desde hace tiempo) y Europa en general, con Alemania a la cabeza. Fíjense lo que va a ocurrir: en los próximos días todos estarán hablando del tema (no podrán obviarlo, los medios  se encargarán de meterlo hasta en el café del desayuno), nos reventarán las pantallas de Facebook y Twitter con cintitas negras, mensajes de condolencias y cruces varios de noticias y opiniones y, mientras todo esto ocurre, quedarán en el olvido la foto del niño ahogado en las costas de Turquía o las constantes migraciones de refugiados hacia Europa, migraciones que aún ocurren en este mismo momento pero que los medios se encargan de no mostrar (creando, así, una nueva verdad: las migraciones terminaron con aquel niño ahogado).

Digamos que tal vez fueron unos dementes musulmanes, o que tal vez haya un movimiento geopolítico detrás de estos ataques; es posible que, tal vez, haya sido la avanzada de una civilización extraterrestre dispuesta a invadirnos, no lo sé y nunca lo sabremos; porque la verdad no existe, la verdad es una construcción del poder; y el poder, claro está, no quiere que sepamos lo que hace.

Imágenes e información.

Haitian Woman

  1. Hace unos días vi en Facebook la foto con la que comienzo esta entrada. El epígrafe –en portugués− decía algo así como “esta foto debería haber ganado todos los premios. Mujer ahitiana defendiendo a su hijo en República Dominicana”.
  2. La imagen, sin duda, es impactante y me quedé unos minutos observándola con detenimiento. Hasta que me di cuenta de que yo no podía decir absolutamente nada de esa foto; todo lo que se me ocurría era una transmisión de mis propias ideas a esa imagen. Estoy, casi diría genéticamente, programado para rechazar a la autoridad; así que los policías de la fotografía ya tenían media batalla perdida. El gesto de la mujer impresiona. Además, el hecho de que se encuentre armada de un machete contra modernas armas de fuego, que sea una mujer contra tres hombres, que esté defendiendo al vida de su hijo, que sea ahitiana, es decir, proveniente de uno de los países más pobres del planeta (con todo lo que ello acarrea), terminaba de definir la ecuación. Mi simpatía estaba del lado de la mujer.
  3. Poco después recordé algo que sucedió en Argentina hará unos siete u ocho años. Un grupo de muchachos que había robado en algún sitio, al verse rodeado por la policía, ingresa a una gasolinera y toma rehenes. Clásica situación: policías rodeando el sitio, cámaras de TV., etc. Los jóvenes piden la presencia de sus madres como garantía, a lo que el fiscal de turno accede. Las madres entran a la gasolinera y minutos después salen. Al otro día se vería en la TV que una de las madres llevaba en sus brazos varios relojes de pulsera. Es decir, la madre se llevaba el botín de sus hijos para que la pena de éstos fuese menor. ¿Y si éste muchacho ahitiano cometió un crimen grave? ¿Si acaba de matar, digamos, a una familia? Vuelvo al mismo punto: todas suposiciones. La única conclusión válida es que yo no puedo decir absolutamente nada de la fotografía por la sencilla razón de que no dispongo de la suficiente información.
  4. Un paso más: mientras pienso en todo esto me doy cuenta de cómo pesa nuestro entorno cultural en mi lectura. “Es Tarantino puro” me digo mientras sigo mirando la imagen. Sigue pareciéndome una fotografía increíble y sólo pienso que podríamos decir algo muy vago y general sobre la violencia o sobre las desigualdades sociales; pero lo que veo ahí es a una mujer y a varios hombres es una situación extrema. Al diablo, entonces, con las generalidades.
  5. Pasan tres o cuatro días, entonces decido escribir sobre esa fotografía y lo que pensé en aquel momento. Ahora, hace unos minutos, busco información sobre esa imagen. Quiero saber qué pasó con esa mujer y con esos hombres.
  6. Lo que encontré es trivial, hasta cierto punto: la imagen fue tomada de una película que se titula Cristo Rey dirigida por Leticia Toros Paniagua en 2013 y se volvió “viral” en las redes sociales. Bien, esto parece que echa por tierra todo lo que pensé y analicé hace unos días pero, por suerte, no lo hace del todo. Como dije, lo que encontré es trivial, hasta cierto punto: no es la primera vez que reviso una noticia o una imagen que veo en Facebook y en algunas ocasiones me he encontrado con que esas imágenes son falsas o manipuladas (hace poco más de una semana me ocurrió con imágenes de un hecho violento en Honduras; cuando reviso las imágenes me encuentro con que algunas de ellas eran de otro hecho violento pero del 2009, lo cual dejaba sin efecto a todas las demás).
  7. Entonces las preguntas llegan solas: ¿Cuánto chequeamos de lo que vemos en las benditas redes sociales? ¿Cuánto revisamos antes de dar el famoso “compartir”? ¿Qué valor tiene que una imagen se haya vuelto “viral”? ¿Hasta qué punto vamos a permitir que un medio que podría ser maravilloso como internet se convierta en un canal de basura manipulada como la televisión?