Paisaje con perro

Una pregunta que occidente recién está empezando a plantearse, es si los animales piensan o no; es decir, si sólo actúan por instinto o hay algo más que los impulse (primer problema: ¿Qué es pensar? ¿Lo que hacemos los humanos? Miremos a nuestro alrededor… ¿Estamos seguros de que todos nosotros pensamos? Si no es así ¿Quién lo hace? Etc., etc.). El budismo es tal vez la única filosofía que desde hace milenios protege la vida animal, pero no por eso la considera igual que al ser humano; es decir: la respeta en tanto vida, pero no la considera en igualdad de condiciones intelectuales (segundo problema: ¿Cómo podríamos llegar a entender el pensamiento de otra especie? Si ya bastante difícil lo tenemos para entendernos entre nosotros, imaginemos, nada más, el problema de intentar comprender a una especie totalmente diferente a nosotros).

Bien, no es mi intención responder a ninguna de estas preguntas, por supuesto; sólo quiero traer a colación un asunto tangencial, relacionado con ello, pero no exactamente igual. Una amiga me pasó, ayer, esta foto:

Perro

En medio de toda la tristeza y las incertidumbres de estos días, esa foto me alegró la tarde. Las preguntas con las que comencé esta entrada surgieron de inmediato, junto a otras más sencillas, que ni siquiera buscaban una respuesta: ¿Qué es lo que está mirando? Podríamos suponer que tal vez el dueño se encuentre nadando o algo así, pero eso no siempre es necesario (A Terry, el perro de L., le gusta mirar por la ventana hacia la calle y no porque allí esté su dueña. Mira el tránsito, la gente que pasa… ¿Por qué; qué es lo que él ve allí?). Como no sé qué es lo que ese perro está mirando prefiero creer que está mirando el horizonte, que está mirando, sí, el paisaje (tercera pregunta: ¿Pero es que un perro puede tener una concepción estética?).

No lo sé, pero si alguien contestara a todas estas preguntas con un rotundo «No» («No, los perros no piensan, no sienten y, mucho menos, tienen una concepción estética de lo que los rodea)», en lo que a mí respecta, no me plantearía ningún problema, sino que sólo lo desplazaría un par de milímetros. Me explico: si el perro no es más que un perro, un ente sin entelequia, podríamos decir que un perro sólo es pura naturaleza; y he aquí lo que más me gustó de la foto: lo que yo veo aquí es a la naturaleza mirando a la naturaleza. ¡Nada menos! Lo voy a decir más fuerte, para que se entienda bien; el título de la foto, para mí, sería:

La naturaleza mirando a la naturaleza

¿Bonito círculo cíclico, no les parece? (Para quienes quieran adentrarse en este tema les recomiendo un libro estupendo: Yo soy un bucle extraño, de Douglas Hofstadter). Sé que es una idea romántica por excelencia, más propia de un Schiller que de un habitante del siglo XXI; pero vamos, que esto último no es para poner orgulloso a nadie, mientras que ser un Schiller… Pero, esperemos un minuto ¿No hubo alguien que propuso una idea similar en el siglo pasado? ¡Pues sí! Ahora que lo recuerdo, fue un astrónomo por demás conocido: fue Carl Sagan, en su libro Cosmos, cuando luego de analizar al cerebro humano y de comparar a éste (por números y por conexiones) con las galaxias y el universo dijo aquello tan bonito de que «el cerebro es la forma que ha encontrado el universo de observarse a sí mismo».

El mismo círculo, el mismo bucle extraño, tal vez los mismos actores: ese perro y yo, me digo, no somos tan diferentes. Después de todo, si no puedo entender lo que piensa Terry ¿Cómo sé que él no me considera nada más que una estupenda máquina de arrojar pelotas, que es lo único que a él le interesa? (y noten lo que es el ego humano: dije, refiriéndome a mí mismo «estupenda máquina de arrojar pelotas» sin saber la opinión de Terry, quien tal vez me considere poco menos que mediocre). Cuando nos miramos a los ojos es inevitable que piense ¿Es que pensará en algo este animal? Para cerrar el círculo una vez más, a partir de ahora tendré que aceptar que, tal vez, en su lenguaje perruno él esté preguntándose exactamente lo mismo.


perro 02Nota al margen: Dejé otra anécdota personal para el final, ya que al incluirla en el texto sentí que lo entorpecía un poco. Sigo sin poder aseverar nada en cuanto a las capacidades de los animales; pero quiero recordar a mi querida Donna, quien, entre otras curiosidades, gustaba de la música clásica. Cuando ponía música ella se iba o se acostaba frente a las bocinas. Por supuesto, al notar esto hice varios experimentos a lo largo de los años que vivió conmigo, y puedo asegurar que Donna prefería a Mozart o a Satie antes que a Led Zeppelin o John Zorn. Eso lo teníamos muy claro, ella y yo. ¿Esto es prueba de que algunos animales tienen alguna forma de sentido estético? Por supuesto que no; pero creo que también es algo que excede lo meramente curioso o azaroso.

Flores entre los escombros

 

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Esto va a ser breve. No voy a decir nada demasiado profundo ni interesante sobre lo que acaba de suceder en México por la sencilla razón de que excede lo que es posible poner en palabras. Mi afecto por este país que ya siento como mío hace que considere como trivial cualquier consideración sobre este asunto. El dolor es dolor y, como bien dijera Ramón Gómez de la Serna «No hay color para el luto».

Lo único que quisiera hacer, entonces, es destacar algo de lo que he estado hablando desde hace unos días y que también tiene una estrecha relación con la entrada y el poema que les compartí ayer. El valor del otro puesto, esta vez, en evidencia directa por las terribles circunstancias que todos conocemos. Para todos aquellos para quienes la vida es sagrada, entonces, el reconocimiento que se merecen.

 

Los jóvenes.

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De manera inmediata las calles se vieron inundadas, pocos minutos después del terremoto, por una gran cantidad de voluntarios, la mayoría de ellos, como podrán ver en cualquier imagen que les llegue hasta ustedes, fueron jóvenes que no dudaron ni un segundo en hacer lo que estuviese al alcance de sus manos para ayudar a quien lo necesitara. Hoy, un día después, son ellos quienes más trabajan en los centros de acopio de agua, medicinas, alimentos y herramientas. Esos jóvenes que tan criticados son en líneas generales son los primeros que actúan y trabajan a destajo por el bien de todos aquellos que se encuentran bajo los escombros y, algo que no deberían olvidar los adultos que suelen señalarlos con el dedo cada vez que tienen la ocasión, sin pedir nada a cambio.

 

Los topos.

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Los Topos (como se conoce a la Brigada Internacional de Rescate Tlatelolco Azteca A.C), es una agrupación civil que nació en México en 1985, luego del terremoto de aquel año. El trabajo que llevan adelante los integrantes de este grupo es por demás notable. Poniendo su vida en riesgo se adentran por entre los escombros para rescatar personas o para determinar el mejor camino a seguir si es que no pueden hacerlo de manera directa.

Sólo pensar en estar atrapado entre cientos o miles de toneladas de concreto es algo que puede paralizarnos de miedo; ellos, sin embargo, lo hacen adrede con la única intención de ayudar a alguien.

 

Ellos.

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No podían faltar, claro está. Ellos siempre están allí prestos a ayudar y, también, a salvar vidas (y pensar que hay gente que se queja de que los salven a ellos. Pero no, hoy nada de eso; hoy vamos a hablar de los que sí valen algo). Ecko, Frida, Evil (tengo entendido que son los nombres de los tres de la foto), más Titán y algún otro del que se me escapa el nombre, también aportan lo suyo. De los tres primeros, Frida es una veterana rescatistas y ha trabajado en tareas de salvamento en Guatemala, Haití y Ecuador (ella sola llevaba en su cuenta 52 personas encontradas). De Titán no sé mucho, pero leí que lleva encontradas a veinte personas sólo en las últimas veinticuatro horas.

 

 

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Hay gente (hay seres) para quienes el otro es alguien; simplemente alguien, y actúan en consecuencia. Sólo nos queda desear que si alguna vez tenemos la mala fortuna de encontrarnos en un trance como este, alguno de ellos se encuentre cerca; de lo contrario lo que deberíamos hacer es convertirnos en uno de ellos.

 

¿Quién es un buen chico?

Hay una tumba en el cementerio de Bosque de Pinos, en Wilmington, Carolina del Norte, que dice lo siguiente:

«JIP» JONES
SEPT. 24, 1894
MAY. 18, 1904

Este fue el único perro que he conocido
Que asistió a la iglesia cada domingo.

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En realidad, era común que los perros asistieran a los servicios en otros tiempos. De hecho, hasta el siglo XIX, eran tan numerosos que las iglesias empleaban “perro batidores» para eliminar a los perros rebeldes durante los servicios. La gran iglesia de San Bavón de Haarlem, en los Países Bajos, contiene una talla de un “perro batidor” en pleno trabajo (pueden verlas en las dos fotografías que ilustran esta entrada).

El famoso naturalista del siglo XVIII Carl Linnaeus (del cual volveré a hablar mañana) solía asistir a misa con su perro Pompe. Linnaeus siempre se quedaba una hora después del servicio, independientemente de que el sermón hubiera terminado. Se dice que luego de la muerte de su amo, Pompe llegaba al servicio solo, esperaba la hora habitual y luego se iba.

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«Al cielo se va por favor», escribió alguna vez Mark Twain. «Si se fuese por mérito, nosotros nos quedaríamos afuera y los perros adentro».

El perro da tres vueltas

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19 de agosto de 1996
El perro da tres vueltas sobre sí mismo, se tumba, se acomoda, suspira profundamente. Las vueltas, creemos saber por qué las da. Aun cuando el suelo que pisa sea una alfombra, un cojín, una simple tabla lisa, el perro conserva grabada en los circuitos arcaicos del cerebro la necesidad silvestre de acamar la hierba y el mato antes de tumbarse, como hacían los lobos sus antepasados y los de ahora siguen haciendo. Nunca estuve tan cerca de un lobo como para ver si también ellos suspiran cuando se echan. Tal vez sí. Sin embargo, prefiero pensar que el suspiro de los perros les viene del hábito, durante siglos y siglos, de oír suspirar al os humanos. Ahora mismo, uno tras otro, los perros que viven en esta casa —Pepe, Greta y Camões— dieron sus tres vueltas, se tumbaron a nuestros pies, y suspiraron. Ellos no saben que yo también suspiraré cuando me acueste. Probablemente, todos los seres vivos suspiran así cuando se tienden, probablemente, está hecho de suspiros el silencio que precede al sueño del mundo. Me pregunto ahora: ¿dónde acabo yo y comienza mi perro?, ¿dónde acaba mi perro y comienzo yo?
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José Saramago.  Cuadernos de Lanzarote, 2
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Nota: en la fotografía se lo ve a Saramago junto a Camoens, el perro en el que se inspiró para crear a Encontrado, el mejor amigo del alfarero protagonista de La caverna. Saramago falleció en junio de de 2010; Camoens, en agosto de 2012.

La Parca esperará. Lucho Bruce

Lucho Bruce es el seudónimo de un amigo personal que escribió el poema que transcribo, con su permiso, a continuación. Con él compartimos, entre otras muchas, muchas cosas, el concepto budista de que toda vida es sagrada. Para muchos, rescatar a un animal de la calle no será gran cosa. Para otros (sobre todo para esos animales) es mucho.

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Mis compañeros

Por las noches sus pulgas me despiertan,
Haciéndome acordar que aún sigo vivo ,
Y cuatro pares de ojos me miran anhelantes ,
Como se debe mirar a un bien nacido.

La jornada anterior a esta jornada ,
Otra alma hambrienta con mirada de amigo ,
Se apareció delgada y suplicante ,
Con los huesos en flor y el pecho tibio ,
Esperando ,temblandole los flancos ,
Con los ojos de algún niño perdido.

La Parca esperará , armándose de mucha mucha espera ,
Esta alma todavía no ha podido corretear la ruta , olisquear los pinos ,
Sacudir rápido su cola y pasar su lengua en manos de este amigo…
…un servidor con cuatro almitas a su cargo…

Lucho Bruce.

Evolución a la rusa.

 Agradezco a Vanesa Levitzky por la información y los enlaces.

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Científicos rusos han estudiado a los perros callejeros de Moscú y su evolución desde la caída del comunismo. Estos animales han demostrado una capacidad de adaptación al medio y a las nuevas circunstancias que supera en muchos casos con creces a la de los humanos.

Una de las habilidades desarrollada por estos canes es su costumbre de coger el metro por las mañanas para llegar al centro de Moscú y volver a cogerlo por la noche para volver a sus hogares. En el centro de la ciudad se pueden obtener fácilmente alimentos, pero no dormir con comodidad.

Saben exactamente dónde y cuándo subir, observándose, incluso, que suelen escoger los vagones con menos gente (el primero y el último generalmente), algo que, según Eugene Linden, exige razonamiento y pensamiento consciente. Son, además, capaces de no perder su parada, gracias a su excelente sentido del tiempo que les permite calcular su recorrido, al reconocimiento del nombre de la estación o su olor o a una combinación de todos estos factores. De hecho, si tienen varias paradas por delante, suben a un asiento que haya libre y se echan tranquilamente una cabezadita…

Una vez en el centro, otra adaptación señalable es su capacidad para cruzar las calles con los semáforos en verde. Aunque los perros no ven en color son capaces de diferenciar las imágenes del semáforo.

Respecto a la obtención de alimento, objetivo principal de su viaje en metro, destacan entre sus conductas adquiridas lo que en Rusia han llamado la “cacería del shawarma”. Dicha cacería consta de una sofisticada emboscada en la que un perro espera tranquilo y tumbado junto a los kioscos de comidas levantándose de un salto y ladrando a los turistas en el momento en el que estos han comprado y pagado ya uno de los populares shawarmas calientitos. Los turistas, ante el ladrido intempestivo, tiran por el susto (con un porcentaje altísimo de éxito para el perro) su preciada comida.

Según A. Poiarkov, del Instituto de Ecología y Evolución de Moscú, lo destacable de esta habilidad es que los animales parecen saber quién se va a asustar y a tirar su comida y quién no, dejando pasar de largo a estos últimos a los que se acercarán con otro tipo de tretas diferentes.

En este sentido, la más utilizada de las tretas “positivas”, es su capacidad de seducción, sobre todo a mujeres y niños que se sientan en bancos de los parques a comerse un sándwich o aperitivo, colocándose junto a ellos con ojitos tiernos y quejidos suaves propiciando, en la mayoría de las ocasiones, que sea el perro el que acabe con parte del festín.

Han desarrollado, por tanto, además de sus nuevas habilidades de orientación y control del tiempo y del espacio, un sexto sentido, o una serie de habilidades psicológicas que les permiten minimizar los fracasos percibiendo la intencionalidad y la sensibilidad de las personas, utilizando una treta u otra con ellas dependiendo de la situación y de la persona de la que esperan conseguir algo.
Según se desprende del mismo estudio, este tipo de adaptación y las nuevas habilidades de los perros callejeros moscovitas puede considerarse un síntoma de evolución epigenética (Cambios reversibles de ADN que hacen que unos genes se expresen o no dependiendo de condiciones exteriores), naciendo los nuevos canes con estas nuevas pautas de comportamiento “heredadas” de sus progenitores y que se mantendrán, previsiblemente en el tiempo mientras se mantengan las condiciones que las originaron. En este caso, la transformación social de Rusia a partir de la caída del comunismo, cuando los nuevos capitalistas entendieron el valor turístico y comercial del centro de la ciudad y se llevaron los complejos industriales a las afueras, convirtiéndolos en un perfecto alojamiento para los perros callejeros, que debieron idear nuevas formas de “ganarse” la vida en este nuevo contexto social.

Y todo ello, sin perder ni un ápice de su capacidad de divertirse. Como curiosidad los etólogos mencionan que incluso durante “su trabajo”, no dejan de jugar. En muchos casos se puede ver cómo les gusta saltar del tren en el instante mismo en el que se cierran las puertas, comportamiento que únicamente se observa cuando han comido y por pura diversión, normalmente a la vuelta, agrupándose más de un can para “disfrutar del espectáculo”.

También juegan con los niños y adultos de los vagones y no se ha observado un comportamiento peligroso con personas en estos animales.

Un estudio, realmente curioso y muy interesante.

Fuente texto: Mis Animales a partir de: abcnews.org.com,  Wikipedia, y medioambiente.org

Fuente foto: medioambiente.org

Odio a los dueños de Caniches Toys

Los pobres bichos no tienen la culpa, eso es seguro; aquí habría que parafrasear el viejo dicho que dice «La culpa no la tiene el chancho, sino quien le da de comer». Y es que desde hace un tiempo se han puesto de moda los caniches toys, perro insulso, sin gracia, aburrido, pero eso sí: es uno de los preferidos por las famosas, sean cual fueren las armas que las hayan llevado a la fama. No importa si es una actriz respetadísima, una periodista de cincuenta centavos o una de esas «modelos» que lo único que saben hacer bien es desnudarse en cuanto se enfrentan a una cámara (y cuando no la hay también, pero eso tiene otro precio). Está bien, para ellas quizá tenga sentido tener un perro así. Se lo pueden llevar de gira metiéndolo en la cartera o poco más. ¿Pero el resto de los mortales, por qué diablos quiere tener uno de estos juguetes?

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Hoy salí a comprar un libro, almorcé en un restaurant y, cuando volvía caminando a casa, en una sola cuadra de la Avenida Colón conté siete caniches. Una mujer tenía tres y recibía, muy orgullosa, las felicitaciones de una transeúnte. Un hombre paseaba con su hija y cada uno de ellos llevaba su caniche de sendas correas rojas. Los otros dos iban solitarios con sus dueños; pero estimo que amigos, en esa cuadra, al menos, no les iban a faltar. Donde trabajo hay seis perros, cuatro de ellos son caniches. Y así es por todos lados. Ahora se los ve más todavía, ya que estamos en verano y, al ser Mar del Plata una ciudad turística, todo el mundo sale con su caniche a pasearse por la ciudad. Y creo que ahí está el nudo de la cuestión: no sacan a pasear al perro, salen a pasearse ellos junto a sus mascotas. El caniche ha pasado a ser un objeto de lujo o, mejor dicho, a ser un objeto que brinda la sensación de lujo. Tener un caniche es como pertenecer a esa clase privilegiada, a esa casta que en el mundo moderno han pasado a ser los famosos.

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Pertenecer tiene sus privilegios, rezaba, hace un tiempo, la publicidad de una exclusiva tarjeta de crédito y muchos deben habérselo creído o actúan como si en verdad así lo fuera. En el caso de los animales de compañía, eso no se aplica en lo más mínimo. Para mantener a las razas lo más puras posible, se evitan las cruzas con otras razas y, a veces —a falta de suficientes ejemplares específicos—, se los cruza dentro de la misma familia. Es obvio que esto acarrea problemas de todo tipo. El documental de la BBC Pedigree Dogs Exposed (pueden verlo en Youtube, subtitulado, pero desde ya les aclaro que si son muy sensibles, lo vean con ciertos reparos, hay escenas muy dolorosas. Aun así, a veces hay que sacar la cabeza de adentro del pozo y ver qué es lo que pasa a nuestro alrededor por muy doloroso que sea) deja bien en claro las desventajas de ese tipo de cría.

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Por experiencia propia sé que los mejores perros son los que encontramos deambulando por cualquier calle. No es una expresión   caprichosa ni un desvarío de fanático; los perros callejeros, por esa misma razón de la que hablé antes —la cruza de razas—, son más fuertes, más inteligentes, más saludables.  Además —y esto corre por mi cuenta, no hay ningún estudio universitario que me avale—, son más agradecidos. no los voy a colmar con anécdotas al respecto porque voy a parecer un viejo gagá hablando de lo preciosos que son sus nietos.

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«Porque los amigos no se compran». Me quedo con esa frase, la que me gustaría refregársela por el hocico a todo dueño de una mascota comprada; aunque posiblemente no se diera cuenta de nada, tan ocupado estaría haciéndose ver por la costa o por el Boulevard con su insulso perrito de ochocientos dólares.

Otra vez los (maravillosos) perros

Vamos, ya sé qué es lo que van a decir: «¿Es que este tipo no tiene otros temas que tocar?» O alguna variante por el estilo. Y es que uno siempre vuelve a los mismos tópicos  porque se mueve, inevitablemente, en los mismos círculos. Y no es que uno sea limitado (o mejor dicho: a pesar de eso), es que este blog suele ser tan heterodoxo. Lo que sucede es que uno se levanta cada mañana, mira por el agujerito del caleidoscopio y, si no le gusta lo que ve, mueve el tubo de cartón hacia uno u otro lado hasta que la figura cambia y uno encuentra una que le gusta. Pero me estoy yendo por las ramas. Lo que quiero decir es que encontré un video (o vídeo, para mis amigos españoles) notable: «Cómo debe tratarse a un niño con síndrome de Down» podría ser el título; y vale la pena verlo completo, ya que lo mejor está pasando la mitad. De todos modos, dura unos cuatro minutos, lo cual es mucho menos de lo que perdemos viendo anuncios televisivos.

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¡Oh Capitán mi Capitán!

Gracias a la enorme cantidad de información de que disponemos hoy en día, estas historias son cada día más conocidas, ya que, por lo visto, comunes han sido siempre, lo que sucede es que antes no nos enterábamos. Lo que sí siempre es nueva e inevitable –al menos para quien esto escribe–, es la profunda emoción que historias como esta despiertan.

En Villa Carlos Paz, Córdoba, Argentina, hay un perro que ha pasado seis años al lado de la tumba de su amo. La noticia ya ha dado la vuelta al mundo, tanto como curiosidad como por el sentimiento de ternura que despierta. Trataré de no caer en lugares comunes, pero cada palabra que escribo me lo hace más y más difícil. Mejor transcribo algunos párrafos de un artículo periodístico y les dejo algunas fotos que tomé de distintos medios.

«Capitán es un perro mestizo, con algo de ovejero alemán y otro “de mezcla”. Llegó a la casa de Damián Guzmán (13), en Villa Carlos Paz, a mediados de 2005 como un regalo sorpresa de su padre, Miguel. A Verónica Moreno (52), la madre de Damián, el obsequio no le agradó tanto, porque significaba más trabajo en la casa. Una historia más, de tantas similares. Aunque otra, muy especial, empezó el 24 de marzo de 2006, cuando Miguel murió.

Pasaron los días y nadie notó la ausencia de Capitán. Había dejado la casa, como Miguel.

Al tiempo volvió, olfateó cada rincón y se fue. “Se quedó un tiempo viviendo afuera, a unos metros, a mitad de cuadra de la casa”, cuenta Verónica.

Después el perro desapareció. Lo pensaron muerto, o adoptado por otra familia. “Hasta que un día, cuando fuimos con mi hijo al cementerio, lo encontramos ahí. Damián comenzó a gritar que era Capitán y el perro se nos acercó ladrando, como si llorara”, expresa con emoción Verónica.

Pero al regresar, Capitán no los siguió, aunque lo llamaban. Se quedó en el cementerio, se quedó con Miguel.

Lo que sorprende a quienes conocen la historia es que Miguel murió en el hospital de Carlos Paz y su cuerpo fue trasladado desde allí a una casa velatoria, muy lejos de su vivienda. Según el relato de la familia, ni ese día ni ningún otro el perro los siguió hasta el cementerio.

“El domingo siguiente volvimos a visitar la tumba de Miguel y el perro estaba ahí. Esa vez nos siguió, en el regreso, porque habíamos ido caminando. Se quedó un rato con nosotros en casa pero después volvió al cementerio”, relata Verónica. Hasta hoy, el cementerio es el hogar de Capitán.

“Eso no es todo”. Héctor Baccega es el director del Cementerio municipal de Villa Carlos Paz. Sabe y confirma cada detalle de esta historia, pero agrega un elemento que suma otro punto de asombro: “El perro apareció acá solo y dio vueltas por todo el cementerio, hasta que llegó también solo a la tumba de su dueño. No lo llevó nadie hasta ahí. Y eso no es todo: cada día, a las seis de la tarde, va y se acuesta frente a esa tumba”, precisa.

“Capitán recorre el cementerio conmigo todos los días. Pero cuando llega esa hora se va para el fondo, donde está la tumba de su amo”, cuenta Baccega, antes de arrimar una reflexión: “Nos da una lección. Creo que los humanos tendríamos que apreciar más los recuerdos de los que se nos van. Los animales nos enseñan tanta fidelidad”.

 

Oh Capitán, mi capitán!

Oh Capitán, mi Capitán:
nuestro azaroso viaje ha terminado.
Al fin venció la nave y el premio fue ganado.
Ya el puerto se halla próximo,
ya se oye la campana
y ver se puede el pueblo que entre vítores,
con la mirada sigue la nao soberana.

Mas ¿no ves, corazón, oh corazón,
cómo los hilos rojos van rodando
sobre el puente en el cual mi Capitán
permanece extendido, helado y muerto?

Oh Capitán, mi Capitán:
levántate aguerrido y escucha cual te llaman
tropeles de campanas.
Por ti se izan banderas y los clarines claman.
Son para ti los ramos, las coronas, las cintas.

Por ti la multitud se arremolina,
por ti llora, por ti su alma llamea
y la mirada ansiosa, con verte, se recrea.

Oh Capitán, ¡mi Padre amado!
Voy mi brazo a poner sobre tu cuello.
Es sólo una ilusión que en este puente
te encuentres extendido, helado y muerto.

Mi padre no responde.
Sus labios no se mueven.
Está pálido, pálido. Casi sin pulso, inerte.
No puede ya animarle mi ansioso brazo fuerte.
Anclada está la nave: su ruta ha concluido.
Feliz entra en el puerto de vuelta de su viaje.
La nave ya ha vencido la furia del oleaje.
Oh playas, alegraos; sonad, claras campanas
en tanto que camino con paso triste, incierto,
por el puente do está mi Capitán
para siempre extendido, helado y muerto.

Walt Whitman

C. Dumas Al Lavoro (¡Quiero este libro!)

Los animales en general –y los perros en particular– despiertan en mí una sensación de ternura y amistad como pocas personas llegan a conseguir. este libro de Charlotte Dumas es una deliciosa muestra de perros dedicados al trabajo. Para un animal domesticado, «trabajar» significa algo diferente a lo que pensamos en el sentido tradicional, es decir ayudar a cumplir alguna tarea; pero en este caso, Dumas también investiga el acto de compañerismo como una forma de «trabajo».

De un modo u otro, siempre que el perro en cuestión sea bien tratado, «trabajar», para ellos es una forma de jugar y de sentirse, más que nunca, parte de la jauría que su amo comanda.