.

.
De Correr el tupido velo, de Pilar Donoso, donde la hija del escritor chileno nos narra la tormentosa relación con su padre; rescato este fragmento tomado de los diarios de José Donoso y que ella transcribe (creando un diálogo más que interesante entre ella y el padre que ya no está):
«No tengo fe en mi capacidad de sinceridad pura y directa, aunque sí, lo sé, tengo fe en mi capacidad de entregar toda mi sinceridad cifrada en el código de mis libros. ¿Pero no existe también otra sinceridad, más sutil tal vez, más aterrada, o por lo menos con otra verdad, en la pose, en la actitud premeditadamente falsa? ¿Por qué nuestra pasión por los retratos del siglo pasado? ¿Por qué Nadar y Julia Margaret Cameron y Lewis Carroll, y todos los demás, que fuerzan a sus sitters a tomar poses falsas, de donde, sin embargo, sale algo que es verdadero, porque es otra forma de fantasía? Hubo un tiempo en que la fotografía, la gran fotografía, era considerada la espontánea, callejera, el snapshot. Cartier-Bresson, Margaret Bourke-White, Capa, etcétera. Pero el gusto ha dado una vuelta completa y estamos mirando con asombro a los retratistas de pose y artificio, a Irving Penn, a Avedon mismo. Me gusta pensar que si bien sé que estos diarios, ahora, serán conservados en la Universidad de Princeton, y podrán ser escudriñados por estudiosos, estos señores no encontrarán sólo un monigote relleno de paja, sino que, si bien no un retrato cándido, encontrarán algo parecido a una estudiada foto de Nadar».
.

.
«El gusto ha dado una vuelta completa», dice Donoso y hoy podríamos añadir que no sólo lo ha hecho el gusto, sino también el sentido o, sin llegar a ponernos pretenciosos, podríamos decir la verdad. La distinción que hace José Donoso no es menor: ¿Quién soy? ¿El que escribe este diario o el que escribió mis novelas? En un primer momento uno supone que el novelista es, de alguna manera, alguien un poco ficcional, casi un personaje en sí mismo que sentado frente a un escritorio en una habitación solitaria nos narra las peripecias de otros personajes ficticios, mientras que el que escribe el diario es el hombre de carne y hueso que sólo escribe lo que realmente siente, cosa que puede ser un pensamiento notable o tal vez una trivialidad doméstica.
Sin embargo, Donoso, apelando para ejemplificar su idea a la gran fotografía del siglo XX, nos dice que el escritor está en todos lados; que el escritor es, antes que nada, un simple ser humano que se desgrana en cada una de las páginas o de las palabras que escribe, más allá del formato o de la intención.
.

.
Y como la literatura no sólo es entretenimiento, sino interpelación, ahora nos resta dar a nosotros el paso personal y preguntarnos dónde nos encontramos ¿En cada uno de nuestros actos o detrás de la máscara, es decir sólo en la apariencia? ¿Y cuánto de mentira (tal vez involuntaria) hay en la primera, y cuánto de verdad hay en la segunda? Interesantes preguntas para hacer frente al espejo.