Haciendo arqueología de la cultura popular, se pueden encontrar este tipo de «joyas». Se trata de un recortable de «Mariquita (legionaria)» un personaje infantil muy popular en España a comienzos del siglo XX.
Tras conflictos originados por la sublevación de las tribus del Rif (África) contra las autoridades coloniales españolas y francesas. La propaganda española publicó fotografías en la que soldados españoles sostenían las cabezas decapitadas de sus enemigos abatidos (pueden encontrarse fotografías en la red, pero por decidí no compartir ninguna aquí por una cuestión de buen gusto. Aunque estemos hablando de un tiempo pretérito, a veces hay que evitar ser demasiado literal en estos asuntos). En el recortable los niños podían vestir a la muñeca -que portaba la cabeza decapitada de una víctima- con todos los complementos del uniforme de legionario, y que de manera adjunta también incluía a varios niños negros amordazados de diversos pueblos.
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Para no quedarnos solo con la función histórica de la anécdota y de la imagen, sería adecuado hacer alguna reflexión al respecto; y para ello me remitiré a una palabras de Pier Paolo Pasolini, quien habla de otra cosa, pero que yo lo dejo aquí porque, para mí, está hablando de lo mismo:
«Creo que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que emerge de ella. En construir una identidad capaz de sostener una comunidad en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor ni la dignidad sean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de hacedores falsos y oportunistas, de gente importante que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero al que pierde».
La pregunta sobre la felicidad, creo, está mal formulada. En lugar de buscar comprender qué es la felicidad o cómo encontrar la receta (como si ello fuera posible) para conseguirla, lo que creo que hay que preguntarse es: ¿Por qué a la gente le cuesta tanto ser feliz? Mi modesta respuesta es que esto es así por dos motivos: porque la gente busca la felicidad donde no está y porque la gente busca la felicidad.
Me explico: la gente busca la felicidad donde no está y se niega a ir donde sí está. Erran, de manera casi compulsiva, el camino, yendo en sentido contrario, de en lugar de ir hacia lo interior van hacia lo exterior. Buscan la felicidad en las compras compulsivas, en la adquisición de lo que sea (objetos, dinero, poder, personas) y no en lo contrario, que es en dejar ir, en soltar, en reducir. Y esto que todos saben o que todos han leído en algún momentos es algo bastante difícil de llevar a la práctica, es cierto; pero también es indispensable. Es por eso que la mayoría opta por el camino cómodo. Al ver una idea de este tipo dice «¡Qué bonito!», comparte la idea en una red social y luego se va a comprar algo, lo que sea.
Lo segundo es que la gente busca la felicidad cuando lo que debe hacer es encontrarla. En general uno no es feliz; sino que está feliz. La pequeña diferencia aquí radica en que ser feliz implicaría una continuidad de ese estado de ánimo, lo cual sería intolerable (una persona constantemente feliz terminaría convirtiéndose en un imbécil insoportable). El segundo estado es más natural. Uno está ocupado en sus cosas, es decir, viviendo, como siempre y, de manera repentina algo —una melodía, un ser querido, un recuerdo, un hallazgo, una idea— nos conmueve y somos, por un momento, más o menos felices. Luego, querer persistir en la extensión de ese estado es, como dije, absurdo. Saber valorarlo, disfrutarlo mientras dure (algunos demasiados fugaces, otros, más persistentes) y saber dejarlos ir es todo un aprendizaje, para lo cual ayuda —y no poco—, saber que más tarde o más temprano una nueva sensación (un nuevo algo) vendrá a sacudir nuestra rutina y a regalarnos, así, un nuevo momento de felicidad.
Y mientras vamos viviendo, que no es poco; vivir sin buscar nada con demasiado ahínco; solo viviendo y estando atentos, porque a veces estos momentos son demasiado volátiles y no es cuestión de andar desperdiciando felicidades porque sí.
Hoy les dejaré solo una cita sobre la felicidad. Pertenece a Bertrand Russell y está tomada de su libro La conquista de la felicidad. La próxima entrada dejaré otro pensamiento sobre este tema, esta vez mío. Preferí no incluirlo hoy porque ponerme al lado de Bertrand Russell es como una pequeña falta de respeto (que él aceptaría gustoso, por otra parte). Como sea, aquí Russell hablando de la felicidad:
«Hay personas que son incapaces de sobrellevar con paciencia los pequeños contratiempos que constituyen, si se lo permitimos, una parte muy grande de la vida. Se enfurecen cuando pierden un tren, sufren ataques de rabia si la comida está mal cocinada, se hunden en la desesperación si la chimenea no tira bien y claman venganza contra todo el sistema industrial cuando la ropa tarda en llegar de la lavandería. Con la energía que estas personas gastan en problemas triviales, si se empleara bien, se podrían hacer y deshacer imperios. El sabio no se fija en el polvo que la sirvienta no ha limpiado, en la papa que el cocinero no ha cocido, ni en el hollín que el deshollinador no ha deshollinado. No quiero decir que no tome medidas para remediar estas cuestiones, si tiene tiempo para ello; lo que digo es que se enfrenta a ellas sin emoción. La preocupación, la impaciencia y la irritación son emociones que no sirven para nada. Los que las sienten con mucha fuerza pueden decir que son incapaces de dominarlas, y no estoy seguro de que se puedan dominar si no es con esa resignación fundamental de que hablábamos antes. Ese mismo tipo de concentración en grandes proyectos no personales, que permite sobrellevar el fracaso personal en el trabajo o los problemas de un matrimonio desdichado, sirve también para ser paciente cuando perdemos un tren o se nos cae el paraguas en el barro. Si uno tiene un carácter irritable, no creo que pueda curarse de ningún otro modo».
A raíz de la entrada anterior, sobre el caso del profesor que fue despedido por exigir que sus alumnos estudiaran, encontré un artículo relacionado a ello que me causó mucha gracia. No voy a caer en la falacia de decir que, por estos ejemplos que dejaré a continuación, podemos ver cómo está la educación ni nada por el estilo. Lo mismo podría hacer buscando buenos ejemplos y pretendiendo probar que la educación nunca fue mejor. Ni una cosa ni la otra. Lo que sigue es solo una lista de veinte ejemplos de alumnos que no tienen ni idea de en qué mundo viven (que muchos sean estudiantes universitarios ya es un poco más preocupante; pero, a pesar de ello, ya dije que no voy a ir por allí). Mejor tomar esta lista con un poco de sentido del humor y listo; eso es todo por hoy (aclaración necesaria: los ejemplos están tomados de escuelas y universidades norteamericanas; es necesario saber esto para entender un par de las burradas que se dejan a continuación).
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#1 En el instituto, era ayudante de la biblioteca, y tenía que ir por las clases distribuyendo algunos libros. Al entrar en una, vi al profesor enfadado hablando sobre los plagios, porque uno de sus alumnos le entregó un ensayo que empezaba con «En mis más de 25 años de experiencia en este campo…».
#2 Un alumno escribió un trabajo de historia sobre Leonardo Davin Chi. El muy tonto no pasó el corrector por el trabajo y se refiere a Leonardo de esa forma hasta la última página.
#3 En clase de química, un alumno discutiendo con el profesor: -¡Pero si Mercurio es un planeta! ¿Cómo va a haber dos mercurios?
#4 En el segundo año de instituto, una chica preguntó si España estaba en Estados Unidos, y el chico que se sentaba tras ella le dijo: «¡No necesitamos saber eso! ¡Somos americanos!».
#5 Esto ocurrió en el instituto, en el último curso. El profesor hablaba de las fases de la luna, y una chica levantó la mano y preguntó si otros países también tenían lunas. Se creía que la luna era solo de Estados Unidos.
#6 Yo creía que no había estudiantes tontos, que solo necesitaban la motivación adecuada. Hasta que conocí a RJ. Ese chico era tonto. RJ no creía que el pollo que se comía era lo mismo que el animal. RJ tenía 21 años.
#7 En el instituto, hace muchos años, les enseñaba a mis alumnos escenas de Romeo y Julieta, la película. Uno de ellos estaba alucinando al verlo, y me dijo muy serio: «¿Cómo puede estar en esta película? ¡Si se murió en Titanic!»
#8 En un curso de antropología en la universidad: Profesor: «Hagamos una lista con las diferencias básicas entre los humanos modernos y los animales» Estudiante: «A nosotros nos late el corazón».
#9 Este año tengo un alumno que ha plagiado un trabajo SOBRE EL PLAGIO… Esto incluye copiar y pegar la definición de plagio de la Wikipedia.
#10 Uno de mis compañeros dijo algo en clase que hizo que el profesor se llevara las manos a la cabeza: -Uf, pero si no sé ni lo que es un verbo…
Era un curso de lingüística avanzada para futuros profesores de inglés.
#11 Un alumno preguntó la diferencia entre un psicólogo y un psicópata en una clase de criminología.
#12 Tenía dos estudiantes en clase de estadística que no sabían hacer divisiones con la calculadora. No sabían en qué orden pulsar los botones.
#13 Hablando sobre los piratas somalíes, un alumno no se creía que usaran armas AK47 y barcos con puente flotante. Pensaba que para ser pirata había que hacerlo con la bandera de la calavera y los cañones, como en Piratas del Caribe.
#14 Una vez le preguntamos de broma a una compañera que cuándo fue la 3ª Guerra Mundial, y nos respondió que no se acordaba de la fecha exacta.
#15 Soy profesor de francés, y todos en mi clase tenían un largo texto que traducir como deberes. Un estudiante metió todo el texto en Google Translate, pero lo tradujo al españolen lugar de hacerlo al inglés.
#16 Uno de mis alumnos de Economía empezó su ensayo así: «Todos conocemos el país de África, pero no sabemos tanto sobre él. Sabemos que hace calor, que allí viven los afroamericanos y que son muy pobres. Y esto nos lleva a la cuestión: ¿Por qué África es tan pobre?».
Tras leer tanta estupidez junta tuve que dejar de corregir trabajos durante 24 horas. El que escribió eso era un estudiante universitario.
#17 Un profesor les puso un examen a los niños. Uno de ellos se acercó a él tras terminar y le dijo: «No sabía las respuestas a las preguntas del examen, así que me inventé mis propias preguntas y las respondí».
#18 En 10º grado, tuve una compañera que preguntó al profesor cuanto se tardaría en ir de Florida a California… en submarino… viajando por debajo del país.
#19 Un amigo era profesor sustituto en un instituto, y estaba haciendo un examen de matemáticas a los alumnos. Uno de ellos fue a preguntarle algo sobre multiplicaciones, y antes de que le respondiera, su compañero le dijo: «Cállate, ¿no ves que no lo sabe? Es profesor sustituto, no profesor de mates».
#20 En una clase de relaciones internacionales: Profesor: ¿Puede alguien decirme un país de Oriente Medio en el que la gente no se considere a sí misma árabe? Estudiante: «Arabia Saudí». Lo peor es que el estudiante era persa.
Acabo de encontrar una imagen tomada de Twitter. En ella, el profesor Felipe Natri dice:
«Suena raro, pero soy docente de una Universidad privada. Ayer me notificaron mi despido por la cantidad de reclamos de alumnos estresados en mi ramo. Según ellos, trasnochar no es parte de una buena educación. Despidieron a varios, menos a los profes más penca que regalaban notas…». Para luego continuar: «Me despidieron por alumnos que no cumplían los estándares mínimos para aprobar un ramo básico en una universidad. Hoy, la educación es controlada por el alumno, no por la excelencia académica. No se sorprendan cuando a un ingeniero se le caiga un puente o un edificio…».
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En las redes suelen pulular las mentiras y exageraciones, y hay que tomar las cosas con prudencia; pero eso que acababa de leer fue lo mismo que le sucedió a una amiga personal aquí, en esta ciudad mexicana del centro del país, solo que mi amiga era maestra de escuela primaria. Freny (el diminutivo con el que la llamamos a mi amiga) me contó que un día reprobó a un alumno que no cumplía, como corresponde, con los estándares mínimos, aún tratándose de una escuela primaria. El asunto fue inmediato: la llamaron de la dirección y le dijeron que no podía hacer eso; que allí no se reprobaba a los alumnos. En vano fueron las razones esgrimidas por mi amiga; allí no se reprobaba y punto (hablamos, también, de una escuela privada). Pero lo peor vendría después. Ese primer caso no había llegado a ningún lado porque fue interceptado, por así decirlo, por las autoridades de la escuela; pero después, con el paso del tiempo, fueron los mismos alumnos quienes le ponían a la maestra las cosas en claro. Freny me dijo que los alumnos le decían, de manera directa: «mis padres te pagan, así que quiero tal nota…». Mi amiga volvió a hablar con las autoridades de la escuela, pero no hubo modo. Le dijeron que no se tomara las cosas «a la tremenda» y que se adaptara. Así que lo que tuvo que hacer fue darse por vencida. Recuerdo con qué malestar (por decirlo de una manera suave) y con qué sensación de frustración me contaba que, cada mes, directamente decía: «A ver… qué notas quieren… recuerden que no pongo diez…» E iba pasando lista y los mismos alumnos decían lo que ella debía ponerles como nota final. Al final la frustración fue más fuerte y, antes de que la despidieran (todo apuntaba a ese camino) Freny decidió renunciar.
Se dice, y con razón, que estamos creando una generación de idiotas; pero en general se lo dice en relación a los jóvenes y los artefactos electrónicos y las redes sociales. Pero el problema es más grave: estamos creando una generación de verdaderos idiotas de manera consciente; desde los mismos estratos superiores de los gobiernos todos, al menos lo occidentales. El quitar de las currículas las materias humanísticas fundamentales para la creación del pensamiento crítico (como las artes y la filosofía) por ser inútiles, hasta el darles un poder que no les corresponde a los alumnos en lugar de las responsabilidades que les compete como tales, es una receta segura para el desastre. Es así que las palabras finales del profesor Natri («No se sorprendan cuando a un ingeniero se le caiga un puente o un edificio…») no son una simple ironía, sino una perfecta descripción de lo que nos espera si seguimos con el panorama educativo actual.
Es bien sabido que a Jorge Luis Borges no le caía muy bien Oliverio Girondo y, mucho menos, su poesía. Borges era un escritor apegado a los esquemas clásicos mientras que Girondo se dejaba ir por el modernismo más propio de su generación. Eso Borges no lo dejó escrito en ningún lado; pero a través de las indiscreciones de Adolfo Bioy Casares, que escribía absolutamente todo en sus diarios, tenemos registro de ese desagrado y de las expresiones irónicas que usaba para referirse a Girondo (chisme de barrio: también pesaba en ello el hecho de que Girondo se había casado con Norah Lange, una bella pelirroja, prima de Borges, y de la que éste estaba profundamente enamorado y con quien «sentía algún atisbo de esperanza» de llegar al matrimonio. Algún día hablaré de esta historia).
Volvemos al tema. Tenemos a Borges por un lado, clásico, moderado, contenido; y por el otro a Girondo, atrevido, libre, moderno. No parece haber mucho en común entre los dos, salvo que no tenemos que dejar de lado lo fundamental: a pesar de las diferencias, ambos eran poetas; y si bien esto no parece ser suficiente como para encontrar un lazo entre ellos, voy a permitirme una licencia especulativa.
María Zambrano
Es un tema clásico en la literatura el análisis de las relaciones entre la filosofía y la poesía. Muchos son los autores que han escrito sobre este asunto, pero yo quisiera tomar una nota breve de Filosofía y poesía, de María Zambrano. Allí, la filósofa española, señala el carácter diferenciador básico entre las dos corrientes literarias: mientras el filósofo intenta fijar un concepto y, a través de él, fijar la realidad; el poeta es consciente de que esta realidad es fugaz y leve; que todo está yéndose de manera irremediable (Zambrano utiliza un símil muy bonito: habla de una gota de agua sobre una rama y dice que mientras el filósofo trabaja sobre los conceptos, sus relaciones y demás;el poeta quiere aprehender la sensación toda de esa gota sobre esa rama). Todo esto lo digo de una manera muy resumida, por supuesto; el tema es más complejo y más extenso, pero como quiero llegar a los poetas en sí, corto aquí la explicación abstracta y me sumerjo en la práctica. En otras palabras: saltemos de la filosofía a la poesía.
En este blog se quiere por igual a los dos autores de los que estamos hablando. Tenemos la ventaja de que, ya pasado el tiempo, podemos disfrutar tanto de lo clásico como de lo moderno; de las formas tradicionales como de las menos fijas a un esquema. En suma: podemos disfrutar tanto de un soneto de Borges como de un poema blanco de Girondo. Y de ambos hemos compartido poemas aquí, pero de Borges hay uno que es recurrente: Límites. ¿Y por qué ese poema vuelve una y otra vez? Bueno, porque su carácter filosófico me permite ejemplificar también un tema recurrente: el tiempo y las secuelas de su paso. En ese poema Borges nos dice que constantemente estamos despidiéndonos, aún sin saberlo, de cosas o, incluso, de personas (los versos que suelo citar a menudo dicen: Para siempre cerraste alguna puerta / y hay un espejo que te espera en vano…). Es así que creo encontrar, después de todo, ese punto de contacto entre dos poetas tan disímiles: el sentido de la pérdida, de la que todo poeta, como dice Zambrano, es plenamente consciente. Entonces dejaré el poema de Borges, Límites; y Llorar a lágrima viva, de Girondo; porque creo que los dos hablan de lo mismo. De lo frágil, voluble, vano y pasajero que es todo, incluso, por supuesto, nosotros mismos.
Límites (Jorge Luis Borges)
De estas calles que ahondan el poniente, una habrá (no sé cuál) que he recorrido ya por última vez, indiferente y sin adivinarlo, sometido
a quien prefija omnipotentes normas y una secreta y rígida medida a las sombras, los sueños y las formas que destejen y tejen esta vida.
Si para todo hay término y hay tasa y última vez y nunca más y olvido ¿Quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo, nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche cesa y del alto de libros que una trunca sombra dilata por la vaga mesa, alguno habrá que no leeremos nunca.
Hay en el Sur más de un portón gastado con sus jarrones de mampostería y tunas, que a mi paso está vedado como si fuera una litografía.
Para siempre cerraste alguna puerta y hay un espejo que te aguarda en vano; la encrucijada te parece abierta y la vigila, cuadrifronte, Jano*.
Hay, entre todas tus memorias, una que se ha perdido irreparablemente; no te verán bajar a aquella fuente ni el blanco sol ni la amarilla luna.
No volverá tu voz a lo que el persa dijo en su lengua de aves y de rosas, cuando al ocaso, ante la luz dispersa, quieras decir inolvidables cosas.
¿Y el incesante Ródano y el lago, todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino? Tan perdido estará como Cartago que con fuego y con sal borró el latino.
Creo en el alba oír un atareado rumor de multitudes que se alejan; son lo que me ha querido y olvidado; espacio, tiempo y Borges ya me dejan.
Llorar a lágrima viva (Oliverio Girondo)
Llorar a lágrima viva Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo… si es verdad que los cacuyes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Lo lindo de tener razón es que uno puede ser, si quiere, hasta pedante. Hoy en día eso está mal visto, como casi siempre lo ha estado, por supuesto; pero en algún momento se entendía que el hombre de genio tenía cierta razón en actuar así; después de todo, él sabía cosas que nadie más conocía o se adentraba en terrenos donde nadie antes había osado poner un pie, y eso le daba cierta posición para poder hablar con algo que hoy está vedado a quien sea: autoridad.
El párrafo con el que, a continuación, cierro la entrada es uno de esos. Fue escrito doscientos años y ya dice lo que muchos acaban de descubrir. Pertenece al tío Schopenhauer y, por supuesto, él no va a pedir permiso para pensar como quiere y menos para decirlo como cree conveniente. Lo bien que hace.
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«Así como la inteligencia de mi perro, y en ocasiones también su estupidez, me han sorprendido muchas veces, otro tanto me ha ocurrido con el género humano. La incapacidad, completa carencia de juicio y bestialidad de este último han provocado mi indignación en innumerables ocasiones, y me he visto obligado a suscribir el viejo lamento: Humani generis mater nutrixque profecto stultitia est (La estulticia es indudablemente la madre y nodriza del género humano). El mundo no es un mecanismo, ni los animales son artefactos para nuestro uso. A los fanáticos y a los curas les aconsejo que no me lleven la contraria en este punto, pues esta vez no sólo nos asiste la verdad, sino también la moral».
Encuentro una galería de fotos de viejos leñadores. Aunque uno sabe que los diferentes tiempos tienen sus necesidades, sus usos y costumbres, no puede menos que sentir un ligero malestar al verlas desde el hoy, que es el tiempo que nos ha tocado a ese uno, con todo lo que ello implica (no quiero ni pensar en lo que dirán de nosotros las generaciones futuras, si es que queda alguien en el futuro con cerebro suficiente como para ejercer la crítica). Esa secuencia de imágenes me recuerda una página de Jorge Wagensberg, porque me causó la misma sensación de incomodidad sin tener que usar, para ello, foto alguna. La busco y la encuentro. Se titula La observación altera lo observado y está en su libro Yo, lo superfluo y el error, en la página 254 y dice todo lo que es necesario decir con una prosa mejor que la mía; así que a él le cedo la palabra.
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La observación altera lo observado
Las grandes pirámides de Egipto todavía no se han construido cuando en el (hoy conocido como) pico Wheeler, en el estado de Nevada, una modesta semilla cae del cielo, hace fortuna y germina alegremente.
Muchos años después pasa por allí el joven geógrafo Donald Rusk Currey y se queda estupefacto ante un impresionante ejemplar de Pinus longeava. Según algunos, Currey piensa: «Yo a ti te conozco» porque cree reconocerlo como Prometheus, un árbol singular descrito por el profesor Darwin Lambert. Los botánicos tienen la exquisita costumbre de no dar las coordenadas exactas de las maravillas que encuentran para evitar que alguien tenga un mal pensamiento o un momento de súbita estupidez. Según otros, los más, Currey no sabe de ningún estudio previo en la zona y bautiza el árbol como WPM-114 Después de vanos intentos fallidos para extraer una muestra de la planta que permita estimar su edad, Currey tiene una idea: pedir permiso a Donald E. Cox, del Servicio Forestal, para talar la joya. Y a Cox se le Ocurre una idea aún mejor: concederle el permiso.
El día 6 de agosto de 1964 Prometheus es asesinado. La autopsia demuestra que en el momento de su ejecución el árbol tenía 4950 años, el individuo pluricelular más viejo del planeta. La plusmarca habría sido fácilmente superada (: a razón de una mejora de un minuto por cada minuto que transcurre) si no llega a ser porque una inteligencia se empecinara en parar el cronómetro para registrar la proeza.
El otro día, dos amigos de la casa, Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, charlaban sobre sus escritos y sobre las críticas que estos recibían y aprovechaban para burlarse de los infaltables débiles de espíritu o, de manera más directa, de los hipócritas. Bueno, la charla (a través de la red social de la época: la carta) está fechada el 9 de junio de 1508, pero el tema tratado parece sacado de la semana pasada, lo cual demuestra que no hay nada nuevo bajo el sol. La humanidad ha sido siempre la misma y, por lo que podemos deducir de ello, siempre lo será. Tal vez las diferencias sean de grado (que hoy se tenga la sensación de que hay más gente delicada, que no soporta una crítica o un comentario que no les es favorable no significa que esta falta de tolerancia sea mayor en sí, sino que, simplemente, que son más los que acceden a los medios para exponerse). El fragmento que sigue (dirigido de Erasmo a Moro) lo sintetiza bien:
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Tomás Moro – Erasmo de Rotterdam
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«Por lo que se refiere al reproche de causticidad, responderé que el escritor ha sido siempre dueño de satirizar las condiciones de la vida humana, con tal de que su licencia no degenerase en frenesí. Me admira la delicadeza de las orejas de nuestros días; apenas si pueden admitir los títulos aduladores. Se ven personas que entienden tan al revés la religión, que las más horribles blasfemias contra Cristo le chocarían menos que una ligera broma acerca de un papa o de un príncipe, sobre todo si en ello «les va el pan». Pregunto yo: criticar a la especie humana sin atacar a nadie individualmente, ¿es morder? ¿No es más bien instruir y aconsejar? Además, ¿no me critico yo mismo bajo muchos aspectos? Y, sobre todo, cuando el satírico no perdona a ninguna clase social, no puede sostenerse que él quiera vejar a ningún hombre, sino a todos los vicios. Por lo tanto, si alguno se levanta y grita que está herido, él mismo descubrirá su culpabilidad, o por lo menos, su temor».
¿Quiénes son los artistas más populares buscados en Google en los diferentes países del mundo? He encontrado este resumen de esas búsquedas, el cual fue realizado en la base de datos del buscador más usado a lo largo y ancho del globo terráqueo, por la revista Art Supplies, en febrero de este año.
Según el artículo, «La gente tiene que recurrir a Internet como la única forma de ver el trabajo de tantos artistas de fama mundial. Con esto en mente, queríamos saber qué artistas fueron los más buscados en 2020 y quién ha sido más popular en cada país durante la pandemia. Hemos creado un mapa mundial para mostrar a los artistas más populares del mundo de un vistazo y también un desglose de los ganadores en cada continente. El mejor artista se encontró utilizando los datos de búsqueda de 2020 en cada país para cada artista».
La idea me pareció interesante y es por eso que decidí que sería bueno compartirla; pero desde ya les digo que a mí no me digan nada del lenguaje utilizado en el artículo; eso de «artista ganador» o «El mejor artista» me sabe más a texto escrito por un periodista deportivo que cultural, pero bueno, es lo que hay.
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Entonces tenemos esas bonitas imágenes continentales con los artistas más buscados en cada país. Lo primero que me llamó la atención es que solo siete artistas ocupan más de noventa por ciento de las búsquedas. No es nada raro cuando pensamos en Leonardo da Vinci o Van Gogh; pero en otros casos algo no me cierra del todo. Que casi toda Sudamérica haya buscado a una artista como Artemisia Gentileschi no parece muy probable. Y no porque la artista en sí no tenga los valores necesarios como para ser apreciada; pero una artista del barroco italiano como ella no es, lo que se diga, tema de conversación demasiado habitual en las sobremesas… Otra cosa llamativa es que, con la excepción de México, no hay país que haya basado sus búsquedas en un artista local (Diego Velázquez aparece como el más buscado en Uganda y Nigeria, por ejemplo, y no en España).
Por supuesto que no se pueden sacar demasiadas conclusiones de estos mapas (serían necesarios muchos más datos para poder hacer un análisis más profundo); pero como que algo no cierra del todo… Salvo que lo que estemos viendo sea, precisamente, el modo en que trabaja el buscador de Google; el cual, como bien sabemos, más que buscar esto o aquello lo que hace es insinuar esto o aquello. Entonces sí se entendería que toda Sudamérica haya buscado solo a dos artistas y Oceanía solo a una (curiosamente, Artemisia Gentileschi). En fin, las conclusiones están abiertas; pero algo no huele bien en Dinamarca (donde se buscó a Frida Kahlo, por cierto).