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Alguna vez me ha ocurrido que, por motivos que desconozco (nada extraño para un negado tecnológico como soy), han desaparecido mis contactos o enlaces de la barra donde están guardados. Lo mismo me sucedió cuando mi RSS Feed dejó de funcionar, tuve que volver a instalarlo y, por eso mismo, comenzar desde cero, perdiendo todos los enlaces que allí tenía. Lo que hice fue abrir una carpeta y guardar los enlaces dos veces: uno en la carpeta, otro en el nuevo RSS Feed; no fuera a ser cosa que un día dejara de funcionar sin previo aviso y volviera a perder todo otra vez. Es decir que tuve que multiplicar las formas de la memoria, ya que parecía que una sola no era suficientemente segura.
¿Y qué sucedió cuando tuve que cambiar el disco rígido de mi laptop? La situación es casi absurda… mi laptop ha recorrido medio mundo; ha viajado por casi todos los medios de transporte conocidos, ha estado expuesta a los climas más diversos y un día, un día como cualquiera en mi casa, con el café ya preparado y dispuesto a escribir; es decir, un día en que no pasaba absolutamente nada, un pequeño y azaroso golpe (no más fuerte del que puede darse con la punta del dedo índice) hizo que el disco rígido dejara de funcionar. El técnico me dijo que entendía que el golpe no había sido fuerte, sólo que había sido dado en el lugar preciso; y que había que cambiarlo. Todo lo que no había guardado en un disco rígido externo, se perdió: las últimas fotos, los últimos escritos, las últimas descargas, etc., etc. Claro, el viejo disco rígido está allí y con la tecnología adecuada podría recuperarse esos datos (cosa que dije que haría); pero como es demasiado caro la cosa fue quedando para después y resulta que ya han pasado un par de años de aquel accidente y no creo, ya, que me interese gastar dinero en recuperar lo que ya no me acuerdo si era importante. Y otra vez he debido multiplicar las formas de la memoria: ahora tengo el disco rígido de mi laptop, un disco rígido externo (el cual es, también, extremadamente sensible) y la inefable nube; la cual, como todo sabemos, es cualquier cosa menos segura.
Y ese es el punto al que quería llegar: a lo frágil que resulta todo hoy en este mundo virtual. Recuerdo que cuando salió al mercado el CD se nos fue presentado como la panacea de la memoria colectiva. En un CD cabía toda una enciclopedia, una biblioteca, un museo, una hemeroteca… allí íbamos a poder guardar todo, pero absolutamente todo de todo y lo tendríamos a mano para siempre. Apenas ocupaban espacio y eran tan bonitos y brillantes… hasta que en una década la cosa quedó out. Hoy, por más que tengamos un CD con información importante, si no tenemos un aparato que lea ese artilugio, estamos perdidos. Sin embargo, todos tenemos un álbum o una caja de zapatos con fotos de nuestros abuelos, de nuestros padres e, incluso, de algunos familiares que ni siquiera sabemos quiénes son, pero que están allí, sonrientes junto a aquel que sí conocemos. ¿Qué tendrán las futuras generaciones de nosotros? Supongo que nada. En cuanto Facebook, Instagram, Twitter y demás dejen de ser útiles y se pierdan en la noche de los tiempos, también se perderá nuestra memoria y nuestra biografía.
El asunto no deja de ser paradójico y algo gracioso. Por un lado las nuevas tecnologías nos prometen, como ya he dicho, la panacea de la memoria perfecta (lo cual es una burda mentira; lo que ocurre es exactamente lo contrario) y es entonces que son muchos los que, ante la enorme cantidad de contraseñas y passwords y claves que hay que recordar, han optado por la práctica y funcional costumbre de anotar todo en una libreta o agenda, tornando así inútil la pretensión de «seguridad» que se pretendía buscar.
¿Tragedia o comedia? Todo depende, por supuesto. No todo merece ser guardado del mismo modo en que no todo merece ser compartido. Cada cual sabrá qué es lo que debe permanecer de sí mismo. Por lo pronto, de lo único que podemos estar seguros es de que no hay nada que pueda competir con el viejo y querido papel. Ese sí que parece ser eterno…