La memoria débil

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Alguna vez me ha ocurrido que, por motivos que desconozco (nada extraño para un negado tecnológico como soy), han desaparecido mis contactos o enlaces de la barra donde están guardados. Lo mismo me sucedió cuando mi RSS Feed dejó de funcionar, tuve que volver a instalarlo y, por eso mismo, comenzar desde cero, perdiendo todos los enlaces que allí tenía. Lo que hice fue abrir una carpeta y guardar los enlaces dos veces: uno en la carpeta, otro en el nuevo RSS Feed; no fuera a ser cosa que un día dejara de funcionar sin previo aviso y volviera a perder todo otra vez. Es decir que tuve que multiplicar las formas de la memoria, ya que parecía que una sola no era suficientemente segura.

¿Y qué sucedió cuando tuve que cambiar el disco rígido de mi laptop? La situación es casi absurda… mi laptop ha recorrido medio mundo; ha viajado por casi todos los medios de transporte conocidos, ha estado expuesta a los climas más diversos y un día, un día como cualquiera en mi casa, con el café ya preparado y dispuesto a escribir; es decir, un día en que no pasaba absolutamente nada, un pequeño y azaroso golpe (no más fuerte del que puede darse con la punta del dedo índice) hizo que el disco rígido dejara de funcionar. El técnico me dijo que entendía que el golpe no había sido fuerte, sólo que había sido dado en el lugar preciso; y que había que cambiarlo. Todo lo que no había guardado en un disco rígido externo, se perdió: las últimas fotos, los últimos escritos, las últimas descargas, etc., etc. Claro, el viejo disco rígido está allí y con la tecnología adecuada podría recuperarse esos datos (cosa que dije que haría); pero como es demasiado caro la cosa fue quedando para después y resulta que ya han pasado un par de años de aquel accidente y no creo, ya, que me interese gastar dinero en recuperar lo que ya no me acuerdo si era importante. Y otra vez he debido multiplicar las formas de la memoria: ahora tengo el disco rígido de mi laptop, un disco rígido externo (el cual es, también, extremadamente sensible) y la inefable nube; la cual, como todo sabemos, es cualquier cosa menos segura.

Y ese es el punto al que quería llegar: a lo frágil que resulta todo hoy en este mundo virtual. Recuerdo que cuando salió al mercado el CD se nos fue presentado como la panacea de la memoria colectiva. En un CD cabía toda una enciclopedia, una biblioteca, un museo, una hemeroteca… allí íbamos a poder guardar todo, pero absolutamente todo de todo y lo tendríamos a mano para siempre. Apenas ocupaban espacio y eran tan bonitos y brillantes… hasta que en una década la cosa quedó out. Hoy, por más que tengamos un CD con información importante, si no tenemos un aparato que lea ese artilugio, estamos perdidos. Sin embargo, todos tenemos un álbum o una caja de zapatos con fotos de nuestros abuelos, de nuestros padres e, incluso, de algunos familiares que ni siquiera sabemos quiénes son, pero que están allí, sonrientes junto a aquel que sí conocemos. ¿Qué tendrán las futuras generaciones de nosotros? Supongo que nada. En cuanto Facebook, Instagram, Twitter y demás dejen de ser útiles y se pierdan en la noche de los tiempos, también se perderá nuestra memoria y nuestra biografía.

El asunto no deja de ser paradójico y algo gracioso. Por un lado las nuevas tecnologías nos prometen, como ya he dicho, la panacea de la memoria perfecta (lo cual es una burda mentira; lo que ocurre es exactamente lo contrario) y es entonces que son muchos los que, ante la enorme cantidad de contraseñas y passwords y claves que hay que recordar, han optado por la práctica y funcional costumbre de anotar todo en una libreta o agenda, tornando así inútil la pretensión de «seguridad» que se pretendía buscar.

¿Tragedia o comedia? Todo depende, por supuesto. No todo merece ser guardado del mismo modo en que no todo merece ser compartido. Cada cual sabrá qué es lo que debe permanecer de sí mismo. Por lo pronto, de lo único que podemos estar seguros es de que no hay nada que pueda competir con el viejo y querido papel. Ese sí que parece ser eterno…

El paisaje y la memoria

Hace más de un mes que terminé de leer Un hombre enamorado, de Karl Over Knåusgard y todavía encuentro notas que tomé en el momento de la lectura. El que dejo a continuación es un fragmento en el que Knåusgard habla sobre Varus, un cuadro de Anselm Kiefer (y del cual yo no sabía absolutamente nada). Cuando me encuentro con algo así en un texto, lo que hago es suspender la lectura y, ahora que tenemos la bendición de internet, busco aquello a que se hace referencia. Dejo el fragmento en crudo, sin tocar ni una coma y dejo también una reproducción del cuadro de Kiefer. He buscado el libro de Schama en español, pero aún no lo he encontrado.

Varus de Anselm Kiefer

—¿Has visto ese cuadro de Kiefer? Un bosque, no ves más que árboles y nieve, con manchas rojas entremezcladas, y luego están los nombres de algunos poetas alemanes, escritos en blanco. Hölderlin, Rilke, Fichte, Kleist. Es la mejor obra de arte realizada después de la guerra, tal vez en todo el siglo pasado. ¿Qué aparece en el cuadro? Un bosque. ¿De qué trata? Bueno, pues de Auschwitz. ¿Dónde está la relación? No trata de pensamientos, penetra en lo más profundo de la cultura, y no se puede expresar mediante pensamientos. El cuadro se titula Varus, que era un caudillo romano. Perdió una gran batalla en Germania. La línea va, pues, desde la década de los setenta hacia atrás, hasta Tácito. Es Schama quien lo señala en Paisaje y memoria.

SchamaCuando leo a Lucrecio, todo trata del esplendor del mundo. Y eso, el esplendor del mundo, es un concepto barroco que seguramente se extinguió con él. Trata de las cosas. Lo físico de las cosas. Los animales. Los árboles. Los peces. Si a ti te da pena que haya desaparecido la acción, a mí me da pena que haya desaparecido el mundo. Lo físico del mundo. Sólo tenemos imágenes de él. Con eso nos relacionamos. ¿Pero qué es el Apocalipsis? Los árboles que desaparecen en Sudamérica. El hielo que se derrite, el nivel de agua que sube. Si tú escribes para recuperar la seriedad, yo escribo para recuperar el mundo. Bueno, no este mundo en el que me encuentro. Precisamente no lo social. Los Gabinetes de Curiosidades del Barroco. Los Cuartos de Maravillas. Y ese mundo que está en los árboles de Kiefer. Es arte. Nada más.

 

Todo confluye

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Releo algunas páginas sueltas de un viejo diario personal y veo que la lectura de ciertos hechos implica un dolor o un desagrado que no hoy no merecen la pena pero que, inevitables, se hacen presentes cada vez que vuelvo a ellas. Por esa razón, desde hace años escribo en mis diarios sólo notas tangenciales o fragmentos de estilo casi ficcional; tal vez como forma de engañarme a mí mismo en una lectura futura. Al mismo tiempo leo, también, y para un trabajo personal, Ficciones, de Borges. Ese volumen contiene, como alguno recordará, La biblioteca de Babel; relato donde se nos muestra una biblioteca infinita. Por último, y de manera totalmente azarosa, llega mis manos este fragmento de Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro: «Podemos memorizar muchas cosas, imágenes, melodías, nociones, argumentaciones o poemas, pero hay dos cosas que no podemos memorizar: el dolor y el placer. Si nos fuera posible revivir el placer que nos procuró una mujer o el dolor que nos causó una enfermedad, nuestra vida se volvería imposible. En el primer caso se convertiría en una repetición, en el segundo en una tortura. Como somos imperfectos, nuestra memoria es imperfecta y solo nos restituye aquello que no puede destruirnos».

Es por eso, me digo entonces, que la Biblioteca de Babel es un sitio terrorífico; es por eso que una memoria infinita sería una tortura insoportable (como en ese otro cuento de Borges, Funes, el memorioso). Es por eso que uno no debe dejar por escrito todo lo que ocurrió en el pasado; porque incurrir en ese error conlleva lo atroz de otorgarle a lo que debe ser olvidado el carácter o la posibilidad de la inmortalidad. Como bien lo sintetizó Robert Silverberg (y me disculpo por la cantidad de nombres y de citas; pero hoy mi mente anda por estos rumbos sin que pueda hacer nada por evitarlo): Todo confluye  en este instante del ahora. Y es nuestro deber hacer que este ahora no nos agobie con recuerdos que no merecen, siquiera, un sólo instante de atención.

Tecnología y la &@#$^@$%#^*&^(%&*

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Un mes atrás sufrí un percance que seguramente a todos, de una u otra forma, les habrá sucedido. Un golpe dañó el disco duro de mi laptop. Los problemas posteriores son varios: además del gasto de dinero, lo peor es perder información; en mi caso casi todo el trabajo que hice en los dos últimos meses, por ejemplo (sí, sé que hay que hacer respaldos y todo eso; y lo hago, pero a veces uno se confía, se deja estar y pasa esto). Luego de arreglar el problema —en la medida de lo posible—, me dedico a reorganizar el nuevo aparato. Luego de unos días el feader, ese adminículo que nos avisa de las entradas de los blogs amigos, decide borrarse por sí mismo; ahora es el teclado el que decide declararse en rebeldía y bajo una estricta autonomía, hace lo que se le antoja. Desaparecen los signos y hasta alguna letra (la ñ, por ejemplo) y hay que andar buscándolos por todo el teclado hasta que por suerte se las encuentra en el otro extremo. De todos modos no sirve de mucho, cuando a la degenerada se le antoja vuelve a la configuración anterior y otra vez comienza la búsqueda de un signo de interrogación o de un acento.

No hace mucho tiempo que se hablaba del fin del libro y tonterías similares. Aquí tenemos un argumento de peso sobre un valor añadido al acto de recopilar la información importante en papel. Tenemos libros que llevan cuentos de años encima y que, por supuesto, son perfectamente legibles; cosa que no pasa ni pasará con las modernas tecnologías. Cuando apareció el CD parecía que se había encontrado la panacea universal ¡Toda una biblioteca cabe en un pequeño disco plástico! Al diablo con ello, los CD tenían una vida limitada (limitadísima) y por si fuera poco, las mismas tecnologías se ocuparon en que quedara caduco en menos de una década. Ahora con las plataformas digitales y demás, todo el saber humano cabe en… vaya uno a saber dónde. Hace unos días leí un artículo sobre las futuras computadoras cuánticas o atómicas, las cuales podrán guardar el equivalente a todo lo que los seres humanos han escrito en una memoria del tamaño de un sello postal. Eso sí, que no se te corte la luz, hermano, porque vas a quedar, literal y metafóricamente, bien a oscuras.

Ser una antología.

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Casi como una continuación natural de la entrada de ayer, dejo este fragmento de un reportaje al gran George Steiner publicado por el diario La Nación. Tenía estas notas escritas desde antes, pero no está de más aprovechar el impulso y seguir, aunque sea tangencialmente, con el mismo tema, el cual no carece de importancia.

-¿Sigue leyendo a Parménides cada mañana?

-Parménides, claro… bueno, u otro filósofo. O un poeta. La poesía me ayuda a concentrarme, porque ayuda a aprender de memoria, y yo siempre, como profesor, he reivindicado el aprendizaje de memoria. Lo adoro. Llevo dentro de mí mucha poesía; es, cómo decirlo, las otras vidas de mi vida.

-La poesía vive… o mejor dicho, en este mundo de hoy sobrevive. Algunos la consideran casi sospechosa.

-Estoy asqueado por la educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria. Y que no hace nada para que los niños aprendan las cosas de memoria. El poema que vive en nosotros vive con nosotros, cambia como nosotros, y tiene que ver con una función mucho más profunda que la del cerebro. Representa la sensibilidad, la personalidad.

Recuerdo que también Harold Bloom recomienda aprender poesía de memoria y ambos críticos coinciden en los dos aspectos: la importancia que este tipo de aprendizaje tiene para la memoria en sí y en la riqueza que suma a nuestra vida el tener un bagaje espiritual de ese calibre en nuestra mente. En Fahrenheit 451, como muchos recordarán y para evitar la pérdida total de los libros que son quemados por el sistema fascista, Ray Bradbury hace que ciertos personajes recuerden libros completos de memoria. Podríamos unir todas estas ideas y poner en práctica algo muy simple. Aprender una poesía de memoria por semana. Es todo cuestión de empezar y no es algo descabellado. A lo largo de las cincuenta y dos semanas que tiene el año nos habremos convertido en una pequeña antología ambulante. Seremos un libro con cincuenta y dos poesías que no morirán mientras las llevemos con nosotros a todos lados.

Nada que festejar.

La historia en el continente al cual pertenecemos, sufrió cambios de magnitudes inimaginables a partir de un 12 de octubre de 1492. Y es que la llegada de las conocidas carabelas al mando de Cristóbal Colón, desencadenaría la ambición de apropiarse de las riquezas por parte de los países imperialistas.

El camino más fácil fue el de la tortura, la matanza y el sometimiento a los aborígenes nativos. En nuestro país, los españoles colonizaron gran parte del extenso territorio, pese a la resistencia de los pueblos indígenas que se negaban a cambiar de hábitos y luchaban contra este intento de someter su identidad.

La Sociedad Virreinal, encontró en el aborigen la posibilidad de llevarlo a la explotación y al trabajo forzoso. Asesinatos, saqueos, violaciones y todo tipo de atrocidades, eran las herramientas para inducir el miedo. Nuestra Nación no fue ajena a la causa, Julio A Roca y Nicolás Avellaneda, sostenían la importancia de la obtención de las tierras fértiles que poseían los aborígenes con la denominada Conquista del Desierto.

Si nos aproximamos en el tiempo, durante la presidencia de Hipólito Irigoyen, un 4 de octubre de 1917, se decretó al día 12 de Octubre como el Día de la Raza. La buena relación entre Argentina y España concluyó con este gesto festivo de agasajamiento, elogiando al hombre de raza blanca, con sus ideas, cultura y religión, y a sus guerreros que invadieron estas tierras.

Mulatos, negros, indios, mestizos, cabecita, blanco, gaucho, judío, chino, groncho, paragua, brasuca, pobre, bolita, yorugua y una infinidad de calificativos nos invaden a lo largo de la historia y en la actualidad.

Es que estamos hechos de una gran variedad cultural y, si bien los tiempos cambiaron, todavía existe una fuerte negación a la diversidad por gran parte de la población. Pero ¿cual es el titulo que poseen para referirse a las personas de forma despectiva? Esa es la pregunta que se deberían hacer aquellos que creen tener el poder de clasificar a los demás. Características étnicas que son relacionadas inmediatamente al nivel socio-económico.

Lamentablemente, estas reacciones por parte de sectores de la sociedad intentan quitarle dramatismo aludiendo a que sólo se trata de comportamientos inofensivos. Este flagelo se presenta a lo largo y ancho del territorio americano. Los pueblos indígenas no sólo cargan con el mote de ser indios, sino que también son marginados de la sociedad. Una lógica verdaderamente pobre.

Es nuestra obligación moral, la de llevar adelante la bandera de la igualdad de condiciones. La educación de nuestros hijos es una buena manera de empezar el cambio. Debemos ser el espejo a seguir con actitudes que denoten el respeto por los demás.

Pero para esto se necesita un compromiso firme y concreto.

Debemos modificar el rumbo que se estableció por años y años. El impulso de instituciones y el interés de parte gubernamental son piezas indispensables para lograr una concientización.

En 1995 se fundó en nuestro país el instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI). Si bien el proceso es lento, se comienzan a divisar cambios significativos dentro de nuestra sociedad.

Pero no debemos conformarnos, y el prejuicio de no poder cambiar a las personas debe ser abandonado. La cultura en la Argentina se ve modificada día a día. La interacción a nivel americano esta creciendo a pasos agigantados. La unión de los pueblos americanos está marcando un cambio del cual debemos ser partícipes.

El hecho de que el 12 de Octubre no sea más designado como Día de la Raza nos da un parámetro de la importancia de generar cambios a nivel humano.

Que este día, nos sirva para ponernos en el lugar de los que se sienten desplazados por el simple hecho de pertenecer a tal o cual etnia, adoptar tal o cual elección sexual, tener tal o cual color de piel. De nosotros depende aprovechar lo mejor de las demás culturas a partir del conocimiento y la interacción con los demás.

 

 

Nota: el texto no me pertenece, lo copié de una página de Terra del año pasado. No lleva nombre de autor alguno.

Hipatia y la chusma cristiana

Hace unos días escribí un artículo sobre Hipatia, una mujer cuya historia siempre llamó mi atención y sobre la cual -es mi modesto parecer-, las mujeres deberían tener como ejemplo o, al menos, deberían tener un mayor conocimiento sobre ella. Al buscar material me encontré con una película sobre su vida, la cual no había visto y a la que busqué de inmediato.

La película en cuestión es Ágora, del español Alejandro Amenábar.

Impaciente, como de costumbre, me dispuse a disfrutar de las imágenes (para mí, de antemano, el cine es siempre disfrute), pero a los pocos minutos tuve que detener la reproducción. Esperé unos minutos y lo intenté de nuevo; pero no pude seguir. Mi rechazo ante la chusma cristiana es tan grande que cuando empiezo a oir esa perorata sin sentido, ese galimatías de frases inconexas y fútiles se me revuelve el estómago, literalmente hablando. Así que lo único que pude hacer fue echar un vistazo aquí y allá (la ambientación y el vestuario eran notables, lo cual me apenó no poder ver la película completa), pero siempre aparecía un cristiano balbuceando su basura metafísica y… ¡corten! seguimos más adelante. Lo que sí me tragué fue el final, quería ver cómo se las arreglaban con la muerte de la heroína y, luego del descontento por la falta de rigor histórico, me di cuenta de que Amenábar no tenía muchas opciones. En la cinta, un esclavo evita que lastimen el cuerpo de Hipatia y, al quedarse a solas con ella, la asfixia para evitarle un sufrimiento mayor. Luego los cristianos apedrean el cadáver de la matemática y filósofa.

Hipatia siendo asfixiada en al película de Amenábar.

La historia verdadera es muy diferente, Hipatia fue arrancada de su carruaje, arrastrada hasta el templo cristiano, desollada viva, desmembrada, y sus restos fueron arrastrados por las calles de Alejandría hasta una pira, donde fueron quemados. Está bien, me dije, si Amenábar filmaba eso el final de la película iba a resultar una remake de la insoportablemente sangrienta La Pasión de Cristo, de Mel Gibson. En ese sentido Amenábar prefirió el buen gusto al rigor histórico.

Ahora bien, más arriba he hablado de chusma cristiana y, hasta no hace mucho tiempo, cuando decía algo así continuaba con un lamento mucho si a alguien ofendo, o algo por el estilo. Ya no. Si alguien se siente ofendido es problema suyo. Más ofendido me siento yo cuando escucho sus anatemas contra éste o aquel (contra los homosexuales o la educación sexual, por ejemplo)  o cuando me prometen eternos tormentos de fuego y azufre y dolores indecibles por toda la eternidad por el hecho de ser ateo.

Y es que uno no puede menos que sentir desprecio -y eso es decir poco- por esos individuos que sumieron a la humanidad en la más oscura de las noches. Quienes con su ceguera e ignorancia impidieron los avances de las ciencias durante más de mil años ¡Mil años de atraso por culpa de estos esbirros violentos y corruptos! Hay que tener en cuenta que ya para ese entonces Eratóstenes había demostrado que la Tierra era una esfera (sus cálculos, comparados con los de hoy, muestran un error de 394 km sobre una esfera de 40.008 km), ya desde mucho antes se habían establecido las bases de la democracia (precaria, pero democracia al fin) y, para no aburrir con los ejemplos, uno más: los descubrimientos astronómicos de Hipatia debieron esperar Dieciséis siglos hasta ser redescubiertos.

¿Y a qué viene todo esto? ¿Qué importancia tiene hoy un hecho lamentable que ocurrió hace casi dos mil años? Pues esa es la enseñanza de la historia. A veces hay que mirar hacia atrás para entender el presente (frase dicha y repetida mil veces pero que aún no parece haber sido dicha lo suficiente). Todo esto viene a que la chusma cristiana de la que hablo más arriba es igualita a la chusma cristiana de la que voy a hablar (o, mejor dicho: citar), más abajo.

1.- El arzobispo de Granada:  “Si la mujer aborta, el varón puede abusar de ella”.

2.-El arzobispo de Bruselas: “El sida es un acto de justicia”.

3- El Arzobispo de Panamá: “Los homosexuales juegan con fuego”.

4.- El obispo de la prelatura Cancún-Chetumal: “Hay que perdonar a curas pederastas; no sabían lo que hacían”.

5.- El obispo de San Cristóbal de las Casas: “El Erotismo impide respetar a los niños”.

6.- El Obispo de Tenerife sobre la pederastia: “Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan”.

7.- Obispo de San Sebastian“Existen males mayores que los que esos pobres de Haití están sufriendo en estos días. Nos lamentamos mucho y ofrecemos nuestra solidaridad, pero deberíamos llorar por nosotros, por nuestra pobre situación espiritual, por nuestro materialismo, que es un mal más grande que el que esos inocentes están sufriendo”.

8.- El Obispo de Córdoba: “La Unesco quiere hacer que la mitad de la población sea homosexual”.

9.- El Obispo de Segorbe-Castellón: “La educación sexual en las aulas se reduce a “exaltar la homosexualidad”.

10.- El Obispo de Cracovia: “El Holocausto es un invento judío”.

¿Bonito verdad? Yo me pregunto: ¿qué diferencia hay entre estos degenerados y los que mataron a Hipatia? Como un indicio de respuesta les dejo un breve video del degenerado mayor, su santidad (no olvidemos que Cirilo, quien ordenó la muerte de Hipatia es hoy considerado un santo cristiano) Benedicto XVI, afirmando que la Inquisición fue un progreso.

                                

Repito: si algún cristiano se siente ofendido, pues me importa poco. Si quiere (o le interesa) mi respeto, puede empezar por limpiar su propia casa, por condenar a sus obispos y cardenales y papas (así, con minúsculas) por las atrocidades que han hecho, por las que siguen haciendo y por las burradas que dicen y obligan a sus fieles a creer. Recién a partir de allí podremos comenzar a hablar de igual a igual.

Devotos cristianos.

Página/12,  Domingo, 06 de mayo de 2012

A los 86 años, cuando se le acerca el final, Videla, católico de estilo medieval, apela a la magia de su religión para confesar sus crímenes.

“Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace”, ha declarado este ex general, condenado a prisión perpetua por tantos asesinatos nunca reconocidos. La religión le tolera exculparse descargando sus crímenes en su dios. El infantilismo al que lo somete esa religión le sirve para ampararse en la fatalidad divina. Un destino fatal que ofende su propia dignidad porque niega la libertad humana y la consecuente responsabilidad de los actos que cada uno debe asumir, si no ha perdido la razón y cree en el Dios de la Biblia. Está claro que Videla no cree en ese Dios. Su dios es el que le predicaron los vicarios castrenses. Es el dios de la muerte. Un dios justificador de los baños de sangre “para redimir la Nación”, como alentaba Mons. Bonamín. Un dios defensor de un orden “occidental y cristiano”, es decir que no es para todos, sino achicado a la propia y egoísta necesidad del desorden establecido por minorías poderosas causante de las injusticias sociales. El dios de Videla es el que salva matando, “unos siete u ocho mil”, según sus dichos, como si se tratara de ladrillos o postes. Muy lejos del Dios de la Biblia bondadoso, respetuoso de la libertad del ser humano y lleno de misericordia, que libera a los cautivos (Lc.4, 18), derriba a los poderosos de sus tronos y sacia el hambre de los pobres. (Lc.1, 52).

Luis Miguel Baronetto, (Director de la Revista Tiempo Latinoamericano. Querellante en la causa por el homicidio de monseñor Angelelli).

Informe sobre la entrevista de la comisión ejecutiva de la C.E.A. (Conferencia Episcopal Argentina) con el Presidente de la república del día 10 de abril de 1978.

Videla le confesó a la Iglesia Católica en 1978 lo que recién hizo público 34 años después: que los detenidos-desaparecidos habían sido asesinados. La Comisión Ejecutiva le transmitió el pedido de Massera de informar sobre el tema. Videla respondió que era imposible, por las inevitables preguntas sobre cada asesinato, el responsable y el destino de los restos. Un diálogo sobrecogedor, contenido en una minuta para el Vaticano que se conserva en el archivo secreto del Episcopado.

En abril de este año la jueza Martina Forns, titular del juzgado federal Nº 2 en lo Civil y Comercial y Contencioso Administrativo de San Martín interrogó a Videla en forma exhaustiva, a solicitud del abogado Pablo Llonto, quien representa a Blanca Santucho, hermana del jefe del ERP abatido en julio de 1976 por un pelotón del Ejército, y cuyos restos nunca fueron entregados a la familia. Un paso previsible en la investigación es solicitar a la Iglesia Católica acceso a los documentos que atesora sobre el tema. El que contiene las explicaciones de Videla lleva el número 10.949, lo que da una idea del volumen de la información que el Episcopado sigue manteniendo en secreto. Está guardado en la carpeta 24-II del Archivo de la Conferencia Episcopal. La Iglesia Católica eligió silenciar el contenido de la conversación en la que Videla les reveló que todos los desaparecidos habían sido asesinados.

Horacio Verbitsky. Página/12

Ambos artículos, completos: Horacio Verbitsky, Luis Miguel Baronetto.

Otra vez un post con ninguna palabra de quien esto administra. Pido perdón, pero es que a veces las palabras faltan o sobran, no lo sé muy bien.