Los invisibles (esta vez de verdad) de los medios

 

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Cada vez que escribo una entrada para este sitio movido por el descontento que provoca algún hecho en particular debo contenerme para acotar las citas que se agolpan de inmediato en mi mente. En este momento estoy entre Wilde, Nietzsche y Kapuscinski. Empiezo por el primero, ya que mi inconsciente parece que ya los puso en orden.

Oscar Wilde dijo aquello de «La naturaleza imita al arte»; y empiezo por aquí porque quiero aclarar, de entrada, que no deseaba hablar de nada que tuviera que ver con los desgraciados sucesos ocurridos en México hace unos pocos días; pero la realidad me obliga a hacerlo; de allí lo certero de la cita de Wilde.

El asunto es que, como todos saben (y los que no, podrán verlo en entradas recientes, como Los invisibles y los medios, entre muchas otras) creo que los medios de comunicación son cualquier cosa menos lo que se dice «medios» (el mismo término implica en cierto modo una equidad entre los extremos) y mucho menos «comunicación» (término que implica la difusión de datos o hechos concretos). México no sólo ha sido víctima de una catástrofe natural —algo sobre la cual las personas no tienen poder alguno—, sino también de, hasta cierto punto, de una catástrofe artificial —y aquí a nadie más que a un humano puede echársele la culpa—.

Durante dos días se tuvo a la sociedad mexicana en vilo por las tareas de rescate que se llevaban a cabo pero, sobre todo, por un caso que, por lo doloroso fue central: el colapso de la escuela Enrique Rébsamen. Se habló de una niña —Frida Sofía—, la cual estaba con vida y sobre la que se dijo que estaba en comunicación con los rescatistas, que había tomado agua, que hablaba por medio de un micrófono, que se había protegido debajo de una mesa, y que ella misma había dicho que estaba con otros niños. Dos días después (dos días de trabajos constantes entre los escombros. Repito: dos días en medio de la tragedia) Carmen Aristegui, una de las pocas periodistas serias con las que se puede contar hoy, nos informa que Frida Sofía no existe. El desconcierto, el enojo, el estupor, nos invade a todos. Televisa parece ser el canal de donde parte la falsa noticia; y Televisa culpa a la Marina, y la Marina culpa a los rescatistas y…

 

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… Y aquí entra Friedrich Nietzsche, se tusa el bigote y dice lo que ya nos enseñó hace tiempo: «No hay hechos, sólo interpretaciones» y «La verdad es una construcción del poder». Está bien, ya sabemos que la verdad no existe (la verdad entendida como construcción independiente del hombre, claro) pero aquí al menos debe existir algo que se llame responsabilidad. Ya sabemos, también, que la información no es, precisamente, información, sino material ficcional adecuado a las necesidades de venta del emisor; de allí que un canal de TV necesite el drama o el escándalo para que la gente no se despegue de su pantalla y así tener los mejores anunciantes. Lo mismo pasa con los periódicos o las radios, claro está; pero en casos como el que acaba de suceder en México, la TV es ama y señora de lo que sucede.

 

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Rudyard Kapuscinski dijo —y me parece increíble que tenga que repetirme con tan sólo unos pocos días de diferencia—: «Cuando la información se transformó en una mercancía, la verdad dejó de ser relevante». Y el asco ya es completo.

Dije que no quería hablar de lo sucedido en México pero me fuerza a dejarlo por escrito lo que ocurre a mi alrededor ¿Mañana podré hacerlo? Vaya uno a saber… a la realidad le gusta tanto imitar al arte…

Los invisibles y los medios

 

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Hace unos días escribí una entrada sobre la cobertura que recibió el sismo que tuvo lugar en el sur de México y el norte de Guatemala. Mi molestia en aquel entonces fue sostenida y aumentada por la absoluta falta de empatía y de sentido crítico que se vio en todos los medios (no voy a hablar de las redes sociales porque éstas se manejan, básicamente, a través de los propios usuarios y, si bien estos son personas y la empatía y el sentido crítico deberían estar presentes en ellos también, si esto no ocurre así no es algo que podamos criticar, sino sólo lamentar. Por cierto, una acotación marginal: fue llamativa la cantidad de memes con bromas al respecto del terremoto. Llama la atención la velocidad con la que la gente encuentra la gracia en todo). Hablaba de la falta de sentido crítico y de empatía que se vio en los medios y voy a contar una o dos cosas de las que pude ver. Hablé en aquella entrada de dos programas de televisión abierta (Venga la alegría en TV Azteca, por ejemplo) donde con todo desparpajo se bailaba y se jugaba bajo la consigna de “No hay que ponerse triste”. Una de las notas que se proyectó fue sobre una actriz o modelo que parecía desconocer la paternidad de su hijo. Y he aquí el doble estándar que se vomita desde la pantalla. Todos sabemos que si algo así le pasa a la vecina, para el barrio ésta no pasaría de ser la puta del pueblo; pero como le pasa a una estrella lo que se escucha son comentarios del tipo «Ay, pobrecita, qué mal momento está pasando…». Ese mismo doble estándar es el que se usa para todo tipo de información. Si hay un muerto en el pueblo será noticia si es, de alguna manera, “importante” (rico, famoso, con título, etc.); mientras que si el finado es pobre, marginal, iletrado, pues será invisible para los medios.

Lo mismo vale, por supuesto, para los países. Al día siguiente del terremoto mexicano vi por internet que el huracán estaba centrado en Cuba. En la televisión y en la red lo que podía verse eran los vientos… en Miami. Era tanta la absoluta carencia de noticias que los enviados debían esforzarse por llenar el espacio con tonterías. Así se veía que uno de estos “enviados especiales” mostraba los vientos de cincuenta kilómetros por hora en Miami Beach (un huracán categoría 1 comienza con vientos de 118 km/h) mientras que en Cuba los vientos eran de más de doscientos cincuenta km/h. Pero claro, Cuba no es cool.

 

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Como todos bien sabemos, también en la pobreza o en la miseria hay grados; y cuanto más pobre o miserable se es también se es más invisible. Así que si de cuba tuvimos muy poca información, menos aún la tuvimos de República Dominicana o de Haití. ¿A quién le importan esos países retrógrados llenos de miserables latinos o, peor, de negros miserables? No, nada de eso; mientras tanto, miremos a Miami, pobres…

Lo mismo ocurrió con el terremoto; el cual si bien tuvo su epicentro en México, afectó seriamente a Guatemala. Seré curioso ¿alguien vio algo al respecto? Seguro que no; pero ya se sabe: vale menos un guatemalteco que una palmera gringa.

Cierro con la cita de Rudyard Kapuscinski, sólo para que se nos grabe como en piedra: Cuando la información se transformó en una mercancía, la verdad dejó de ser relevante.

Entre el dolor y el espanto

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Desde hace unos días he venido observando el paso del huracán Irma prestando especial atención al manejo de la información sobre el tema. Como este manejo informativo me parece lamentable, decido esquivar el tema para no mostrarme demasiado irritado; pero hoy me levanto con la noticia de que un fuerte terremoto sacudió el sur de México y, mientras se espera una fuerte réplica y un posible tsunami producto de este movimiento sísmico, recuerdo que también un huracán (Katia) amenaza la costa sureste del país. Decido, claro está, buscar algo de información, pero me encuentro con que esto es imposible de hallar. Mi sorpresa deja paso al enojo, esa condición tan mal vista hoy en día (y sobre la que hablaré en unos días).

Busco en la desgraciada TV y encuentro que los programas matinales hablan de esta tragedia durante cuarenta segundos y luego saltan a temas más importantes como Ricky Martin o sobre la paternidad del hijo de tal modelo o actriz. No crean que exagero: tomo nota precisa de todo lo que veo para no ser falaz en estas apreciaciones. Enseguida los integrantes de estos programas (porque no es uno solo, son varios canales los que hacen lo mismo) se dedican a jugar y… a bailar. Bajo la premisa de que “hay que ser positivos” ellos bailan mientras cientos de miles de sus compatriotas sufren por un terrible terremoto o un huracán.

Busco, entonces, información en la red. La misma basura, salvo que aquí el problema es el exceso de material (hablamos sobre eso hace unos días). Al lado de un video de un canal de televisión encuentro uno que habla del castigo divino por el cual estos fenómenos están ocurriendo y las consecuentes discusiones en el mismo tono. Como ya no hay respecto por la autoridad intelectual, hoy da lo mismo un conductor de televisión profesional, un conductor que no sabe hablar, un científico o un idiota con una cámara. Es así que se hace difícil poder separar la paja del trigo y uno accede a diez videos estúpidos antes de dar con uno que puede tener algo de información válida.

Claro, es más divertido oír a un estúpido hablando de la ira de Dios o de los extraterrestres que a un científico que explica con precisión lo que sucede; y aquí llegamos, entonces, a la palabra mágica sobre la que gira todo este asunto: diversión. Voy a permitirme ser más preciso; la palabra mágica sobre la que gira todo este asunto es:

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¡Cuidado! No vaya a ser cosa que de repente asome un poquito de espíritu por allí… ¡Alerta! ¿Por qué esa cara larga, por qué la preocupación? ¡Vamos que la vida es bella! Ése es el gran mal que nos rodea: el exceso de diversión. Es por eso que vivimos en un estado de miseria moral del que nunca saldremos mientras estemos bajo el dominio de estos medios; es por eso ante el dolor de sus compatriotas, en la televisión bailan; es por eso que dicen y repiten tonterías como «No hay que dejar de sonreír» mientras otros mueren o buscan a sus seres queridos entre los escombros; es por eso estamos como estamos.

La fortuna de ser moderno

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He encontrado PEARS SOAP incomparable para las manos y la tez.

Hace un par de semanas, buscando imágenes para un texto sobre el racismo, encontré estas dos estupendas muestras del buen gusto y del tacto de los publicistas de antaño. La idea, como verán, no es muy original, de hecho, es prácticamente la misma:

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¿Por qué tu mamá no te lava con el jabón Fairy?

Seamos sinceros: uno rechaza de plano la idea de ambos avisos; por algo somos civilizados habitantes del siglos XXI ¿no? Pero también ambas publicidades mueven un poco a risa. No, insisto, por lo que implican, sino que se piensa en aquellos tiempos y se ve que no siempre hay que ir demasiado lejos para encontrar a la barbarie. Solemos pensar en ella como una forma habitual del medioevo o de las épocas anteriores a la era común, pero nunca la vemos tan cerca como el siglo pasado.

Por suerte nosotros somos habitantes de este siglo XXI, civilizado y moderno, donde esas cosas son impensables ¿No?

Pueden ver las imágenes en mayor tamaño haciendo clic sobre una de ellas.

Tortura para todos (II)

7472886_origZero Dark Thirty, dirigida por Kathryn Bigelow

El cine, como la TV, la radio y los periódicos, sirve para entretener o informar tanto como herramienta propagandística (quien suponga que ando pensando en términos de conspiraciones paranoicas puede revisar la historia. Desde El nacimiento de una nación, de D. W. Griffith hasta John Wayne, pasando por la propaganda alemana de Leni Riefenstahl o por los cortos animados de Disney, el cine contiene una larga lista de hacedores propagandísticos bien cercanos a los círculos de poder del momento). Pero al menos había, en estos filmes, ciertos códigos morales que incluso eran parte de la propaganda misma. Por ejemplo: los buenos eran muy buenos y los malos eran muy malos. Esto parece una tontería, pero no lo es en absoluto. Esa delimitación tan tajante hacía que el héroe de turno (digamos, John Wayne), jamás golpeara a un hombre caído o jamás le disparara a un hombre desarmado o lo hiciera cuando éste le daba la espalda. El héroe no sólo era bueno, también debía mostrar esa bondad.
Pero ahora resulta que el cine y las series de televisión comenzaron a mostrar otra cara de la situación y, que esto no nos llame la atención en lo más mínimo, de donde proviene esta nueva faceta “heroica” es de los Estados Unidos. Me refiero a que desde hace un tiempo vengo observando un fuerte discurso a favor de la tortura. La propaganda, afín a los tiempos que corren, es de las más estúpidas que he visto; generalmente hay una bomba atómica (o algo igual de malo) a punto de matar a un montón de niños (o algo igual de tierno) y el héroe debe hacer lo necesario para detener al malo en cuestión (el cual hoy es uno solo: un terrorista. El ejemplo no es descabellado, está tomado de la serie 24, protagonizada por Kiefer Sutherland).
La nombrada 24, Zero Dark Thirty, de Kathryn Bigelow (directora asociada directamente con el pentágono); The Blacklist, y Chicago PD (serie que no he visto pero que se promociona desde ese punto de vista: el héroe usará cualquier método para atrapar a los criminales. Punto.) entre otras que seguramente se me han escapado, hacen de la tortura una herramienta más, totalmente válida y lo que es peor: perfectamente moral.

tortura 2424, protagonizada por Kiefer Sutherland.

De allí que la entrada de ayer haya quedado casi sin terminar, con esas preguntas flotando en el aire para que cada cual las responda a su modo y buen entender. Por mi parte sigo pensando como siempre lo he hecho: considerando a la tortura como algo intrínsecamente inmoral. No admito su existencia por más propaganda que se haga a su favor y como miembro de una sociedad que se presume civilizada, no acepto que mi gobierno la use bajo ningún concepto. Sé que esto puede sonar naïv en los tiempos que corren, pero decir no es una prerrogativa de la democracia y cuando nosotros no decimos no, luego no podremos quejarnos cuando las cosas no funcionan.

Esclavos de la imagen

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Acabo de ver este video en una red social y no salgo de mi asombro; pero no por lo que se ve en él, sino por la reacción de la gente. Sintetizo: Josete es un hombre de poco más de cincuenta años que cuida coches en la calle y al que los integrantes de una peluquería le cambiaron el look. Pueden ver uno de los tantos videos que están corriendo por el mundo entero aquí.
Bien. Me alegro por Josete y su nuevo presente. Según tengo entendido, a Josete le han abierto un correo electrónico para recibir ofertas de trabajo y una empresa o un empresario ya le está pagando la renta del sitio donde vive. Además, como habrán visto, ha recibido el beneplácito de los transeúntes y de los vecinos.

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Ahora, ustedes me disculparán, pero para mí todo eso es una basura. Una basura que nos desnuda como sociedad y que nada tiene que ver con ese buen hombre. Me pregunto qué diablos le sucede a la gente, a todos aquellos que viven hablando de igualdad y de equidad (palabras que no son sinónimos, por cierto) y que aún continúan siendo hijos de las apariencias. Josete es la misma persona antes y después del corte de cabello y de la tintura; somos nosotros, la sociedad toda quienes consideramos a uno mejor que al otro. Somos nosotros quienes no le prestamos la debida atención o la ayuda que necesita ese hombre de cabello y barba blanca mientras que nos orinamos encima ante la vista de un moderno hipster.

¿Y qué sucede con esas personas que viven en la calle y no tienen quien les regale un corte de cabello y los convierta en centros de la estupidez mediática? ¿Qué sucede con el hambre y el frío de los migrantes? ¿Qué sucede con los niños que trabajan desde que despunta el sol para que sus padres no los muelan a palos si no llevan algunas monedas? ¿Qué sucede con nuestros viejos, esos que dieron todo en su momento y a los que hoy nadie presta la menor atención? ¿Cómo hacemos para volverlos visibles?

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Los dueños de esa peluquería que no voy a nombrar aquí hicieron un excelente negocio; por un corte de pelo y un poco de tintura lograron una publicidad que de otro modo les hubiese costado millones. Josete será olvidado pronto, por desgracia. Mientras tanto, los imbéciles seguirán aplaudiendo las apariencias mientras el frío, el hambre y el abandono que no se muestran en las redes ni en la TV será la moneda diaria de millones.

Racismo sudaca

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Hace poco más de seis meses, en una publicidad informativa del gobierno argentino, se presentó desde la misma imagen el trasfondo racista del actual (des)gobierno de ese país. La imagen, como ven más arriba, muestra a una pareja rubia que recibe asignaciones familiares; mientras que la mujer de piel y cabello oscuros, quien no tiene un marido que la acompañe, recibe asignación universal por hijo o asignación por embarazo. Para poner en perspectiva a quienes pasan por aquí y no son argentinos, aclaro que la gran discusión con respecto a las asignaciones por hijo o las asignaciones por embarazo fueron una creación del gobierno de Cristina Fernández; es decir, del gobierno anterior. La idea era la de ayudar a esas personas que más necesitaban un apoyo económico. Desde la derecha (y desde la estúpida e ignorante clase media derechista argentina, la cual es pobre pero se cree oligarquía y centro del universo) se criticó a la medida como “populista” (el gran leit motiv de la derecha actual) y se decían cosas como “estas negras con tal de no trabajar se embarazan para cobrar del gobierno” y cosas similares. Esa publicidad que dejé más arriba muestra, simplemente, que la derecha llegó al poder y que el mensaje racista ya se ha hecho oficial.

Ahora, en estos últimos días, en mi querida y golpeada Argentina se han producido varias marchas en defensa de la educación pública (la cual siempre ha sido pública y gratuita, desde el jardín de infantes hasta la universidad, y siempre ha sido, también, de una gran calidad. Los cinco premios Nobel en ciencia que tiene Argentina han sido hijos de ese sistema educativo) y el diario Clarín, el cual es el verdadero dueño de Macri y del (des)gobierno actual, publicó un artículo destacando que la educación pública es malísima al lado de la educación privada. Como la mira está puesta en los maestros (quienes están en huelga pidiendo un más que válido aumento salarial) el artículo dice que los niños de las escuelas privadas les llevan “dos cuadernos de ventaja” a los de las escuelas públicas; y para ilustrar el artículo se añade la siguiente imagen:

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El niño blanco, el que va a una escuela pública, tiene un gran reloj de alguna franquicia, útiles escolares, escribe. El niño de cabello oscuro no tiene nada y sólo mira. Los medios, otra vez, creando la realidad. Los medios, otra vez, mintiendo e inclinando el pensamiento de la masa. Los medios, otra vez, defendiendo a un corrupto e ignorante individuo (individuo que esos mismos medios llevaron allí) sólo para beneficio de unos pocos.

 

Desencavernándonos.

Pequeño ejercicio intelectual. ¿Cuándo fueron dichas las siguientes palabras?

«¡Ésta es una época extraña del mundo en la que los imperios, los reinos y las repúblicas vienen a pedir a la puerta de un hombre corriente y le cuentan sus problemas al oído! No puedo coger el periódico sin encontrarme con un desdichado gobierno, acorralado y en sus últimos días, que me está pidiendo a mí, el lector, que lo vote. El pobre Presidente entre conservar su polaridad y cumplir con su deber, se encuentra perplejo. Los periódicos son el poder dominante. Si un hombre se niega a leer el Daily Times el gobierno se pondrá de rodillas ante él porque esa es la única traición en estos tiempos».

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Bien, el fragmento en cuestión pertenece a Henry David Thoreau, está tomado de su ensayo Una vida sin principios y fue escrito en 1863; es decir hace 153 años. Thoreau me está enamorando profundamente, debo reconocerlo. Lo siento casi como a un hermano mayor (y no precisamente como al Big Brother orwelliano, sino todo lo contrario) quien dice esas cosas que uno debería haber escuchado cuando era un muchacho, no cuando ya es un hombre que busca, aunque no quiera, la salida.

Más allá de todo eso, encontrar una oración como «Los periódicos son el poder dominante» y su posterior análisis me deja entre perplejo y asustado. Perplejo porque uno de inmediato piensa en la lucidez y lo «adelantado» de quien escribió eso; asustado porque el paso siguiente es darse cuenta de que las cosas parecen no cambiar nunca. Se tiene la sensación de que no salimos de la caverna platónica, o que salimos de ella para encontrarnos con una caverna más grande, nunca con el exterior absoluto.

Me voy a seguir leyendo a Thoreau y, claro está, lo voy a seguir trayendo aquí. Si vamos a permanecer en la caverna, al menos hagámoslo en buena compañía.

Un mundo de perdedores.

Ser cool… Tomarse una foto con un funcionario público aunque ese funcionario público esté separado por una valla y esté rodeado de guardias de seguridad (alejados lo suficiente como para no salir en la foto, pero cerca como para romperte el cuello si piensas acercarte demasiado). Claro, también podemos ver a una asesina de guante blanco y aceptada socialmente porque se encarga de los otros, por ejemplo. Sea como fuere, lo grave del caso está a la izquierda de la fotografía. Un montón de descerebradas intentado una selfie que ni siquiera va a ser original (¿hay algo que lo sea en este mundo?). Y lo peor es que esas descerebradas y muchos otros de igual calibre son los que van a elegir a su (nuestro) presidente.

La democracia es una exageración de la estadística, dijo alguna vez Borges y, como siempre, tenía razón.

El show de las conciencias tranquilas.

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Dice Walter Benjamin: “La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”. También, en ese mismo ensayo, dice: “Todos los esfuerzos por un esteticismo político culminan en un solo punto. Dicho punto es la guerra”. Estas dos ideas pueden verse hoy plasmadas con precisa claridad gracias a los medios de comunicación: nada más entretenido que la guerra. Ésta se ha transformado en un espectáculo más, en una secuencia de decorados hollywoodenses. Traigo esto a cuento porque hace pocos días se produjo un ataque en Siria por parte de la fuerza Aérea francesa que produjo más de 160 víctimas. Esperé varios días para ver si se producía algún tipo de reacción —sobre todo en esa pantomima de actualidad que son las redes sociales—; pero no, nada de nada. Nadie dijo una palabra, nadie colocó la bandera de Siria en su foto de perfil, nadie subió un cartelito con el infaltable e inútil Pray for Siria (no entiendo por qué siempre lo ponen en inglés, y me refiero a los latinos ¿Será por pereza que no quieren hacer un cartelito propio o tal vez ya reconocen abiertamente que dios es un ente que atiende en el norte anglosajón?).

Luego me puse a buscar datos duros, de esos que se usan poco pero que son los que hacen falta para poder entender un poco mejor lo que queremos tratar; y encontré que si bien los musulmanes son más de 1200 millones de personas, los extremistas rondan los 100.000; es decir, menos del uno por ciento. También me entero de que el noventa por ciento de las víctimas de los ataques terroristas llevados a cabo por estos grupos son, también, musulmanas; lo cual significa, básicamente, que no son occidentales y cristianas, palabras tan caras para la hipocresía europeo-americana.

Sé —y digo esto con mucho pesar—, que la próxima vez que se produzca un ataque en Europa o en los Estados Unidos, las redes sociales y los medios explotarán con indignados comentarios e imágenes movilizadoras de los sentimientos más puros que la humanidad pueda tener; lo cual no está nada mal, claro; salvo cuando se deja afuera del juego o se olvida a media humanidad mientras se manipula a la otra mitad en beneficio de unos pocos, muy pocos, que son quienes manejan los medios y nos presentan bonitas imágenes de una guerra donde los otros siempre son los victimarios y ellos las víctimas.