Escribir, aunque nadie nos lea

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Encontré, hace unos días, unas cartas y manuscritos de algunos escritores famosos. En lugar de hablar de ellas, y aprovechando unas lecturas que hacía por esos días, preferí usarlas para ilustrar algunas reflexiones sobre el lenguaje y la escritura. Los cuatro primeros textos que siguen a continuación parten de las lecturas del escritor español José Salinas y pertenecen, en un alto grado, a él; yo sólo me animé a pequeños agregados personales. El quinto texto parte de la lectura de Joan-Charles Mèlich.

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I. Existe una estrecha relación entre el lenguaje, el individuo y el tiempo; y esta relación confluye en la lengua escrita. Esta es muy diferente de la lengua hablada, porque la actitud del ser humano cuando escribe, su actitud psicológica, es muy distinta de cuando habla. Cuando escribimos se siente, con mayor o menor conciencia, lo que se llamaría la responsabilidad ante la hoja en blanco; es porque percibimos que ahora, en el acto de escribir, vamos a elevar al lenguaje a un plano distinto del hablar, vamos a operar sobre él, con nuestra personalidad psíquica, más poderosamente que en el hablar. En suma, hablamos casi siempre con descuido, escribimos con cuidado. Casi todo el mundo pierde su confianza con el lenguaje, su familiaridad con él, apenas coge una pluma.

II. Por motivos viejos y nuevos, ha llegado el momento en que el hombre y la sociedad actuales tienen que detenerse a reflexionar profundamente sobre el lenguaje, bajo el peligro de verse arrastrados ciegamente a su degeneración por la presión de fuerzas externas que, inconscientes de la génesis de su propio accionar, hacen zozobrar el sentido de lo que, ya de por sí fluido y móvil, quiere ser impulsado en determinada dirección cayendo, de esta manera, en la contradicción de que para luchar contra una (supuesta) tiranía, se actúa de manera tiránica.

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III. No hay forma en que un ser humano completo y complejo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión y dominio de su lengua. Porque el individuo se posee a sí mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión sólo se cumple por el medio del lenguaje. A medida que se desenvuelve el razonamiento y se advierte esta fuerza extraordinaria del lenguaje en modelar a nuestra propia persona, en formarnos, se aprecia la enorme responsabilidad de una sociedad humana que deja al individuo en estado de incultura lingüística. En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias.

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IV. Madam, you have bereft me of all words / Only my blood speaks to you in my veins (Señora, me ha dejado sin palabras / Sólo mi sangre le responde en mis venas) dice Shakespeare por boca de Bassanio en El mercader de Venecia. La visión de la belleza de Porcia ha logrado que Bassanio pierda el habla, pero lo dice con palabras y es gracias a ellas que ahora sabemos que no las tiene. Hermosa paradoja del lenguaje poético que nos deja saber que el silencio sólo puede ser expresado a través de la ruptura del silencio. Somos, entonces, seres inseparables del lenguaje.

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V. «Escribir lo que nadie leerá. Ése es el momento en el que surge la escritura como forma de vida» dice Joan-Charles Mèlich; y es todo lo que importa o todo lo que debería importarnos. Si después nuestras letras llegan a alguien y encuentran un interlocutor válido, mejor, pero no debería ser ése el objetivo primero; sino, simplemente, el escribir; «escribir lo que nadie leerá».

Describe la lengua del pájaro carpintero…

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Hace unos días terminé de leer la biografía de Leonardo da Vinci de Walter Isaacson. El libro es más que interesante porque Isaacson se basa en los cuadernos de notas de Leonardo, los cuales brindan muchísimo material para intentar (al menos intentar) acercarse a los aspectos más creativos de Leonardo. Por supuesto que hay sitio para analizar sus pinturas y sus numerosísimos trabajos como ingeniero e inventor y también para los datos más relevantes de su vida personal; pero creo que centrarse en los aspectos más creativos de un personaje único como Leonardo fue una jugada más que inteligente. Dejo una página, a modo de ejemplo:

«Mi punto de partida para este libro no fueron las obras maestras de Leonardo, sino sus cuadernos. Creo que su mente se refleja mejor en las más de siete mil doscientas páginas de notas y garabatos suyos que, de forma milagrosa, se han conservado hasta hoy. […]

Mis perlas favoritas, entresacadas de sus cuadernos, son sus listas de tareas pendientes, que destellan curiosidad. Una de ellas, que data de la década de 1490, cuando Leonardo se hallaba en Milán, consiste en la lista de lo que quiere aprender ese día. «Medidas de Milán y aledaños» es la primera entrada, que obedece a un fin práctico, como revela una entrada posterior en la lista: «Dibuja Milán». Otras le muestran buscando sin cesar a personas de las que obtener información: «Haz que el maestro de aritmética te muestre cómo cuadrar un triángulo. […] Pregunta a Giannino el bombardero cómo se hicieron las murallas de Ferrara sin foso. […] Pregunta a Benedetto Portinari por qué medios corren sobre el hielo en Flandes. […] Encuentra a un maestro de hidráulica y que te diga cómo se repara una acequia y cuánto cuesta la reparación de una esclusa, un canal y un molino a la lombarda. […] [Pregunta] las medidas del sol que prometió darme el maestro Giovanni, francés». Resulta insaciable.

Una y otra vez, año tras año, Leonardo enumera todo lo que tiene que hacer y aprender. Algunas anotaciones implican el tipo de observación atenta que la mayoría de nosotros no solemos hacer. «Observemos el pie del ganso: si estuviera siempre abierto o siempre cerrado no podría hacer ningún movimiento». Otras implican preguntas del tipo «Por qué el cielo es azul?», sobre fenómenos tan comunes que en raras ocasiones nos paramos a preguntarnos por ellos: «Por qué el pez en el agua es más rápido que el ave en el aire cuando debería ser lo contrario, puesto que el agua es más pesada que el aire?».

Lo mejor de todo son las preguntas que parecen surgir al azar: «Describe la lengua del pájaro carpintero», se ordena a sí mismo. ¿Quién demonios decide un buen día, sin ningún motivo, que quiere saber cómo es la lengua del pájaro carpintero? ¿Y cómo averiguarlo? No constituye una información que Leonardo necesitara para pintar un cuadro o para entender el vuelo de las aves. Sin embargo, ahí está y, como veremos, existen elementos fascinantes que aprender sobre la lengua del pájaro carpintero. Quería saberlo porque era Leonardo: curioso, apasionado y siempre lleno de asombro.

También tenemos esta extrañísima entrada: «Ve todos los sábados a los baños, donde verás a hombres desnudos». Podemos suponer que Leonardo quisiera acudir por razones anatómicas y estéticas. Pero ¿debía anotarlo para recordarlo? El siguiente punto de la lista es: «Hinchar los pulmones de un cerdo y comprobar si aumentan de anchura y longitud, o solo de anchura». Como escribió el crítico de arte neoyorquino Adam Gopnik, «Leonardo sigue siendo un bicho raro, rarísimo, y punto».

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Los tres volúmenes del Codex Foster, de Leonardo da Vinci. – MSL/1876/Forster/141. © Victoria and Albert Museum, London

El cartero llama dos veces XXI

En 1938, la señorita Mary V. Ford de Searcy, Arkansas, recibió una carta de rechazo de Walt Disney Productions informándole que las mujeres no tenían ninguna posibilidad de trabajar en el área creativa de su Departamento de Entintado y Pintura, y sólo una pizca de posibilidad de trabajo rellenando celuloides, «el único trabajo abierto a las mujeres». La carta, firmada irónicamente por una mujer llamada «Mary», fue descubierta por el nieto de la Sra. Ford, Kevin Burg, después de su muerte.

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Querida señorita Ford,

Su carta de fecha reciente ha sido recibida en el Departamento de entintado y pintura para su respuesta.

Las mujeres no realizan ningún trabajo creativo en relación con la preparación de los dibujos animados para la pantalla, ya que ese trabajo es realizado en su totalidad por hombres jóvenes. Por esta razón, las jóvenes no son consideradas para la escuela de formación.

El único trabajo abierto a las mujeres consiste en trazar caracteres en láminas de celuloide transparentes con tinta china y completar los trazados en el reverso con pintura de acuerdo con las instrucciones.

Para postularse para un puesto como «Entintador» o «Pintor», es necesario que uno venga al Estudio, trayendo muestras de pluma y tinta y trabajos con acuarelas. No sería aconsejable venir a Hollywood con lo anterior específicamente a la vista, ya que en realidad hay muy pocas vacantes en comparación con el número de jóvenes que  se postulan.

Atentamente,

WALT DISNEY PRODUCTIONS, LTD.

Mary Cleave

 

El nieto de la señora Ford dijo que su abuela nunca le había hablado del rechazo y que ésta sólo se dedicó a criar a su familia. En una entrevista al Huffington Post UK dijo que su abuela nunca persiguió el arte como una carrera «pero que tuvo un aprecio de por vida por el arte, cosa que nos transmitió. No tenemos ningún ejemplo de su trabajo, pero recuerdo que creaba hermosos bocetos o garabatos en un estilo de ilustración de moda de los años 1940 o 1950».

Me pregunto cómo sabe que su abuela nunca persiguió al arte como carrera, si ni siquiera tuvo la suerte de poder dedicarse a él por un tiempo. El hecho de que sintiera aprecio por el arte a lo largo de toda su vida me parece un indicativo más que fuerte en favor de la segunda opción… Bueno, la cosa sigue por ahí. La carta permaneció oculta hasta que después de la muerte de la señora Ford su hija (supongo que la madre del que dio la entrevista) la encontró y la enmarcó. No sé, es una cuestión personal; pero creo que yo nunca enmarcaría una carta de rechazo por más que fuera de Disney o de cualquier otro; pero cada uno a lo suyo.

Por cierto, parece ser que la señorita Mary Cleave, si es que realmente existió (pienso que tal vez Disney hiciera firmar esas cartas con nombre de mujer para que el rechazo fuera menos violento. Es sólo una suposición), tenía no poco trabajo, ya que esta otra carta, de 1939, salvo un par de detalles menores en el último párrafo, es exactamente igual.

 

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Por último, cabría decir que, durante la década de 1930, las mujeres sólo trabajaban como entintadoras y pintoras en Disney. Se les desalentó de ser animadores y no se les permitió entrar al edificio de animación a menos que se tratara de asuntos puntuales. No fue sino hasta 1941, con el estallido de la guerra, que Disney comenzó a entrenar a mujeres en el sector de animación para así poder mantener a un grupo de trabajadoras mientras los hombres habían ido a la guerra. Es decir, por pura conveniencia. Parece que de manera repentina, la mujeres ya eran capaces de ser creativas.

El cartero llama dos veces XX

 

Robert Pirosh

Robert Pirosh

 

Hacía mucho que no escribía una entrada basada en ese género que me gusta tanto como es (¿como era?) el epistolar. Ahora me encuentro con esta curiosidad y no puedo menos que compartirla. De antemano pido disculpas por la traducción; pero es que la carta original contenía varios neologismos o formas curiosas del inglés; así que me he tomado algunas libertades y he, incluso, cambiado varias palabras para que el sentido se mantenga dentro de ciertos límites lógicos. De todos modos el sentido final de la misiva quedará claro cuando se termine su lectura.

La historia es la siguiente: El redactor Robert Pirosh llegó a Hollywood en 1934, ansioso por convertirse en guionista de alguna de las grandes productoras de cine. Escribió y envió, entonces, la siguiente carta a todos los directores, productores y ejecutivos de estudio que se le ocurrieron. El enfoque funcionó, y después de conseguir tres entrevistas, fue empleado como escritor junior en la Metro Goldwyn Mayer. Pirosh continuó escribiendo para los Hermanos Marx y en 1949 ganó un Premio de la Academia por su guión de Battleground. La carta es la siguiente:

Estimado señor:

Me gustan las palabras Me gustan las palabras gordas y mantecosas, como exudado, bajeza, glutinoso, lameculos. Me gustan las palabras solemnes, angulosas y chirriantes, como estrecho, cascarrabias, pecunioso, despedida. Me gustan las palabras espurias, en blanco y negro, como funeraria, liquidar, amígdala, semitono. Me gustan las palabras «B» suaves, como cabello, esbelto, bravura, brío. Me gustan las palabras crujientes, quebradizas y chirriantes, como astillas, garfios, empujones, chorreante. Me gustan las palabras hoscas, malhumoradas y ceñudas, como escondite, ceño fruncido, costroso, cabrón. Me gustan los «¡Oh-Cielos!», mis amables palabras, como truco, fatiga, gentil, horrible. Me gustan las palabras elegantes y floridas, como estival, peregrinar, elíseo, Martín Pescador. Me gustan las palabras lúgubres, retorcidas y harinosas, como gatear, lloriquear, chillar, gotear. Me gustan las palabras risueñas y graciosas, como chavito, gorgoteo, burbujear y eructo.

Me gusta más la palabra guionista que redactor, así que decidí dejar mi trabajo en una agencia de publicidad de Nueva York y probar suerte en Hollywood, pero antes de dar el paso me fui a Europa por un año de estudio, contemplación y equitación.

Acabo de regresar y todavía me gustan las palabras.

¿Puedo tener algunas con usted?

Robert Pirosh.

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Sin duda, si uno aspira a un trabajo creativo lo mejor que puede hacer es, precisamente, demostrarlo desde el primer momento. La jugada es arriesgada pero, sin duda, al menos  se sabrá que se hizo lo correcto. A lo sumo nos quedará la (correcta) sensación de que fueron ellos los que se lo perdieron. Pero si vemos el ejemplo de Parish, vemos que a veces arriesgarse es lo mejor que podemos hacer, siempre.

 

El mapa en la cabeza

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Leo a Lina María Vargas en La poética del peinado Afrocolombiano (2003) (Pueden encontrar el PDF aquí): «Leocadia recuerda a su abuela contándole de las tropas, esas trenzas delgadas pegadas al cuero cabelludo que usan hoy chicas y chicos afrocolombiano y no afrocolombianos. Muchos de ellos creen que Denis Rodman, Shaquille O´neil o Snoop Dog las han inventado, pues los han visto en afiches y carátulas de discos compactos. Si ellos viajaran al Baudó, al San Juan, o al Altrato y vieran los peinados de las abuelas y las niñas, se sorprenderían al encontrar los mismos diseños en la cabeza. ¿Globalización? No, Afroamérica siempre ha estado ahí».

 

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«Las tropas» eran las trenzas delgadas pegadas al cuero cabelludo, y son testigos de la resistencia que llevaron adelante las abuelas africanas para planear fugas de las haciendas y casas de sus amos esclavistas. Las mujeres se reunían en el patio para peinar a las más pequeñas, y gracias a la observación del monte, diseñaban en su cabeza un mapa lleno de caminitos y salidas de escape, en el que ubicaban los montes, ríos y árboles más altos. Los hombres al verlas sabían cuáles rutas tomar. Su código, desconocido para los amos, le permitía a los esclavizados huir.

 

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«Si el terreno era muy pantanoso, las tropas se tejían como surcos», dice Leocadia Mosquera, una maestra chocoana de 51 años a quien su abuela le enseñó el secreto de los peinados por considerarla la ananse de la familia, es decir, ese ser mítico representado en una araña, que con su astucia y poder, huye de la dominación.

 

La rebelión, la creatividad, la necesidad humana; todo aunado en un solo acto, en una sola historia. ¿Podremos ver de nuevo un peinado como estos sin saber —al menos en la intimidad de nuestro yo— que allí se encuentra dibujado lo peor y lo mejor de nosotros?

Así se empieza

 

Brontë

 

En inglés existe un término interesante: paracosmo, el cual hace referencia a un mundo imaginario, muy detallado; especialmente uno creado por un niño. Un maravilloso ejemplo lo tenemos en la siguiente historia:

Cuando el curador inglés Patrick Brontë trajo a casa una caja de soldados de madera en junio de 1829, su hijo Branwell, de 12 años, los compartió con sus hermanas. «¡Este es el duque de Wellington! ¡Será mío!», Gritaban Charlotte, de 13 años, Emily, de 11, y Anne, de 9. Ellas se hicieron cargo de sus propios héroes. En la imaginación compartida de los niños, los «hombres jóvenes» viajaron a la costa oeste de África; se establecieron allí después de una guerra con las tribus indígenas ashantee; eligieron a Arthur Wellesley, el duque de Wellington, como su líder, y fundaron la Gran Ciudad del Vidrio en el delta del río Níger.

 

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Después de 1831, Emily y Ann se «separaron» para crear un país imaginario separado, Gondal y, después de 1834, Charlotte y Branwell desarrollaron Glass Town en otra nación imaginaria, Angria. Las niñas, jugando con diferentes combinacionesde personajes y locaciones, escribieron historias y compusieron tramas, poemas y obras de teatro sobre estos mundos de fantasía compartidos; con diversas alianzas, disputas y relaciones amorosas que se desarrollan en África y el Pacífico. Estos escritos finalmente llenaron 484 páginas antes de que los intereses propios de una edad madura enviaran a los Brontë en diferentes direcciones. Más tarde, este trabajo inicial ayudaría a dar forma a los temas y estilos de sus poemas y novelas.

Recuerdo, ahora, aquella frase de Rilke: «La patria es la infancia». Todo está, de alguna manera, allí. Esto no quiere decir que las cosas ya estén determinadas por un momento u otro de nuestras vidas; pero en ciertas ocasiones toda una vida puede verse unida por un hilo invisible que la recorre y le da sentido. ¿Hubieran sido las hermanas Brontë escritoras de no haber recibido aquellos soldaditos de madera en su infancia? Posiblemente sí, pero no puedo menos que creer que sus historias hubiesen sido muy diferentes.

Poemas por metro

Uno de los aspectos más difíciles a la hora de escribir un libro es el de la disciplina que se hace necesaria para ello. En general uno de los problemas más comunes para casi todos los escritores es el de encontrar el momento o la inspiración necesaria para abocarse de lleno a su trabajo. Es así que son muchos los que han buscado de manera indirecta tratar de llegar a buen puerto o, al menos, tratar de zarpar de una vez por todas (porque otra cosa es cierta: una vez que se empieza la cosa es más sencilla). De los muchos métodos que se han creado para romper con estas trabas por todos conocidas, me agradó mucho la inventada por Jacques Jouet

 

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Mapa parcial del metro de París

 

A mediados de la década de 1990, Jacques Jouet introdujo «poemas metro», poemas escritos en el Metro de París de acuerdo con un conjunto particular de reglas. Él explicó las reglas en un poema:

Hay tantas líneas en un poema de metro como estaciones en su viaje, menos una.
La primera línea se compone mentalmente entre las dos primeras estaciones de tu viaje (contando la estación en la que subiste).
Luego se anota cuando el tren se detiene en la segunda estación.
La segunda línea se compone mentalmente entre la segunda y la tercera estación de tu viaje.
Luego se anota cuando el tren se detiene en la tercera estación.
Y así.

El poeta no debe escribir nada cuando el tren se está moviendo, y no debe componer nada cuando el tren se detiene. Si cambia de línea, entonces debe comenzar una nueva estrofa. Escribe la última línea del poema en la plataforma de la estación final. El poema de Jouet se compuso en el Métro, de acuerdo con sus propias reglas. Presumiblemente, este tipo de escritura podría hacerse en cualquier metro, pero Marc Lapprand señala que el sistema de París lo soporta inusualmente bien: es denso, con 368 estaciones diferentes, incluidos 87 puntos de conexión y un distancia bastante corta entre ellos (543 metros, en promedio). El recorrido aproximado entre dos estaciones en París es de un minuto y medio, lo que significa que el poeta debe pensar rápido para mantener el ritmo.

 

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Levin Becker, quien probó la técnica para su libro 2012 Many Subtl Channels, lo encontró sorprendentemente desafiante: «Constriñe el espacio alrededor de sus pensamientos, no las letras o palabras con las que finalmente los terminará: hay que trabajar rápido para lograr pensamientos del tamaño correcto, para enfocarse en la línea que se tiene a mano sin modificar la anterior o anticipar la siguiente «.

En abril de 1996, Jouet escribió un poema de 490 versos mientras pasaba por todas las estaciones del Metro, siguiendo un mapa optimizado presentado por un teórico gráfico. Aún no he leído el poema, pero lo que me parece interesante es el proceso creativo, la idea primordial que es la que permite jugar con los aspectos creativos que no siempre se hacen presentes cuando más los necesitamos. A falta de metro en la ciudad donde vivo veré qué puedo inventar para sacarle provecho a las calles o a los edificios o a… vaya uno a saber qué.

El universo en una cáscara de nuez

 

William Blake - Flames Of Furious Desires

William Blake – Flames Of Furious Desires

 

William Blake, el poeta, pintor y místico inglés nacido en 1757, es uno de esos autores a los que vuelvo una y otra vez. Sus trabajos poseen esa cualidad única de ir cambiando con el tiempo. Cada vez que uno lee un libro de Blake encuentra que es un libro distinto; que nos dice cosas diferentes de las que nos había dicho la última vez. También sus acuarelas tienen mucho para decir y no por nada es que son muy utilizadas por otros artistas como referencia o como objeto central de sus obras.

Ahora encuentro una carta que acrecienta mi reconocimiento por Blake al mismo tiempo que aclara un poco esa cualidad suya tan importante: la ambigüedad en el sentido de su trabajo.

William Blake - Ancient Of Days

William Blake – Ancient Of Days

Cuando Blake tenía unos veinte años, el reverendo John Trusler —autor de exitosos libros sobre religión, a la manera de los best sellers modernos, los cuales le habían brindado una pequeña fortuna— le pidió a Blake que ilustrara uno de sus libros sobre moral. Los trabajos que el pintor envió no fueron del agrado del reverendo, ya que no estaban de acuerdo al canon moral y estético de la época. El reverendo escribió una carta al poeta criticándolas y calificándolas de raras y exageradamente extravagantes; también aseguró que la imaginación de Blake pertenecía más bien al “mundo de los espíritus” (sea lo que fuere que eso pudiera significar).

En la carta de respuesta, Blake, luego de defender su obra y el carácter de su trabajo, se despacha con un párrafo de soberbia lucidez:

«Lamento de verdad que usted se encuentre distanciado del mundo espiritual, especialmente si soy yo quien tiene que responder por ello. Si estoy equivocado, lo estoy en buena compañía… Lo que es grande es necesariamente incomprensible para los hombres débiles. Aquello que puede hacerse explicable para los tontos no merece mi atención».

«Siento que un hombre podría ser capaz de ser feliz en este mundo. Y sé que éste es un universo de imaginación y visión. Veo que todo lo que pinto existe en este mundo, pero no todos lo ven de la misma manera. A los ojos de un indigente, una moneda es más hermosa que el sol, y una cartera gastada por haber estado llena de dinero ostenta proporciones más bellas que una vid cargada de uvas. El árbol que mueve a algunos al punto de las lágrimas, para otros es solamente una cosa verde que estorba en su camino. Algunos ven a la naturaleza ridícula y deforme, y yo nunca regiré las proporciones de mi arte bajo estos preceptos; hay personas que ni siquiera ven la naturaleza. Un hombre es, y así es como ve. […] Usted está ciertamente equivocado cuando clama que las visiones fantasiosas no pueden ser encontradas en este mundo. Par mí, este universo es una sola y continua visión de la imaginación…».

Sí, este universo es una sola y continua visión de la imaginación. Esto se dijo en 1577. Era válido entonces, es válido hoy y lo será siempre. Imaginación, esa parte de la receta para la felicidad que solemos dejar fuera del pastel.

La escuela eterna

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«Si tuviésemos una Fantástica, así como tenemos una Lógica, estaría descubierto el arte de inventar”. Dijo alguna Novalis, poeta romántico por excelencia. Aun cuando ya han pasado más de doscientos años desde que él dijera estas palabras, parece que seguimos sin querer inventar una Fantástica; una escuela que nos enseñe a crear sin límite alguno. Pero luego me doy cuenta de que esa escuela existe y que ha existido siempre. ¡Esa escuela, esa magnífica época de la Fantástica pura no es otra cosa que la infancia! Después es la escuela y los padres (quienes ya han pasado por esas escuelas) y la sociedad toda la que se encarga de que el niño pierda esa notable capacidad de crear e inventar. Más grave aún, hoy parece que a los niños se los comienza a adoctrinar cada vez más temprano. Ahora hay padres que sólo quieren a un niño genio; entonces lo hacen tomar clases de lo que sea: piano, actuación, tenis, karate… Mientras que por otro lado tenemos a los padres a quienes los hijos les saben a molestia; éstos suelen abandonarlos a las modernas tecnologías para que no molesten y listo, solucionado el problema.
Alguna vez dije: “No somos más que esto: un reflejo de la infancia magnificado por el tiempo”; y hoy lo repito y lo reafirmo. Quienes solemos escribir, pintar, cantar, actuar, inventar, descubrir, somos, se dice, eternos niños; y es tal vez porque no abandonamos nunca esa etapa de la Fantástica que podemos hacerlo. Tal vez tuvimos escuelas y padres más permisivos, tal vez estaban menos preocupados por nosotros o, incluso, alguno de nosotros tal vez lo haya conseguido a pesar de ellos. Sea como fuere, seguimos siendo un reflejo de la infancia magnificado por el tiempo; seguimos jugando en esa escuela de la Fantástica que nunca abandonaremos.