A raíz de la entrada de ayer, la cual comentábamos con un amigo, recordé una anécdota de la que fui testigo hace algunos años. Por aquel entonces trabajaba en un restaurante en los Estados Unidos y un compañero, Adrian, se encontraba muy feliz por el segundo embarazo de su esposa. La dueña del restaurant, Nieves, lo felicitó y le dijo, con una mirada que no intentaba esconder cierto desprecio «Supongo, Adrian, que no tendrán más ¿No? Más de dos es signo de ignorancia…». En ese momento estaba de moda la idea de que dos hijos era lo correcto; ya que así podía mantenérselos «bien» y enviarlos a la universidad; etc. Idea que ha caído en desuso, creo, o que he tenido la fortuna de no volver a escuchar.
Pero lo curioso era que no parecía haber problemas con el Doctor Halford, quien era un habitué del restaurante y que además de un bonito apellido tenía cinco hijos y una hermosa esposa. Para él el límite de dos hijos no corría y no por eso parecía ser un ignorante ni mucho menos. Simplemente lo que doña Nieves tenía en mente era que el límite servía para ciertas personas; como un camarero, un empleado, nunca para un profesional, un Doctor o alguien con un título similar.
En definitiva, el problema de ayer es igual al de hoy: no importa si lo llamamos racismo, clasismo, xenofobia, homofobia o cualquier otro término que queramos inventar. El asunto es el rechazo al pobre; cuando de eso se trata no importa la raza, el sexo, el color o la nacionalidad; en ese sentido sí son todos iguales. Propongo para ello inventar una sola palabra y listo, los englobamos a todos allí; al menos de esa manera ganarán en síntesis y podrán canalizar su odio en una sola causa. Creo que Aporofobia (fobia al pobre) podría servir.