Palabras como átomos

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El idioma español tiene cerca de 300.000 palabras. En el Quijote, Cervantes usó 22.939 palabras diferentes. En una conversación entre dos profesionales se usan más de 3.200 palabras. Una canción de reggeatón tiene un promedio de 30 palabras. La mayoría de los jóvenes de la actual generación se comunica con 300 palabras (y de estas 78 son groserías) y con 37 emoticones. Ahora ya se pueden uno imaginar el nivel de comprensión de lectura y pensamiento crítico que poseen.

El párrafo anterior lo tomé de un periódico y me permite relacionarlo con las siguientes palabras que Edmund Husserl escribió en su Lógica formal y Lógica trascendental: «El pensamiento siempre se hace en el lenguaje y está totalmente ligado a la palabra. Pensar, de forma distinta a otras modalidades de la conciencia, es siempre lingüístico, siempre un uso del lenguaje».

Entonces tenemos que sin palabras no tenemos pensamiento, muy bien ¿y de dónde sacamos las palabras para pensar? Pues no hay otra fuente que la lectura. El lenguaje de uso cotidiano, el que aprendemos de niños, sólo sirve para comunicar lo más básico, pero no mucho más allá que eso. Ahora, si lo que pretendemos es pensar tenemos que abocarnos al arduo (y maravilloso, una vez que estamos inmersos en él) camino de la lectura. Si no tenemos buenas, amplias y profundas lecturas no tendremos las palabras adecuadas para generar pensamiento; y no hay salida a ello, mal que les pese a todos aquellos que se niegan a tomar un libro. Las personas toleran no ser buenos lectores, pero si se les dice que no saben pensar, se sienten lastimados en lo más profundo de su orgullo y, sin embargo, una cosa condiciona de manera determinante a la otra. Así, la lectura es una herramienta de desarrollo fundamental. Y donde mejor se desenvuelve esta herramienta es en los libros, no en los pequeños artículos que dominan la circulación de la Web; el encuentro con el lenguaje merece un espacio de concentración —el medio es también el mensaje, como bien sintetizara McLuhan, un encuentro a fondo con la mente de un autor que puede haber muerto hace cientos de años pero que vive, al menos meméticamente, en el texto que se trasvasa a nuestra mente. 

 

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En estos días de antipensamiento sistemático (y no me refiero a una mera queja circunstancial, sino al verdadero estado de antipensamiento social que nos llega desde la política, el feminismo, las artes y gran parte de la filosofía), volver a las fuentes se hace más que necesario. Es impensable, en síntesis, el pensamiento sin lectura (como base fundamental) y sin diálogo (con otros o con uno uno mismo, en eso que se llama meditar en lo leído); pero eso es lo que se ve en todas partes: discursos sin fundamento alguno defendiendo cualquier causa de parte de personas que no tienen la menor de las bases intelectuales para formarlos. Es entonces que todo se reduce a la repetición constante de slogans vacíos y de una constante referencia a la posverdad como camino para tener razón.

Hay una frase que anda dando vueltas por ahí que sintetiza a la perfección la idea: «Si no sabes leer, no sabes escribir; si no sabes escribir, no sabes pensar» (algunos dicen que  es de Juan José Arreola, pero no es seguro y tampoco importa demasiado).

Desaparición.

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Desaparición

A fuerza de relecturas
la palabras desaparecen
tras la bruma del sentido.
No dejan huella alguna
sobre el papel de seda
de nuestra lengua.
Como fantasmas se deslizan
y van borrando con el tenue
volado de su vestido blanco
el posible eco de su existencia.

No están allí ahora, sino
como nudos en la red del pescador
o como la tensa cuerda entre uno y otro
o como el espacio vacío entre ellos
ese que deja escapar el agua pero no la presa.
Sin uno de ellos
de nada sirven los otros.
Sin palabras no hay sentido
pero ninguna de ellas puede jactarse
de ser nudo
o cuerda
o espacio
entre ellos.

 

Insultando a la antigua.

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Insultar es algo inherente al ser humano y, reconozcámoslo, es algo liberador y muchas veces se trata de un acto de simple y llana justicia. Cada época tuvo sus insultos, sus motes, sus modismos; y en cuanto a los insultos los hubo siempre, muchos y buenos. Algunos de ellos han quedado en el olvido, pero no estaría de más usarlos de vez en cuando. Dejo aquí algunos de ellos para que quien quiera usarlos aproveche la situación adecuada y los descargue con total franqueza y placer.

Carcunda: de ideas retrógradas.
Casquivano: ligero de cascos; persona fácil.
Crápula / Crapuloso: Sinvergüenza.
Tragasantos: Santurrón.
Zurumbático: Lelo, tonto, lento.
Fantoche: Ridículo, grotesco.
Mangurrián: Poco civilizado, salvaje.
Petimetre: Que se preocupa mucho en seguir las modas y mantener las formas; posturador profesional.
Verriondo: Siempre excitado sexualmente.
Cagalindes: Cobarde.
Vidaperdurable: Pesado, molesto.
Bultuntún: Que habla sin ton ni son.
Mamerto: De pocas luces.

En Argentina aún se usa, cada tanto, el mamerto y el crápula; alguna vez, hace ya de esto muchos años, llegué a oír el fantoche; pero eso es todo. Algunos de los otros términos los he encontrado en textos viejos (petimetre, por ejemplo). ¿Ustedes usan alguno de ellos allí donde sea que habiten?

La belleza de lo intraducible.

tumblr_mjfm190nfu1rwdpako1_1280En la cultura japonesa, la gente tiene un gran aprecio hacia la naturaleza y es muy importante el respeto y el ser amable con los demás. La cortesía y la apreciación de la naturaleza se reflejan en su idioma y en la creación de algunas palabras hermosas que no son traducibles al español. He aquí algunas:

      1. Itadakimasu い た だ き ま す

La palabra itadakimasu está relacionada con el principio budista de respetar a todos los seres vivos. Antes de las comidas, itadakimasu se dice para dar gracias a las plantas y animales que dieron su vida por la comida que vas a consumir. También agradece a todas las personas que han participado en el proceso de elaboración de la comida. Itadakimasu quiere decir “humildemente recibo”.

  1. Otsukaresama おつかれさま

Otsukaresama significa “estás cansado”. Se utiliza para que alguien sepa que usted reconoce su esfuerzo y duro trabajo y que está agradecido por ello.

  1. Komorebi 木 漏 れ 日

Komorebi se refiere a la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles.

  1. Kogarashi 木 枯 ら し

Kogarashi es el viento frío que nos hace saber de la llegada del invierno.

  1. Mono no aware 物の哀れ

Mono no aware es un concepto básico de las artes japonesas, que suele traducirse como empatía o sensibilidad. Hace referencia a la capacidad de sorprenderse o conmoverse, de sentir cierta melancolía o tristeza ante lo efímero, ante la vida y el amor. Un ejemplo que todos conocemos es la pasión de los japoneses por el hanami, la apreciación del florecimiento de los cerezos.

  1. Shinrin-yoku 森林浴

Shinrin-yoku (“baño forestal”) es interiorizarse en el bosque donde todo es silencioso y tranquilo para relajarse.

  1. Yūgen  幽玄

Yūgen es un conocimiento del universo que evoca sentimientos emocionales que son inexplicablemente profundos y demasiado misteriosos para las palabras.

  1. Shoganai しょうがない

El significado literal de Shoganai es “que no se puede evitar”, sin embargo no hace alusión a desesperar o desalentar. Significa aceptar que algo está fuera de su control. Anima a la gente a darse cuenta de que no era su culpa y a seguir adelante sin remordimiento.

  1. Kintsugi / Kintsukuroi 金継ぎ/金繕い

Kintsukuroi es el arte de la reparación de la cerámica uniendo las piezas con oro o plata y entender que la pieza es más hermosa por haber sido rota.

  1. Wabi-sabi わびさび

Wabi-sabi se refiere a una forma de vida que se centra en la búsqueda de la belleza dentro de las imperfecciones de la vida y aceptar pacíficamente el ciclo natural de crecimiento y decadencia.

  1. Sakurafubuki

Lluvia de pétalos de la flor del Cerezo.

  1. Koi no yokan

Sensación que se tiene cuando, tras conocer a una persona los dos saben que van a enamorarse irremediablemente.

Del blog como terapia.

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Es por todos sabido que el simple (¿simple?) acto de escribir es terapéutico; pero el hacerlo en un blog tiene el añadido de los comentarios inteligentes de los buenos amigos o de personas que a veces pasan casualmente por nuestras páginas y que dejan las palabras o frases justas, esas que aclaran un punto que quienes escriben han pasado por alto. Ayer mismo me sucedió algo de eso. Las tres primeras respuestas a mi entrada fueron estupendas, pero fue Xavier Novella quien dijo tres palabras claves: ignorancia, inconsciencia e inmadurez. Términos que describen a la perfección a una persona en particular; y eso me hizo ver lo tonto de mi actitud al dejar que esa persona haya tenido tanto poder en mi vida. Todo el comentario de Xabier es excelente y me lo llevo conmigo a mis cuadernos de notas, para tenerlo presente cuando la ocasión lo amerite (tal como dije en la entrada misma, eso sucede bastante a menudo). Los buenos comentaristas son como buenos psicólogos; al ver la situación desde fuera; es decir, con desapego emocional, nos dicen las cosas como son y nos ayudan a tomar conciencia de ese hecho que nosotros ―al estar inmersos en el problema― no podemos ver con claridad. A todos aquellos, entonces, que se toman el trabajo de leer y comentar algo inteligente y amistoso, gracias.

El centro del poder en el siglo XXI.

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Palabras. El problema mayor del siglo XXI son las palabras. Nunca como en estos tiempos que nos tocan vivir la palabra ha tenido tanto poder y, por eso mismo, ha sido más manipulada y utilizada. Sé, por supuesto, que existen problemas graves como la guerra, calentamiento global, migraciones forzadas, extremismo religioso y otros más; pero todos ellos están supeditados al poder de la palabra. Todos y cada uno de estos problemas de la actualidad ―algunos de los cuales no es nuevo en la historia de la humanidad― es impulsado por el valor de la palabra.

Arturo F. Silva

Desde hace tiempo se sabe que las palabras son las que crean los límites de la verdad (lo que significa, en definitiva, que directamente crean la verdad); pero el mayor énfasis en el estudio del valor de la palabra como medio de manipulación se ha dado desde mediados del siglo XX, posiblemente con Chomsky al frente de la lista. Hoy es más que evidente que lo que se busca es vaciar a las palabras de significado. Desde el poder hoy se tergiversan todos los términos y sus valores; de este modo, todo se torna confuso, lo cual es, en definitiva, lo que se busca. Decir terrorista, demócrata, feminismo, religiosidad, mentira, progreso, belleza, etc. es no decir nada claro. Como bien dice el viejo refrán, «A río revuelto, ganancia de pescadores». Como sucede siempre, si miramos bien alrededor las redes y las botes nunca están en nuestras manos.

Palabras, palabras, palabras.

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Hace un tiempo Danioska habló del placer que encuentra en las palabras y de cómo encuentra ese placer, sobre todo, en la poesía. Claro está; Danioska es un verdadero animal poético y es lógico que ella encuentre allí su fuente de placer. Por otra parte, recuerdo haber dicho en aquella oportunidad que yo, en cambio, solía encontrar ese placer en la filosofía (aquí alguien se sumó y tergiversando mis conceptos o no entendiéndolos en absoluto dijo que yo había equiparado la filosofía a la poesía; lo cual es una tontería que nunca salió de mi teclado). Tomé nota de esto último y pensé en responder de inmediato; pero una cosa lleva a la otra y acá estamos, meses después y seguimos con el pescado sin vender. Y, como dije, una cosa lleva a la otra y así, me encontré hace poco con este poema que aúna ambos términos de este espectro y que me hizo recordar a la entrada aquella. En síntesis: que uno encuentra placer o sentido (lo que tal vez sean la misma cosa) donde puede. Dejo aquí, entonces, Las primeras palabras; de Seamus Heaney (poeta irlandés ganador del Premio Nobel, etc., etc.).

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Las primeras palabras

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Las primeras palabras se contaminaron.

Como agua de río por la mañana

Que fluye entre la suciedad

De noticias y primeras planas.

Yo solo abrevo en el significado

De las honduras del cerebro,

Donde abrevan las aves y las hierbas y las piedras.

Que todo fluya en ascenso

Rumbo a los cuatro elementos,

Rumbo al agua y la tierra y el fuego y el aire.

La génesis de las palabras

Saramago

Hubo un tiempo en que las palabras eran tan pocas que ni siquiera las teníamos para expresar algo tan simple como Esta boca es mía, o Esa boca es tuya, y mucho menos para preguntar Por qué tenemos las bocas juntas. A las personas de ahora ni les pasa por la cabeza el trabajo que costó crear estos vocablos, en primer lugar, y quien sabe si no habrá sido, de todo, lo más difícil, fue necesario comprender que se necesitaban, después, hubo que llegar a un consenso sobre el significado de sus efectos inmediatos, y finalmente, tarea que nunca acabará por completarse, imaginar las consecuencias que podrían advenir, a medio y a largo plazo, de los dicho efectos y de los dichos vocablos. Comparado con esto, la invención de la rueda fue mera bambarria, como acabaría siéndolo el descubrimiento de la ley de gravitación universal simplemente porque se le ocurrió a una manzana caer sobre la cabeza de Newton. La rueda se inventó y ahí sigue inventada para siempre jamás, en cuanto a las palabras, esas y todas las demás, vinieron al mundo con un destino brumoso, difuso, el de ser organizaciones fonéticas y morfológicas de carácter eminentemente provisional, aunque, gracias, quizá, a la aureola heredada de su autoral creación, se empeñan en pasar, no tanto por sí mismas, sino por lo que de modo variable van significando y representando, por inmortales, imperecederas o eternas, según los gustos del clasificador.

José Saramago. El hombre duplicado.

Amar a través de las palabras (Amarte a través…)

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El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es «yo te deseo», y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras. lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.

(Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal vez una forma literaria de este coitus reservatus: es el galanteo).

Roland Barthes. Fragmento de un discurso amoroso.

Ironías de la vida

Una imagen vale más que mil palabras, se dice por ahí; pero estoy algo más de acuerdo con Isaac Asimov (que vaya alguien a buscar la cita, yo ni pienso meterme en los más de cuatrocientos volúmenes que escribió el ruso/americano) cuando él dice que eso está lejos de ser verdad. ¿Cómo traducir —Dijo al fin— el monólogo de Hamlet en imágenes? Como amante de las palabras le doy la razón al prolífico escritor; pero (siempre hay uno), a veces ciertas imágenes nos dejan, literalmente, sin palabras. Dividamos aguas, digamos que ambas expresiones tienen sus valores intrínsecos y que muchas, muchísimas veces trabajan muy bien en conjunto.

Ahora, cuando uno se encuentra con imágenes como éstas, ¿Qué hace? ¿Ríe, se asombra, duda, piensa en lo que ocurrió antes y, sobre todo lo que ocurrió después? Quizá uno pase por todas esas faces, en algún orden determinado por cada personalidad.

Klu-Klux-Klan

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