En este espacio suelo, o al menos intento la mayor parte del tiempo, tratar temas relativos a la cultura pero, últimamente me he visto empujado a hablar de algunas cosas que no son de mi agrado pero que me parece que deben ser tratadas por su importancia general, tal como el avance de la derecha en diversas elecciones (política, un tema que me interesa en la medida en que nos afecta, pero no porque en sí guarde algo que considere digno de interés) o como la maledicencia o lo políticamente correcto. Esta última costumbre señala que no puedo decir «ignorante» o «estúpido» porque resulta ofensivo (precisamente, a ese mismo «ignorante» o «estúpido»; los cuales se ponen así, a resguardo de toda crítica sin tener que hacer nada para que ésta carezca de validez).
Es entonces que voy a adentrarme en un tema que también me parece fundamental y necesario; la justificación de una postura: la mía (la cual no es original ni tampoco es privativa de quien esto escribe, por fortuna).
Virgilio, en el 29 a.e.c., da a conocer su Geórgicas; poema en cuatro partes cuya intención es glosar e informar acerca de las labores agrícolas, además de representar una loa de la vida rural. Mil quinientos años después, Juan Luis Vives (1482-1540) proclamó que la formación humana tiene su horizonte en el «cultivo del alma» y poco más tarde, Francis Bacon emplearía la expresión georgica animi (agricultura espiritual) para indicar el procedimiento mediante el cual puede el hombre alcanzar el sometimiento de la voluntad a las prescripciones morales y así conseguir la felicidad (esto es, de algún modo, también la idea de Spinoza: Cuando el hombre comprende que no es libre y acepta su esencia, es cuando puede realmente acercarse a la libertad. La razón es, por tanto, la herramienta que nos permite conseguirlo, que lo hace posible. Es mediante la razón que podemos alcanzar el conocimiento, y con él la libertad. El Ser del hombre es saber que no es libre y que tiene que vivir de acuerdo con su naturaleza). En el 2016, es Michel Onfray quien toma esta idea y la resume en su Cosmos:
«Uno hace en su alma trabajos de jardinería como los que practica el jardín y lo que se remarca tanto en una como en el otro se hallará en ellos voluntariamente o por defecto. Si uno no les brinda cuidados y no los trabaja, las malas hierbas crecen y luego invaden la parcela, de tierra o de alma. Dejarse estar, en este caso como en cualquier otro, es lo peor, pues lo que siempre triunfa en lo más bajo, lo más vil que hay en nuestro interior. La fuerza del cerebro reptiliano aplasta todo y contraría el trabajo del neocórtex. Cuando este no se activa, queda libre el camino para dejar hablar en voz alta a la bestia que hay en el hombre».
Más claro, imposible: es la razón, el conocimiento, el pensamiento, lo que nos diferencia de las bestias y, si bien la razón también es dable de crítica, lo es desde la misma razón, no desde fuera de ella. Entonces, como corolario de todas estas citas, me animo a decir que sí es válido llamar a las cosas por su nombre, más allá de que alguno que otro se sienta ofendido o molesto por ello. Si no quiere que esto sea así, que apele a la razón, no a la violencia o a una normativa inventada ad hoc para defender a los imbéciles.