Diálogos con una señora española II

 

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La niña salía y entraba del agua como si estuviera incómoda en cualquier ambiente y no encontrara solución al problema más que alternando los dos estados. La señora seguía contándonos sus aventuras o dándonos a conocer sus puntos de vista sobre todo (porque, la verdad sea dicha, tenía puntos de vista sobre todo, lo que se dice, todo, todo) con igual eficacia en esa alteridad. En un momento nos cuenta que el día anterior había llevado a la niña a un parque acuático para así cumplirle un sueño: nadar con delfines. Dijo que todo había estado más que bien, salvo que habían querido cobrarle setenta euros por dos fotos de la niña y el cetáceo en cuestión. Tal vez, supuse, todo era en parte una exageración de la señora (la cual ya había dado muestras de que los límites de sus anécdotas eran bastante elásticos) pero si así era, lo era sólo en parte. Los lugares turísticos masivos, sobre todo si son internacionales, se han convertido en tierra de nadie para los asuntos comerciales. Ya no hay ni el menor atisbo de la clásica relación entre la oferta y la demanda; ahora el comerciante cobra lo que quiere y del modo que quiere (porque además, si se le antoja, trata al cliente como si éste le debiera pleitesía o como si lo estuviera molestando) y si los precios son un cuatrocientos por ciento más altos de lo habitual, pues te jodes: lo pagas o te vas.

La señora seguía muy molesta por los setenta euros pero, sobre todo (y con razón) porque su niña no podía tener ese recuerdo que para ella era tan importante. Por suerte para esa niña, su madre le hacía escribir todas las tardes un diario personal, donde la niña volcaba todo lo que había vivido a lo largo del día. La señora me cayó más simpática casi de inmediato, lo reconozco, y sus exageraciones me parecieron el típico color local del turista. Esa niña tendrá en ese diario, estoy seguro, un recordatorio mucho más profundo que el que podría darle cualquier fotografía; por más que su madre se enojara por no tenerla.

Lo que la señora española no notó es que robar (es decir la diferencia entre el chaleco antibalas de ayer y las fotografías de hoy) no es algo que esté penado por la ley; no, al menos, si se lo hace del modo correcto. Robar es algo que se puede hacer de manera legítima y con el consenso y el aplauso de toda la sociedad. No hace falta apuntar con una Colt .38 a la cabeza de nadie, sino sólo acariciar la caja registradora y sonreír amablemente (lo cual, como vimos, es opcional, aunque recomendable) mientras se cobra lo que se quiere por una botella de agua. O mejor aún ¡Si hasta se puede robar dos veces! No hay más que pedir el diezmo de manera imperativa (aquí nada de sonrisas; en su lugar amenazas, muchas amenazas) y listo; un montón de billetes gratis y además, libres de impuestos. O, por supuesto, se puede cobrar setenta euros por dos fotografías. Bendita sea la sociedad que nos cobija.

11 comentarios el “Diálogos con una señora española II

  1. Leyla dice:

    Me acorde de uno que otro politico.. Me encantola lectura de ambos post!!
    Te dejo un abrazo fuerte, espero tenga un excelente fin de Semana 🙂

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    • Borgeano dice:

      Ufff… esa fauna es la que mejor lo ha armado; es el robo perfecto y no digo esto por la vieja costumbre de criticar a los políticos; sino porque realmente han logrado la perfección: no sólo roban de manera legal (y de la ilegal también), sino que hacen que seamos nosotros quienes los elijan para ello. ¡Increíble!

      Me da mucho gusto verte por aquí (bueno, sé que siempre andas por aquí, digo comentado).

      Un fuerte abrazo.

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  2. Robar últimamente se ha convertido en algo casi normal y más cuando lo hacen algunos personajes importantes, que llegan a ser algo más gracias a lo que quitan a otros. Besos a tu alma.

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  3. luluviajera dice:

    Me gustaron mucho las dos historias. Respecto a la segunda creo que hay personas que roban limpiamente sin que se les tenga que señalar un delito, simplemente es decir el precio es éste. Y la primera claro está que la turista aunque a viajado mucho exagera las cosas que ni siquiera son o no vio. En mi país, México, ¡La gente civil no trae chalecos antibalas!.

    Un beso grande.

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    • Borgeano dice:

      Lo de esta señora fue sólo el punto de partida para hablar sobre la gente que tiene estas costumbres; aunque no es la única, claro está. Con respecto a lo que pasa en México, bueno, sabes que lo sé… ¿Pero de todos modos no es gracioso que la gente piense esas cosas?

      Un fuerte abrazo.

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  4. Martes de cuento dice:

    «La culpa no es del chancho, sino del que le rasca la espalda», «Ante el vicio de pedir, está la virtud de no dar»…
    Como bien dices, lo material no va a proporcionarnos bellos recuerdos. Yo hace años que viajo con los ojos abiertos y la cámara de fotos en el bolsillo y juro por todos los dioses del olimpo que mi álbum anímico está lleno.

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    • Borgeano dice:

      Hoy en día la fotografía se ha vuelto un fin en sí misma y aunque de ningún modo está mal tomar fotos de los sitios que visitamos, el exceso sí que es pernicioso. Por un lado dudo mucho que la gente mire todas las fotos que toma en un sitio; por otro lado (lo que es peor) la gente ya no mira las cosas si no es a través de una pantalla. Da pena verlos en un concierto, por ejemplo, viendo al artista a través de la cámara cuando lo tienen a unos metros adelante.

      Un abrazo.

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