En Los placeres de la imaginación, estudio publicado en 1712, Joseph Addison, dice: «El que posee una imaginación delicada, participa de muchos y grandes placeres, de los que no puede disfrutar un hombre vulgar. Puede conversar con una pintura y hallar en una estatua una compañera agradable; encuentra un deleite secreto en una descripción, y a veces siente mayor satisfacción en la perspectiva de los campos y de los prados que la que tiene otro en poseerlos. La viveza de su imaginación le da una especie de propiedad sobre cuanto mira, y hace que sirvan a sus placeres las partes más eriales de la naturaleza». Todos sabemos que conocer, saber, entender, y otras características del intelecto son indispensables para el mayor disfrute de lo que tenemos delante nuestro («El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio», sintetizaría Antonio Porchia doscientos años después de Addison). Pero la cita me hizo recordar a otras dos que leí hace poco; así que voy a buscar el libro y las copio. Se trata de sólo dos oraciones del Antígona, de Sófocles: Sapare longe pria felicitatis paris est (El saber es, con mucho, la parte principal de la dicha) y Nihil cogitantium jucundissima vita est (La vida del sabio no es la más agradable). Las dos frases de Sófocles —las cuales, recuerdo, pertenecen a la misma obra— son antagónicas, y sólo la primera parece estar de acuerdo con lo que dice Addison ¿podríamos decir, entonces, que la segunda idea está equivocada? Me animo a decir que no, y me explico.
Es una idea por todos conocida aquella que dice: «La ignorancia es una bendición» o, también, formulada de otro modo: «Los que menos saben son más felices». Estamos de acuerdo, claro; si no sabemos qué es lo que sucede a nuestro alrededor será imposible que eso nos afecte y, en tanto y en cuanto el mundo y todo lo que contiene no es más que una representación personal, podríamos decir que lo que desconocemos, no existe. En ese sentido, sí; «La ignorancia es una bendición». Pero hay un aspecto que se escapa a esta concepción: no se puede ser sensible cuando se quiere e ignorante cuando conviene. O se es o no se es y no se puede escapar a esta dicotomía. Es entonces cuando me permito decir que las dos antangónicas frases de Sófocles, son, al mismo tiempo, verdaderas.
En el conocimiento se encuentran la dicha y el dolor; el placer y el pesar. Ser un espíritu sensible nos obliga a sentir los dolores como propios (incluso los ajenos; incluso aquellos que se encuentran lejos, en el espacio o en el tiempo); pero también nos permite acceder a ciertos placeres que se encuentran vedados a todos los demás. Y éste es el punto de inflección en este asunto: ¿Es verdad, entonces, que «La ignorancia es una bendición»? No, no lo es, porque el precio que se paga es demasiado alto. Negarse a la belleza sólo para evitar el dolor es una muestra de insensatez. Pasar una vida meramente tranquila al precio de negarse los placeres del arte y del amor (porque hasta para el amor —e incluso para el sexo— hay que ser sensible. En lo personal estoy convencido de que no se puede ser un buen amante si no se es inteligente) es una afrenta a la vida misma. Para eso están las plantas y las piedras, y quien quiera parecerse a ellas, es libre de hacerlo y pasará por esta vida con el mismo sentido y la misma sensibilidad que ellas. Cada cual sabrá de qué lado se pone el sol.
Totalmente de acuerdo.
Un abrazo!
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Como siempre, me alegran estas coincidencias (las que sabemos que no son gratuitas, por fortuna).
Un abrazo.
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Si relato es realmente una de esas preciosidades de cuya capacidad de apreciación habla…
Enhorabuena 👏👏👏
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Menudo halago… Muchas gracias por él, «delosmasmalos» (me gusta ese seudónimo).
Un abrazo.
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Muy buen texto.
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Gracias, Gilgamest; me alegra que te haya gustado.
Un abrazo.
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Amo la vida y si perdiera esa capacidad creo que todo se convertiría en un erial. Es posible que sufra en algún momento pero vivo y eso es lo importante.
Bonita entrada Roberto. Un abrazo desde aquí.
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Ése es el punto, María; la vida puede (y debe) ser amada más allá de lo difícil o dura que pueda ser por momentos (me remito por eso a la entrada de hace un año; creo que esa idea de Nietzsche es magnífica); y comparto contigo la idea de que sin esa mirada sobre ella no valdría la pena vivirla.
Un fuerte abrazo.
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Saludos, querido amigo. Me ha gustado mucho tu entrada y coincido con lo expuesto. «Ser un espíritu sensible nos obliga a sentir los dolores como propios (incluso los ajenos; incluso aquellos que se encuentran lejos, en el espacio o en el tiempo); pero también nos permite acceder a ciertos placeres que se encuentran vedados a todos los demás».
Sin emociones se puede vivir, quizá mejor -incluida la salud- pero nuestro corazón seria solamente una hermosa roca.
Un fuerte abrazo ¡salud!
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Me alegra muchísimo que el texto y la idea haya sido de tu agrado, Isabel. Nosotros tenemos el problema de que ya no podemos volver atrás ¿No? Nos es imposible volver a la vida insensible, pero desde esta posición yo digo (y creo que tú coincidirás conmigo) que aun si pudiera hacerlo, no pagaría el precio. Sí, se sufre más, pero cuando se goza ¡qué sensación incomparable! Y, por supuesto, sin esa sensibilidad no podríamos escribir casi nada, mucho menos, por supuesto, podríamos escribir la menos de las poesías. Dichosos, entonces, nosotros, a pesar de todo.
Un fuerte y afectuoso abrazo.
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Excelente prosa y contenido de lo que has colgado Borgeano. He conocido a los dos tipos de gente, algunas que nunca fueron a una escuela y perciben la belleza y otras que siendo estudiadas carecen de empatía y de la capacidad de sombrarse. Gracias por compartirlo y lo llevaré a mi blog. Abrazo grande.
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Es cierto lo que señalas, Rubén; el estudio lo que puede hacer es potenciar la sensibilidad, pero si ya careces de ella, pues no hay nada que pueda hacerse.
Un abrazo.
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[…] a través de Elogio de la sensibilidad — El Blog de Arena […]
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