Polaroids III

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VIII.

Cuando dijimos que queríamos ir a la playa nos dijeron que tuviésemos cuidado. Que fuéramos lejos del río que desemboca en ese mar, ya que ese río estaba infectado de cocodrilos y que ya habían ocurrido casos donde varios niños habían sido devorados. Atribuimos esos dichos a las exageraciones propias del color local y nada más. Cuando pasamos por el puente que atravesaba es río cuyo nombre nunca supe, nos detuvimos a observar a los cocodrilos, enormes, lentos, tranquilos, que pasaban allí, debajo nuestro. Pasamos un día estupendo en la playa y por la noche volvimos al hotel. Meses después veíamos en la televisión cómo las autoridades y una familia desesperada buscaban infructuosamente a un muchacho de dieciséis años que había sido arrastrado río adentro por los cocodrilos.

IX.

El hotel era pequeño y demasiado modesto. Se encontraba en la ladera de una montaña y por la noche siempre estábamos acompañados por muchos policías, ya que el dueño del hotel había sido electo como autoridad local de esa pequeña ciudad y corría riesgo de ser secuestrado. Aburridos, sin nada que hacer ni recorrer, tomé la guitarra y comencé a improvisar unos acordes sencillos en tiempo de blues. Ella comenzó a improvisar sobre la letra y salió algo que no quedó del todo mal. El nombre del sitio nos causaba mucha gracia y seguimos jugando con esas ideas. Inventé el Himno a Huandacuca basándome en un fragmento de un ópera bufa y luego, observando la naturaleza que nos rodeaba, creamos la bandera del ahora Reino de Huandacuca: sobre un fondo de verde follaje, medio aguacate y en medio del aguacate, una cucaracha.

X.

En el museo de Arte Moderno de Medellín me encuentro frente a una tela de Frank Stella. Nunca fui un gran admirador de este artista, pero esa obra, en ese momento, despertó en mí una serie de asociaciones tan fuerte y variada que, sin siquiera pedir permiso, corrí un asiento y me senté frente a ella dejando que esas asociaciones volaran libres, a su antojo. La poca gente que entraba a la sala no permanecía allí más que unos pocos minutos, a pesar de que esa parte del museo constaba de tres salas. Supongo que veían un montón de manchas por todos lados y eso los hacía salir disparados; no sin antes echarle una mirada curiosa a ese tipo que miraba fijamente a una tela que sólo tenía dos cuadrados coloreados. En un momento veo que un hombre de unos setenta años se dirige hacia mí, resuelto, seguro de sí mismo. Supongo que me va a preguntar algo y me levanto para recibirlo. Mi gesto lo asusta (lo veo en su rostro) y de inmediato cambia el rumbo de sus pasos, toma a su esposa por el codo y salen de la sala a paso veloz. Debe haber pensado que un tipo que se pasa media hora frente a un cuadro abstracto no debe ser alguien en quien se pueda confiar.

4 comentarios el “Polaroids III

  1. Tres narraciones estupendas. Jajaja, cocodrilos, cucarachas, y ¿un presunto Axolotl mirando arte abstracto? Bromas aparte, el arte abstracto asusta a muchas personas…why?

    Abrazo

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    • Borgeano dice:

      «Un presunto Axolotl mirando arte abstracto» Eso fue perfecto. ¿Por qué el arte abstracto asusta tanto? Supongo que cuando la gente no «encuentra sentido» en una obra esto los hace poner a la defensiva. Lo mismo que cando una persona poco habituada escucha por primera vez jazz o, peor aún, jazz avant garde; seguramente escucharemos una crítica del tipo «eso es sólo ruido». Es mucho más fácil, claro está, ver un paisaje o un retrato (siempre que no sea de Picasso) que el color puro.

      Un abrazo.

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  2. Shira Shaman dice:

    Que ganas de estar en Huandacuca, cantando con una guitarra o disfrutando del silencio de la noche… Gracias por esas imagines que han quedado impresas con tu pluma. Me voy cantando, abrazos.

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