El arco o la ballesta

 

Baallesta

 

Los movimientos sociales o culturales son siempre bienvenidos si partimos de la idea de que todo movimiento implica evolución y que, por el contrario, todo conservadurismo implica un anclar las cosas en un solo y único estado, sin permitir modificación alguna sobre ellas. Está muy bien, entonces, adentrarse en el camino del movimiento y del cambio, pero siempre y cuando pongamos en funcionamiento, para ello, las capacidades críticas que tenemos como especie y no solamente el deseo personal o las conveniencias particulares, que más bien parecen propias de la animalidad que de la humanidad de la que decimos formar parte.

Esto viene a colación porque, últimamente, he notado un acentuado deseo de imponer ciertas normas artificiales —cuando no delirios absolutamente personales— al conjunto de la sociedad, como si se pudiese establecer por ley lo que no puede ser ni siquiera considerado por costumbre. Ahora cualquiera pretende que su postura personal sea considerada en igualdad de condiciones con la lógica, la ciencia, la moral o la justicia según su buen parecer y bajo la premisa absurda del «Yo soy igual que todos y la opinión de uno es igual a la de cualquiera». Bajo esta fachada de igualitarismo (el cual parece fabricado en un jardín de infantes más que en una universidad) encontramos, generalmente, las verdaderas razones de su existencia: una victimización constante, una notable incapacidad para la superación personal, una patética necesidad de obtener la lástima ajena.

 

arrow (2)

 

Es fácil reconocer a estas personas: hablan siempre desde el yo, nunca desde la abstracción y, por supuesto, prefieren las anécdotas a los razonamientos. Es por eso que haría falta recordarles, antes de cada debate o cruce de palabras, aquella sentencia de Samuel Johnson: «El testimonio es como una flecha disparada desde un arco largo; la fuerza de la misma depende de la fuerza de la mano que la arrojó. El argumento es como una flecha disparada por una ballesta, que tiene siempre la misma fuerza, aunque la haya disparado un niño».

Dediquémonos, entonces, a las ballestas y sus flechas certeras y, cuando veamos a alguien acercarse con un arco largo, dejémoslo pasar de largo, rumbo al arenero donde juegan los niños del jardín de infantes.

Corolario: El Yin y Yang del nazismo

avt_george-steiner_6034El post de hoy es una especie de conclusión del tema tratado ayer.

Según un estudio realizado por la Universidad Marplamoreliense Borgeana (el cual es absolutamente arbitrario pero es casi seguro que tan válido como muchos otros que se publican por allí), leer a George Steiner incrementa las facultades cognitivas hasta en un ciento treinta y cuatro por ciento. Por ejemplo, y como corolario a la entrada de ayer, dejo esta frase de Steiner tomada de Steiner en The New Yorker. (P. 161): “La cultura que produjo a Hitler también engendró a Freud, Wittgenstein, Kafka, Broch, Musil, el Jugenstil y lo más importante de la música moderna. Eliminen ustedes del siglo XX a Austria-Hungría y la Austria de entreguerras y no tendrán lo más demoníaco, lo más destructivo de la historia, pero tampoco sus grandes fuentes de energía intelectual y estética”.9788498412628_l38_04_l

A veces, en el fragor de una discusión o de un debate, olvidamos que los hechos históricos no son producidos por generación espontánea y que hombres como Hitler no son una anomalía casual, sino que son una anomalía causal; un tumor, si se quiere, pero un tumor producido por un estado de enfermedad social —si me permiten ustedes seguir con esta torpe metáfora— que tiene a su vez otras causas y otro germen. Recordar que debemos poner nuestros argumentos o nuestras críticas en contexto es un buen modo de subir algunos peldaños en esa escala tan elusiva que llamamos inteligencia.