De regreso a la Edad Media (por el camino más corto)

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El triunfo de la muerte – Pieter Brueghel

Seguimos con la historiadora Fallena Montaño, ya que había más material, con más errores que los que señalé en la entrada anterior. Veamos este párrafo: «El miedo es parte de la humanidad, por eso resulta una falta de tino calificar de ignorantes las expresiones religiosas exacerbadas, que son una respuesta natural ante el temor que ocasionan, por ejemplo, las pandemias». Para empezar, cualquier cosa exacerbada me parece peligrosa, pero en particular las expresiones religiosas me parecen peligrosas si no se les pone coto. La misma historiadora, al final del artículo, dice algo que debería haber hecho que reflexionara sobre sus primeras palabras; pero parece que no tuvo tiempo. Antes de llegar allí, pasemos por esto:

«Cuando hay algo que no puedes comprender y que está más allá de tus posibilidades resolver, le rezas a quien sea y haces lo que sea para tratar de sobrevivir. Es así como surgieron santos es especializados en curar pandemias, por ejemplo, San Sebastián, cuyo culto fue incluso traído a la Nueva España. En el oriente de Europa fue San Demetrio el protector de Grecia y el imperio Bizantino. Alrededor del año 418, las reliquias de San Demetrio fueron depositadas en la iglesia de Tesalónica; desde entonces, esa ciudad griega se convirtió en el gran centro de su culto. Los creyentes acudían en grandes multitudes al santuario

En el siglo VI, durante una epidemia, supuestamente de malaria, se hallaron unos restos en la ciudad italiana de Pavía que se atribuyeron al santo; los trasladaron a un templo y se dice que la enfermedad cesó milagrosamente en ese lugar en ese mismo instante. Desde entonces, San Sebastián gozó de gran popularidad en Italia y, por extensión, en toda Europa, pues se le invocaba para terminar con las diversas plagas que siguieron ocurriendo.

Durante muchos siglos fue común que las reliquias de muchos otros santos, tanto huesos como telas de sus vestimentas o sandalias que se decía habían portado, se usaran para hacer tés curativos. Pulverizaban los huesos o cortaban pedacitos de otras piezas de las reliquias y se los tomaban, sobre todo los emperadores y los reyes; esas eran sus nanopartículas milagrosas».

San Sebastián intercediendo por la peste

Bueno, pues si eso no requiere un trato preferencial, no sé qué otra cosa lo merece. Está bien, saquemos la burla del campo de juego, ya sabemos que vivimos tiempos de hipersensibilidad y que burlarse de cualquier cosa hoy está mal visto (dos cosas: lo de la burla lo dijo la historiadora, no yo; segundo ¿alguien más tiene la sensación de que por todos lados está tratándose de terminar con el humor? Ahora no se puede hacer un chiste de nada y eso es preocupante; a lo largo de la historia los fascistas han sido aquellos con menor sentido del humor). Sigamos. Vamos a la frase final que señalé antes. Dice Fallena Montaño:

«En el mundo musulmán hubo interés por traducir los tratados de medicina en griego de Aristóteles y de Dioscórides, precisamente, para buscar sanar a las personas. Pero también hubo grupos muy religiosos que no querían contradecir los designios divinos, pensaban que las pestes eran castigos de Dios, entonces se oponían a las curas y aceptaban que la pandemia tenía el propósito de limpiar al mundo.

Por eso hubo grupos cristianos que atentaron contra los judíos, exterminaron barrios completos en las ciudades al hacerlos responsables de las epidemias, no sólo a ellos sino a todos los grupos que fueran en contra de los dogmas cristianos.

La xenofobia brota en las crisis sanitarias, porque transferimos el miedo que tenemos a la enfermedad, al otro que no conocemos, y que creemos culpable de las tragedias. Nos volvemos violentos porque tenemos miedo».

Un grupo de enfermeros -de los que cualquier sociedad sana debería sentirse orgullosos- pidiendo no ser víctimas de ataques.

Bueno, si este tipo de ideas no merecen las burlas, tal como la historiadora dice al inicio del artículo, por lo menos merecen el mayor de los desprecios, digo yo ahora que estoy terminando. Y es que este es otro ejemplo de lo que yo llamo el «justificar lo injustificable»; lo cual no es más que una nueva costumbre nacida del seno del más acérrimo posmodernismo. Ahora cualquiera se arroga el derecho a que su estupidez sea considerada en igualdad de condiciones con la palabra del sabio sólo porque ambos son personas. Y no; no es por ese camino que se avanza sino que, por el contrario, podemos asegurar que es el camino perfecto para el retroceso. No me importa la libertad religiosa de cada uno del mismo modo que no me importa absolutamente nada de las particularidades de las personas; pero si alguien quiere escudarse en el miedo (miedo hijo de la ignorancia, como bien señaló Fallena Montaño) para sacar a relucir su brutalidad, su racismo, su intolerancia, es decir, y permítanme la redundancia, su más profunda ignorancia; no sólo se hace merecedor de cualquier burla que ande dando vueltas por allí, sino también del desprecio general y, llegado el caso, hasta de la cárcel.

Justificar al ignorante sólo porque tiene derecho a ser ignorante es reabrir el camino hacia una nueva Edad Media, camino que habíamos cerrado como humanidad, no hace demasiado tiempo. Es una pena que les haya tomado mucho menos para desandar el camino.

Breve ensayo sobre el cansancio (II)

Parte II: La moral

Amedeo Modigliani

De las muchas y útiles páginas de internet que podemos usar según nuestras necesidades y gustos, hay una que nos permite guardar fotografías en carpetas o álbumes. Yo la uso para no saturar la memoria de mi laptop, entre otros beneficios (como el de encontrar material afín a mis gustos o el compartir imágenes con otros usuarios). Hace unos días noté con no poco desagrado que algunas imágenes habían desaparecido de algunas carpetas. ¿El motivo? Ya que los administradores de la página no me avisaron de nada, me puse a revisar y vi que las imágenes desaparecidas eran todas de desnudos. Desnudos como los de Amedeo Modigliani; de Rubens o de Bouguereau. Sin embargo, no desaparecieron algunos desnudos de Picasso o de Kupka ¿Por qué unos sí y otros no? La razón se encuentra en el algoritmo que estas páginas usan para encontrar un determinado tipo de imágenes y así separarlas de otras. Por lo tanto, estas imágenes no se permiten:

Peter Paul Rubens – William-Adolphe Bouguereau

Mientras que estas otras, sí:

Pablo Picasso – František Kupka

Esto ocurre con todos los sitios web; nombren uno y estoy seguro de que estará en la lista. ¿Y qué puede encontrarse de malo en un desnudo en un cuadro? Mi carpeta de Modigliani tiene más de cien imágenes ¿Por qué no me borran los retratos? La respuesta es demasiado simple y, por desgracia, ridícula: porque un cuerpo desnudo es algo que para la moral de este tiempo (y que nos viene de la caída de Grecia y de Roma y el posterior avance de los monoteísmos) es algo intrínsecamente malo, feo, pecaminoso.

Ya he hablado de esto en otra entrada de hace tiempo, titulada Sexo no, violencia sí; y recordando lo que dije allí, hice un pequeño experimento: creé una nueva carpeta y la llené con fotografías de actos violentos varios. ¿Sucedió algo? Pues no; parece que no hay problema alguno con la violencia, tal como pensé que sucedería. Así que borré esa carpeta y me puse a pensar sobre qué es lo que sucede detrás de esta censura absurda.

Para empezar, lo obvio: el problema de la censura no está en lo censurado, sino en el censor. Recordemos la historia del «Il Braghettone». En 1564, el Papa Pío V, horrorizado por las desnudeces que Miguel Ángel pintara en los frescos de la Capilla Sixtina, ordenó que se les pintaran ropas encima. El trabajo estuvo a cargo de Danielle Da Volterra, lo que le ganó, como dijimos, el sobrenombre burlón de «Il Braghettone». ¿Qué había de malo en los desnudos de Miguel Ángel? Por supuesto que nada; lo malo estaba en la mente de Pío V; y como tenía el poder, hizo el ridículo. Hablando de ridículos, volvamos al siglo XXI. No dejo de pensar en la reunión de genios de esas páginas web de las que estamos hablando. ¿Qué pasa por la cabeza de esa gente? Lo peor de todo, para mí, es la idea de que alguien ―o varios, posiblemente― tuvo que trabajar horas y horas para crear un algoritmo especial que reconociera pechos, nalgas y penes para así poder borrarlos; es decir, censurarlos. ¿Cabe idea más enfermiza que esa? Y es por eso por lo cual se borran los desnudos de Modigliani pero no los de Picasso; se censura (es increíble, pero hasta siento vergüenza ajena al tener que escribir esto) a Rubens, pero no a Kupka. El algoritmo sólo actúa, no tiene moral ni tampoco inteligencia. Igualito que sus creadores.

Es por ello, también, que páginas como Facebook censura, pixelándolos, los pechos femeninos, incluso cuando se trate de un cuadro al óleo o caen en el ridículo más profundo censurando a una estatuilla de 25.000 años de antigüedad.

Venus de Willendorf; estatuilla de 25.000 años de antigüedad censurada por Facebook

En algún momento dije «volvamos al siglo XXI»; pero en algunos aspectos uno tiene la sensación de que todavía no salimos de la edad media. Las preguntas que hacemos sobre aquella época son las mismas que podemos hacer en la actualidad, al menos en lo que a moral se refiere: ¿Cómo es posible que hoy un cuadro de Modigliani sea censurado mientras que las imágenes de un descuartizamiento no? ¿Tiene esto algo que ver con la moral de la sociedad o es la moral de la sociedad hija de estas actitudes? Sin duda alguna, la respuesta es que lo segundo es lo que sucede. Creo que la imagen más sintética que puedo imaginar es la de un policía tratando de llevar presa a una mujer que amamanta a su bebé en una plaza; cosa que ha sucedido en varios países. Es la imagen perfecta de la violencia atacando al acto más amoroso posible y es, también, lo que luego se magnificará en casi todos los ámbitos. La estupidez de la moral predominante sobre la moral que debería predominar.

El significado de los gestos en la iconografía cristiana medieval

 

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Cuando nos acercamos a una pintura u obra medieval vemos, casi siempre, al personaje central de la obra mirándonos directamente a los ojos mientras que sus manos forman un signo del que hoy, nosotros, hemos olvidado su significado. Así es que podemos observar a un Cristo pantócrator con su mano derecha alzada en un extraño gesto o a un San Lucas que sostiene un libro con su mano izquierda (otro símbolo) mientras que con la derecha señala a lo alto; una María con sus brazos cruzados sobre el pecho o a un San Mateo señalando un pasaje determinado en su biblia.

Ésta es una antigua tradición retórica greco-romana que sobrevivió en la iconografía cristiana medieval. En la Antigüedad, tanto los griegos como los romanos habían desarrollado un sistema bien establecido de gestos utilizados por oradores y retóricos al dar sus discursos, ya sea en el ágora, en el senado, durante sus alocuciones privadas o en el aula de clase.

Esta gestualidad que acompañaba la oratoria, naturalmente, era de conocimiento público; y de este modo el orador podía acentuar de manera específica un pasaje determinado de su discurso. Así, no es de extrañar que los primeros iconógrafos hayan utilizado este repertorio de gestos de las manos al representar a Cristo, a sus santos y a los ángeles.

Dejo aquí una pequeña galería con los gestos más comunes (¿tal vez los más importantes? no lo sé; supongo que al ser los más reproducidos también son los más importantes, pero no puedo estar seguro de ello por el momento) y su significado. Así, cuando veamos una pintura medieval, podremos dialogar con más profundidad con quien nos esté mirando desde la tela y desde la historia.

.Para ver las imágenes en mayor tamaño, hacer clic sobre una de ellas.

La cruz y la concha

 

Hace un tiempo encontré, al salir de un ascensor en un hotel y restaurante de esta ciudad de Morelia, una pequeña capilla preparada para el servicio de los huéspedes. No dejó de llamarme la atención que un hotel y restaurante tuviera un servicio así; pero como aquí la presencia cristiana es por demás fuerte y antigua, uno termina acostumbrándose a que por todos lados haya cruces o iglesias o capillas. Lo que sí llamó más mi atención, fue que la gran cruz de piedra caliza tenía tallados símbolos masones:

 

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No es la primera vez que me encuentro con símbolos masones en las ciudades que visito; pero el hecho de encontrarlos en una cruz y en un lugar público fue —al menos para mí—, por demás curioso. Ahora, hace un par de semanas, fui de visita a Tzintzuntzan; un pueblo mágico del estado de Michoacán, al que suelo ir cada tanto para visitar sus yácatas (construcciones de piedra de las que hablaré en otro momento) y para comer algunos de sus platos típicos en la plaza central del pueblo, la que se encuentra, por supuesto, al frente de la iglesia. Esta iglesia franciscana es muy bonita, luminosa (no como otras donde uno siente que acaba de entrar a una catacumba) y su techo está adornado con paneles ilustrados con coloridos dibujos religiosos. A la salida, caminando por los amplios jardines que nos llevan a la plaza antes citada, encontré esta cruz de piedra caliza, con los mismos símbolos masones:

 

Masón (2)

 

La única diferencia entre ambas cruces son las conchas de vieira en los brazos de la segunda cruz. La concha de vieira es un símbolo que nos llega desde España y que recibe el nombre de «Concha de Santiago», y nos lleva de la mano a ese camino o sendero que, desde todos los rincones de Europa, conducía a los peregrinos al santuario de Santiago de Compostela y que, aun hoy en día, incluye todavía la concha como señalamiento de ruta, pero que, a través de los tiempos, pasó a simbolizar toda peregrinación en sí, hasta el punto de llegar a denominarse también la «Concha del Peregrino» (aunque, para ser exactos, la «Concha de Santiago» se talla, tradicionalmente, a la inversa que en la cruz de la foto; es decir, con la parte convexa hacia el exterior. Entonces los canales de la concha son los que representan a los caminos que terminan en Santiago).

Por cierto, y totalmente al margen. Buscando información sobre estos símbolos, encontré que la concha de Santiago (o la del peregrino, vaya uno a saber la naturaleza de la distinción) fue uno de los símbolos del renunciante Papa Benedicto XVI. Se encuentra tanto en su escudo como es su vestimenta oficial.

 

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Más allá de la poca simpatía que me despiertan las personas que se esconden detrás de símbolos o signos, no puedo menos que reconocer que encontrar estas cosas a lo largo de mi camino es algo que me resulta fascinante. Por una parte le añaden encanto a cada uno de mis paseos; por otro, me recuerdan que no hay que dejar de mirar con atención a todo lo que nos rodea. Lo maravilloso siempre está allí, en lo natural o en lo artificial; y es parte integral del viaje el descubrirlo o el dejarlo pasar sin darle la debida importancia.

La monja que huyó para siempre

 

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Gary Brannan y Sarah Rees Jones examinando uno de los registros del arzobispo William Melton.  Fotografía: Universidad de York

 

Un equipo de historiadores medievales que investiga los archivos de la Universidad de York (Reino Unido) ha descubierto, casi por casualidad, la curiosa historia de Juana de Leeds: una monja del siglo XIV que fingió su propia muerte para escapar de su convento y poder disfrutar de una vida de «lujuria carnal». La historia ha sido develada gracias a una pequeña nota escrita en latín encontrada en uno de los dieciséis tomos donde se registraban los asuntos religiosos de York a partir de 1304.

El mensaje fue escrito por el arzobispo William Melton allá por 1318, e instaba a la religiosa a regresar al convento de St. Clement. «Adviertan a Juana de Leeds, monja de San Clement de York, que debe regresar a su casa», dice el texto. A su vez, el mensaje también indicaba que, según los rumores, la monja benedictina había caído en «el camino de la lujuria carnal» y había obviado su compromiso religioso con «imprudencia». Lo más curioso es que, siempre según los investigadores, la religiosa lo logró orquestando un plan digno de una película de Hollywood. En el mensaje escrito por el obispo se explica que, «con la ayuda de muchos cómplices y malhechores, creó con malicia un maniquí a la semejanza de su cuerpo» para «engañar a los fieles devotos» y «Ella tuvo la desvergüenza de procurar su falso entierro en un espacio sagrado para los religiosos del lugar».

 

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El volumen que detalla la historia de Juana de Leeds. Fotografía: Registro arzobispal de la Universidad de York.

Y siguen las notas del arzobispo: «De una manera astuta e infeliz, dándole la espalda a la decencia y al bien de la religión», la monja «pervirtió su camino de forma arrogante» y lo cambió por el de «la lujuria carnal, lejos de la pobreza y la obediencia tras haber roto sus votos y descartando el hábito religioso». «Ahora deambula fuera a pesar del peligro que supone para su alma y del escándalo que existe en toda la orden».

Al parecer, hubo un gran revuelo cuando se descubrió que la monja no había fallecido y que había abandonado el monasterio a cambio de una «vida de indecencia» en Beverley, a 30 millas de su convento. En ese momento, el arzobispo le exigió que regresara, indignado porque una mujer cristiana hubiera actuado de una forma tan «astuta y perversa».

Por último, los investigadores todavía no han logrado averiguar si esta monja descarriada fue devuelta al convento o no. Un dato que, según afirma la profesora Sarah Rees Jones, será casi imposible de averiguar. «Desafortunadamente, y aunque es muy frustrante, no sabemos qué pudo suceder con ella. Hay bastantes casos de monjes y monjas que abandonaron su monasterio y de los que no sabemos nada». Este curioso escándalo de la época ha sido encontrado durante el proyecto de digitalización de los registros guardados por William Melton, arzobispo de York desde 1317 hasta 1340.

Ya que nada podemos saber de lo que sucedió con la monjita en cuestión, cada uno puede terminar la historia como quiera, ya que todos los caminos se encuentran abiertos y todos ellos son casi igualmente posibles. Yo la dejo libre para siempre, pero no porque sea el final que más me guste a mí, sino porque es lo que ella quiso. Suelo desconfiar, también de los hombres encumbrados en las cúpulas religiosas (y tratándose de la edad media, pues ni hablar); así que esa indecencia tal vez no fuera tal. Tal vez la Juanita se enamoró de verdad y huyó por él o por ella. Tal vez tuvo tres, diez o cien amantes ¿Qué importa? En mi final ella se va para no volver y, mientras pasan los créditos en la pantalla de mi imaginación, suena una canción donde la voz de la misma Juana nos dice que sí, que valió la pena, hasta el último bendito segundo.

De la incongruencia y sus límites

 

De los muchos defectos que tenemos los seres humanos, uno de los más graves —considerando que es uno de los evitables, es decir, uno que puede ser subsanado mediante cierto trabajo consciente—, es el de la incoherencia (por otra parte, si bien es cierto que todos los seres humanos somos entes ambiguos y que cierto nivel de comportamiento paradójico puede sernos tolerado, hay grados en este punto, así que aferrarnos a él para justificarnos no siempre es algo válido). Veamos un ejemplo de esto a partir de una foto que acabo de ver:

 

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La imagen nos muestra la plaza de toros de la Ciudad de México y, en primer plano, a dos felices y elegantes damas. De manera indirecta conozco a estas señoras pero nada diré de ellas, ya que el motivo de esta entrada no es la burla ni el escarnio personal, sino la crítica general a una postura ideológica, la cual es la de declararse amante de los animales y, al mismo tiempo, ser un ferviente admirador de las corridas de toros.

lo dije antes: podemos tolerar cierto nivel de ambigüedad, pero para todo hay límites. También dije que mediante cierto trabajo consciente —es decir, de la voluntad— podemos subsanar nuestros niveles de incoherencia; y esto se logra simplemente pensando y considerando si nuestras ideas so compatibles las unas con las otras y, si esto no es así, debemos desechar a una de ellas (o a veces a ambas). Claro, he aquí la dificultad: debemos cambiar nuestra forma de pensar ¡Vaya horror, con lo apegados que nos encontramos a nuestros prejuicios! (Ya lo dijo Descartes: No hay nada mejor distribuido que el sentido común: todo el mundo cree tener el suficiente).

Por si alguien no notó el detalle, aclaro que, básicamente, no estoy hablando de las corridas de toros en sí (su crítica es tan banal y recurrente que ya nada puede decirse acerca de ellas sin caer en lugares comunes); sino de lo que se ve en el fondo de la imagen; en esa silueta de la virgen María trazada en la arena donde serán torturados y sacrificados algunos animales a manos de otros animales de otra especie. Allí es donde tenemos la mayor cantidad de tela para cortar. Es allí donde veo los mayores niveles de incoherencia. La suma es lo que me interesa: una sonrisa bonita, una virgen amorosa, una matanza en ciernes, el amor divino, una foto orgullosa…

Oposición constante, vergüenza perenne

 

Una regla fundamental en todo debate debe ser el de establecer pautas sólidas y no basar los propios dichos en ejemplos particulares. Es decir: argumentar y no  apelar a lo meramente anecdótico. Pero a veces uno siente que la suma de ejemplos es tan poderosa que se convierte en un argumento per se; por mérito propio.

Acaban de pasarme una lista de derechos básicos a los que se opuso, a lo largo de la historia, la Iglesia Católica Argentina (supongo, casi sin temor a equivocarme, que lo mismo ha sucedido a lo largo y ancho del globo donde esta iglesia ha tenido algo de poder verdadero; pero la lista que compartiré a continuación se basa en datos específicos de Argentina y a ella nos plegaremos). Dicha lista es la siguiente:

 

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Releo la lista en busca de al menos un ítem que no sea vergonzoso para quien haya defendido o aún defienda a ese tipo de oposición y no lo encuentro. Ni uno solo de esos temas nos permite, siquiera por un momento, entender la posición de la iglesia católica. Por último, como puede leerse en el último renglón, la separación entre Iglesia y Estado será la próxima ley a la que se opondrán y eso es bastante obvio ¿Qué otra cosa podría hacer una cofradía de parásitos que no producen nada, que tienen una poderosa injerencia en una sociedad que no los sigue y que viven de los impuestos de esa misma sociedad? Pues claro que van a oponerse, de lo contrario van a tener que empezar a vivir de lo que sus fieles les regalen o, peor aún, van a tener que empezar a trabajar y Dios no permita semejante ofensa.

Vuelvo al punto inicial: sé que los argumentos son los que deben prevalecer en todo debate que se precie de tal; pero esta lista puntual de hechos específicos se transforma, por el mismo peso de ellos, en un argumento tan válido como cualquier otro que pueda esgrimirse contra esta vergonzosa institución.

 

 

Nota al margen: Por tiempo indeterminado estaré sin conexión a internet, así que responderé a sus comentarios en cuanto pueda. Dejaré varias entradas programadas, así que éstas se subirán aunque no esté aquí. Pasaré a visitarlos en cuanto me sea posible.

Salvajismos

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Jorge Luis Borges.

 

ajedrez

 

Leo esta frase de Winwood Reade:
“El salvaje, el hombre primitivo, vive en un mundo extraño, un mundo de providencias especiales y de interposiciones divinas, que no tienen lugar espaciadamente, muy de vez en cuando y en aras de una gran finalidad, sino a diario, casi a cada hora… La muerte, en sí misma, no es un evento natural. Tarde o temprano, los hombres enfurecen a los dioses y son asesinados. Para quienes no han vivido entre los hombres primitivos, es difícil entender con total perfección el alcance de su fe. Cuando se le señala que sus dioses no existen, el hombre primitivo se limita a reír, maravillándose, sin más, de que se haga tan extraordinaria observación… Su credo está en armonía con su intelecto, y no puede ser modificado si antes no se modifica su intelecto.”

Bien, estoy de acuerdo con esta explicación de Reade. No creo que nadie pueda oponerse a ella. El punto es que no veo razón alguna por la que esta frase no pueda ser aplicada a cualquier tipo de creyente. ¿Será porque el “salvaje” siempre es el otro? ¿Será porque uno siempre encuentra tan fácil justificarse que no puede ver ni siquiera un poquito más allá el alcance de sus propias palabras? Cuando leí esto recordé los versos de Borges con los que abrí esta entrada. Si el salvaje siempre es el otro, ¿Qué sucede cuando el otro soy yo?

Todos en capilla II

Mis queridos hermanos, estamos aquí reunidos para dar lugar a la palabra y sólo a la palabra que, en definitiva, es lo único que tenemos. Hoy abrimos nuestros libros y leemos a la hermana Pearl S. Buck, quien nos dice:

«No puedes obligarte a ti mismo a sentir algo que no sientes; pero sí puedes obligarte a hacer el bien, a pesar de lo que sientes».

Los sentimientos no son algo que podamos manejar a nuestro antojo; es cierto. No podemos enamorarnos de manera conscientes del mismo modo en que no podemos odiar eligiendo de antemano al objeto de ese sentimiento. Tenemos una relación sentimental con las cosas o con los seres que es independiente de nosotros; pero sí podemos hacer algo con respecto al modo en que nos conducimos con todos aquellos que nos rodean. Allí la apóstol nos recuerda las palabras de otro de nuestros imprescindibles hermanos: Jean Paul Sarte, cuando éste dice «El hombre está condenado a ser libre», con lo cual nos señala la necesidad de ser conscientes de que las elecciones que tomamos a lo largo de nuestra vida son nuestra responsabilidad y que, por ello mismo, debemos llevarla a cabo con plena conciencia (permítaseme la redundancia) de los alcances de cada uno de nuestros actos.

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¿Qué podemos hacer ante los avatares de la historia? ¿Cómo podemos cambiar el rumbo de aquello que sabemos que está mal? ¿Cuándo debemos comenzar a responsabilizarnos de nuestras palabras, de nuestras acciones, de nuestro pensamiento? La hermana Pearl S. Buck ya nos lo dijo:

«No puedes obligarte a ti mismo a sentir algo que no sientes; pero sí puedes obligarte a hacer el bien, a pesar de lo que sientes».

Es decir: Pensar, actuar, ahora.

Id en paz, mis hermanos, y que la paz esté con vosotros.

Titivillus, un amigo de la casa

 

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La demonología medieval (como posteriormente también la del Renacimiento) es minuciosa, ordenada, específica, aunque a veces parezca confundirse —según algunos medievalistas— con historias del folklore local de la región que corresponda. Quizá haya sido este último el caso de Titivillus, un demonio de quien se creía que trabajaba en nombre de Belfegor, Lucifer o Satanás y al que se le atribuía, cuando no la autoría, al menos la labor de recopilar los errores en los trabajos de los copistas y escribas medievales para luego usarlos en su contra, acusándolos de negligencia en su trabajo.

 

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En el monasterio de las Huelgas, en Burgos, la imagen de la Virgen de la Misericordia protege bajo su manto a un grupo de monjas cistercienses y a sus benefactores. Fuera del manto se ve, al lado derecho, a Titivillus cargando, precisamente, un fajo de libros. La obra pertenece a Diego de la Cruz.

 

La primera mención que se conoce de Titivillus está en el trabajo de Juan de Gales (John Galensis), en su Tractatus de Penitentia de 1285. Posteriormente, también se describió a Titivillus como el demonio encargado de provocar la charla ociosa, la mala pronunciación, la murmuración y la omisión de palabras durante la oración o cualquier oficio religioso. En algunas representaciones, se le ve cargando un fajo de libros (o un saco) donde llevaría estas palabras, que se le imputarían luego a las almas en el juicio individual, para hundirlas en el infierno. En algunas obras literarias, especialmente inglesas, en las que Titivillus aparece, el propio demonio omite palabras, sílabas e incluso frases enteras.

Así que ya saben, si algún error encuentran en ésta o en cualquier otra entrada de este blog, no fue culpa mía, sino de Titivillus, que anda haciendo de las suyas.

Titivillus (2)