La revolución descremada

 

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Dijo Antonio Machado: «Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre»; a lo que agrega Facundo Cabral: «Cuando conozco a un hombre, no me importa si es negro o blanco; cristiano, judío o musulmán, de izquierda o de derecha. Me basta y me sobra con que sea un hombre. Peor cosa no podía ser». Todos pensamos más o menos lo mismo, según el día de la semana o según de quién estemos hablando, si de los demás o de nosotros mismos. Así que Machado es perfecto para hablar de nuestra familia o de quien piensa como nosotros, mientras que Cabral es perfecto para señalar a ese vecino molesto o a ese extranjero detestable.

Digo esto ahora que ya pasó la ola de enojo y furia por la muerte (la detestable muerte en su forma y en su fin) de George Floyd. Ahora que todo está volviendo lentamente a la normalidad, que las tiendas han comenzado a quitar los paneles de protección, que los medios le brindan mucho menos espacio (o nada, directamente), que la gente sigue más o menos enojada pero en sus casas, que se venden menos botes de pintura en aerosol, que algunas estatuas aún permanecen de pie.

Y es que hoy en día hasta las protestas tienen fecha de caducidad; y esta es menor que la de un yogurt. Hoy que la gente tiene más tiempo y más poder en sus manos tienen, al mismo tiempo, menos conciencia ideológica y, por supuesto, también aguanta mucho menos. Un auténtico revolucionario lleva sus ideas hasta las últimas consecuencias. Está tan convencido en lo que cree que, por eso mismo, cree que la única forma de cambiar las cosas es cambiando el sistema en sí, es decir: cambiando al poder mismo. Ahora no, ahora todo se reduce romper cristales, incendiar un par de autos, golpear a alguien y, sobre todo, a pintar con pintura en aerosol toda pared o monumento, y eso es todo.

 

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Me resulta muy gracioso, después, las justificaciones que esos mismos grupos comparten en las inevitables redes sociales (otra «forma» de la «revolución»), equiparando una pintada ―con un slogan mal escrito― con una verdadera revuelta.

Y que conste que no me opongo a las protestas (cuando están bien fundamentadas) y tampoco a las protestas violentas (si fuera necesario). A lo que me opongo es a esta cosa intermedia, a este accionar chirle e improducente, a esta cobarde forma de protestar actuando de forma violenta pero gritando a voz en cuello cuando el que está enfrente actúa a su vez. Un verdadero revolucionario se las juega, se arriesga, pone todo en juego. Incluso su vida si así lo considerara necesario. Porque un verdadero revolucionario sabe que si ataca al poder, el poder responderá. La lucha será desigual incluso en su volumen, pero si está convencido de sus ideales, eso será secundario. Y son esos los revolucionarios que me gustan. Los otros, los que sólo pintan con aerosol un monumento, no son más que pseudocríticos sociales que «atacan» a una piedra; es decir, a quien no puede defenderse ni, tampoco, cambiar absolutamente nada.

¿Será el fin de las revoluciones? Seguramente. Al menos en occidente y en el oriente occidentalizado, todo parece haber descendido al nivel de la ofensa personal (todo me ofende, soy una pobre víctima de… lo que sea). La adolescente postura del nadie me entiende ha sido llevada, al fin, a la sociedad toda. Hoy no es que no haya motivo de quejas y de rebeliones, lo que no hay es gente que las lleve a cabo, ya que todos viven en una adolescencia eterna, y con ella nunca se podrá llevar a cabo un verdadero cambio radical del actual estado de cosas.

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La calma como revolución

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No sé a quién pertenece la cita siguiente; recuerdo que la copié de un video, pero no copié el nombre del autor o de quien lo dijo en su momento. Sea como fuere, aquí lo dejo porque vale la pena y porque, más allá de quien sea su autor, estoy seguro de que lo que quisiera sería que sus palabras lleguen a la mayor cantidad posible de lectores. Aquí, entonces, esta cita (por ahora) anónima:

«El mundo está diseñado para que constantemente nos sintamos deprimidos. La felicidad no es muy buena para la economía. Si fuéramos felices con lo que tenemos ¿para qué necesitaríamos más? Entonces, ¿cómo hacer para vender una crema antiarrugas? Pues haces que la gente tenga miedo a envejecer. ¿Cómo se logra que las personas voten por determinado partido político? Haces que tengan miedo, por ejemplo, de los inmigrantes. ¿Cómo haces para que la gente compre seguros? Haces que tengan miedo de todo. ¿Cómo haces para que se sometan a cirugía plástica? Destacas sus flaquezas físicas. ¿Cómo haces para que la gente vea determinado programa de televisión? Haces que se sientan pena por habérselo perdido. ¿Cómo haces para que compren el nuevo modelo de smartphone? Haces que se sientan que están siendo relegados.

Estar en calma se convierte en un acto revolucionario. Estar feliz con nuestra existencia sin actualizaciones constantes. Sentirnos cómodos con nuestra desordenada —pero nuestra— humanidad, no es algo bueno para los negocios».

Hay veces en que el acto más revolucionario es, simplemente, saber decir «No» a tiempo.

Revoluciones en todos los tamaños

 

Revolución (1)

 

Walter Benjamin, en su Tesis sobre la historia (apuntes, notas y variantes), dice: «Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez las cosas se presentan de muy distinta manera. Puede ser que las revoluciones sean el acto por el cual la humanidad que viaja en tren aplica los frenos de emergencia».

Cuando hablamos de revoluciones solemos pensar en la revolución rusa, en la francesa, en la cubana o en alguna otra particular pero que siempre tendrá la misma forma identitaria: un grupo de hombres y mujeres que mediante actos más o menos violentos cambia el estado de las cosas. Eso hace que olvidemos un hecho importantísimo: las revoluciones pueden ser de cualquier tamaño y objetivo. Las revoluciones pueden ser, incluso, personales y privadas. Como he dicho aquí alguna vez, hoy en día hablar bien es un acto revolucionario.

 

Revolución (2)

 

Ahora acabo de leer un artículo que promueve algunas acciones personales para llevar adelante una pequeña revolución. Si lo hiciéramos todos las cosas cambiarían radicalmente; pero como eso seguramente no ocurrirá, lo mejor que podemos hacer es llevar adelante estos cambios nosotros. Si por casualidad la cantidad de personas es mucha será genial, si no lo es, al menos habremos ganado en lo personal y eso, insisto, es una forma de revolución.

Vayamos a la propuesta del artículo (voy a tratar de no comentar demasiado cada punto. Muchos de ellos son claros por demás):

  1. Cuestiona.

Uno de los puntos claros. Desde Descartes en adelante ya se sabe que hay que cuestionar todo. Incluso a nosotros mismos.

  1. Desconéctate.

Fundamental. Hoy los medios no sólo estupidizan, sino que adoctrinan. Cuanto más lejos de ellos, mejor.

…. 3.Evita la distracción.

  1. No votes por ningún partido político.

Éste es un punto delicado. Sin bien la clase política está a la baja no es menos cierto que es una mal necesario. Además un buen político es algo maravilloso, que haya pocos es otra cosa. Comencemos a crearlos, por ejemplo.

  1. Aprende a discernir.

Esto está relacionado con los puntos 1, 2, y 3; y la síntesis es la filosofía.

  1. No formes parte de ningún ejército.

Obvio.

  1. Es tu salud, cuídala tú (no la industria farmacéutica).

Otro punto delicado. Si bien uno puede tomar ciertas precauciones sobre la propia salud, la crítica barata y liviana sobre la industria farmacéutica no es, creo, del todo beneficiosa. Es cierto que es una de las industrias más oscuras, pero también es de las más necesarias. Sólo hagamos un ejercicio de imaginación. No tenemos que ir muy lejos, sólo 150 años al pasado y pensar cómo era la salud en aquellos tiempos. Sin aspirinas, ni penicilina ni anestesia. Imagen sólo una visita al dentista…

  1. Evita los alimentos industrializados.

….  9.Deja de consumir.

Éste es el que más me gusta. Simple, higiénico y el más efectivo.

 

Revolución (3)

 

¿Servirá para algo todo esto? Sí, no me cabe la menor duda de ello. Sirve para la sociedad de todos y para la sociedad de uno. Y todo es cuestión de empezar, nada más.

Vale la pena

Si bien hablar en estos días de hacer la revolución es algo que sabe más a anacronismo que a posible realidad, hay pequeñas rebeldías que bien pueden ocupar su lugar y ser, también, muy efectivas.

Por definición, revolución significa «Cambio violento y radical en las instituciones políticas de una sociedad» o también «Cambio brusco en el ámbito social, económico o moral de una sociedad». Es entonces que no es necesario convertirse en un Robespierre para ser revolucionario; ya que todo aquello que implique un cambio en el estado de las cosas, lo es de algún modo.

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Por ejemplo, en un mundo donde lo vulgar se a enseñoreado de todos los ámbitos y donde lo primero que se prostituye es el lenguaje (prostituir el lenguaje es esencial para poder dar los pasos siguientes) hablar bien ya es un acto de rebeldía. Lo mismo puede aplicarse al arte o, por sobre todas las disciplinas, al pensamiento. Alguien podrá decir que estos son cambios mínimos; pero si prestan atención a su entorno van a ver cómo estos aspectos de la vida diaria marcan una gran diferencia.

Todo esto que trato de decir de una manera por demás torpe (hay veces en que no se puede ser breve si uno quiere argumentar como corresponde) viene a colación porque, desde hace un tiempo vengo preguntándome: ¿Vale la pena hacer la revolución cuando muchos que nunca van a luchar van a ser partícipes de los beneficios? Y esta pregunta surgió porque alguien a quien debo ver todos los días vive en un mundo pequeñito de egoísmos y mediocridades. Es un hombre (si es que a eso puede llamárselo hombre) de unos treinta y tantos años que le tiene miedo a todo y que, como dije, vive en su pequeño mundo de mezquindades varias. Él es sólo un ejemplo de otros muchos hijos dilectos de este mercantilismo absurdo que nos rodea; el cual tiene por objetivo marcar la individualidad antes que lo colectivo; el egoísmo del yo antes que la colectividad del nosotros.

Entonces a la pregunta ¿Vale la pena hacer la revolución cuando muchos que nunca van a luchar van a ser partícipes de los beneficios? Respondo que sí. Sí vale la pena y por varios motivos: porque es una obligación moral; porque aunque esta y otras personas se beneficien de logros por los que nunca lucharon hay otros que sí se los merecen y que nunca tuvieron la oportunidad, siquiera, de haber podido comenzar a luchar; y por último, porque sí; porque lo que está mal está mal y punto, y ante eso no tenemos otra opción que actuar.

Vuelvo al punto primero: tal vez un principio pueda ser el hablar bien, el actuar bien, el pensar bien. No hace falta volverse el Che Guevara y salir a pelear con una bandera roja; aunque pensándolo bien, eso tampoco nos vendría nada mal ¿No?

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¿Dónde estás México?

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Viernes 06:30 a.m. El tránsito en el centro histórico de Morelia es un caos. La ciudad, antigua y poco preparada para el volumen de vehículos del siglo XXI, se encuentra en ese estado, además, porque el gobierno local cerró varias calles por un desfile que se iniciará recién a las nueve de la mañana. ¿Por qué cerrar tres horas antes esas calles? Vaya uno a saber. Para completar la situación no hay ninguna autoridad que explique o, siquiera, que avise lo que está sucediendo; así que uno llega con su coche a una calle y la encuentra cerrada, vuelve, sigue hasta la siguiente y… lo mismo, exactamente igual ocurre con la tercera. Nadie explica nada, nadie responde. ¿Qué hacen los conductores? Sólo exclaman un clásico “Pinche gobierno” y mientras buscan cómo salir de allí.

Viernes 21:16 Acabo de ver el video donde uno de esos representantes de la Gran Democracia del Norte le dice a Jorge Ramos “Get out of my country” (“lárgate de mi país”) luego de que éste fuese sacado por la seguridad de Donald Trump por atreverse a hacer preguntas incómodas; esas preguntas que todo periodista que se precie debe hacer. Alguien subió el enlace a Facebook. También han subido varias fotos burlándose de Donald Trump, y alguien ya creó una piñata con la figura del teñido candidato a presidente norteamericano, pero no mucho más.

Viernes 21:19 Me pregunto: ¿Dónde están los mexicanos? ¿Qué fue de la sangre que hervía en estas tierras ante las injusticias? ¿Qué fue del nombre de Emiliano Zapata? ¿Tiene algún significado la palabra Revolución para esta gente más allá de ser un término histórico? Me produce una profunda tristeza ver cómo la gente es abusada, apaleada, incluso asesinada y que esa gente sólo se conforme con subir un cartelito inocuo a Facebook o a alguna otra red social.

Sé que no es lo mismo ―en cuanto a gravedad del hecho― un simple atascamiento de tránsito que una expresión racista y xenófoba; y mucho menos grave es esa tontería de un gringo ignorante ante los 43 jóvenes asesinados en Ayotzinapa, 43 jóvenes que aún esperan algo de justicia en este país donde Zapata debe estar revolviéndose en su tumba ante la muerte de tantos y los simples “Pinche gobierno” de todos los demás mientras corren a un Oxxo a comprar un cerveza. No dejo de sorprenderme y no dejo de preguntarme ¿Dónde estás México?

Es ahora, México.

México 01

Hoy se llevan a cabo elecciones en México. Como visitante de esta tierra azotada sólo espero que todo transcurra en calma y que no despertemos el lunes con noticias de esas que alegran el día a día de quienes quieren ver cada vez más hundido a éste país y al resto de latinoamérica. México es un país demasiado golpeado y espero ver que alguna vez se alce en beneficio propio. Me gustaría dejarles a mis amigos mexicanos unas palabras de Michel Onfray, para que mastiquen mientras van a votar o no:

«Revoluciones nómadas, transmigrantes, parcelarias, puntuales, capaces de inducir reacciones en cadena; revoluciones microscópicas, porque pequeñas causas pueden generar efectos grandes; revoluciones concretas, aquí y ahora, y no deseo de revolución para mañana; revoluciones descentradas, desterritorializadas del claustro nietzscheano, que no se puedan localizar en ninguna parte, pero a su vez locales, identificables en los puntos neurálgicos del intersubjetivismo social; revoluciones posibles hic et nunc para no seguir esperando imposibles revoluciones mañana…»