Sobre hombres y animales

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Lo lindo de tener razón es que uno puede ser, si quiere, hasta pedante. Hoy en día eso está mal visto, como casi siempre lo ha estado, por supuesto; pero en algún momento se entendía que el hombre de genio tenía cierta razón en actuar así; después de todo, él sabía cosas que nadie más conocía o se adentraba en terrenos donde nadie antes había osado poner un pie, y eso le daba cierta posición para poder hablar con algo que hoy está vedado a quien sea: autoridad.

El párrafo con el que, a continuación, cierro la entrada es uno de esos. Fue escrito doscientos años y ya dice lo que muchos acaban de descubrir. Pertenece al tío Schopenhauer y, por supuesto, él no va a pedir permiso para pensar como quiere y menos para decirlo como cree conveniente. Lo bien que hace.

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«Así como la inteligencia de mi perro, y en ocasiones también su estupidez, me han sorprendido muchas veces, otro tanto me ha ocurrido con el género humano. La incapacidad, completa carencia de juicio y bestialidad de este último han provocado mi indignación en innumerables ocasiones, y me he visto obligado a suscribir el viejo lamento: Humani generis mater nutrixque profecto stultitia est (La estulticia es indudablemente la madre y nodriza del género humano). El mundo no es un mecanismo, ni los animales son artefactos para nuestro uso. A los fanáticos y a los curas les aconsejo que no me lleven la contraria en este punto, pues esta vez no sólo nos asiste la verdad, sino también la moral».

Uno de los síntomas

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Nietzsche y caballo

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En una de las que serían sus últimas noches en libertad, Friedrich Nietzsche sale de su alejamiento en el número 20 de la calle Milano. Es enero en Turín, y hace frío. Aprieta el nudo de la bufanda en torno al cuello de su abrigo. Va a cruzar la calle cuando, ante él, un caballo se desploma. El cochero, impaciente, lacera a latigazos el lomo del animal, que no puede tirar de la carga. El filósofo corre hacia él, se abraza a su cuello y, llorando, le pide perdón en nombre de la humanidad.

La Historia considera este episodio como uno de los síntomas de su locura.

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Nietzsche y caballo 02

Paisaje con perro

Una pregunta que occidente recién está empezando a plantearse, es si los animales piensan o no; es decir, si sólo actúan por instinto o hay algo más que los impulse (primer problema: ¿Qué es pensar? ¿Lo que hacemos los humanos? Miremos a nuestro alrededor… ¿Estamos seguros de que todos nosotros pensamos? Si no es así ¿Quién lo hace? Etc., etc.). El budismo es tal vez la única filosofía que desde hace milenios protege la vida animal, pero no por eso la considera igual que al ser humano; es decir: la respeta en tanto vida, pero no la considera en igualdad de condiciones intelectuales (segundo problema: ¿Cómo podríamos llegar a entender el pensamiento de otra especie? Si ya bastante difícil lo tenemos para entendernos entre nosotros, imaginemos, nada más, el problema de intentar comprender a una especie totalmente diferente a nosotros).

Bien, no es mi intención responder a ninguna de estas preguntas, por supuesto; sólo quiero traer a colación un asunto tangencial, relacionado con ello, pero no exactamente igual. Una amiga me pasó, ayer, esta foto:

Perro

En medio de toda la tristeza y las incertidumbres de estos días, esa foto me alegró la tarde. Las preguntas con las que comencé esta entrada surgieron de inmediato, junto a otras más sencillas, que ni siquiera buscaban una respuesta: ¿Qué es lo que está mirando? Podríamos suponer que tal vez el dueño se encuentre nadando o algo así, pero eso no siempre es necesario (A Terry, el perro de L., le gusta mirar por la ventana hacia la calle y no porque allí esté su dueña. Mira el tránsito, la gente que pasa… ¿Por qué; qué es lo que él ve allí?). Como no sé qué es lo que ese perro está mirando prefiero creer que está mirando el horizonte, que está mirando, sí, el paisaje (tercera pregunta: ¿Pero es que un perro puede tener una concepción estética?).

No lo sé, pero si alguien contestara a todas estas preguntas con un rotundo «No» («No, los perros no piensan, no sienten y, mucho menos, tienen una concepción estética de lo que los rodea)», en lo que a mí respecta, no me plantearía ningún problema, sino que sólo lo desplazaría un par de milímetros. Me explico: si el perro no es más que un perro, un ente sin entelequia, podríamos decir que un perro sólo es pura naturaleza; y he aquí lo que más me gustó de la foto: lo que yo veo aquí es a la naturaleza mirando a la naturaleza. ¡Nada menos! Lo voy a decir más fuerte, para que se entienda bien; el título de la foto, para mí, sería:

La naturaleza mirando a la naturaleza

¿Bonito círculo cíclico, no les parece? (Para quienes quieran adentrarse en este tema les recomiendo un libro estupendo: Yo soy un bucle extraño, de Douglas Hofstadter). Sé que es una idea romántica por excelencia, más propia de un Schiller que de un habitante del siglo XXI; pero vamos, que esto último no es para poner orgulloso a nadie, mientras que ser un Schiller… Pero, esperemos un minuto ¿No hubo alguien que propuso una idea similar en el siglo pasado? ¡Pues sí! Ahora que lo recuerdo, fue un astrónomo por demás conocido: fue Carl Sagan, en su libro Cosmos, cuando luego de analizar al cerebro humano y de comparar a éste (por números y por conexiones) con las galaxias y el universo dijo aquello tan bonito de que «el cerebro es la forma que ha encontrado el universo de observarse a sí mismo».

El mismo círculo, el mismo bucle extraño, tal vez los mismos actores: ese perro y yo, me digo, no somos tan diferentes. Después de todo, si no puedo entender lo que piensa Terry ¿Cómo sé que él no me considera nada más que una estupenda máquina de arrojar pelotas, que es lo único que a él le interesa? (y noten lo que es el ego humano: dije, refiriéndome a mí mismo «estupenda máquina de arrojar pelotas» sin saber la opinión de Terry, quien tal vez me considere poco menos que mediocre). Cuando nos miramos a los ojos es inevitable que piense ¿Es que pensará en algo este animal? Para cerrar el círculo una vez más, a partir de ahora tendré que aceptar que, tal vez, en su lenguaje perruno él esté preguntándose exactamente lo mismo.


perro 02Nota al margen: Dejé otra anécdota personal para el final, ya que al incluirla en el texto sentí que lo entorpecía un poco. Sigo sin poder aseverar nada en cuanto a las capacidades de los animales; pero quiero recordar a mi querida Donna, quien, entre otras curiosidades, gustaba de la música clásica. Cuando ponía música ella se iba o se acostaba frente a las bocinas. Por supuesto, al notar esto hice varios experimentos a lo largo de los años que vivió conmigo, y puedo asegurar que Donna prefería a Mozart o a Satie antes que a Led Zeppelin o John Zorn. Eso lo teníamos muy claro, ella y yo. ¿Esto es prueba de que algunos animales tienen alguna forma de sentido estético? Por supuesto que no; pero creo que también es algo que excede lo meramente curioso o azaroso.

Hablar para decir algo

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Joaquin Phoenix

Ayer Joaquin Phoenix ganó su primer premio Oscar como mejor actor; pero no es de cine de lo que voy a hablar aquí, sino de algo tangencial: la entrega de premios más famosos y de sus discursos y, particularmente del discurso que nos regaló Joaquin Phoenix ayer.

Es bien sabido que Hollywood detesta los discursos políticos o toda muestra de pensamiento que se aleje aunque sea un poquito de lo meramente cinematográfico (y mucho más aún cuando el discurso es crítico. Tal vez el más famoso, el que sigue pasándose una y otra vez —más como burla que como otra cosa— es cuando Marlon Brando en lugar de ir a recibir su premio envió a la actriz Sacheen Littlefeather (Pequeña Pluma), ataviada con un traje típico Apache). Ayer Joaquin Phoenix nos brindó un discurso con tintes políticos, sociales y hasta emocionales (como cuando recordó a  su hermano muerto en 1993 River Phoenix). El discurso de Phoenix fue el siguiente:

«No me siento elevado sobre mis compañeros nominados o nadie de este cuarto. El mayor regalo que tengo es usar mi voz para los que no tienen una. Creo que cuando hablamos de desigualdad de género, de racismo, de los derechos LGTB o de los derechos de los animales, estamos hablando de la lucha contra las injusticias. Hablamos de la lucha contra la creencia de que un país, un grupo, una raza, un género o una especie tiene el derecho de dominar, controlar, usar, y explotar a otro con impunidad. Creo que nos hemos desconectado del mundo natural y muchos somos culpables de tener una visión egocéntrica del mundo; creernos que somos el centro del universo. Nos metemos en la naturaleza y la saqueamos por sus recursos. Nos creemos con el derecho a inseminar artificialmente a una vaca y robarle a su bebé, a pesar de que sus gritos de angustia son inconfundibles, y después tomarnos su leche —destinada a su ternero— y la ponemos en nuestro café o nuestros cereales. Creo que tenemos la idea de que el cambio personal significa sacrificar algo, renunciar a algo; pero los seres humanos, en nuestros mejores momentos, somos tan creativos e ingeniosos… y creo que cuando usamos el amor y la compasión como principios, podemos crear e implementar sistemas de cambio que sean beneficiosos para todos los seres vivos y para el medio ambiente. […] Creo que nuestro mejor momento es cuando nos apoyamos mutuamente. No cuando nos vetamos por errores pasados, sino cuando nos ayudamos a crecer, cuando nos educamos, cuando nos guiamos mutuamente hacia la redención. Eso es lo mejor de la humanidad».

Sé que los discursos de agradecimientos son lo usual y ello no está nada mal ¡pero qué bien se siente escuchar a alguien que dice algo más de lo meramente habitual! ¡Qué bien se siente que alguien use su voz para hablar desde su propia humanidad! (ni siquiera tenemos que estar de acuerdo con todo lo que una persona así dice; pero el simple hecho de que nos hable desde sí mismo ya nos obliga al respeto y elogio de su postura).

Tangencialmente, ese discurso me trajo a la memoria un poema de mi novia eterna: Wislawa Szymborska y si bien el lazo entre el discurso de Phoenix y el poema de Szymborska no es estrictamente directo, recordemos que el arte se maneja, más que nada, por aproximaciones.

 

Szymborska

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Hay quienes

Hay quienes llevan a cabo la vida más hábilmente.
Tienen orden en su interior y en su alrededor.
Para todo la manera y la respuesta adecuada.

Adivinan inmediatamente quién a quién, quién con quién,
con qué objetivo, por donde.

Ponen el sello en la verdades absolutas,
arrojan a la trituradora los hechos innecesarios,
y a las personas desconocidas
a las carpetas destinadas a ellas de antemano.

Piensan justo lo debido
ni un segundo más,
porque tras ese segundo acecha la duda.

Y cuando los dan de baja de la existencia,
dejan su puesto por la puerta señalada.

A veces los envidio;
afortunadamente se me pasa.

De la incongruencia y sus límites

 

De los muchos defectos que tenemos los seres humanos, uno de los más graves —considerando que es uno de los evitables, es decir, uno que puede ser subsanado mediante cierto trabajo consciente—, es el de la incoherencia (por otra parte, si bien es cierto que todos los seres humanos somos entes ambiguos y que cierto nivel de comportamiento paradójico puede sernos tolerado, hay grados en este punto, así que aferrarnos a él para justificarnos no siempre es algo válido). Veamos un ejemplo de esto a partir de una foto que acabo de ver:

 

toros

 

La imagen nos muestra la plaza de toros de la Ciudad de México y, en primer plano, a dos felices y elegantes damas. De manera indirecta conozco a estas señoras pero nada diré de ellas, ya que el motivo de esta entrada no es la burla ni el escarnio personal, sino la crítica general a una postura ideológica, la cual es la de declararse amante de los animales y, al mismo tiempo, ser un ferviente admirador de las corridas de toros.

lo dije antes: podemos tolerar cierto nivel de ambigüedad, pero para todo hay límites. También dije que mediante cierto trabajo consciente —es decir, de la voluntad— podemos subsanar nuestros niveles de incoherencia; y esto se logra simplemente pensando y considerando si nuestras ideas so compatibles las unas con las otras y, si esto no es así, debemos desechar a una de ellas (o a veces a ambas). Claro, he aquí la dificultad: debemos cambiar nuestra forma de pensar ¡Vaya horror, con lo apegados que nos encontramos a nuestros prejuicios! (Ya lo dijo Descartes: No hay nada mejor distribuido que el sentido común: todo el mundo cree tener el suficiente).

Por si alguien no notó el detalle, aclaro que, básicamente, no estoy hablando de las corridas de toros en sí (su crítica es tan banal y recurrente que ya nada puede decirse acerca de ellas sin caer en lugares comunes); sino de lo que se ve en el fondo de la imagen; en esa silueta de la virgen María trazada en la arena donde serán torturados y sacrificados algunos animales a manos de otros animales de otra especie. Allí es donde tenemos la mayor cantidad de tela para cortar. Es allí donde veo los mayores niveles de incoherencia. La suma es lo que me interesa: una sonrisa bonita, una virgen amorosa, una matanza en ciernes, el amor divino, una foto orgullosa…

Curiosas imágenes encontradas en manuscritos medievales (IV de IV)

Última entrega de esta entrega de dibujos raros o poco usuales en manuscritos medievales.

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Gato tocando la gaita – Libro de Horas, París, c.1460

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Infidelidad draconiana – Ilustración de Les faize d’Alexandre (una traducción de Historiae Alexandri Magni de Quintus Curtius Rufus), Brujas, c. 1468-1475

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Esqueleto sonriente – Ars bene moriendi, Francia, 1470-1480

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Broma pesada de un mono – Recueil des croniques d’Engleterre, Brujas, 1471-1483

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Teletubbies en una canasta – Le Livre des hystoires du Mirouer du monde, París, 15th century

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Demonios en un castillo, de Le mister par personages de la vie, passion, mort, resurrection et assention de Nostre Seigneur Jesus Christ, 1547

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Gente extraña sobre un mapa – Cosmographie universelle, 1555

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Fiesta caníbal – Wunderbarliche, doch wahrhaftige Erklärung von der Gelegenheit und Sitten der Wilden in Virginia by Theodor de Bry, c. 1590

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Demonio parecido a un pájaro con un demonio 
más pequeño peleando con una mujer en su canasta – Nürnberger Schembart-Buch, 17th century

 

 

Curiosas imágenes encontradas en manuscritos medievales (III de IV)

Tercera parte de esta entrega con menos palabras aún que las anteriores.

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Una sabrosa rosquilla para un extraño animal, en Les Grandes Heures du duc de Berry, París, 1409

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Mono defecando en una edición del siglo XV de Jean de Wavrin Anciennes et nouvelles chronicles d’Angleterre

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Gato melancólico tocando la lira, Libro de Horas, Francia, siglo XV

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El mono pensador, Breviary of Mary of Savoy, Lombardy, c. 1430

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Extraños seres (tal vez demonios) con una lista de cosas por hacer y un látigo, en Livres du roi Modus et de la reine Ratio, Francia, siglo XV

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Personas y demonios marinos, de Histoire de Merlin, por el Maestro de Adelaida de Saboya en Poitiers, alrededor de 1450-1455

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Demonios avivando el fuego infernal –  Traité des quatre dernières choses de Jean Le Tavernier, c. 1455

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Monstruo marino, ilustración de Poggio Bracciolini, añadida a una copia de Le Miroir du Monde, a mediados del siglo XV.

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Flechazos anales (no encontré datos sobre los manuscritos)

Curiosas imágenes encontradas en manuscritos medievales (II de IV)

Sin muchas palabras, vamos con la segunda parte de estas ilustraciones raras o curiosas encontradas en manuscritos medievales.

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Una bestia etíope llamada Anabula, que parece un elefante triste – Liber de nature rerun, Francia, c. 1290

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Animal de cuello largo – Libro de horas, Inglaterra, principios del siglo XVIV

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Gatos haciendo cosas de gatos: duermen, juegan con ratones y se interesan poco en las aves enjauladas de un bestiario medieval

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Cocinero enojado con un gran cuchillo – de The Luttrell Psalter, 1325-1335

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Mono decapitando a un hombre (No encontré datos del manuscrito)

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El Gran Pene Verde o monstruo volador, del Decreto Gratiani con comentario de Bartolomeo de Brescia, Italia, 1340-1345

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Un intruso descarado en el margen izquierdo, de Votos del pavo real, c. 1350

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Boca del infierno – Horas de Taymouth, siglo XIV

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Árbol de penes, de una copia del siglo XIV del Romace de la rosa

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Un conejo con hacha amenazando al rey, en Gorleston Psalter, Inglaterra, siglo XIV

 

Pajaritos

 

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Collage: Borgeano (detalle)

 

Hace poco leí un artículo donde se detallaban algunas excentricidades de escritores famosos. Uno de los más deliciosos que encontré fue aquel que señalaba que Virginia Woolf, a lo largo de un verano, creyó que los pájaros piaban en griego. Esta estupenda y particular forma de sinestesia me hizo recordar aquella historia que cuenta Jules Renard en sus Les Histoires Naturelles, 1896:

«Félix no entiende cómo las personas pueden mantener a las aves en jaulas. «Es un crimen» dice, «como recoger flores. Personalmente, preferiría olerlas en sus tallos; y los pájaros deben volar de la misma manera». Sin embargo, Félix compra una jaula y la cuelga en su ventana. Pone dentro un nido de algodón, un platillo de semillas y una taza de agua limpia y renovable. También cuelga un columpio en la jaula y un pequeño espejo. Y cuando lo interrogan, responde con cierta sorpresa: «Me enorgullezco de mi generosidad cada vez que miro esa jaula» dice. «Podría poner un pájaro allí, pero la dejo vacía. Si quisiera, podría encerrar algún zorzal pardo, algún camachuelo gordo o algún otro pájaro de todos los tipos que tenemos por aquí; pero eso sería cautiverio. Pero gracias a mí, al menos uno de ellos sigue siendo libre. Siempre hay eso…».

 

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Collage: Borgeano (detalle)

 

Ayer escuchaba (y eso fue el detonante definitivo que me impulsó a reunir todos estos fragmentos dispersos en una sola entrada) El álbum de Ian Anderson The Secret Language Of Birds; es decir: El lenguaje secreto de los pájaros. En la canción que lleva este título, la noche cae y una pareja se encuentra, después de compartir una botella de vino y demás, sin posibilidad de que ella pueda irse a su casa; entonces él simplemente le dice: «Quédate conmigo y aprendamos el lenguaje secreto de los pájaros»; una poética propuesta que podríamos aprender a poner en práctica, llegado el caso.

Por último, y con toda modestia, recuerdo un haiku que escribí para alguien:

Un ave canta
sobre la piel de mi voz
dice tu nombre.

El haiku fue aceptado con contenida alegría o satisfacción (fue suficiente). De todos modos, me quedo con la imagen de Virginia Woolf mirando hacia lo alto de un roble mientras intentaba descifrar alguna palabra griega que tal vez pudiera parecerle conocida y, por sobre todo, me quedo con la poética metáfora de Ian Anderson. Esperaré hasta la próxima noche de lluvia y en el momento adecuado, esperanzado, sólo diré: «Quédate conmigo y aprendamos el lenguaje secreto de los pájaros».

 

Huellas (II)

 

Hace poco visité un convento del siglo XVI donde me encontré con la huella de un perro, huella que me llevó a hacerme algunas preguntas de esas que uno se hace porque sí y que resultan más útiles y válidas que las habituales ¿Lloverá mañana? o similares. Ahora encuentro esto, que me hace ver que no soy el único en «perder el tiempo en cuestiones triviales». El asunto no es menos encantador que el que me tocó en suerte a mí, pero sí mucho más atractivo por el detalle de que esta huella fue dejada en un manuscrito medieval. Vamos al grano:

 

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Mientras investigaba un manuscrito medieval, Emir O. Filipović, un asistente de enseñanza en la Universidad de Sarajevo, descubrió páginas del libro manchadas con las huellas entintadas de un gato. Como todo hijo de la modernidad, Filipović  tomó algunas fotos para mostrársela a sus amigos y, por extensión, a todos nosotros.

 

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Los manuscritos medievales generalmente contienen muchas cosas extrañas: garabatos pequeños, hongos extraños, iniciales decoradas elaboradas, agujeros presumiblemente perforados por gusanos u otras plagas, e incluso filigranas cuidadosamente hechas a mano.

 

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Estas huellas de tinta se hicieron poco después de escribir las páginas y podemos imaginar al monje que copiaba el libro, furioso, espantando al gato con pánico mientras intentaba sacarlo de su escritorio. Sea como haya sido, el daño ya estaba hecho y no había nada más que se pudiera hacer, tan sólo pasar la página y continuar el trabajo. Así, tal vez sin decirle nada a nadie, el monje siguió con su trabajo y el episodio fue «archivado» para la historia y para que yo pueda, hoy, escribir esta pequeña entrada.